martes, 18 de septiembre de 2012

LA LEY CONTRA EL ENRIQUECIMIENTO…




INTRODUCCIÓN

Una “ley” contra el enriquecimiento ilícito fabricada y aprobada por el organismo político que ha hecho de la corrupción una institución nacional y de ese cuerpo legislativo una autentica madriguera de rufianes, suena como esperar que el zorro se comporte mesuradamente en el gallinero. No lo hará pues su instinto depredador no se lo permitirá, como tampoco leyes espurias permitirán que los corruptos institucionalizados calmen su apetito por lo ilícito, pues para eso llegaron y lo peor de todo, con el consentimiento y complicidad de aquellos que los eligieron. Complicidad, porque todos sabemos que en Guatemala, uno de los países con los índices de corrupción más altos del mundo, la mira de todo politiquero es llegar al poder para enriquecerse por todos los medios posibles, los ilícitos los más, y no para trabajar en beneficio de la destartalada nación guatemalteca que, necesita ante todo, acabar con los perniciosos efectos de la desigualdad económica que tiene sumida en la pobreza y miseria a la gran mayoría de la población. Claro que cuando se trata de hacerle frente a las consecuencias y no a las causas de la desigualdad, el crimen y la violencia generalizada, la elite conservadora o ultra conservadora y el Estado a su servicio, prefieren como método eficaz de control, la represión y la mano dura contra las victimas de siglos de abuso de poder y de la ambición desmedida de la clases dominantes. Ante ese frio y cruel panorama, gente con poca capacidad de organización y reacción no tendrá más alternativa que recurrir a lo único que le queda como opción; viajar de mojado a los Estados Unidos o volverse miembro de alguna pandilla narco, pues es allí donde están las oportunidades de salir de pobre y dejar de ser un apestado. Marvin Najarro







LA LEY CONTRA EL ENRIQUECIMIENTO ILÍCITO
TIENE QUINCE AÑOS DE ESPERA
















Por Valentín Zamora Altamirano
Septiembre, 2012


Las bancadas o pandillas parlamentarias de la actual legislatura, la de la Mano Durísima contra los pobres y blandengue con los poderosos; se hacen y se rehacen a cada momento en su espurio afán de no abordar lo pertinente: crear una ley que le ponga un alto a la moda politiquera de enriquecerse de manera ilícita, es decir, a través de actos continuados y ramificados de corrupción que han llevado a países pobres y harto dependientes, como el caso de Guatemala, a la virtual quiebra del Estado y a la exponencial dificultad de prestar los servicios básicos a los ciudadanos. Los partidarios del máximo adelgazamiento del Estado para reducir gastos de funcionamiento y justificar el consiguiente fracaso administrativo de la gestión social, siguen insistiendo desde hace 58 años (después de la intervención norteamericana en 1954 con la connivencia de la oligarquía antipatriótica de esos años) que el camino es la privatización, sin reparar que las gestiones privadas, precisamente, son las responsables de la actual crisis financiera internacional, con su estremecedora versión nacional, donde la exultación por el dinero y la consiguiente opulencia y ostentación, siguen siendo la causa de todos los males de las variopintas sociedades del planeta. Todo mundo, indudablemente, queremos la riqueza, que no necesariamente es lo opulento. Para eso se lucha, por la riqueza; o sea para vivir con dignidad y las comodidades necesarias. Pero cuando las normales aspiraciones se salen de su cauce “natural” y se encaminan por la riqueza adquirida sin esfuerzo (a menos que robar sea un ingente esfuerzo), entonces, las cosas empiezan y terminan mal. Las nuevas generaciones guatemaltecas desinformadas quieren imitar el estilo de vida de los “ricos y famosos”, que no les corresponde. Y ante la imposibilidad material de hacerlo porque no se tiene esa capacidad de consumo, pues, claro, se opta por lo fácil: ser burócrata y llegar a robar. O ser narcotraficante para tener el suficiente efectivo y exhibir la ignorante parafernalia propia de este tipo de personas: su pick upo o camioneta cuatro por cuatro (para poder salir huyendo en los peores caminos de Guatemala), sus botas de vaquero sin vacas, su pistolón automático con cargador de 35 cartuchos, además rutilantes cadenas de oro, del grosor de los dogales de perros. U otro modelo a seguir: el  de politiquero influyente y enriquecido con el dinero público mal habido. O empresario “exitoso” conchabado con funcionarios ladrones del erario y narcotraficantes, cuya riqueza, por supuesto, no la generan sus plantas de producción sino el lavado del dinero sucio. Por eso es que la ley contra el enriquecimiento ilícito no pasará nunca. Y si pasa será una ley desdentada desprovista de toda capacidad incisiva o de rasgadura de colmillos. Será una ley de letra muerta, como tantas que en su proceso de creación y motivación, son solamente las buenas intenciones. No puede ser fuente de derecho porque esta castrada de su sentido de justicia. ¿Qué hacer? Pues casi nada. Los ciudadanos podrán protestar, denunciar aquí o allá, quejarse ante foros internacionales, pero pasa lo mismo que con los Ocupa Wall Street: mientras a los poseedores del capital no se les afecte sus ganancias, los plantones y marchas podrán estar por siempre. Ya en este mundo son insuficientes las denuncias: se requieren acciones serias y vigorosas que pare  -aunque sea por un momento-  la reproducción y acumulación de capital. Hasta ese momento, estimado lector, las cosas serán verdaderamente distintas.











Publicado por LaQnadlSol
CT,. USA.

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