INTRODUCCIÓN
La rebelión popular
salvadoreña en enero de 1932, cuando fueran asesinados Farabundo Martí y los
estudiantes universitarios comunistas Alfonso Luna y Mario Zapata, además del
dirigente indígena campesino Feliciano Ama, quien fuera colgado en la plaza
pública de pueblo de Izalco y exhibido durante varios días hasta que la
pestilencia empezó a enfadar a las familias oligárquicas ejecutoras; está
conectada con la historia de Jutiapa por el hecho de ser una población
fronteriza. Hacia 1929 el Socorro Rojo salvadoreño, instancia política
internacionalista, instaló su sede a una
cuadra de la Plaza de Armas de Jutiapa con el nombre de Partido Bochevique,
donde ondeaba una bandera rojinegra. El
delegado personal de Farabundo Martí era Isabel Vásquez, más conocido en el
movimiento organizativo de los artesanos y obreros jutiapanecos como Chabelito Vásquez, quien vivía
y trabajaba en su pequeño taller de zapatería en la Calle de “6 de Septiembre”.
Ante el fracaso de la insurrección, Chabelito se suicidó, no sin antes darle
apoyo a cientos de refugiados que en esos días de enero se instalaron como
pudieron en la aldea Potrero Grande, bastante aislada por esos años, lo que les
permitió pasar un tiempo inadvertidos. Esa historia no oficial está por ser
contada, por ser difundida y ampliada, en pueblos como el de Jutiapa
deliberadamente deshistorizados y que siguen ignorando en el siglo XXI los muchos aportes dados para la construcción
de una sociedad mejor y el socialismo. Luciano
Castro Barillas.
REBELIÓN Y MASACRE EN
EL PULGARCITO DE
AMÉRICA (1932)
Por Renán Vega Cantor
“En mi triste país se suceden los horrores. Se
dice de tres mil muertos, campesinos casi todos, que se lanzaron a tomar los
cuarteles, exasperados por el hambre. Les tachan de bolscheviques (sic), de
monstruos, de cuanto adjetivo denigrante les sugiere el miedo y la cólera a los
terratenientes y millonarios enfurecidos y vencedores”.
Alberto Masferrer, 4 de febrero de 1932.
El Salvador, situado en el centro del continente americano, es un pequeño
país con una extensión de 22 mil kilómetros cuadrados, dedicado principalmente
a la producción de café. El 85% de sus exportaciones corresponden a este
producto y se concentran en los mercados de Alemania y Estados Unidos. Para
1932 tiene un millón y medio de habitantes, de los cuales el 80% vive y trabaja
en el campo. Un ínfimo 0.2% de la población constituye la clase dominante, el
4.4% las clases medias y el 95% restante lo forman campesinos, indígenas,
jornaleros agrícolas y unos pocos obreros urbanos.
La tierra es el rasero que marca la desigualdad social, porque la
oligarquía cafetalera la acapara, mientras miles de indígenas y campesinos no
tienen ni donde caer muertos. Esto lo constata a finales de 1931, el mayor A.R.
Harris, agregado militar de los Estados Unidos: “El 90 por ciento de la
riqueza del país la posee el 0.5 por ciento de la población. Entre 30 o 40
familias son propietarias de casi todo el país. Viven con esplendor de reyes,
rodeados de servidumbre, envían a sus hijos a educarse a Europa o a Estados
Unidos, y despilfarran el dinero e sus antojos. El resto de la población no
tiene prácticamente nada…”.Como expresión del lujo y derroche “una de las
primeras cosas que se observa cuando uno llega a San Salvador, es la abundancia
de automóviles de lujo que circulan por las calles. (…) No parece que
exista nada entre estos carísimos vehículos y la carreta de bueyes guiado por
el boyero descalzo.
Esta situación constituye una verdadera bomba de tiempo que tarde o
temprano puede estallar, como señala el agregado militar: “Me imagino
que la situación de El Salvador actual se asemeja mucho a la de Francia antes
de su revolución, Rusia antes de su Revolución y México antes de su revolución.
