El éxito de las compañías de
semillas en la extracción de rentas de los agricultores, en particular en los
países en que la agricultura de subsistencia está muy extendida, es un ejemplo
más de cómo las corporaciones como Monsanto abusan de las leyes de propiedad
intelectual y el monopolio / poder oligopólico. En su mayor parte, los
gobiernos debido a su falta de acción han respaldado este complot. Y eso es
antes de llegar al hecho de que los cultivos de OGM, como un ex investigador biomédico
NIH enfatizó, es un experimento masivo que está siendo realizado sobre el público
en general sin el consentimiento o controles.
Don Quijones informa sobre
un fallo en México que por el momento, al menos, le ha puesto un obstáculo a
los planes de las compañías de semillas, al prohibir las pruebas de campo de
cultivos de OGM debido a los riesgos ambientales. Ellas están apelando,
acusando al juez de parcialidad.
Sin embargo, si se llegará a
firmar la Asociación Transpacífico, no habría necesidad de preocuparse por los fastidiosos
tribunales. Monsanto y las otras compañías de semillas estarían en condiciones de
valerse de los capítulos sobre la propiedad intelectual y otros de este pacto,
que institucionalizan el enfoque de una “carrera hacia el abismo” para la protección
al consumidor, medio ambiente y trabajo. Esto estipula una expansión a gran
escala de los derechos de los inversores a recurrir al favoritismo de paneles
de arbitraje secretos, que puede multar a los gobiernos por privar a los
inversores extranjeros de los beneficios potenciales. Adiós soberanía nacional.
Yves Smith
MEXICO: UN JUEZ SE SALE DEL
GUION, CONVIERTE EL SUEÑO
MEXICANO DE MONSANTO EN UNA
PESADILLA LEGAL
Por Don Quijones. September 1, 2014
El gigante de la agroindustria estadounidense Monsanto ha estado muy
acostumbrado a conseguir lo que se propone. A través de una combinación de
negociaciones en secreto, financiaciones políticas opacas y la política de
puerta giratoria, las multinacionales de la agroquímica y biotecnología han
subvertido, corrompido e infiltrado los gobiernos electos de países de todo el
mundo, desde los más pequeños y más pobres a los más grandes y más ricos.
Sin embargo, si los últimos acontecimientos en Europa y América Latina son
una indicación, la tendencia puede muy bien estar sutilmente volviéndose contra
los intereses de Monsanto y sus socios de los oligopolios de los OGM y en favor
de los productores de alimentos independientes y de los consumidores. A pesar
de sus incansables esfuerzos de cabildeo en Bruselas, los "Big Six"
(Monsanto, Du Pont Pioneer, Syngenta, Vilmorin, Winfield y KWS) continúan
encontrándose con una muralla de resistencia en muchos de los mercados más
grandes de Europa, entre ellos Alemania y Francia. Como informé en abril de
este año, la resistencia popular va en aumento en toda América Latina en donde
las comunidades indígenas y campesinas se están levantando contra las legislaciones
de los gobiernos que aplicarían brutalmente, rígidas leyes de derechos de
propiedad intelectual a las semillas de cultivos que ellos producen.
El último país en poner un obstáculo ha sido México. La semana pasada la
Corte Federal del país votó a favor de mantener el fallo emitido en el 2013 por
el juez Marroquín Zaleta que suspende la
concesión de licencias para los ensayos de campo de OGM buscadas por Monsanto,
Syngenta, Dow, Pionner-Dupont y SEMARNAT de México (Ministerio del Medio Ambiente
y Recursos Naturales). El fallo de Zaleta fue en respuesta a una demanda
presentada por un colectivo de 53 científicos y 22 organizaciones de derechos
civiles y ONGs.
