miércoles, 15 de agosto de 2012

UN AZUCARADO ARZOBISPO…



INTRODUCCIÓN

Lo dicho y hecho por el arzobispo de Guatemala no sé si ubicarlo entre el candor o la ignorancia. Quisiera que sus declaraciones fueran resultado del desconocimiento económico de la naturaleza de los procesos productivos y que lo dicho responda a la ingenuidad de un sacerdote a quien sorprendieron unos pícaros empresarios que le exhibieron la cara amable de una industria codiciosa, explotadora, corrupta y evasora de impuestos (con sus fundaciones), sin que fuera llevado a ver de manera directa, en el campo de cultivo de la caña de azúcar, las durísimas condiciones laborales de los cortadores y apiladores de caña temporales donde, para empezar, se debaten por la necesidad en largas jornadas de insolación a temperaturas que llegan casi a los 50 grados centígrados. Que los recintos observados por él responden a esa clase de “aristocracia obrera” cuyas condiciones de trabajo son diametralmente opuestas a los peones o jornaleros rasos, al final, la verdadera fuerza de trabajo, las auténticas fuerzas productivas. Posiblemente monseñor por su sobrepeso, para no fatigarse, no quiso ir al campo o no lo quisieron llevar y solo pudo ver ese mundo delicioso, casi perfecto, humano y digno; que exhiben los empresarios. Yo quiero creer que monseñor fue utilizado. Que emitió con ligereza una opinión de una verdad relativa. Lo he escuchado varias veces y sus declaraciones las valoré sensatas, francas, directas, justas… Pero hoy, francamente, se equivocó. Se equivocó terriblemente, porque está legitimando con su palabra de pastor hechos repudiables de una clase social que, para variar, siempre se salen con la suya. Solo esto nos faltaba, que la explotación injusta, sea bendecida y los explotadores sean varones con olor a santidad. Luciano Castro Barillas.





UN AZUCARADO ARZOBISPO


                                           


























        

Por Mario Roberto Morales, Guatemala, agosto 15, 2012



Sobre la dulzura del catolicismo, la publicidad y el monopolio.

Pasa por la tele un largo anuncio de Azúcar de Guatemala en el que el presentador afirma haber visitado las instalaciones del monopolio azucarero y atestiguado las excelentes condiciones en que la fuerza laboral desarrolla sus actividades. La cámara muestra comedores limpios, ambientes agradables y semblantes satisfechos.

El presentador no es un merolico cualquiera, sino uno al que la dignidad de su cargo le permite influir sin esfuerzo en millones de creyentes, pues se trata del Arzobispo de Guatemala; cuya imagen gesticulante –ubicada en un recuadro pequeño mientras en el encuadre mayor aparecen instalaciones y personas del monopolio azucarero– convence al televidente de que lo que hace esta empresa en cuanto a sus trabajadores es “positivo”.

El hecho de que el rostro del prelado aparezca inserto en el más amplio encuadre que muestra el lugar físico del monopolio, hace pensar que quizá no visitó los lugares que con tanto frenesí pondera, pues de haber sido así los publicistas no habrían desperdiciado la oportunidad de mostrar su regordeta humanidad in situ, dando con ello un irrebatible testimonio ocular como sustento de sus afirmaciones.

Pero como al parecer esto no ocurrió, quizá a su ausencia del lugar se deba que no viera a los tiznados cortadores de la zafra con las espaldas encorvadas sobre los cañaverales chamuscados (aspirando la “nieve negra” que infesta la Costa Sur), ni la condición laboral de la peonada temporaria, y menos aún el daño ambiental que causa el edulcorado negocio del azúcar.

Vale por ello la pena que el prelado sepa que el precio mundial de una libra de azúcar sin refinar es de US$0.21. Que en 2011, Guatemala obtuvo US$650 millones por la exportación de este producto. Que un 35% del total producido se vendió localmente a Q3 la libra (US$0.38) al mayoreo (al consumidor se le vende a Q3.75 y Q4), creando un ingreso de US$600 millones. Y que en 2005 el costo de producción local de la libra de azúcar sin refinar era de US$0.08. Es decir que la ganancia en el precio mundial es de US$0.13 (más del 60% del ingreso total de la venta) y la ganancia en el precio nacional es de US$0.30 (más del 75% del ingreso total de la venta).

Es bueno que el jerarca entienda que el valor de las mercancías se crea en el proceso de producción y que sus precios se fijan arbitrariamente en el proceso de circulación; que el sector azucarero controla tanto el proceso de producción como el de circulación, y que por eso su mercado interno es cautivo. Asimismo, que los azucareros no pagan a cabalidad los impuestos por sus terrenos aduciendo que los alcaldes locales son corruptos, y que éstos admiten que aquellos financian sus campañas políticas. Lo cual ilustra que el monopolio invierte en corrupción pública para evadir impuestos (Inforpress 15-5-05).

El alto precio local del azúcar (mayor que el mundial) les asegura ganancias a los azucareros cuando el precio mundial baja. Pero si ese precio es el más alto en 30 años, ¿cómo explica el prelado el aumento del precio local y que los salarios del sector no aumenten en proporción? Y sobre todo, ¿cómo justifica que un arzobispo –amparado en la dignidad de su investidura– legitime prácticas monopólicas como estas ante una feligresía que no duda de su honestidad como encarnación de las virtudes de Aquél que sacó a patadas a los mercaderes del templo, y de la iglesia que lo representa?












Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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