(…) Una revolución socialista o comunista puede retardarse por varios años en
este país, digamos diez o veinte años, pero cuando por fin suceda va a ser
sangrienta”.
EL PUEBLO SALVADOREÑO SE REBELA
En la década de 1920 el control político en el Salvador está a cargo del
clan familiar de los Meléndez-Quiñónez. Eso cambia temporalmente en 1931 cuando
Arturo Araujo se impone en las elecciones, a nombre del Partido Laborista. El
punto central del programa presidencial es el reparto de la tierra, lo que
genera gran apoyo y expectativa entre la población pobre y campesina. Sin
embargo, muy rápido cunde la decepción, porque el nuevo gobierno no cumple sus
promesas y adopta la represión abierta de obreros y campesinos. Araujo pierde
el apoyo del Ejército y esto propicia un golpe de Estado del 2 de diciembre de
1931, cuando asume el poder el vicepresidente y ministro de Guerra Maximiliano
Hernández Martínez, llamado El Brujo, por ser un teósofo declarado.
El nuevo dictador convoca a elecciones municipales en los primeros días de
enero de 1932 y de forma sorpresiva, el Partido Comunista (PCS) gana en algunos
lugares. Para desconocer este triunfo se acude al fraude. Ante esta situación
el PCS empieza a promover la idea de una insurrección y establece contactos con
campesinos e indígenas del occidente del país, los cuales ya habían tomado la
decisión de llevar adelante un levantamiento armado por su propia cuenta.
El
objetivo del PCS es coordinar una insurrección general en todo el país. Sin
embargo, el plan es descubierto y el 18 de enero son capturados Farabundo Martí
y los estudiantes universitarios Alfonso Luna y Mario Zapata principales
dirigentes del Partido Comunista y conductores del levantamiento. En la noche
del 20 se reúne el Comité Central del PCS para discutir la pertinencia de
seguir adelante con la insurrección y, aunque hay posiciones en contra porque
ya no se tiene la capacidad real de conducirla, la mayoría opta por mantener el
plan.
El 22 entran simultáneamente en erupción varios volcanes en Guatemala y
el Izalco, —conocido como el Faro del Pacífico— en el Salvador. Un coro de
estruendos acompaña la erupción y la emisión de cenizas que recubre los cielos
de América Central. Como si esa fuera la señal que esperan los campesinos e
indígenas desde hacía decenios, al momento se desencadena la insurrección. La
rebelión comienza en la medianoche del 22-23 de enero y se concentra en seis
localidades del occidente del país. Iluminados por el resplandor que generan
los volcanes en actividad, miles de hombres y mujeres, empuñando palos,
machetes y unas cuantas armas se dirigen hacia los poblados y atacan las
estaciones de policía, las oficinas municipales y los puestos de telégrafo,
símbolos y sedes del poder político y militar. Atacan las casas de los terratenientes
y de los ricos de los pueblos y saquean las tiendas y comercios locales,
llamando a la gente del lugar a unirse al movimiento. En su accionar ejecutan a
unas setenta personas, grandes propietarios o sus allegados. Algunos grupos de
insurrectos gritan consignas favorables al Socorro Rojo y al PCS y proclaman
por primera vez en América Latina la implantación de soviets rurales.
LA MASACRE
El bestial contra-ataque del régimen militar se inicia el 24 de enero y en
menos de 48 horas aplasta la rebelión. En la tarde del 25, todos los pueblos
están en manos de las tropas gubernamentales. Esto es posible porque, luego de
conocida la noticia del levantamiento, el gobierno junta las tropas del centro
y el oriente del país y las envía en tren hacia los lugares donde se encuentran
los rebeldes. Apenas llegan, se inicia la brutal carnicería. No les resulta
difícil, porque a los palos y machetes que portan los rebeldes se les enfrentan
ametralladoras y fusiles de largo alcance e incluso a aviones que bombardean a
la población en forma inmisericorde.