Al defender su decisión, Zaleta citó los riesgos potenciales para el medio
ambiente derivados del maíz transgénico. Si la industria de la biotecnología se
sale con la suya, según él, más de 7000 años de cultivo del maíz indígena en
México estarían en peligro, con 60 variedades de maíz del país directamente
amenazadas por la polinización cruzada de filamentos transgénicos. La respuesta
de Monsanto fue tan rápida como brutal: no sólo apeló el fallo de Zaleta -sus
lacayos en el gobierno mexicano también lo hicieron-, sino que también exigió su
remoción del caso con el argumento de que ya había manifestado su opinión sobre
el litigio antes de la sentencia.
Sin embargo, las tácticas intimidatorias de Monsanto no lograron
impresionar a los jueces mexicanos. El 15 de agosto, el tribunal se reunió para
revisar la supuesta parcialidad del fallo de Zaleta en contra de la demanda
legal de la corporación estadounidense. También los tribunales mexicanos
desestimaron al tercer mayor fabricante del mundo de semillas OGM, Syngenta,
cuya nueva aplicación para una licencia para ejecutar ensayos de prueba de sus
cultivos de maíz fue rechazada esta semana por el Tribunal Federal.
La Resistencia aumenta
La resistencia a los OGM se ha estado gestando en México desde hace varios
años. La cosecha de maíz del país es mucho más que un mero elemento básico;
durante miles de años ha desempeñado un papel vital en la cultura y la economía
del país, y una amplia coalición de científicos y organizaciones civiles está
determinada a salvaguardar su diversidad y la propiedad común.
Las dolorosas lecciones del pasado sirven como una severa advertencia de lo
que podría suceder si los gigantes del agronegocio se salen con la suya. En
1994, la firma del TLC con los EE.UU y Canadá expuso a los agricultores minifundistas
del país a la competencia de los gigantes estadounidenses como Cargill y Corn
Products International -todos bajo los auspicios, por supuesto, del “libre
comercio”. En poco tiempo millones de campesinos fueron obligados a dejar sus
tierras y empujados a una existencia precaria en los márgenes de las ciudades
en México y los EE.UU.
En caso de que los gigantes de la biotecnología como Monsanto y Syngenta
ganen la actual batalla contra el Poder Judicial de México, las consecuencias
serían aún más devastadoras, como advirtió el galardonado profesor de
Neurobiología Celular David R. Schubert en una carta en el 2013 al presidente
de México, Enrique Peña Nieto:
La introducción de maíz
transgénico en México significaría un gran riesgo ambiental ya que la planta es originaria del país.
Las variedades transgénicas disminuirían drásticamente la diversidad de los
cultivos de México y del mundo en general.
El maíz genéticamente
modificado haría mucho más caro el proceso de producción de cultivos. La compra de las mismas semillas de
cultivos año tras año -como ya sucede en los EE.UU y en muchos sectores
agrícolas en los países del sur global (Brasil, Argentina, Uruguay y la India)-
aumentaría los costos en toda la cadena alimenticia mexicana, llevando a la
quiebra a millones de pequeños agricultores.
El maíz transgénico también
aumentará la dependencia social y política de México en los oligopolios. Una vez que las corporaciones
transnacionales dominan el mercado de las semillas de un cultivo en particular
(como ha ocurrido con la soja y está sucediendo rápidamente con el maíz),
continuarán introduciendo las semillas transgénicas para otros cultivos y
aumentando su poder sobre el sector agrícola de México. Como advirtió Schubert,
esto ya ha ocurrido en los Estados Unidos, “donde las compañías de semillas son
una de las principales fuentes de captación de recursos para los dos
principales partidos políticos y han puesto a su propia gente en altos cargos
de poder para dictar la política agrícola nacional e internacional”.
El maíz transgénico Bt que produce una proteína de origen bacteriano y es resistente
a los herbicidas, y los productos químicos requeridos para su cultivo, representan un peligro grave para la salud
de quienes lo consumen -sobre todo en la escala a la que se consume en
México.
Lo más importante, una vez
que se plantan las semillas transgénicas, ya no hay vuelta atrás. Las variedades nativas del país, que son
el resultado de miles de años de cuidadosa selección y mejora genética, serán
irreversiblemente contaminadas -incluso si las semillas transgénicas son
introducidas en una modesta escala.
