Lo hecho por el
gobierno de dejar en libertad al criminal para que no haya más derramamiento de
sangre es un error. Sería como si las autoridades de Estados Unidos hubieran
dejado en libertad total de sus actos criminales a Al Capone por la pena de que
hiciera matazones en las calles de la ciudad de Chicago.
¡UF! A LÓPEZ OBRADOR
EL NARCOTRÁFICO DE
SINALOA
LE TORCIÓ, NO UNO,
SINO LOS DOS BRAZOS
Por Luciano Castro Barillas
Ovidio Guzmán, que nada tiene que ver con el poeta
latino autor de El Arte de Amar escrito en el año 43 antes de Cristo, sino con
balas, cocaína, extorsiones, secuestros y abusos sin límite. Este joven
delincuente heredó toda una infraestructura de su infame padre y a la vez
métodos efectivos para cometer actos criminales. Es El Chapito una versión
mejorada, de espanto, del mundo del crimen organizado.
Fue hace una semana en un puesto de control
rutinario de la policía federal mexicana. Su captura no era resultado de un
proceso de investigación y seguimiento sino que pasó por allí fortuitamente,
por casualidad y cayó preso. Ante la presión continua de los grupos de
narcotraficantes, pero particularmente del Cartel de Sinaloa, se tuvo que
devolver a Ovidio Guzmán López al regazo de los criminales, algo totalmente
insólito en la historia criminal de los países del mundo.
El argumento de López Obrador de que se
liberaba al jefe narcotraficante se hacía para evitar más derramamiento de
sangre, lo cual es una derrota total, sin paliativos, para el Estado en primer
lugar, y para las policías federales, estatales y municipales, incluyendo
también al ejército. Ejército cuya moral “combativa” solo la han exhibido con
inermes migrantes ilegales. Catorce policías fueron abatidos en una emboscada
en Michoacán, quince más en Guerrero y balaceras impunes en pleno centro de
Culiacán, ciudad donde viví hace treinta y cinco años y donde la mayoría de sus
calles amplias y rectas eran de tierra. La pobreza y el atraso eran notorios,
por eso la razón de fondo del florecimiento de esta actividad ilícita. En las
serranías y sus rancherías sus habitantes vivían en la extrema pobreza y el
fenómeno del cultivo de mariguana era a menor escala, no había aparecido por
entonces ni la coca ni las anfetaminas, ni las drogas sintéticas. Bastaba con
consumir el hongo ritual del peyote para equipararse en el consumo con los
gringos, muchos hippies murieron con grandes espumarajos en la boca por el
atrevimiento de masticarlo sin tutor, como lo hacen los indígenas huicholes y
los tarahumaras.
Es historia vieja lo del tráfico de drogas en
el norte de México. Casi cultural a la vuelta de los años. Pero ahora los
acontecimientos se han salido de control, pues a Felipe Calderón, pese a su
estrategia puramente armada, no estuvo nunca en semejante estado de debilidad y
descontrol como el presidente Manuel López Obrador. Todo un buen hombre,
sensible, educado y democrático, aunque ingenuo.
Consciente
del origen social del fenómeno criminal dio por implementar becas de 183
dólares mensuales para disuadir a los jóvenes de enrolarse en los grupos
criminales y hacer posible su estrategia de seguridad denominada “Abrazos
y no balazos”. El hecho de liberar a Ovidio significa una
desmoralización para las fuerzas de seguridad y para el gobierno, sin dejar de
lado a una clase política cuyo trabajo político no da a los mexicanos algo de
utilidad. Lo hecho por el gobierno de dejar en libertad al criminal para que no
haya más derramamiento de sangre es un error. Sería como si las autoridades de
Estados Unidos hubieran dejado en libertad total de sus actos criminales a Al
Capone por la pena de que hiciera matazones en las calles de la ciudad de
Chicago.
Los criminales del crimen organizado dejaron
hace muchos años de delinquir por una necesidad vital. Lo hacen porque les interesó
el dinero fácil, el empoderamiento con las armas y la vida llena de comodidades
y hasta lujos sin tener oficio reconocido. De vivir con todo sin trabajar. Son
este tipo de criminales absolutamente incorregibles y si no se les combate
también con las armas en la mano por parte de las fuerzas de seguridad
desbordarán al propio Estado como sucedió en Colombia con Pablo Escobar, cuyas
concesiones hechas por el Estado y su prisión en Envigado le sirvió para
organizarse mejor. Al final le dieron lo que merecía: bala y no palabras
amables.
Si López Obrador cree que va controlar a estos
criminales con palabras amables está muy equivocado. Solo sería de recordarle
de experiencias históricas, unas recientes, otras no. Nicolás Maquiavelo
escribió hace más de cuatrocientos años en su tratado político El Príncipe, de
1513, lo siguiente: “El que tolera el
desorden para evitar la guerra, tendrá primero el desorden y después la
guerra”. O las lecciones dadas por Putin a la mafia rusa, crecida y
enriquecida con el bandido de Boris Yeltsin. Hizo lo que tenía que hacer:
erradicarlos a sangre y fuego. A plomazo limpio, que salió de fusiles
semiautomáticos y automáticos. Toda persona que hace oposición armada a las
fuerzas de seguridad de un Estado debe ser liquidada. Así son todas las guerras
y nadie debe quejarse por ello. La paz y la democracia también se construye con
una guerra justa.
Publicado por La Cuna del Sol
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