Los militares y las Guardias Cívicas,
formadas por miembros de las clases dominantes, asesinan a todo aquel que
consideren comunista y/o indígena. Se remiten a las listas electorales y eligen
como víctimas a quienes habían votado por los comunistas, puesto que allí
estaban consignados los datos personales, lugar de residencia y partido por el
que habían votado. Pero en general no se ponen con tanta “sutileza” y todo
varón adulto que se encuentre en el camino es fusilado.
Mientras en el
occidente se abren fosas comunes para enterrar a los labriegos, en San Salvador
son capturados los comunistas que aparecen registrados en los libros de
votaciones y en las márgenes del río Acelhuate son fusilados. Luego son tirados
a fosas comunes o son incinerados. A Miguel Mármol (1905-1993), fundador del
PCS, se le intenta fusilar, pero sobrevive para relatar las atrocidades
cometidas en 1932. Como colofón represivo de la violencia anticomunista, el
primero de febrero, luego de un juicio amañado, son fusilados los dirigentes
del PCS Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mario Zapata.
La represión produce miles de muertos, tanto en los primeros días cuando
llegaron las tropas a las zonas ocupadas por los rebeldes, como en las semanas
siguientes por parte del Ejército y los grupos paramilitares de las Guardias
Cívicas. Nunca se podrá establecer con exactitud la dimensión de la masacre,
porque se impone la censura de prensa, se destruyen los archivos oficiales de
1932 por orden del dictador Martínez y los cadáveres son enterrados sin ningún
registro ni identificación. Si como estiman diversos testigos e investigadores,
se asesinó a 30 mil personas, estamos ante un auténtico genocidio, porque eso
significa que en un breve lapso de tiempo fue exterminado el 2% de la
población.
La magnitud de la masacre se registra en un telegrama del general
José Tomas Calderón, Jefe de Operación de la Zona Occidental, dirigido al
almirante Smith y comandante Brandeur, de los barcos de guerra Rochester,
Skeena y Wancouver, en el que se complace en comunicarles que (...) hasta
hoy cuarto día de operaciones están liquidados cuatro mil ochocientos
bolcheviques”. Si eso se dice de manera oficial sobre lo
acontecido en los primeros días, es lógico suponer que la cifra se elevó en
miles en las semanas siguientes, cuando tanto las tropas oficiales como las
Guardias Cívicas prosiguieron con su propósito de exterminar a todos los indios
y comunistas que encontraran en su camino, o a quienes calificaban de ese modo.
Un periódico informa que, debido al elevado número de muertos “se
incinera gran cantidad de cadáveres de comunistas en todos los lugares en donde
fueron reprimidos los levantamientos”. Así mismo, se comunica
que “para evitar las epidemias, la dirección General de Sanidad ha
ordenado la incineración de los cadáveres de los comunistas muertos en los
diferentes encuentros habidos en la República”.
Como una prueba del
sadismo de la represión, en Izalco es asesinado, colgado y exhibido en público
el cacique Feliciano Ama, quien es calificado como un indio comunista. El
espectro anticomunista y racista aflora para justificar la masacre y en los
periódicos se exige la destrucción de “la hiedra de cien cabezas del
comunismo”, así como aniquilar a los “indios borrachos y degenerados”.
Diez
días después del levantamiento, llegan al Puerto de Acajutla dos barcos de la
marina británica y uno de los Estados Unidos, so pretexto de proteger los
intereses de sus connacionales que residen o tiene negocios en el país. El
objetivo es intervenir si fuese necesario para reprimir el levantamiento
popular. Con su presencia bélica, las potencias respaldan la masacre.
