Es
evidente que la clase gobernante estadounidense ha perdido toda la capacidad de
reflexión y de autocrítica, sabe que un análisis serio de la raíz de este y
otros hechos trágicos terminará por señalarla a ella misma y a la sociedad
que domina. Invocaciones de carácter religioso como las hechas por el
presidente Obama en una ceremonia fúnebre en Newtown no fueron más que un
ejercicio de oscurantismo religioso. Decirle a los afligidos padres no
lamentarse o descorazonarse por la trágica pérdida de sus pequeños hijos, pues
Dios se los había llevado al cielo, no solo es ser insensible al dolor que
estos padres experimentan, sino también, son un insulto a la inteligencia de
mucha de la gente de este país. Es entendible que las personas abrumadas por la
tragedia busquen en la religión una manera de reconfortarse espiritualmente,
sin embargo, en las manos del Estado, es un medio que sirve para ofuscar, para
encubrir los orígenes sociales y políticos de tales eventos.
¿POR QUÉ NEWTOWN Y LOS NIÑOS?
Por Marvin Najarro
Esta es sin duda la interrogante que abruma a la mayoría de habitantes de
ese pequeño poblado al sur del estado de Connecticut y por ende a toda la
opinión pública del país. Y es que nadie esperaba que una tragedia de tal
magnitud envolviera en su doloroso y sangriento manto a una comunidad
tranquila, sobre todo que las victimas en su mayoría hayan sido pequeños inocentes
albergados en un recinto escolar. A pesar de que en los últimos tiempos se han
dado este tipo de fatalidades con suma frecuencia ya que en el 2012 han tenido
lugar, incluyendo este último acto, seis hechos sangrientos que involucran
espacios públicos, como las muertes en un teatro en Aurora, Colorado, las del
templo Sikh en Oak Creek, Wisconsin, un negocio de rótulos en Minneapolis,
Minessota, un salón de masajes en Brookfield, Wisconsin, y muy recientemente en
un centro comercial en Portland, Oregon. Lo sucedido en la escuela de Sandy
Hook ha causado una profunda conmoción que quizás haga que el sentido de
invulnerabilidad quede roto para siempre a causa de un irracional acto de
conducta humana.
Lo inhumano de semejante hecho de violencia es profundamente perturbador.
Más allá de las motivaciones del hechor, la masacre en Newtown no hace más que
poner al descubierto la brutalidad que impregna el tejido de la sociedad
estadounidense. La matanza del viernes 14 de diciembre es la más reciente en
una serie de incidentes de tal naturaleza en un país que ha sido el escenario
de repetidos estallidos de violencia. Sin embargo, las dos últimas décadas se
han caracterizado por la inusual recurrencia, aun para los estándares de esta
nación, de esta clase de acontecimientos violentos.
La frecuencia y magnitud de este fenómeno de violencia apunta hacia una
causa subyacente. Entre los eventos más significativos y a los que se suman los
mencionados arriba están el bombazo en la Ciudad de Oklahoma en 1995, la
masacre de Columbine, Colorado en 1999 y la matanza en Virginia Tech en el
2007. Esto debería de servir para un serio análisis por parte de la clase
gobernante de Estados Unidos que ha perdido toda capacidad para auto examinarse
y que, al contrario, responden igual que los medios de prensa, con el ya
conocido y gastado discurso de lo incomprensible y el sin sentido de la maldad.
Si hay una respuesta más amplia esta se reduce a la necesidad de una
conversación nacional sobre el control de armas y promesas vacuas de políticos
de poner más atención a los problemas de salud mental cuando ellos mismos están
haciendo todo lo que pueden para reducir al mínimo este tipo de programas.
Es evidente que la clase gobernante estadounidense ha perdido toda la
capacidad de reflexión y de autocrítica, sabe que un análisis serio de la raíz
de este y otros hechos trágicos terminará por señalarla a ella misma y a
la sociedad que domina. Invocaciones de carácter religioso como las hechas por
el presidente Obama en una ceremonia fúnebre en Newtown no fueron más que un
ejercicio de oscurantismo religioso. Decirle a los afligidos padres no
lamentarse o descorazonarse por la trágica pérdida de sus pequeños hijos, pues
Dios se los había llevado al cielo, no solo es ser insensible al dolor que
estos padres experimentan, sino también, son un insulto a la inteligencia de
mucha de la gente de este país. Es entendible que las personas abrumadas por la
tragedia busquen en la religión una manera de reconfortarse espiritualmente,
sin embargo, en las manos del Estado, es un medio que sirve para ofuscar, para
encubrir los orígenes sociales y políticos de tales eventos.
