La estructura económica y política del mundo está
cambiando rápidamente. “Nunca antes un nuevo orden mundial ha tenido que ser
montado a partir de tantas percepciones diferentes, o en una escala global semejante”, escribió Henry Kissinger
["Diplomacia", p.26). Ya no puede haber ninguna duda de que Rusia
está destinada a jugar un papel importante en la creación de ese nuevo orden.
UNA EXCEPCIÓN AL EXCEPCIONALISMO
DE LOS
ESTADOS UNIDOS (II)
Por Valery Fadeev
(Rusia)
Un Nuevo sistema mundial: los fundamentos morales
Además de los intereses nacionales, que son un componente eterno de la
política mundial, hay otro factor con mayor impacto, y esta es la base moral
que sustenta a los protagonistas que actúan en el escenario mundial. Las
relaciones internacionales y la diplomacia siempre se han basado en un
fundamento moral. Se ha planteado la hipótesis de que los viejos, pero todavía
pertinentes fundamentos morales ya no son capaces de garantizar la
sostenibilidad del sistema global, que la vieja visión del mundo está fuera de
sincronía con los últimos retos, y que no es posible reconstruir el sistema
mundial basado en una visión que corresponde al siglo pasado. Otra más atrevida
hipótesis es que Rusia puede ofrecer un nuevo marco de referencia para este
sistema global, así como nuevos principios que sirva de guía para la
interacción de los estados. Los rusos siempre han mantenido una visión del
mundo que es en cierto modo distinta (significativamente distinta durante la
era soviética) a la de los occidentales. Tal vez ahí radica la causa de la
renuencia de Occidente a aceptar la idea de una amplia cooperación con Rusia.
El riesgo para Occidente es que la visión de Rusia sobre la forma de organizar
este orden mundial puede ser demasiado atractiva para muchos, quizás la mayoría
de la población mundial. Y entonces Occidente sería despojado de su autoridad
moral.
La política exterior de los EE.UU tiene una base moral clara y sencilla -el excepcionalismo de la nación
estadounidense.
Desde el siglo 19 los estadounidenses han creído que ellos estaban
construyendo la sociedad más avanzada en la tierra, una sociedad de libertad y
oportunidades, donde cada uno es libre de encontrar su propio derrotero. La
democracia como forma de gobierno era el mejor sistema que se ideó en la
historia humana. Los EE.UU son tenidos como un modelo, y sus valores deben
prevalecer en todo el mundo. Pero esto plantea la cuestión de cómo lograr que
se impongan los valores estadounidenses y del modelo estadounidense de gobierno
y sociedad. ¿Debería uno simplemente depender en el poder de este ejemplo,
existiendo como un faro para toda la humanidad? ¿O debería la política exterior
de Estados Unidos promover activamente la propagación de las instituciones
norteamericanas?
Antes de la Primera Guerra Mundial, los EE.UU prefirió no intervenir en los
asuntos internacionales fuera de las Américas. El país se adhirió a las
doctrinas de sus padres fundadores, y esas doctrinas eran bastante
aislacionistas. Pero dentro de su propia esfera de influencia los EE.UU nunca
han sido reacios a intervenir. Tan sólo en los primeros años del siglo 20
intervino en los asuntos de países (y en ocasiones fueron ocupados) como Haití,
Panamá, Cuba y la República Dominicana. Pero la Primera Guerra Mundial marcó un
punto de inflexión, y el presidente Woodrow Wilson creó una nueva política
exterior para los EE.UU.
Wilson dio un giro intelectual y político de 180 grados. Edificando sobre
la base de la idea del excepcionalismo de la nación norteamericana, y
aparentemente sin descontar la necesidad de mantenerse al margen de las
disputas y las guerras europeas, él cambió radicalmente la política exterior de
los EE.UU, transformándola de local a global. La lógica de Wilson era como
sigue (aquí estoy elucidando sobre las ideas del libro Diplomacia de Henry Kissinger): los desafíos que enfrentan los
EE.UU fueron colocados ahí por la Providencia misma (y sería difícil inventar
una base moral más potente para la acción). La seguridad de los EE.UU es
inseparable de la seguridad del resto de la humanidad. Por lo tanto se deduce
que es el deber de los Estados Unidos resistir la agresión donde sea que tenga
lugar. La naturaleza excepcional del país requiere que su propio ejemplo sea
utilizado para afirmar la libertad y al mismo tiempo diseminarla. El fundamento
moral providencial de los EE.UU no le permite que sea limitado de ninguna manera mientras
persigue sus misiones en el extranjero -la infalibilidad del país está
predestinada. Una cruzada mundial para imponer los valores estadounidenses debe
ser lanzada. Por otra parte, la fortaleza de los Estados Unidos se atrofiará si
Norteamérica no trabaja para difundir la libertad en todo el mundo.