CLASE Y ETNIA EN EL TRASFONDO DE LA MASACRE
Para explicar la rebelión y la masacre deben considerarse los problemas de
etnia y clase, que están referidos a las características de las dos
insurrecciones que estallan a mediados de enero de 1932 y que en forma
espontánea confluyen: la que organiza el PCS y la que preparan los indígenas
del occidente del país. Por ello, en el análisis de la coyuntura que origina la
Gran Depresión (1929-1933), es indispensable recordar los procesos de largo
plazo que “pueden ser resumidas en dos palabras: indígenas y café”.
La
Gran Depresión del capitalismo mundial tiene efectos inmediatos en la sociedad
salvadoreña, que se configuran en el telón de fondo de la masacre de 1932.
Cuando estalla la crisis de 1929 se desploman los precios del café hasta en un
46%. Los efectos son inmediatos y catastróficos: bajan las importaciones,
descienden los salarios de los peones y de los pocos funcionarios del Estado,
el hambre y el desempleo se extienden por los campos salvadoreños. Como
siempre, la crisis recae sobre los pobres y desposeídos, mientras los
terratenientes y hacendados mantienen sus privilegios, hasta el punto que el
Estado los exonera de pagar impuestos por la exportación de café.
La caída del
consumo del café en el mercado mundial crea condiciones para que diversos
sectores de las clases subalternas se organicen. La resistencia y la rebelión
se encuentran a flor de piel, motivadas por el impacto inmediato de la crisis y
son factibles porque un proceso de organización de trabajadores, campesinos e
indígenas se había gestado a comienzos de la década de 1920. En efecto, en 1923
surgieron los primeros sindicatos y en 1924 se creó la Federación Regional de
Trabajadores Salvadoreños (FRTS), cuyos objetivos principales apuntaban a
luchar por la tierra y el aumento de salarios.
A comienzos de la década de 1930
los indígenas enfrentan el alto precio de los alquileres de la tierra y
demandan la implementación de una ley que prohíba la expropiación por deudas y
garantice la devolución de las tierras que les habían arrebatado. Los
campesinos pobres reciben instrucción política de estudiantes y de maestros
rurales, influidos por el Socorro Rojo Internacional y la FRTS. El primero
canaliza ayuda a los sindicatos y a las organizaciones obreras en diversos
lugares del mundo. En el Salvador, el Socorro Rojo llega a contar con seis mil
participantes y la FRTS alcanza los 75 mil afiliados.
En este proceso de
organización se destaca la fundación del Partido Comunista del Salvador (PCS),
en el cual se aglutinan líderes políticos y sindicales, con experiencias de
lucha en varios países de América Central, entre los que sobresalen Farabundo
Martí y Miguel Mármol. Ese partido se funda oficialmente en marzo de 1930 y el
primero de mayo de ese año organiza el desfile de miles de personas por la
calles de San Salvador.
EL PROBLEMA DE CLASE
Antes de la rebelión armada, la prensa de San Salvador manifiesta sus
temores ante un posible levantamiento popular. Al respecto, el arzobispo de esa
ciudad, Monseñor Belloso, les escribe una carta a los capitalistas del país, en
la que advierte sobre el peligro comunista si no se trata a la gente con
justicia. El texto de la carta señala:
“Nos permitimos preguntar:
1) ¿Sabe usted cómo viven sus colonos?
2) ¿Tienen ellos en sus viviendas cierta comodidad
e higiene?
3) ¿Se les paga el salario suficiente, no sólo
para el vivir cotidiano, sino también para que sostengan a su familia, a base
de economía y honradez?
4) ¿Los colonos y empleados todos, trabajan de tal
manera que pueden cumplir con sus obligaciones religiosas?
5) ¿Se les da facilidades para que sus hijos
reciban la instrucción conveniente?
6) ¿Cuentan con médico y medicinas para sus
enfermedades ordinarias, particularmente si viven en zonas malsanas?
7) ¿No se abusa de la debilidad de los niños
obligándoles a trabajos incompatibles con su edad?
