Crónica de un evento
en conmemoración del quinceavo aniversario del doloroso esfuerzo de la búsqueda
de los niños y niñas desaparecidos durante el largo conflicto armado que
padeció Guatemala.
CRÓNICA DE SANTA CRUZ
VERAPAZ
SOBRE LOS NIÑOS Y
NIÑAS DESAPARECIDOS
Adriana Portillo-Bartow acompañada de Félix y Ramona
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Por Luciano Castro Barillas
La invitación llegó a Chicago para la señora
Adriana Portillo-Bartow de parte del director de la Liga de Higiene Mental,
licenciado Marco Antonio Garavito, a través de la red social a la que ambos
están adscritos, con el propósito de concurrir a la conmemoración del quinceavo
aniversario del esfuerzo, doloroso en extremo, de buscar a las niñas y los niños desaparecidos durante el conflicto
armado interno que durante 36 años vivió Guatemala. El encuentro tendría lugar
el 15 de mayo en Casa Guadalupe del municipio de Santa Cruz Verapaz, con la
presencia de invitados identificados con esta lucha, cooperantes
internacionales, colaboradores indígenas ixiles, kekchíes, pocomchíes, mames y
trabajadores de la institución. Los niños y las niñas nunca se contabilizaron
bien, adecuadamente, entre las
víctimas, aunque su desaparición
constaba en los múltiples expedientes abiertos en las instituciones policiales
y jurisdiccionales del Estado Guatemalteco, no obstante, como era de esperarse,
nadie se hacía ni se hizo cargo de esa nefanda infamia. Eran los casos de niños
asesinados o dados ilegalmente en adopción por la insólita sensibilidad de un
represor que quedaba bien con el “obsequio”, algo así como regalar un
perico o un perrito. Pero ningún padre, madre, tíos o abuelos pudieron aceptar
nunca que seres humanos queridos, cercanos a sus vidas, fueran volatilizados,
como gas de aerosol, que nadie ve qué camino toma.
La señora Portillo-Bartow, como no podía ser de
otra manera, buscó los recursos económicos, ahora tan escasos, y tres días
antes de la fecha acordada voló rumbo a su patria, Guatemala, para estar
presente en ese evento trascendental donde, luego de quince años de trabajo
abnegado de personas que integran ese colectivo humanitario; y que han logrado
el reencuentro de 395 niños y niñas,
tuvo lugar un emotivo encuentro entre personas signadas por un mismo dolor como
lo es el hecho de perder a sus pequeños hijos y nunca, más de tres décadas
después, saber nada de modo alguno . Los casos aún por resolver, claro, se
triplican, pero la convicción por encontrar a las niñas y niños desaparecidos
continúa, entre limitaciones económicas y extraordinarios resultados. Encontrar
a una sola persona es tarea desmesurada, difícil, complicada; imagínese usted
encontrar a 395 seres humanos extraviados. Todo un esfuerzo imponderable de
responsabilidad, convicción y tenacidad, que aquí se dice fácilmente en estas
pergeñadas líneas, pero en la práctica no es asunto fácil, no exento también de
riesgos de personas vinculadas a la represión
del pasado que quieren seguir manteniendo ocultas sus acciones
criminales causantes de tanto dolor insuperable.
No conociendo Santa Cruz, cogimos la camioneta
Monja Blanca en la Terminal del Norte de la ciudad de Guatemala a las once de
la mañana, previa expoliación de un parlanchín y embustero taxista que nos hizo
creer que dicha terminal de autobuses estaba cerca del fin del mundo. El viaje
sufrió un atraso porque una señora que nos había ofrecido llevarnos en su
automóvil, declinó luego viajar porque, consultando a un posible “mete
miedo” disfrazado de “experto de seguridad”, le recomendó
que no viajara porque su seguridad estaba en riesgo. Ya dentro del
autobús nos acomodamos buscando las ventanas para apreciar el paisaje rural,
pero sobre todo para ver los cambios experimentados en las áreas conurbadas de
la ciudad de Guatemala que, invariablemente, crecen sin control, caóticas; con
avenidas, calles y carreteras sobrecargadas de vehículos automotores, porque en
países atrasados como el nuestro todavía siguen viéndose los coches como
elementos proveedores de estatuto social y no como objetos utilitarios. Fuimos
viendo los destrozos de los bosques en las imponentes montañas y el discurrir
de camión tras camión en el infame acarreo de enormes troncos de madera de unos
hermosos y añosos árboles hasta hacía poco, que ahora cogían el camino del
consumo, viviendo la triste dicotomía de ser menos cuanto más dinero dan por
ellos. Nos sentimos tristes e impotentes por el irrespeto total hacia la
naturaleza de un país, de una región de bosques húmedos, casi a punto de ser
extinguidos por una estructura económica desquiciada que ya no encuentra
solución a los problemas de 14 millones de guatemaltecos.
