Veinte años después de recibir el premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú
no se considera una líder indígena. ¿Acaso el pueblo maya necesita un héroe?,
se pregunta. En dos décadas caben muchas buenas experiencias, muchos logros,
pero también muchos reproches. Mientras ella dice misión cumplida, otros se
lamentan por lo que pudo ser y no fue.
RIGOBERTA, LA LÍDER QUE NO
FUE
Por Marta Sandoval
Hace veinte años Rigoberta Menchú cruzaba el océano con la medalla más
importante del mundo. Pero no volaba a su país, sino al vecino, a un exilio que
ya muchas veces había tratado de cortar. La medalla nunca vio tierra
guatemalteca (sigue en México) pero ella sí volvió, cumplió un sueño que
llevaba años acariciando. “En ese entonces me parecía imposible regresar a
Guatemala”, dice mientras acomoda su largo cabello en una cola; no ha podido
disimular las lágrimas. Recordar ese tiempo, cuando sentía que lo tenía todo,
que era capaz de tragarse al mundo pero no de vivir en su propio país, le
produce cierta nostalgia. Rigoberta Menchú nunca ha escondido sus lágrimas. Ni
las esconde ahora, cuando lo más duro pasó. A principios de este año falleció
su hermana menor y en el sepelio Menchú lloró de una manera distinta, lágrimas
de dolor y de paz, ya que era la primera vez que podía enterrar a un familiar
cercano. La primera vez que era la naturaleza la que decidía la muerte y no una
mano asesina, como la que le arrancó la vida a sus padres y a su hermano.
Ganar el premio no fue, sin embargo, el fin de una lucha, ni el inicio de
tiempos de tranquilidad para Rigoberta Menchú. El reconocimiento mundial no
significó el reconocimiento de sus compatriotas. Más de veinte doctorados
entregados por universidades prestigiosas en el mundo no sirvieron para que
toda Guatemala se enorgulleciera de ella. Las críticas y los ataques no
terminaron. Ni terminan.
“Ella llega a cualquier país del mundo y le creen. Ella viene a Guatemala,
habla en cualquier tarima y no le creen, y no solo no lo creen sino que le
lanzan insultos”, dice Manuel Conde, que en 1992 era presidente de la Comisión
de Paz. “Tuvimos un Premio Nobel de literatura que no pudo vivir en su país y
optó por vivir fuera. Nos legó su obra pero no pudo hacer mucho para que los
guatemaltecos que no sabían leer aprendieran. Tenemos una Premio Nobel de la
Paz que no logra hacer mucho por la reconciliación y por la consolidación de la
paz. Eso, como sociedad, nos tiene que llamar a una reflexión profunda”.
No fue la líder que muchos imaginaban que sería “Cuando ganó el Nobel todo
el mundo esperaba de ella liderazgo –dice Mario Roberto Morales, académico–
pero no lo tiene. Ella creyó que su condición simbólica era suficiente, que con
eso iban a seguirla y a votar por ella. Pero no fue así. El concepto de pueblo
indígena que se tiene fuera de Guatemala es un concepto compacto, que aquí no
existe. Aquí los K’ich’e y los Kaqchikel se odian más que los ladinos y los
K’ich’e. Sin embargo, yo creo que un liderazgo político puede borrar esas
cosas. Pero ella no lo tiene, no es Evo Morales y eso hay que aceptarlo. A
veces creo que hasta es improcedente exigírselo, porque el líder político es un
líder nato”, agrega. Ella también piensa que es improcedente exigírselo, no
porque no lo tenga, sino porque nunca se lo propuso. Ser líder nunca fue su
misión.
“Los mayas, mis ancestros, nunca tuvieron apóstoles que los salvaran, no
tenemos esa visión, no tenemos profetas en nuestra constitución espiritual, no
hay héroes –explica–, más bien la fuerza de la lucha colectiva, de la gente por
su dignidad. Si el pueblo ladino, que tiene las instituciones y el poder
económico, no tiene un héroe, ¿por qué tendrían que tener un héroe maya? ¿Por
qué el pueblo ladino tiene 26 partidos y no uno solo? ¿Por qué un pueblo que
tiene el mismo idioma y la misma visualización del país del que se ha servido
año tras año no está unido? ¿Será que la propuesta de unidad que se le quiere
poner a los pueblos indígenas es un estigma? Nosotros los mayas no estamos
exigiendo que los ladinos tengan un solo vocero, sería un error”, reflexiona.