8) ¿Se impone a las mujeres, sobre todo a las que
son madres, obligaciones que les imposibilitan atender a sus niños?
Si todos los patronos tratan a sus trabajadores de
modo que no se deje ni una sola de estas cosas sin cumplir, creemos, y estamos
seguros de ello, que el peligro comunista quedará completamente
conjurado”.
Este texto percibe la desigualdad social, de clase, que se hace más
evidente en la coyuntura de la Gran Depresión. En el fondo, este problema de
clase expresa la contradicción entre los terratenientes/hacendados cafetaleros
con los campesinos y los proletarios agrícolas. Existe un malestar campesino
como resultado de la expropiación de los ejidos, el trato indigno que reciben
los labriegos y los trabajadores asalariados, al cual debe agregarse el choque
violento de la crisis en la economía cafetera. Este descontento es canalizado
por el Socorro Rojo Internacional y el recién fundado PCS, que encuentra un
terreno abonado por las humillaciones acumuladas por los pobres y por la
decepción ante el gobierno de Araujo.
No por casualidad, en aquellas regiones
de mayor densidad campesina y productoras de café es donde más fuerza tiene la
rebelión. Precisamente, el PCS logró cierta influencia entre los campesinos y
jornaleros porque había escuchado la queja más común de la gente: la caída del
salario en las fincas cafeteras, en razón de lo cual envía a los activistas en
los días de pago, exige mejoras salariales y organiza huelgas, muchas de las
cuales son victoriosas porque tienen objetivos claros, como aumento de salarios
nominales y mejor ración de comida para los jornaleros.
La miseria de los
campesinos, como expresión de esta contradicción de clase, es registrada por V.
Brouder, comandante de los marines canadienses que desembarcó en el puerto de
Acajutla el 23 de enero de 1932. Para éste: “En una determinada finca de
café… (los) obreros trabajan hasta diez horas al día en algunos casos, a cambio
de lo cual se les paga 25 centavos diarios... Además se les da… un puñado de
frijoles y unas cuantas tortillas… y café para tomar; el costo para alimentar a
cada trabajador no pasa de un centavo por día. El valor de la cosecha de café
de esta finca se estima en unas 100,000 libras esterlinas; un cálculo rápido
indica que el costo de la mano de obra para todo un ciclo agrícola alcanza a lo
sumo la cantidad de 2,000 libras esterlinas…”. En suma, el costo de la
fuerza de trabajo representa el 2% del valor de la cosecha de café, lo que
genera una envidiable tasa de ganancia para la oligarquía cafetera.
TENSIONES ÉTNICAS
En el fondo de la rebelión y la represión que le siguió se esconde un
asunto crucial de la historia del Salvador: el de la marginación y sometimiento
de los indígenas por parte de los blancos y ladinos.
Para la comprensión de la
rebelión indígena deben considerarse las causas de larga y corta duración. En
cuanto a las primeras, se habían ido acumulando durante siglos los golpes de la
opresión, la humillación y el despojo por parte de los grandes terratenientes,
los blancos y los ladinos, contra los cuales en numerosas ocasiones se habían
rebelado los indígenas. A éstos se les arrebatan sus tierras y se les
convierte, con diversos procedimientos violentos y legales, en peones de las
haciendas, donde soportan un trato despótico y se les paga con monedas emitidas
por las haciendas que sólo se pueden usar en la tienda de raya del dueño del
cafetal.
Esto se conjuga con las razones de corto plazo, catalizadas por el
impacto de la Gran Depresión en la sociedad salvadoreña, con huelgas y
protestas para defender el empleo y pedir mejora de salarios. En esta
coyuntura, los indígenas no están solos, porque los mismos problemas que genera
el colapso del café en el mercado mundial, afectan a obreros, campesinos e
indígenas. Pese a todo, los indígenas tienen sus propios objetivos, que están
relacionados con el problema estructural que afrontan al ser despojados de sus
tierras, las que son acaparadas por los ladinos (mestizos).
