martes, 14 de agosto de 2012

UNA VIOLENCIA…

Hay un imaginario colectivo que se ha consolidado en la mente de los guatemaltecos en los últimos 25 años y es la creencia que el proceso de apertura política y el imperio de la ley  que vivimos en un cuarto de siglo (1985) es necesariamente “democracia”. Es tan frágil esta experiencia política que en este país no se ha podido vivir ni siquiera electoralmente una democracia electoral. Los grupos de poder se han mantenido inalterables en la conducción del país y los sucesivos gobiernos no han podido cambiar un régimen que día a día profundiza su descomposición y está inhibido de resolver los problemas más acuciantes de los sectores populares. Este estudio, aunque ya de muchos años, no deja de tener vigencia e importancia actual dado que es casi desconocido para la mayoría de guatemaltecos. Esa disonancia cognitiva de un concepto con dificultades de reificación ha creado una generación estólida de guatemaltecos y una caterva amplia de oportunistas politicastros que aliados del poder tradicional guatemalteco y transnacional, llevan a esta sociedad a un callejón sin salida, porque lo dicho por el gran estratega militar polaco que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, en Guatemala mentes luciferinas, paradójicas y perversas invirtieron ese postulado para enfatizar en que aquí nada ha cambiado ni cambiará. Que es un mundo de apariencias, tal lo afirmado por el general Gramajo cuando se le entrevistó: “La política es la continuación de la guerra”. Todo está dicho. Por eso Guatemala es lo que es y está como está. Luciano Castro Barillas.


UNA VIOLENCIA 
LLAMADA DEMOCRACIA

General Héctor Gramajo Morales


Jennifer Schirmer

Reseña por Larry Rohter


Como todo periodista o diplomático que ha estado por algún tiempo en Guatemala lo puede confirmar, no hay grupo en ese país más difícil de penetrar que las fuerzas armadas guatemaltecas. Como casta y como institución, el ejército desconfía de los de fuera y es reacio a tratar con ellos. Por su puesto que existen sobradas razones para ello, como lo han detallado sucesivos reportes de los derechos humanos. Oficiales y soldados ordenaron y llevaron a cabo la gran mayoría de las 200,000 muertes y desapariciones que tuvieron lugar durante los 36 años de guerra civil en el país.

Dado el record y la cautela que lo acompaña, "The Guatemalan Military Project: A Violence Called Democracy"  (El proyecto militar de Guatemala: Una violencia llamada democracia), de Jennifer Schirmer, es un logro extraordinario. Por más de una década ella logró con éxito que más de 50 oficiales guatemaltecos, desde generales en el Ministerio de Defensa hasta llegar a sargentos en el campo de operaciones, accedieran a entrevistas en las cuales no solo se trataban directamente estos asuntos, sino también hablar con desacostumbrado candor a cerca de sus acciones, sus creencias y sus relaciones que van desde políticos civiles guatemaltecos hasta el stablishment militar y de inteligencia de los Estados Unidos.

La figura central en el trabajo de Schirmer, en lo que ella correctamente llama “la más poderosa, la menos investigada y entendida institución en Guatemala” es el general Héctor Gramajo Morales, a quien ella entrevistó en 14 ocasiones por  período de cinco años. Como Ministro de Defensa entre 1987-1990 y como jefe adjunto del Estado Mayor y autoproclamado “El mero tata” de la inteligencia guatemalteca antes de ese período, Gramajo jugó un papel principal; primero, en supervisar la transición formal a un gobierno civil y luego en controlar a los grupos de oficiales de alto rango quienes no estaban dispuestos a ceder aunque fuera en apariencia el poder con el objetivo de retener su esencia.

Locuaz pero astuto, Gramajo argumenta que en Guatemala, el famoso dictum de von Clausewitz trabaja en reversa: “La política debe ser la continuación de la guerra”. Y no como lo es el postulado clásico del estratega polaco  que "la guerra es la continuación de la política por otros medios". Schirmer demuestra como Gramajo y otros llamados “institucionalistas” empujaron por un sistema de “cogobierno” que otorgaría a civiles obedientes la suficiente autoridad para argumentar en el exterior que Guatemala estaba en un proceso de transición democrática, mientras que, simultáneamente, se forzaba a aquellos en el poder a compartir la culpa por las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por los militares.

“Interpretar esta apertura como algo distinto de la intención del ejército de confundir responsabilidad con culpabilidad, sin otorgarle poder al gobierno, sería ingenuo”, concluye Schirmer. O como el mismo Gramajo lo expone: "Mi salvación es que mi jefe sabía todo. Si hay algo que ha sido omitido o cometido, no es mi responsabilidad, entonces, es de él”.