Es conveniente recordar a todos aquellos políticos que invocan la religión
lo que dijo el presidente Lincoln al describir la carnicería de la guerra
civil que él lideró: “Si Dios quisiera que cada gota de sangre
extraída con el látigo debiera ser pagada por otra gota extraída con la espada,
entonces los juicios del Señor son todos correctos. Las tragedias de este mundo
(la guerra civil) -insistió Lincoln- son el producto de crímenes mundanos
(esclavitud).
La cultura de la sociedad norteamericana está fundamentada en la violencia,
siempre ha sido una cultura violenta. Existe una amplia gama de explicaciones
parciales del por qué esto es así. El control de armas y la salud mental son
parte de esa cultura, aunque no los factores determinantes como se pretende y
que a la vez evade una seria discusión. Una sociedad enferma produce gente
enferma, una sociedad en la que se valoriza muchas formas de violencia
inevitablemente reproducirá muchas encarnaciones de ésta. Esto no justifica las
acciones ni tampoco racionaliza las motivaciones asesinas del perpetrador, pero
es una honesta evaluación de los factores que conducen a tal comportamiento, el
cual no puede ser exitosamente amortiguado con leyes y medicación.
Aunque muchos especialistas en asuntos del comportamiento humano traten de
establecer patrones de conducta similares entre diferentes asesinos en masa ya
sea en Estados Unidos u otras regiones del mundo donde los ataques suicidas son
comunes, estos obvian mencionar -y si acaso, se les escapa
inadvertidamente- que la raíz del problema subyace en otra parte. Lejos de ser
incomprensible, el crimen es del todo comprensible. Los orígenes no son
difíciles de rastrear: desigualdad sin precedentes, una ideología política
oficial reaccionaria sin un mínimo de contenido progresista y, sobretodo, el
increíble nivel de violencia perpetrada por el Estado, acompañada por la
brutalización de la sociedad en su conjunto.
Algo que apunta a esta conexión son las características que aparecen con
regularidad en el ejecutor o ejecutores de estos asesinatos en masa: el uso de
armas estilo militar, los asaltantes (Adam Lanza por ejemplo) vestidos con
indumentaria de combate, la participación frecuente de ex soldados. Lanza de 20
años de edad vivió la mayor parte de su vida durante la llamada “guerra contra
el terrorismo”, ocupaciones neocoloniales, ataques con aviones no tripulados
(drones), tortura, secuestros y un incesante asalto sobre los derechos
democráticos. Los constantes esfuerzos por promover el miedo y la paranoia; el
sentido de que el enemigo está al vuelta de la esquina, terminan por afectar a
individuos mentalmente vulnerables, como en el caso del asesino en la escuela
de Sandy Hook. Las pasadas dos décadas se han caracterizado por guerras en las
que el mundo ha presenciado el potencial destructivo de la maquinaria de guerra
de los Estados Unidos.
Dane Archer, un estudioso sobre la relación entre guerra y violencia dentro
de las sociedades con propensión a hacer la guerra, hace uso de información
histórica y de estadísticas multinacionales para demostrar cómo el hecho de
hacer la guerra produce significativas y consistentes alzas en las tasas de
homicidios entre los ciudadanos comunes y corrientes. La legitimación y
autorización del asesinato, atrocidades y el ataque a civiles indefensos en la
guerra causa un aumento en los asesinatos en casa.
Obama es el primer presidente de los Estados Unidos que declara
abiertamente el derecho que tiene de asesinar a cualquiera y en cualquier parte
del mundo, incluyendo a ciudadanos estadounidenses. El dedica una buena parte de
su tiempo seleccionando quienes serán eliminados por medio de ataques a control
remoto, con pleno conocimiento de que civiles -incluyendo mujeres y niños-
serán, como resultado, asesinados. Se estima que unas 365 personas han sido
asesinadas por medio de los ataques con drones en Paquistán, de los cuales 176
son niños.
El estado educa a la sociedad que gobierna, no sencillamente en sentido
paternalista o ideológico, sino que, a través del ejemplo, de su
comportamiento. Como seres humanos y sin que esto signifique una ofensa a las
pequeñas victimas de Newtown, valdría preguntarse, ¿por qué únicamente cuando
se trata de niños y jóvenes, mayormente blancos norteamericanos, que la gente
se alarma? ¿Puede alguien seriamente pensar que este país puede infligir
destrucción y dolor en todas partes del mundo y no sufrir las consecuencias de
tan inhumano y criminal comportamiento en su propia casa?
Existe una conexión directa entre lo que en nombre de los valores
democráticos norteamericanos se hace a otros en lugares como Iraq, Irán,
Afganistán, Siria, Paquistán y lo sucedido en Newtown, Connecticut.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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