En el momento de la
masacre y en las semanas siguientes emerge con gran fuerza el racismo de blancos
y ladinos. Por ejemplo, en La Prensa del 4 de febrero un
titular sostiene que"los indios han sido, son y serán enemigos de los ladinos". Y
en el artículo correspondiente se señala que (...) no había un solo
indio que no estuviera carcomido por el comunismo devastador... Cometimos
un grave error al hacerlos ciudadanos. Claro, estos mismos indígenas
son los peones y sirvientes de los hacendados, muchos de los cuales participan
en la insurrección, junto con sus caciques.
El ataque sistemático contra los
rebeldes es un verdadero etnocidio, ya que se identifica a las víctimas por sus
rasgos físicos, su lengua, o su vestimenta. Como consecuencia, los
sobrevivientes se ven obligados a abandonar sus costumbres y tradiciones. En
esta perspectiva, la masacre de 1932 no es una revuelta campesina con un
componente racial, sino “la última convulsión de la rebelión indígena
contra el colonialismo”. En 1931 los indígenas pierden lo poco que les
quedaba de tierra y ven disminuir su precario ingreso de subsistencia. En estas
condiciones, “el movimiento comunista solamente proporcionó el fósforo
que dio fuego a este material combustible de resentimiento étnico. La revuelta
en sí, sus slogans, liderazgo, blancos y metas, sugieren una guerra de
razas, con grupos indígenas asaltando los emblemas del poder ladino. La
represión subsiguiente indicaba las mismas dinámicas raciales”.
Esto
se manifiesta en el carácter y sentido de la represión que no es obra exclusiva
del ejército, sino de grupos privados organizados y financiados por blancos y
ladinos, que persiguen y matan con saña a lo que consideran como “plaga
comunista”. En este caso el apelativo de comunista encubre su odio
hacia los indígenas.
Hasta tal punto existía un problema histórico entre
indígenas y ladinos, producto del racismo y de la opresión de éstos últimos,
que el PCS enfrenta grandes dificultades porque sus activistas son ladinos
urbanos, mientras que los habitantes del occidente del país son indígenas. Por
esta razón, estos últimos son muy recelosos con los comunistas, aunque les
lleven mensajes de liberación económica y política.
El odio contra los indígenas que aflora luego de la rebelión lo hace
público un hacendado: "Deseamos que se extermine de raíz la plaga;
de lo contrario, brotaría con nuevos bríos, ya expertos y menos tontos (…)
Hicieron bien en Norteamérica, de acabar con ellos; a bala, primero, antes de
impedir el desarrollo del progreso de aquella nación; mataron primero a los
indios porque éstos nunca tendrán buenos sentimientos de nada. (…) Tienen instintos
feroces".
CONSECUENCIAS DE LA MASACRE
La masacre de 1932 tuvo efectos inmediatos y mediatos, que vale la pena
enumerar. En el corto plazo permite la consolidación de la dictadura de
Hernández Martínez que se extiende hasta 1944, cuando una huelga general lo
obliga a renunciar y a huir del país. Esta dictadura feroz es ejercida por un
personaje que solía repetir: “Es un crimen más grande matar a una
hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir reencarna mientras que la
hormiga muere definitivamente”. Martínez dice tener contactos con
médicos invisibles, con los que se comunica por medio de aguas de colores que
guarda celosamente en unos frascos. A tal punto llega su fe en estos “médicos”,
que decide combatir una epidemia de viruela forrando con papel azul las
lámparas de las plazas, a la espera de que sus amigos invisibles actúen.
Incluso, deja morir de apendicitis a uno de sus hijos, al pretender curarlo con
sus aguas azules. Durante los doce largos años de su gobierno reprime a diestra
y siniestra y se granjea la simpatía de los Estados Unidos, pese a que coquetea
furtivamente con el nazi-fascismo.