Hay quienes piensan, por el contrario, que ella sí pudo ser líder, una voz
unificadora. “Pudo haber tenido más éxito jugando un rol como premio Nobel de
la Paz en una sociedad dividida”, piensa Conde, “pudo haber sido una
articuladora más efectiva, la gran voz de la reconciliación nacional. Nada
legitima más a alguien que quiera la paz que haber sido víctima de la
intolerancia y la violencia. Muchos asumen ese rol sin haber pasado por esa
experiencia, pero cuando se asume ese rol y se ha vivido la violencia en carme
propia, eso legitima más a cualquier persona. Ella pudo haber jugado ese papel,
primero por su propia vida, y segundo, por la investidura del premio Nobel”.
Para el sociólogo Arturo Taracena,“la responsabilidad de no serlo (líder)
va más allá de Rigoberta, aunque ella es la principal protagonista. Sigue
teniendo liderazgo en un sector de la sociedad guatemalteca y en el combate por
parte de los indígenas para que se ponga fin al racismo y a la subalternidad en
que han sido colocados a nivel continental”. El racismo que sufre Guatemala
dificulta terriblemente su camino, “para el mundo racista guatemalteco, la
humillación más grande es que una mujer indígena sea Premio Nobel”, recuerda
Miguel Ángel Sandoval.
En su casa, en Mixco, su voz se confunde con el canto de los pájaros, las
ramas de un árbol se mueven con el viento y opacan al sol que cae en su cara.
Han grabado en su rostro una sombra tenue que atraviesa su ojo derecho y una
luz que le ilumina el izquierdo. Rigoberta es así, es una mujer de sombras y de
luces.
Luces
Otilia Lux es categórica: “Si Rigoberta no hubiera movido a la comunidad
internacional y la comunidad internacional no pone sus ojos en Guatemala,
hubiera sucumbido el pueblo maya, hubiera significado la extinción total. Por
eso estamos muy agradecidos con ella”. Rigoberta Menchú era casi una niña
cuando empezó a denunciar lo que estaba pasando en su país. Tenía 19 años
cuando secuestraron, torturaron y asesinaron a su hermano. Un año después su
padre murió en la quema de la Embajada a España; más tarde perdió a su madre a
manos del Ejército. Su país le arrancó a su familia y la expulsó a México, a un
exilio largo y doloroso. No se quedó callada, no renegó de su desgracia y se
lanzó a llorar. No cruzó los brazos. Rigoberta denunció, gritó lo que estaba
pasando en Guatemala y empezó una lucha por los derechos de los pueblos
indígenas que no ha terminado y que la llevó al Nobel.
Ya investida con el Nobel hizo un intenso trabajo internacional en pro del
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas. Trabajó en el grupo
que consiguió, en 2007, tras años de esfuerzo, la Declaración Universal de los
Pueblos Indígenas de la ONU. “Rigoberta ha hecho una enorme labor en ese tema y
los indígenas del mundo se lo reconocen”, dice Lux. Su lucha por la justicia es
muy importante. “Ella ha buscado justicia para los que cometieron genocidio”,
agrega.
Ser pionera en la participación política de los pueblos indígenas es otra
de sus batallas ganadas. “Encabeza el primer partido indígena de este país. Se
dice fácil pero no lo es”, recuerda Sandoval. “Antes no hubo un solo candidato
indígena a Presidente y eso no se puede disminuir”.
“Desde los años setenta queríamos hacer un partido político indígena y no
lo habíamos logrado. Hubo uno antes que se llamó Frente Indígena Nacional, en
el tiempo de Lucas García, pero era muy difícil y se disolvió. Y fue hasta
ahora, que nació Winaq, que se cumplió ese sueño. Desde 1985 hasta ahora, diez
mujeres mayas hemos sido diputadas. Cuando se recibió el premio Nobel no había
mujeres mayas en el Congreso, hubo una en 1985, pero después ya no hubo. En
1996, después del premio, entraron dos. El premio contribuyó a que
encontráramos más espacios”, opina Lux.
Si bien ya existe la opción de un candidato indígena en la papeleta,
todavía no consigue votos. En la pasada elección Menchú recibió poco más del 3
por ciento de los votos. Pero eso, a criterio de Sandoval, no tiene que ver con
falta de liderazgo, “Rigoberta o yo podríamos ser Presidentes del país si
tuviéramos Q200 millones. En Guatemala no hay elecciones democráticas, hay
subasta de gente con plata”.
Ella se siente orgullosa de haber llevado el caso de Ríos Montt a España,
de haber formado la Asociación de mujeres Moloj y de haber puesto sobre la mesa
temas incómodos para muchos. “Si me hubiera quedado en un trabajo más
altruista, como también tuve la oportunidad de hacer, yo podría ser un
personaje generoso, que no se mete en política, que se queda buscando el
protagonismo de una alfombra roja, que escribe de vez en cuando algunas ideas
románticas; habría sido distinto mi escenario y habría sido más complaciente. Y
aquí en Guatemala el light tiene viabilidad”, reflexiona la premio Nobel. “La
confrontación, el que se precipiten los temas sobre la discriminación, no
gusta, hay una agenda contundente y yo de eso me siento orgullosa y eso es lo
que voy a hacer mientras viva. Otros evaluarán, a mí me toca actuar y no puedo
actuar a medias, es mi rol, es mi misión y es lo que voy a hacer”.
“Es de reconocer su tenacidad, su esfuerzo sostenido. Criticó mucho la
falta de libertades y condiciones para la participación y el ejercicio
político. Y ahora formó un partido y recorrió el país entero y eso es evidencia
real de que hemos superado eso que ella denunciaba, esa falta de condiciones
para la expresión y participación. Es un paso importante y ella es testimonio
vivo de eso”, piensa Conde.
Sombras
En su libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia la
premio Nobel habla de la pobreza de su familia, asegura que nunca pudo ir a
estudiar y que un hermano menor murió de desnutrición, entre otras cosas. El
investigador David Stoll descubrió que no todo era real, mucho había sido
exagerado. Un reportero de The New York Times encontró en Guatemala a Nicolás
Menchú, el hermano que supuestamente había muerto de desnutrición: estaba vivo
y bien. Halló también a varias monjas del colegio Belga que aseguraron que
Rigoberta estudió en la capital y que, por lo tanto, no hubiera sido posible
que trabajara todo el tiempo en una plantación de café como dice el libro. Eso
debilitó fuertemente su imagen. En 1999 tuvo que reconocer que confundió
algunas cosas en su biografía y que aunque no le pasaron a ella, sí le
sucedieron a personas cercanas. Para nadie es un secreto que cientos de niños
murieron de desnutrición y que cientos trabajaban en plantaciones de café sin
posibilidad de ir a la escuela. Que no le hubiese pasado a ella no significa
necesariamente que sea mentira.
Incluso se llegó a cuestionar si le retirarían el premio. No fue así, el
comité sueco aseguró que el galardón no se lo entregaron por el libro, sino por
su lucha a favor de los derechos humanos.
A criterio de Mario Roberto Morales, otra de sus sombras fue que “se volcó
fuera de Guatemala y descuidó lo interno. Hizo algunas cosas que consiguieron
que mucha gente la repudiara. Primero le cambió el nombre a su Fundación, que
en un principio se llamaba Vicente Menchú. Después hubo un escándalo por un
depósito que le hicieron por error y que ella no quería devolver, quería que se
lo dejaran como donación. El asunto de las pruebas nucleares en Francia en el
atolón de Mururoa: mucha gente se opuso y ella guardó silencio porque Madame
Mitterrand había sido clave para el Nobel. Cuando medio mundo se vuelca a favor
de los zapatistas, Rigoberta calla porque ella tenía una buena relación con el
PRI. Su incursión de empresaria farmacéutica y aparecer con las vedetes
mexicanas vulgarizó su imagen, la rebajó a la publicad. Y creo que todo se
reduce a su soberbia”.
Para Conde, un desacierto fue que nunca cambió el discurso acusatorio que
mantuvo antes del Nobel. “Ella nunca perdió la actitud de señalar, de
responsabilizar, y eso también va debilitando a un Nobel –dice Conde. Si Nelson
Mandela hubiera mantenido una posición acusatoria, de señalar, de buscar
venganza, no sería el personaje mundial que es, con esa autoridad frente a su
pueblo y ante el mundo. Él antes que ir a buscar el reconocimiento del mundo
logró encontrar el respaldo de su propia sociedad. Rigoberta es una mujer que
ha demostrado su tenacidad para mantenerse en su esfuerzo personal, y creo que
todo ese esfuerzo y energía habría servido mucho a la reconciliación nacional.
Pudo haber hecho más en estos 20 años y sin duda también merecía más de vuelta.
Creo que se quedó corta en algunas acciones, pero también creo que sus
adversarios han sido drásticos con ella”.
