(…) La filosofía no tiene
ninguna utilidad especial en esta vida. Desde otro punto de vista, en cambio,
se pierde algo más importante que la vida misma: aquello que hace a la vida
digna de ser vivida. Se puede vivir sin justicia, sin verdad y sin belleza.
Pero la cuestión es si la vida sigue entonces mereciendo la pena. La filosofía
es la única posibilidad que tenemos los seres humanos de comprender qué es lo
que ocurre cuando se introducen en este mundo esas tres inquietantes tensiones
éticas y políticas a las que podemos llamar platónicamente Verdad, Justicia y
Belleza. Frente a la Verdad, somos iguales. Ante la Justicia, somos libres.
Frente a la Belleza, nos descubrimos sintiendo que sentimos lo mismo que los
demás, nos sentimos, por tanto, fraternos. Para eso sirve la filosofía, para
entender qué significa eso de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
“LA FILOSOFÍA NO SIRVE PARA
NADA.
JUSTO POR ESO DEBERÍA SERVIR
PARA GOBERNAR”:
CARLOS FERNÁNDEZ LIRIA
Entrevista de: Carlos Javier González Serrano.
Nacido en Zaragoza en el año 1959, Carlos Fernández Liria es profesor de
Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Su labor docente nunca ha
supuesto un impedimento para desarrollar una ferviente actividad política
(Izquierda Anticapitalista) y participar con distintas iniciativas populares.
Es autor de numerosos libros, muchos de ellos premiados con prestigiosos
galardones, entre los que destacan El materialismo (Síntesis), Geometría y
Tragedia (Hiru) o El orden de El Capital (editado por Akal y coescrito junto a
Luis Alegre Zahonero). Conversamos con él con ocasión de la publicación de su
último libro, ¿Para qué servimos los filósofos? (Catarata), sobre el estado
actual de la filosofía y su papel en una sociedad que parece estar dominada por
el poder económico.
Como profesor de Filosofía
en la Universidad Complutense de Madrid, y tras la imposición del Plan Bolonia
en los planes de estudio, ¿se atreve a hacer un diagnóstico del estado actual
de esta disciplina?
Estamos en un momento muy difícil para la filosofía. A la devastación
introducida por el ministro Wert en la enseñanza secundaria hay que sumar la
situación en la que el Plan Bolonia y la crisis económica van a dejar las
facultades de Filosofía. La antigua licenciatura de Filosofía, que contaba con
3.200 horas lectivas, se verá reducida a cosa de 900 horas de estudios de
filosofía. Y 900 horas son absolutamente insuficientes para entender un texto
cualquiera de la historia de la filosofía. La dificultad de un texto de
Aristóteles, de Kant, de Hegel (o de Foucault o de Habermas) es siempre
inmensa. La historia de la filosofía exige mucho tiempo de estudio, mucha
paciencia, un trabajo que a veces parece inabarcable. Este trabajo, por cierto,
es muy improbable sin contar con la ayuda de buenos profesores. La verdad es
que los alumnos de la licenciatura, tras cursar 3.200 horas, reconocían salir
con una formación muy modesta y sabían que, si de verdad les interesaba la
filosofía, les esperaba toda una vida de esfuerzos incansables. Los alumnos del
“grado Bolonia” no alcanzarán, sin embargo, más que una formación banal de
cultura general sobre filosofía. Ahora bien, la filosofía es exactamente lo
contrario que la cultura general. El resultado será, sencillamente, una estafa.
En el título de su último
libro (¿Para qué servimos los filósofos?) emplea el verbo “servir” y el
sustantivo “filosofía”. ¿En qué sentido y medida es esta útil?
Ahora que vemos dañada su enseñanza, es una buena ocasión para reflexionar
sobre para qué sirve eso de la filosofía. Hay dos maneras de encarar este
asunto. En principio, comparado con los efectos demoledores que el gobierno de
Wert ha tenido para la enseñanza pública en general, lo que le haya ocurrido o
le vaya a ocurrir a la Filosofía es un asunto periférico. No digamos ya si lo
contextualizamos en la agresión general contra el estado del bienestar
emprendida por el salvajismo neoliberal de esta legislatura del PP. Lo más
grave, sin duda, es la privatización de la sanidad y la demolición de los
derechos laborales más elementales. La Filosofía no podía esperar salir ilesa
de este desastre civilizatorio en el que se han perdido en un año dos siglos de
heroicas conquistas sociales. Probablemente, esta legislatura del PP será
histórica, pues marcará el momento en el que nuestro país ingresó en el tercer
mundo, quizás para siempre. Esto sentado, hay otra manera de encarar el asunto.
El diagnóstico desde el punto de vista filosófico no puede ser más grave. Y no
por intereses corporativistas, aunque sea mucho lo que los departamentos de
filosofía pueden llegar a perder. Es un asunto que solo se aprecia en la medida
en que se ama la filosofía con mucha intensidad. Los profesores de filosofía no
tienen la culpa de que para defender algo que aman por encima de todo, tengan,
al mismo tiempo, que defender su trabajo y sus condiciones laborales. ¿Se
pierde mucho al perderse la filosofía? Desde un cierto punto de vista,
perderse, no se pierde nada. La filosofía no tiene ninguna utilidad especial en
esta vida. Desde otro punto de vista, en cambio, se pierde algo más importante
que la vida misma: aquello que hace a la vida digna de ser vivida. Se puede
vivir sin justicia, sin verdad y sin belleza. Pero la cuestión es si la vida
sigue entonces mereciendo la pena. La filosofía es la única posibilidad que
tenemos los seres humanos de comprender qué es lo que ocurre cuando se
introducen en este mundo esas tres inquietantes tensiones éticas y políticas a
las que podemos llamar platónicamente Verdad, Justicia y Belleza. Frente a la
Verdad, somos iguales. Ante la Justicia, somos libres. Frente a la Belleza, nos
descubrimos sintiendo que sentimos lo mismo que los demás, nos sentimos, por
tanto, fraternos. Para eso sirve la filosofía, para entender qué significa eso
de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
Asegura que “la filosofía no
nos eleva a los cielos. Nos ayuda a poner los pies en la tierra, para pisar
suelo firme”. ¿De qué mecanismos se sirve para ello?
“Libertad, Igualdad, Fraternidad” fue el lema de una revolución que removió
los cimientos de este mundo, que comenzó por guillotinar a un rey y que decidió
cuál había de ser en adelante nuestro referente político más irrenunciable: una
república en estado de derecho, una ciudadanía bajo el imperio de la ley, en la
que ningún dios ni ningún amo pudiera despóticamente ordenar y mandar a siervo
alguno. Fue el alumbramiento de la ciudadanía. Desde entonces, los seres
humanos no se resignan a obedecer a otras leyes que las que ellos se han dado
libremente a sí mismos. En este sentido, los que creemos en la filosofía
creemos también que sin ella habremos perdido lo más valioso de cuanto
poseemos: la posibilidad de comprender el modelo político más irrenunciable de
la historia de la humanidad.
Es como si un explorador pierde su brújula o tuviera una brújula con los
polos invertidos. No es posible orientarse en el espacio sin distinguir la
izquierda de la derecha. Lo mismo pasa en política. Lo más grave que le puede
pasar a un ciudadano es perder la posibilidad de distinguir entre izquierda y
derecha. La historia de la filosofía estudia el mecanismo de esa brújula. Sin
ella, corremos el riesgo de perder la capacidad de orientación. Los filósofos
no han estado nunca en la luna, como suele decirse. Es al contrario: la
filosofía consiste en hacerse cargo de la tensión política más radical.
En ¿Para qué servimos los
filósofos? dedica todo un capítulo a Sócrates. En él pone de manifiesto el
poder del diálogo para resolver asuntos que afectan, en términos arendtianos, a
la comunidad (al ámbito no privado). Pero ¿cómo puede ayudar la filosofía a
resolver el desajuste entre ambos terrenos? ¿Cómo acercar los problemas de la
polis a las casas?
La Ilustración tiene su condición de posibilidad en “las Luces”, en la luz
de la palabra pública. Ahora bien, los tiempos han demostrado que esta
“publicidad” tiene condiciones materiales de existencia muy determinadas, y que
de ninguna manera basta con decretar la libertad de expresión y la ausencia de
censura. Es preciso que la población en general, que cualquier particular,
tenga posibilidad de hacerse oír en las mismas condiciones que cualquier otro.
Y, para eso, es preciso que haya unos medios de comunicación públicos
absolutamente blindados frente a cualquier injerencia gubernamental o
económica. Yo diría que hacen falta unos medios de comunicación estatales, tan
públicos al menos como es pública la escuela pública. La realidad es muy
distinta, claro. Los medios de comunicación, es decir, las condiciones
materiales del uso público de la palabra, están secuestradas por poderes
privados descomunales. No es extraño, pues, que el ciudadano sienta que no
tiene nada que hacer en política, excepto, tal vez, votar cada cuatro años.
¿Cómo combatir el
escepticismo de la sociedad actual sobre las disciplinas humanísticas
(filología, filosofía, historia, etc.)?
Parece que el mercado no necesita filósofos, historiadores o poetas. Sin
embargo, hace falta recordar que no hay nada más interesante que lo
desinteresado. Los intereses de la razón son los intereses de lo desinteresado.
No cotizan en el mercado, pero cotizan en dignidad. Quizás no sean muy útiles,
si de lo que se trata es de vivir a cualquier precio; pero sí si de lo que se
trata es de vivir una vida digna de ser vivida. Si queremos vivir –como suele
decirse– en un estado de derecho, hay que tener esto muy claro. Todo el
entramado de intereses sociales y económicos debe someterse a la autoridad más
alta de los intereses de la razón, que son los intereses de lo desinteresado.
De lo contrario, no tendremos una sociedad en estado de derecho, sino un
derecho en estado de sociedad. Y eso es lo peor que puede ocurrir. Es, de
hecho, lo que está ocurriendo.
Además de haber publicado un
libro sobre El Capital (Akal, 2010), imparte clases en la universidad sobre
Karl Marx. Si pudiéramos hablar con él en este instante mientras le mostramos
el estado actual del capitalismo, ¿cuáles cree que serían sus reflexiones? ¿Qué
ayuda nos brinda la doctrina de Marx para analizar críticamente el panorama
social y económico actual?
Se ha hablado mucho de poscapitalismo y posmodernidad, pero, al final, ha
quedado claro que esta basura de mundo que vivimos es, más que ninguna otra
cosa, un mundo capitalista. Y lo que Luis Alegre y yo hemos intentado demostrar
en El orden de El Capital es que el capitalismo, básicamente, sigue
respondiendo a las mismas leyes que Marx estudió. No hay más que ver lo que
está ocurriendo. Hace 10 años casi nadie quería ya hablar de lucha de clases,
se decía que el enfoque marxista de la lucha de clases había quedado superado
por los tiempos. Pues aquí están los tiempos para demostrarlo: en un año de
legislatura del PP hemos perdido derechos laborales y sociales conquistados por
décadas y décadas de lucha de clases sin cuartel. Es irónico que fuera el
magnate Warren Buffet quien declarara eso de: “Por supuesto que hay luchas de
clases: y la mía es la que va ganando”. Por lo visto, mientras la izquierda
cazaba moscas posmodernas, los capitalistas se volvían marxistas.
A la luz de la opaca
relación actual entre clase política y sociedad, ¿se ha vuelto inaudible la voz
del pueblo que clama por la justicia y la igualdad? ¿Es el pueblo el nuevo
“carente de palabra”, al igual que lo fueron los esclavos en las sociedades de
Atenas y Esparta en la Grecia Clásica?
Ya lo he dicho, sin unos medios de comunicación estatales que sean tan
públicos al menos como lo es la sanidad pública o la escuela pública (o como pretenden
ser de públicos los tribunales de justicia, frente a las agencias privadas de
mediación de conflictos, por ejemplo), no hay ciudadanía que valga. Y si no hay
ciudadanía, no hay estado de derecho. Y menos aún si la mayor parte de la
población carece de independencia civil, es decir, depende enteramente de la
voluntad de otro para subsistir. En otros tiempos, los siervos dependían del
señor feudal. Ahora, la población es sierva de lo que decidan los mercados que
están mucho más locos y son mucho más masivamente criminales que los señores
feudales. Es decir que sí, somos esclavos y carentes de palabra. Tenemos muy
pocos medios; y estamos en guerra y la vamos perdiendo.
Las garras de la necesidad
son largas y afiladas. Ya lo contaba Homero cuando Níobe, ante la terrible
visión de sus hijos muertos, se vio acosada por el hambre. Para que exista la
filosofía, ¿deben estar cubiertas las necesidades más perentorias? ¿Es el ocio,
en el sentido puramente griego, imprescindible para la reflexión?
Es preciso la experiencia de lo desinteresado y eso no es posible sin ocio,
es decir, sin estar de alguna forma libre de la tiranía del tiempo. Tener
tiempo libre es estar libre del tiempo. La mitología griega es muy sabia al
respecto: la vida humana depende de que sea posible vencer al Tiempo, depende
de que alguien (Zeus) acabe con la dictadura del Tiempo (Cronos). Que el tiempo
no tenga la última palabra (que no sea cierto, como suele decirse que, al
final, “el tiempo dirá”), es lo que llamamos libertad. Ahora bien, la libertad
tiene mucho que hacer en este mundo, es todo lo contrario que un cruzarse de
brazos o un encogerse de hombros. Pero la esencia de su tarea, por incansable y
agotadora que sea, es la de profundizar en la victoria sobre el tiempo. De
alguna forma, es lo mismo que pensaba Marx cuando decía que el fin del
capitalismo marcaría el fin de la historia de la necesidad y el inicio de una
historia de la libertad. Y en eso tenía razón su yerno Paul Lafargue: el
comunismo tiene que ser, ante todo, el derecho a la pereza que tiene la
humanidad. El derecho a no ser esclavo de la necesidad de supervivir, a tener
tiempo para las obras de la libertad.
En las páginas finales de su
último libro asegura que “el capitalismo ha colonizado el mar, la tierra y el
aire. Aun así, todavía le quedaba el mundo inteligible por conquistar”. ¿Puede
escapar la filosofía del interés económico, de la rentabilidad y, en
definitiva, del influjo capitalista?
El capitalismo ha conquistado todos los rincones del planeta y todos los aspectos
de la vida humana. Estamos a punto de que no sea posible respirar si eso no
produce beneficio para los mercados. Sin embargo, hasta hace poco existía
todavía un edificio bastante sólido que vocacionalmente estaba construido con
criterios ajenos al ánimo de lucro. La distribución de departamentos,
disciplinas, subdisciplinas, etc., en la comunidad científica, si bien es muy
cierto que dependía de condiciones económicas históricamente determinadas,
también es muy cierto que, por su misma esencia, tendía a depender tan solo de
criterios científicos autónomos. Por supuesto que la ciencia depende de su
época. Pero lo que en ella hay de científico escapa a su época. En resumen: la
comunidad científica puede ser una pocilga, pero es lo único en este mundo que
es un poco menos pocilga que el resto el mundo. Eso ya es mucho: sabemos que
nos acercamos a la verdad, si sabemos que nos alejamos (aunque sea un poco) del
error. Eso decía Aristóteles, ¿no? La ciencia no es la voz de su época. Como
decía Husserl, la ciencia trabaja para la eternidad. Para los científicos, si
de verdad lo son, su época, todo su entramado de intereses, ideologías y
prejuicios, es, ante todo, un lastre. Un lastre que puede pesar mucho,
muchísimo, pero que no deja de ser un lastre. Pues bien, Bolonia ha sido el
empeño de invertir esa relación. Ahora los científicos tienen que ponerse al
servicio de ese lastre. En la terminología de Bachelard: se ha descubierto que
los obstáculos epistemológicos son más seguramente rentables (o más rápidamente
rentables) que la verdadera ciencia. Y por tanto se ha decretado que los
científicos no deben de tener la última palabra, sino las empresas, los agentes
sociales, los mercados, la sociedad, en suma. Esto es tanto como permitir al
capitalismo asaltar la ciudadela científica para saquearla y esclavizarla. Por
eso he dicho que el capitalismo ha conquistado, también, el mundo inteligible.
Y no va a dejar ahí piedra sobre piedra. En su lugar va a poner un puticlub de
científicos al servicio del cliente.
Usted ha sido una de las
cabezas visibles del movimiento en contra del Plan Bolonia y participa así
mismo en un partido político. ¿Cuál es el nexo entre filosofía y política? ¿En
qué sentido asegura en su libro que la filosofía sirve “para nada y para gobernar”?
Es, precisamente, el tema del libro que comentamos. Fue un encargo, y
acepté escribirlo, sobre todo, para que no lo escribieran otros que me sé. Me
espantaba que se respondiera eso de que la filosofía sirve para despertar el
espíritu crítico y ese tipo de banalidades huecas políticamente tan correctas.
La filosofía no sirve para nada y, precisamente, por eso debería servir para
gobernar. Si queremos que nos gobiernen los intereses desinteresados de la
razón, Platón estaba en lo cierto: el gobierno es cosa de filósofos. Eso no
quiere decir que los gobernantes tengan que ser licenciados o doctores en
filosofía, sino una cosa enteramente distinta: que nadie tiene derecho a ocupar
el lugar de las leyes, que las leyes deben ser producto de la argumentación y
la contraargumentación ciudadana, y que todo poder social debe estar sometido a
la ley. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en este mundo en que vivimos,
en el que los poderes económicos son poderes enteramente salvajes, sin
civilizar, que actúan al margen de la ley, chantajeando la voz ciudadana. ❖
Carlos Javier González Serrano.
Fuente original: http://filosofiahoy.es/
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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