A raíz de la masacre, los más afectados de
manera inmediata son los campesinos y, sobre todo, los indígenas que son
prácticamente exterminados. Los sobrevivientes se convierten en ladinos, es
decir, son incorporados al proyecto mestizo en forma violenta. El dictador
prohíbe que los sectores subalternos estudien porque si lo hacen se vuelven
comunistas y, según su fabulosa doctrina, los pobres están destinados a
ocuparse de las labores de limpieza.
En la larga duración, la masacre
transforma a la sociedad salvadoreña. La violencia destruye un proceso de
organización popular, consolida una forma de poder militar dictatorial que
perdura el resto del siglo (hasta 1992). Paralelamente se impone el anticomunismo
como una doctrina de Estado, utilizada para reprimir, perseguir y asesinar a
los opositores políticos. El Ejército se convierte en guardián del poder de las
clases dominantes. Estas, a su vez, lo aceptan y ceden el control directo del
aparato de Estado a los militares.
Se impone el silencio, la censura y la
tergiversación de los sucesos de 1932, los cuales son presentados por la
historia oficial como una cruzada del comunismo internacional en tierras
americanas. Se instaura la cultura del terror contra los pobres y contra todos
los que se atreven a protestar, a nombre del anticomunismo visceral.
Finalmente, como le ha sucedido a otros militares masacradores en la historia
de América Latina, Maximiliano Hernández Martínez no muere de muerte natural.
El 15 de mayo de 1966, cuando tenía 84 años, es ejecutado en Honduras por su
chofer personal, Cipriano Morales, quien le propina 17 puñaladas. Se dice que
es en venganza, porque Morales es hijo de una de las víctimas de la dictadura y
actúa siguiendo la máxima popular que reza: ¡El que a hierro mata a hierro
muere!
TODOS
Roque Daltón
Todos nacimos
medio muertos en 1932
sobrevivimos pero medio vivos
cada uno con una cuenta de treinta mil muertos enteros
que se puso a engordar sus intereses
sus réditos
y que hoy alcanza para untar de muerte a los que siguen naciendo
medio muertos
medio vivos.
Todos nacimos medio muertos en 1932.
Ser salvadoreño es ser medio muerto
eso que se mueve
es la mitad de la vida que nos dejaron.
Y como todos somos medio muertos
los asesinos presumen no solamente de estar totalmente vivos
sino también de ser inmortales.
Pero ellos también están medio muertos
y sólo vivos a medias.
Unámonos medio muertos que somos la patria
para hijos suyos podernos llamar
en nombre de los asesinados
unámonos contra los asesinos de todos
contra los asesinos de los muertos y los medio muertos.
Todos juntos
tenemos más muerte que ellos
pero todos juntos
tenemos más vida que ellos.
La todopoderosa unión de nuestras medias vidas
de las medias vidas de todos los que nacimos medio muertos
1932.
sobrevivimos pero medio vivos
cada uno con una cuenta de treinta mil muertos enteros
que se puso a engordar sus intereses
sus réditos
y que hoy alcanza para untar de muerte a los que siguen naciendo
medio muertos
medio vivos.
Todos nacimos medio muertos en 1932.
Ser salvadoreño es ser medio muerto
eso que se mueve
es la mitad de la vida que nos dejaron.
Y como todos somos medio muertos
los asesinos presumen no solamente de estar totalmente vivos
sino también de ser inmortales.
Pero ellos también están medio muertos
y sólo vivos a medias.
Unámonos medio muertos que somos la patria
para hijos suyos podernos llamar
en nombre de los asesinados
unámonos contra los asesinos de todos
contra los asesinos de los muertos y los medio muertos.
Todos juntos
tenemos más muerte que ellos
pero todos juntos
tenemos más vida que ellos.
La todopoderosa unión de nuestras medias vidas
de las medias vidas de todos los que nacimos medio muertos
1932.
Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad
Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx
y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999;
Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002;
Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta,
1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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