El fenómeno televisivo global surcoreano de Netflix es inquietante porque muestra cómo el capitalismo sin trabas en su forma más pura significaría una guerra total de todos contra todos.
EL JUEGO DEL CALAMAR:
UNA PESADILLA CAPITALISTA
DE TODOS CONTRA TODOS
Ahmed D Dardir
Middle East Eye
El Juego del Calamar de Netflix (Squid Game) se ha convertido en un
fenómeno. En un mercado dominado por las producciones euroamericanas, la serie
surcoreana se ha convertido en el programa más visto a nivel mundial en
Netflix. También ha sido calificada como la más perturbadora.
Los críticos se han apresurado a afirmar lo obvio: que el programa, en el
que los concursantes entran en una competición bestial, en forma de una serie
de juegos infantiles que acabarán en la muerte o en la obtención de un premio
en metálico (cuya suma aumenta a medida que aumenta el número de concursantes
"eliminados"), es una metáfora apropiada de la competencia en el
capitalismo.
El espectáculo está plagado de referencias y alusiones a la dura realidad
socioeconómica de la Corea del Sur moderna, comparando la indigencia y el
estancamiento social que sufren sus personajes con la lucha de clases del país.
La serie también admite la difícil situación de los trabajadores
inmigrantes y la convergencia del capitalismo con el racismo. Esto lo realiza mostrando
al inmigrante moreno, a través del personaje del trabajador migrante pakistaní
Ali Abdul, como la víctima preeminente de este sistema, doblemente traicionado
por su jefe y por sus compañeros coreanos relativamente privilegiados.
Mientras que los concursantes que se juegan la vida provienen de los sectores
más oprimidos, la explotación capitalista global se satiriza a través de una
camarilla de "VIPs" ricos (predominantemente aunque no exclusivamente
blancos euroamericanos), que pagan por ver los juegos y apuestan por los jugadores.
La teoría de juegos
Una lectura de la serie como una alegoría del capitalismo sería coherente
con los comentarios del propio director sobre su obra. Pero, dado que no hay escasez
de programas que conviertan en juego las condiciones capitalistas de competencia
a muerte por los escasos recursos en escenarios distópicos, esto no explica
satisfactoriamente lo que ha hecho que este programa de Netflix sea tan popular
y perturbador. Lo que distingue al Juego del Calamar es la manera en que hace
que esta distopía sea retratada vívidamente.
"Quería escribir una historia que fuera una alegoría o fábula sobre la
sociedad capitalista moderna", dijo el director de la serie, Hwang
Dong-hyuk, en una entrevista con Variety. "Algo que representara una
competición extrema, algo así como la competición extrema de la vida. Pero
quería que utilizara el tipo de personajes que todos hemos conocido en la vida
real... Los juegos representados son extremadamente simples y fáciles de entender".
Los juegos en los que compiten los concursantes convierten las
complejidades de nuestra confusa realidad en modelos de juego a través de los
cuales se puede observar nuestro comportamiento como "jugadores". En
otras palabras, realizan lo que la teoría de juegos ha buscado conseguir.
El premio que aumenta a medida que los competidores son eliminados
convierte los juegos en una competencia de suma cero. Aunque nunca se dice a
los participantes que debe haber un sólo ganador, los juegos alientan a cada
uno de ellos a considerar la eliminación de los demás como una ganancia
personal. El juego de suma cero que vemos en la pantalla fascina y perturba, no
sólo por el comportamiento despiadado y truculento al que induce, sino sobre
todo porque la razón que lo sustenta es muy lógica.
Dejando a un lado la exageración cinematográfica y la licencia artística,
esta lógica egocéntrica que calcula el beneficio a costa de los demás es una
característica familiar de la política internacional, la carrera de locos de
las corporaciones, los sistemas de calificación escolar y, evidentemente, los
juegos infantiles.
'Leviatán'
A medida que los contendientes se retiran de la competencia del mundo
capitalista exterior a una forma más pura de batalla en la que todos ganan o
todos pierden, ellos experimentan muchos aspectos de la "guerra de todos
los hombres contra todos los hombres", como teorizó el filósofo inglés del
siglo XVII Thomas Hobbes en su obra Leviatán.
Al igual que en la teoría de la naturaleza de Hobbes, en el Juego del
Calamar la eliminación de las restricciones en la competencia hace que todos
sean iguales: el fuerte puede someter al débil, pero el débil puede compensar
sus limitaciones físicas mediante el ingenio y la estratagema, o mediante
alianzas (desatinadas por las reglas de la guerra a seguir siendo contingentes
e inestables) para derrotar al fuerte.
A lo largo del programa, vemos cómo se forman y se rompen alianzas,
mostrando la capacidad de los personajes tanto para la compasión como para las
puñaladas por la espalda.
Este es especialmente el caso del episodio irónicamente titulado “A Fair
World”, o "Un mundo justo", en el que los personajes se enzarzan en
una guerra sin cuartel de todos contra todos; el único mundo justo bajo el
capitalismo es un mundo en el que las personas tienen las mismas posibilidades
de dañarse unas a otras mientras compiten.
Esta precaria igualdad, que los responsables del juego se empeñan en
mantener en todo momento -hasta el punto de ejecutar sumariamente a los
guardias y competidores que intentan manipular la competición- no conduce a una
sociedad más justa, sino a la perpetuación de la guerra hasta que solo quede un
sobreviviente.
Este aspecto del Juego del Calamar lo hace aún más perturbador: cuando los
personajes, por voluntad propia, se retiran de la competencia capitalista real
a una forma más libre de competencia en igualdad de condiciones, se desatan
formas extremas de violencia, traición y brutalidad.
Juegos infantiles
Tal vez el aspecto más desconcertante del Juego del Calamar es que nos
muestra algo que sabemos a cerca de nosotros mismos pero que nos esforzamos en negar:
que en condiciones de libre competencia, somos capaces de cometer las peores
acciones, incluso a expensas de personas a las que de otro modo podríamos
compadecer o amar.
Es una reminiscencia de lo "inquietante" sugerido en el ensayo
homónimo de Sigmund Freud de 1919: algo que es familiar vuelve a nosotros
desprovisto de su familiaridad, representando para nosotros algo que sabíamos
todo el tiempo pero que intentamos reprimir.
También hay algo extraño en el uso que hace el programa de los juegos
infantiles, que normalmente evocarían comodidad y nostalgia, y que vuelven en
forma de metáforas mortales de un sistema global despiadado. Esto es ejemplificado
en el juego con una muñeca gigante como protagonista, que canta una melodía
inocente, eliminando a los perdedores.
Muestra cómo la doctrina de la competitividad por encima de la cooperación,
la noción de que uno debe progresar a expensas de los demás, incluidos los
seres queridos, se ha ritualizado a través de los juegos infantiles y, por
tanto, se ha arraigado en la psique de todos nosotros desde nuestros primeros años.
Incluso los juegos de grupo adoptan formas competitivas contra otros equipos;
hay muy pocos ejemplos de juegos infantiles que premien la cooperación por sus
propios méritos, y no simplemente como "ventaja competitiva".
Como nos muestra el Juego del Calamar, desatar el capitalismo hobbesiano,
sin regulaciones en su forma más pura tiene el aterrador potencial de despertar
en todos nosotros lo que el capitalismo, a través de la ideología y los rituales
de la competitividad, nos ha condicionado; que la vida es una guerra sin
cuartel de todos contra todos, una lucha a muerte, de cada individuo contra
cada individuo.
Publicado por La Cuna del Sol
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