No hay una actitud de perdón en Rigoberta, ella lo deja claro: “Yo no
comparto un perdón en abstracto, yo perdono cuando la persona pide perdón, y
hasta la fecha, de los grandes crímenes que se cometieron con mi familia, nadie
me ha pedido perdón. ¿Por qué habría de perdonar si el que necesita de mi
perdón no me lo pide? Si alguien me dice perdóneme, entonces tomaré mi tiempo
para asimilar la petición y trataré de iniciar un proceso sobre la base real y
no en una abstracción”, cuenta.
Se siente satisfecha con su trabajo y no le da mucha importancia a las
críticas. “Hay personas que dicen que yo no he sabido usar correctamente el
premio Nobel; y yo dije: ‘Cuando tengan uno, que me enseñen cómo se hace’, nada
más. Yo he aprendido cómo lo hizo Mandela, cómo lo hizo Martin Luther King y no
se compara con lo que yo humildemente puedo hacer, porque primero tengo otro
contexto, otra época y otras limitaciones. Pero de otro premio Nobel aceptaría
que me dé una lección, si hay un compatriota guatemalteco que tiene un premio
Nobel y lo hace mejor que yo, pues lo voy a respetar”, concluye.
Un premio que dividió
El premio dividió. Incluso antes de que lo entregaran. En un país en
guerra, el hecho de que una mujer que participaba en uno de los bandos
recibiera una distinción tan importante incomodaba. “Fue tan fuerte el impacto
que tuvo, aun antes de que se lo dieran, que Jorge Serrano y la derecha
guatemalteca quisieron hacer un esfuerzo desesperado de lobby internacional
para promover a una señora que hacía caridad, todo porque el gobierno sabía que
un premio Nobel a una persona de la oposición iba a ser de mucho peso. Los
reflectores iban a estar sobre Guatemala”, explica Miguel Ángel Sandoval. Y así
fue, la atención internacional se volcó hacia un país en donde se cometían
crímenes contra los derechos humanos.
Eso sirvió, a criterio de Otilia Lux, para crear un escenario en el que por
fin se hablara de los derechos humanos de los pueblos indígenas, “la guerra
había estado muy fuerte y no habíamos tenido oportunidad para crear un
movimiento en pro de los pueblos indígenas, y ese premio nos abrió la puerta”,
opina.
El premio estuvo detrás del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los
Pueblos Indígenas. “Si bien ya había avanzado muchísimo el acuerdo, hay que
decir que el Nobel vino a forzar esa identidad, multicultural, multiétnica,
multilingüe, en la agenda de los acuerdos de paz”, opina Rigoberta Menchú.
Sandoval piensa que “si no hubiese habido ese impacto internacional, en
Guatemala se hubiera hecho cualquier cosa menos ese acuerdo tan bonito que
tenemos, se hubiera hecho un acuerdo que dijera que los pueblos indígenas se
bañen y quién sabe qué barbaridades más”.
Pero a criterio de algunos analistas, esa atención del mundo sobre
Guatemala no fue necesariamente algo bueno para los pueblos indígenas. “Desde
1982 la guerra estaba perdida –explica Mario Roberto Morales–, era imposible
ya, no digamos una victoria, sino al menos llegar siquiera a un equilibrio de
fuerzas con el Ejército. De manera que lo que había era un simulacro de guerra,
en el que había muertos, y ambos lados justificaban esa guerra para mantener el
flujo de dinero que les venía a cada
uno. David Stoll opina que el Nobel de Menchú ayudó a mantener ese estado de
guerra ficticia, que no por ser ficticia dejó de costar vidas. De acuerdo con
Stoll el Nobel vino a prolongar la agonía de los indígenas, porque quienes
estaban recibiendo el golpe de la contrainsurgencia eran ellos. Yo en lo
personal no creo que Menchú supiera esto, porque el conocimiento de cómo estaba
la guerra en el terreno solo lo tenían los guerrilleros guatemaltecos y después
lo tuvieron los cubanos. Los movimientos guerrilleros estaban perfectamente
controlados en el terreno y eso facilitaba masacres de población civil
desarmada”.
Según Morales, “el beneficio fue grande para quienes le dieron el Nobel,
para la organización guerrillera que promovió su candidatura, para ella en lo
particular e indirectamente para los grupos indígenas culturalistas. Para las
comunidades indígenas en la zona de conflicto armado fue nefasto, como dice Stoll,
alargó la guerra”.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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