Pero no todo es un desastre en Guatemala, el
conductor del autobús y su ayudante fueron con los pasajeros personas amables y
por primera vez vi que un trabajador del servicio de camionetas con su bolsa
negra en la mano avisaba a los pasajeros que iba a pasar frente a sus asientos
para que depositaran la basura en su lugar. Algo realmente inusitado en un país
donde las personas no solo tiran la mínima basura en las calles, avenidas y
parques, sino bolsas enormes retacadas de porquerías; y lo que es peor, defecan y orinan de manera
desaprensiva donde la necesidad orgánica los acomete. Llegamos, pues, al cruce de caminos (que es donde está
asentado el municipio de Santa Cruz Verapaz) y buscamos donde descansar y comer
pues solo habíamos hecho un frugal desayuno en la capital. La señora
Portillo-Bartow quedó totalmente encantada del parador donde se alojó, aislado
e inmediato a la vez; poblado de
inmensos pinos cuyos andenes y prados estaban tachonados de sus inmensas
“piñas” o semillas; naranjales y limoneros cargados de frutos. En fin, un
paraíso en las goteras del pueblo de Santa Cruz, con una temperatura media de
28 grados, con un ambiente cargado de humedad. Una trabajadora indígena del
hotel, ataviada con el traje típico de la mujer kekchí, nos orientó cómo llegar
al comedor a eso de las cinco de la tarde, donde otra joven indígena de dientes
formidables y envidiablemente sanos, nos preparó un asado de carne, con
frijoles negros parados, con la irresistible guarnición de chile cobanero,
rojito, de un picante moderado y de un olor incomparable.
Músicos rituales ixiles
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Para el otro día, a las 8 de la mañana, cogimos
para Casa Guadalupe, ignorando nosotros que allí, desde la tres de la madrugada
había empezado la celebración del 15 aniversario del proyecto del reencuentro,
desayunando las personas con sendos tamales, algo que nos perdimos,
lamentablemente. Previo a entrar al recinto, fuimos recibidos en primer lugar,
con sobrada amabilidad, por un personaje inesperado: un robusto y manso perro
amarillo de orejas caídas llamado Wilson.
Ya a las nueve horas, se dio paso a las actividades programadas y participaron,
entre otras personas; el señor Lorenzo, un suizo representante de la Cruz Roja
Internacional en Guatemala, la señora Portillo-Bartow y una joven señora representante
de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala. Y aunque Guatemala es
geográficamente un pequeño país, resulta que eran indispensables dos
traductores, porque la comunicación era trilingüe: español, ixil y kekchí, lo
cual hizo extensos unos actos caracterizados por su brevedad.
Al mediodía almorzamos de manera espléndida
caldo de gallina, como se cocina en la región de las verapaces, y que hacen de
este platillo un auténtico bocado de cardenal, impregnado de las presencias
aromáticas del zamat (culantro de burro se le dice en el oriente de
Guatemala) y del chile de Cobán, además de los insustituibles tamalitos de masa
de maíz envueltos en hojas de guineo (variedad pequeña de plátano). Para las
tres de la tarde nos tocó participar en una ceremonia indígena de consagración
de la vida y de los muertos ante el llanto de todas aquellas personas que no
terminará de dolerles la pérdida de sus seres queridos. Luego de esa rica
experiencia espiritual, ya por la noche y después de cenar, Estuardo y Paula,
dos psicólogos de la Liga de Higiene Mental, nos fueron a dejar en el coche de
la institución a donde estábamos
alojados, despidiéndonos de tan queridas personas, especialmente de los esposos
ixiles y su hijita de cinco años: Félix, Ramona y Juanita, quien no hablaba ni
una sola palabra de español, solo una, y que por cierto nos sorprendió y nos
hizo reír: ¡¡¡Pisto!!! Tuve que abrir mi billetera y le di un billete para
que le compraran sus padres golosinas.
Luciano Castro acompañado de Félix, Ramona y
Juanita
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Al final, el viaje tuvo un sinsabor. En el
tramo de la carretera de acceso a la ciudad de Cobán, frente al ingreso a la
brigada militar, se exhibe sin ningún pudor un monumento grotesco y burdo, como
dos metros de altura: una bala erguida calibre 5.56 que puede interpretarse dos
maneras: un obsceno y cínico monumento a la muerte o una expresión de consumada
ignorancia. Puede ser una u otra cosa, pero más creo que son las dos juntas.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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