Una guerra por la
supervivencia
Gracias a la rara intervención de un juez valiente, el movimiento civil
para proteger la diversidad de cultivos y la propiedad común de semillas de México
ha asestado un golpe significativo a los intereses de algunas de las empresas
transnacionales más grandes y poderosas del mundo. Pero si la historia nos ha
enseñado algo, es que es improbable que compañías de la calaña de Monsanto,
Dupont y Syngenta se queden de brazos cruzados y dejen que unos fastidiosos
jueces mexicanos frustren sus planes para la dominación de espectro completo de
la oferta mundial de alimentos.
Como advierte Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo de Acción sobre
Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC), nunca antes en la larga
historia de la agricultura y la alimentación humana hemos enfrentado tan apremiante
concentración del poder y la propiedad de la industria global de semillas, el
eslabón primario de la cadena alimentaria global. En el año 2014, sólo seis compañías
de EE.UU y Europa -Monsanto, Dupont, Syngenta, Dow, Bayer y Basf- controlan el 100 por ciento de las semillas transgénicas
plantadas en el mundo. Todas ellas eran originalmente fabricantes de productos químicos.
No siempre fue así. De hecho, tal concentración de la industria de las
semillas es un fenómeno completamente nuevo. Hace treinta y cinco años, había
miles de productores de semillas y ni uno solo de ellos tenían el control de
más del uno por ciento del mercado global. Quince años más tarde, las diez
principales compañías habían capturado el 30 por ciento del mercado, sin embargo,
Monsanto no estaba entre ellas.
Hoy en día solamente Monsanto, después de haber adquirido una enorme
cartera de compañías de semillas como Agroceres, Asgrow, Cristiani Burkard,
Dekalb, Delta & Pine y la división de semillas de Cargill North America,
controla el 26 por ciento de todo el mercado mundial de todas las semillas, no
sólo OMG. Monsanto, el segundo clasificado, Dupont, y el tercer clasificado,
Syngenta tienen el control combinado del 53 por ciento del mercado.
Tal concentración de la propiedad le ha concedido a un puñado de
corporaciones occidentales y a los gobiernos con las que están inseparablemente
entrelazadas gran control sobre uno de los recursos primarios del mundo, los
alimentos. Y aunque estas empresas controlan casi todas las semillas
comerciales, ya sea genéticamente modificadas o no, prefieren vender los OGM a
pesar de que 16 años de estadísticas
oficiales de Estados Unidos han demostrado que son menos productivos, mucho más
caros y no son resistentes a todas las plagas o enfermedades (como afirman los
gigantes de los OGM). Las dos razones principales de su preferencia por los
transgénicos son: a) que utilizan muchos más agroquímicos, una industria en la
que las mismas empresas tienen una participación que les da control; y b) al
patentar las semillas transgénicas, las compañías pueden garantizar que los
agricultores tendrán que volver por más, año tras año, década tras década.
En pocas palabras, es una dependencia impuesta a una escala nunca antes
imaginada. Como habría dicho el señor de las tinieblas de la geopolítica de
Estados Unidos, Henry Kissinger, “controla el petróleo y controlarás a las
naciones; controla los alimentos y controlarás a la gente”. Afortunadamente, en
países como México, Colombia, Chile, Francia, Alemania, el Reino Unido y la
India, la resistencia va en aumento y difundiéndose. Si va a ser suficiente
para atajar una de las mayores amenazas a la libertad humana, la salud y el
medio ambiente, sólo el tiempo lo dirá.
Don Quijones es un escritor independiente, traductor
en Barcelona, España, pero en la actualidad en México. Raging Bull-Shit es su modesto intento de
desafiar las ilusiones y quitar frotando las espumas de jabón suave que
promueven los líderes políticos y empresariales y sus principales y leales medios
de comunicación. Este artículo es una exclusiva de Wolf Street.
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