Thierry Meyssan fue el primero en demostrar que lo que nos decía la versión
oficial sobre el 11 de Septiembre era imposible y en llegar a la conclusión de
que aquellos hechos iban a ser utilizados para justificar una profunda
modificación de la naturaleza y la política del régimen estadounidense. Desde
entonces, la mayoría de sus lectores siguen profundamente interesados en lo que
sucedió aquel día mientras que el propio Meyssan ha seguido adelante,
comprometiéndose en contra del imperialismo en Líbano, en Libia y actualmente
en Siria. En este artículo, Thierry Meyssan refiere nuevamente los hechos de
aquel día.
TRECE AÑOS DESPUÉS DEL 11 DE
SEPTIEMBRE, PERSISTE LA
CEGUERA
Por Thierry Meyssan
Los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001 se mantienen en la memoria
colectiva bajo la apariencia que les dieron los medios de prensa: atentados de
enorme envergadura perpetrados en Nueva York y Washington. Pero aún siguen
manteniéndose ocultos los objetivos del poder, que sufrieron un profundo cambio
aquel día.
Cerca de las 10 de mañana, cuando ya habían tenido lugar los atentados
contra el World Trade Center y el Pentágono, el consejero antiterrorista de la
Casa Blanca Richard Clarke puso en marcha el programa de «Continuidad del
Gobierno». El objetivo de ese programa es tomar el lugar del poder ejecutivo y
del poder legislativo estadounidenses en caso de destrucción provocada por una
guerra nuclear. No había por lo tanto ninguna razón para ponerlo en marcha
aquel día. Pero a partir de su aplicación, el presidente George W. Bush fue
depuesto de sus funciones, que pasaron a manos de un gobierno militar.
Durante todo aquel día, el Poder Militar puso bajo su control a los
miembros del Congreso de Estados Unidos y sus respectivos equipos de trabajos
manteniéndolos detenidos en dos bunkers de alta seguridad que se hallan cerca
de Washington, Greenbrier Complex (en Virginia Occidental) y Mount Weather (en
Virginia).
Los militares no devolvieron el poder a los civiles hasta el final del día
y el presidente Bush pudo dirigirse a sus conciudadanos hacia las 20 horas.
El hoy ex presidente George W. Bush estuvo vagando por el país durante todo
el día. Estuvo en 2 bases militares y en ambas exigió que le trajeran un
vehículo blindado para no atravesar la pista a pie, porque temía que lo
abatiese alguno de sus propios soldados. El presidente Vladimir Putin, quien
estuvo todo el día tratando de hablar con él por teléfono –para evitar un
malentendido y que surgiese algún tipo de acusación contra Rusia– nunca pudo
ponerse en contacto con él.
Hacia las 16 horas, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon,
apareció en televisión para decirles a los estadounidenses que los israelíes
conocían los horrores del terrorismo desde hacía mucho y que compartían el
dolor del pueblo de Estados Unidos. Y de paso anunció que los atentados habían
terminado, algo que sólo podía saber estando implicado en ellos.
Podemos seguir discutiendo eternamente sobre las innumerables incoherencias
de la versión oficial de los atentados del 11 de Septiembre. Pero hay un hecho
en particular que resulta indiscutible: el «Programa de Continuidad del
Gobierno» fue activado sin que hubiese razón para ello. En cualquier país del
mundo, la destitución del presidente y el arresto de los parlamentarios por
parte de las fuerzas armadas tiene un solo nombre: es un golpe de Estado
militar.
Algunos argumentarán que George W. Bush recuperó sus prerrogativas
presidenciales al final de aquel mismo día. Es interesante saber que eso es
precisamente lo que aconsejaba el neoconservador israelo-estadounidense Edward
Luttwak en su Manual del golpe de Estado. Según Lutwak, un buen golpe de Estado
es aquel en el que nadie se da cuenta de que se ha producido un golpe de Estado
porque mantiene en el poder a quienes lo ejercen… pero les impone una nueva
política.
Aquel día se impuso el principio del estado de urgencia permanente en
Estados Unidos, principio que rápidamente se tradujo en actos con la adopción
de la USA Patriot Act. Y también se impuso el principio de las guerras
imperialistas, que fue consagrado en pocos días por el presidente George W.
Bush en Camp David: Estados Unidos tenía que atacar Afganistán, Irak, Libia y
Siria –utilizando el Líbano en el caso de Siria– así como Sudán, Somalia y,
finalmente, Irán.
Hasta este momento sólo ha podido concretarse la mitad de ese programa. El
presidente Obama anunció anoche [11 de septiembre de 2014] su decisión de
continuar su aplicación en Siria.
Hace 13 años, la mayoría de los aliados de Estados Unidos se negaron a ver
lo que ya era evidente, privándose por lo tanto a sí mismos de la posibilidad
de anticipar la política de Washington. Si es cierto que sólo el tiempo permite
ver claramente la verdad, estos 13 años deben haber aclarado las cosas: se ha
concretado todo lo que yo anunciaba, todo lo que mis contradictores calificaban
de «antiamericanismo». Y, por ejemplo, mis contradictores se quedaron
estupefactos cuando la OTAN se apoyó en al-Qaeda para derrocar la Yamahiria
Árabe Libia.
Estoy orgulloso de haber alertado al mundo sobre el golpe de Estado [que
había tenido lugar en Estados Unidos] y sobre las guerras que iban a producirse
a continuación. Pero me entristece ver que la opinión pública occidental se
quedó empantanada en una discusión sobre la imposibilidad material de que la
versión oficial sea cierta. Sin embargo, observo que hay elementos de aquel día
que aún se mantienen ocultos, como el incendio que devastó las oficinas del
Eisenhower Building, el anexo de la Casa Blanca o el misil disparado ante el
World Trade Center y que fue grabado por una televisión de Nueva York (verlo
aquí abajo).
La guerra sigue destruyendo los países musulmanes mientras que los
occidentales, decididamente ciegos, siguen discutiendo sobre la caída de las
torres.
Publicado por LaQnadlSol
USA.
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