Cito a Woodrow Wilson, “Hemos creado
esta nación para que los hombres sean libres y nosotros no limitamos nuestra
idea y propósito a los Estados Unidos, y ahora vamos a hacer a los hombres
libres. Si no lo hacemos toda la fama de América desaparecería y todo su poder
se disiparía".
Este concepto intelectual -que combina la exclusividad de los EE.UU como un
divulgador de la libertad con su capacidad para intervenir en los asuntos de
cualquier país del mundo, si tal se considera necesario en Washington DC- ha
sido el fundamento moral de la política exterior de Estados Unidos por casi
cien años. Este es precisamente el motivo por el cual el artículo de Vladimir
Putin en el New York Times el año pasado generó tan histérica reacción en los
EE.UU. Citando a Putin: “Es
extremadamente peligroso alentar a las
personas a que se consideren a sí mismas como algo excepcional, sea cual sea la
motivación. Hay países grandes y países pequeños, ricos y pobres, los que
tienen una larga tradición democrática y aquellos que siguen buscando su rumbo
hacia la democracia. Sus políticas son diferentes, también. Todos somos diferentes,
pero cuando pedimos las bendiciones del Señor, no debemos olvidar que Dios nos
creó iguales”. Putin se “atrevió” a criticar el más sagrado de los valores
estadounidenses –el excepcionalismo de esa nación. El dejó en claro que él no
compartía semejante visión “mesiánica”, de como un sistema global de Estados
debe de ser organizado, y que pueden haber otras bases axiológicas, las cuales
él puede describir, sobre el cual fundamentar un sistema de este tipo.
Incluso si aceptamos (o por
lo menos acordamos tolerar) los valores del wilsonianismo, debemos evaluar
críticamente la práctica actual de la aplicación de la teoría de Wilson. ¿No
demostraría cualquier análisis crítico que casi no queda nada de esos ideales
mesiánicos de 100 años de antigüedad? ¿Que la humanidad ya no se siente
atraída a ese “faro de libertad”, sino
que en su lugar se siente temerosa y repelida por esa idea? Lo que fue una vez
una política idealista, y para muchos realmente lo fue, está degenerando en la más
cínica realpolitik. La burda interferencia en los asuntos internos de otros
países, que resulta en la destrucción de los aparatos del Estado y en un
elevado número de víctimas, como en Irak, Siria y Libia... La descortesía hacia
los aliados más cercanos de uno: el espionaje de jefes de Estado, la presión
sobre los bancos franceses, la negativa a devolver el oro de Alemania, etc. El
uso de fuerzas islámicas radicales para alcanzar metas no idealistas y del todo
pragmáticas y egoístas. El control sin precedentes sobre los medios de comunicación
-esto es claramente evidente en la explosión de la campaña anti-rusa que ha
acompañado a la crisis ucraniana.
La breve era de la hegemonía de Estados Unidos está llegando a su fin, y
con ella -la diplomacia wilsoniana.
La estructura económica y
política del mundo está cambiando rápidamente. “Nunca antes un nuevo orden mundial ha tenido que ser montado a partir
de tantas percepciones diferentes, o en una escala global semejante”, escribió Henry
Kissinger ["Diplomacia", p.26). Ya no puede haber ninguna duda de que Rusia está destinada a jugar un
papel importante en la creación de ese nuevo orden.
Continuará...
Valery Fadeev es el editor en jefe de la revista rusa EXPERT,
miembro de la Cámara Cívica de la Federación de Rusia.
Fuente original: Expert
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