Schirmer también nos introduce a figuras poco conocidas, aunque no menos importantes, como el coronel Manuel de Jesús Girón Tánchez, secretario privado de los dos últimos militares que fungieron como jefes de estado. Con estudios en abogacía, Girón Tanchez trabajaba tras bastidores como el “arquitecto legal” encargado de elaborar el anteproyecto de estatutos que incrustaba en la actual constitución guatemalteca la supremacía del ejército, limitando de esta manera el poder de los cuatro presidentes civiles que han gobernado el país desde 1986, incluyendo al  jefe de estado de esos años, Álvaro Arzú Irigoyen.

He cubierto Guatemala ocasionalmente desde 1980, pero hasta que leí el capítulo sobre “La perspectiva militar de la ley y la seguridad” del libro de Schirmer, no había apreciado propiamente la importancia que los militares guatemaltecos atribuían en darle un lustre legal a sus depredaciones creando un sistema en el que el “énfasis reside en la ley como sanción en vez de un sistema de leyes”. Es esta “apropiación de la imaginería del imperio de la ley, de los mecanismos y procedimientos de la democracia electoral, lo que constituye un peligro para los derechos humanos en Guatemala”, destaca Schirman.

Por cierto, las entrevistas de Schirmer deja en claro que todo el ejército de Guatemala esta afligido con un caso severo de disonancia colectiva, como podía ser esperado de una fuerza que llevó a cabo una política que ella describe como “pacificación mediante la masacre”. Cualquiera que disienta del proyecto militar, tales como sindicatos o grupos de los derechos humanos, es visto, ipso facto, como subversivo o delincuente que debe ser eliminado. Incluso “cuando los partidos políticos trataban de organizarse, estos eran vistos como perjudiciales al "proyecto democrático", puntualiza Schirmer.

Lo más escalofriante de todo, sin embargo, son las declaraciones de “Filo”, un miembro de la G-2 con mucho tiempo de servicio en ese organismo de inteligencia guatemalteco. En una extraordinaria entrevista que es citada varias veces en el texto principal y luego publicada más extensamente como un apéndice separado, este funcionario de nivel medio dentro del aparato de la seguridad del estado remueve todo el lenguaje abstracto que sus superiores emplean y termina reconociendo que el departamento es, en primer lugar, una máquina de matar.

“La razón de que exista la G-2 es para secuestrar y torturar hasta que nuestros sujetos quedan irreconocibles y mutilados”, declara él. “Luego son asesinados, lanzados a un barranco, enterrados o abandonados a la orilla de la carretera. Ese es el trabajo que hacemos”. El admite que “algunas veces mataba personas que eran inocentes” pero luego agrega: “El hecho es que nosotros disfrutamos de nuestro trabajo. Al menos eso era así para mí. Me gustaba porque podía descargar en el mucho del resentimiento de mi vida pasada”.

De sus comentarios, los informantes militares de Schirmer dejan en claro que la embajada estadounidense y la Agencia Central de Inteligencia sabían exactamente lo que estaba pasando y que conscientemente eligieron hacerse de la vista gorda. Pero el cinismo de Washington fue igualado por otros. Cuando Jimmy Carter buscó distanciar a los Estados Unidos del gobierno del general Romeo Lucas García, inmediatamente empezaron a llegar consejeros y armas procedentes de Argentina, Colombia, Israel y Taiwán, ocupando el lugar dejado por EE.UU. e incrementándose sustancialmente el nivel de violencia.

Schirmer escribe sobre un periodo que concluye ostensiblemente con la firma de los Acuerdos de Paz, respaldado por las Naciones Unidas, que puso  fin a la guerra civil el 29 de diciembre de 1996. Pero las estructuras de la primacía militar y la impunidad, que ella describe, siguen  persistiendo y su diagnóstico de esa situación ayuda a explicar por qué la investigación del gobierno en el caso del asesinato, en abril de 1988, del obispo Juan Gerardi, líder en la defensa de los derechos humanos, ha degenerado en una farsa.

Por cierto, el coronel Byron Lima, nombrado como el principal sospechoso por grupos de derechos humanos, pero ignorado por los investigadores del gobierno, figura en algunos de los primeros episodios que Schirmer discute. Como si se necesitaran más pruebas, esos eventos recientes respaldan las conclusiones de Schirmer de que, “al contrario de ser irracionales y fuera de control” los líderes del ejército de Guatemala y de los aparatos de inteligencia “están precisamente en control y actuando en el mejor de sus intereses”.


Jennifer Schirmer se desempeñó como profesora en Harvard y sirvió como analista militar a la Comisión de la Verdad en Guatemala

Larry Rother fue corresponsal de la revista Newsweek para Centro América de 1980 a 1982 y del New York Yimes de 199 a 1998.


Traducción: La Cuna del Sol





Publicado por LaQnadlSol
CT.,USA.  

No hay comentarios.: