domingo, 22 de septiembre de 2013

LA CIUDAD DE LOS PERDIDOS



(…) Todo el mundo ha perdido a su país, su hogar, su equilibrio. La mayoría ha perdido a un familiar o amigo cercano en la guerra. Lo que queda es una especie de orgullo teatral, la necesaria representación de la voluntad. “Este lugar es una tumba para camellos”, le dice a Remnick, un refugiado en sus treinta años de edad de nombre Ahmed Bakar. “Los camellos no pueden vivir aquí. Pero los sirios pueden”.


“LA CIUDAD DE LOS PERDIDOS”


Los refugiados o desplazados, son casi que por diseño, las primeras víctimas de los conflictos armados o como eufemísticamente se dice, el resultado del daño colateral. Siria, que desde hace más de dos años se encuentra envuelta en un conflicto armado interno, con amplia injerencia foránea, ha producido un torrente de refugiados o desplazados que según algunas fuentes sobrepasan los 2.5 millones de sirios, quienes desde el inicio de la guerra civil en marzo del 2011, han buscado refugio en los países vecinos o dentro de Siria. Según el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), más de 600,000 personas han huido hacia países vecinos, como Turquía, Líbano, Jordania e Iraq. Sin embargo, se considera que el número de refugiados sirios en estos países es mucho más alto, quizás el doble de las estadísticas de ACNUR, que únicamente tiene records de aquellos que se registran como refugiados.

Uno de los países que ha recibido una enorme cantidad de refugiados sirios, es Jordania, en donde se encuentra ubicado el campamento de refugiados de Za’atari, en la localidad  del mismo nombre  a tan solo seis millas al este de la ciudad de Mafraq, que de acuerdo a David Remnick, autor del reportaje The City of the Lost publicado por la revista The New Yorker (agosto 26, 2013), aumentó al doble su tamaño debido al enorme flujo de refugiados que cruzaban de Siria a Jordania -miles todas las noches, cruzando la frontera a pie y evadiendo el fuego de los francotiradores.

Hasta hace un año no existía mucho en la vecindad: algunas modestas mezquitas y escuelas de ladrillo, una base de la Real Fuerza Aérea Jordana. Según le relató a Remnick un colaborador humanitario, Za’tari, había sido un poco más que un lugar con “arena, serpientes y escorpiones”. El levantamiento en Siria, que se inició en Dara’a, cambió todo eso. Se hizo necesario construir un campamento, el cual fue construido y abierto en dos semanas durante el Ramadán por ACNUR y una larga lista de organizaciones humanitarias.

Cuando Za’atari abrió, en julio del 2012, su población se calculaba en los centenares. A finales de agosto tenía 15,000 residentes. Actualmente ese número ha alcanzado los 120,000 –la población de Hartford, Connecticut, o Santa Clara, California. La principal arteria está ubicada en la parte occidental del campamento, un boulevard de tiendas desvencijadas, clínicas y escuelas improvisadas. Los olores son los de una ciudad: aguas negras, sudor, humo de cigarrillos, eau de cologne, asados. Los sirios y los colaboradores humanitarios conocen el boulevard, como Champs-Élysées (Los Campos Elíseos).

Desde que empezó la revuelta en Siria, hace más de dos años, el total de muertes ha sobrepasado los 100,000. En Za’tari, el desahucio es absoluto. Todo el mundo ha perdido a su país, su hogar, su equilibrio. La mayoría ha perdido a un familiar o amigo cercano en la guerra. Lo que queda es una especie de orgullo teatral, la necesaria representación de la voluntad. “Este lugar es una tumba para camellos”, le dice a Remnick, un refugiado en sus treinta años de edad de nombre Ahmed Bakar. “Los camellos no pueden vivir aquí. Pero los sirios pueden”.

En The City of the Lost (La Ciudad de los Perdidos), David Remnick, haciendo uso de sus enormes habilidades reporteriles nos ofrece un relato de primera mano sobre el drama de los refugiados sirios en el campamento  de Za’tari. La historia ha dado un vuelco terrible y ahora la tragedia de la guerra ha llegado a cientos de miles de ciudadanos de un país que anteriormente acostumbraba a recibir a  refugiados de otras guerras en esa región del mundo. Pero como relata el reportero, “en el segundo campamento de refugiados más grande del mundo, los sirios encuentran que no es fácil huir de la guerra”.

Lo que sigue a continuación es una transcripción parcial  del reportaje de The City of the Lost, el cual puede ser leído aquí en su versión completa en inglés. Es un recuento, como ya lo hemos mencionado, de primera mano sobre el drama de los refugiados sirios, sobre el sentir de estos y las complejidades de la guerra civil en Siria, las vicisitudes y peripecias de los trabajadores humanitarios y sobre situaciones que evocan el lado oscuro de la vida en las grandes ciudades y que terminan por ser parte de la vida en los campamentos en donde se presta ayuda humanitaria. Además es una ventana que se nos abre para comprender en alguna medida lo que han dado por llamar, la Primavera Árabe.

“Más del noventa por ciento de los refugiados en Za’tari son originarios de Dara’a; ellos vienen de las aldeas y pueblos de la provincia de Dara’a, una región de poco menos de un millón de habitantes o, de la ciudad de Dara’a, la capital provincial, la cual tiene una población de 80,000 habitantes. Los refugiados del sur son generalmente más rurales, menos educados y menos prósperos que aquellos de las ciudades del norte, como Aleppo, quienes acostumbrar a ir a Líbano y Turquía.

Los rebeldes consideran a Dara’a una especie de ciudad heroica, porque es allí donde empezó el levantamiento sirio. En marzo, 2011, las fuerzas de seguridad arrestaron a quince muchachos de entre diez y quince años de edad por pintar consignas contra el régimen por toda la ciudad….

No todos los sirios de Dara’a son refugiados. En Amman, me reuní con un hábil y astuto joven de nombre Nabegh Srour, quien había sido un estudiante de literatura inglesa en la Universidad de Damasco. (“Estaba leyendo a Shakespeare, Lawrence, Byron, ‘The Waste Land’ -como nuestra tierra ahora, un vertedero”). Hoy en día él se dedica a transportar suministros a través de la frontera para el Ejército de Liberación Sirio.

Srour fue arrestado en el 2006. “Le envié un S.M.S a un amigo, pero él se lo envió a otra persona que me delató. El S.M.S. decía, ‘Bashar, eres un ¡hijo de puta! A la mierda con tigo y con tu país’”. Durante las sesiones de tortura, sus interrogadores le decían, “Bashar es tu Dios”. Después de cuatro meses fue dejado en libertad.

Hace dos años cuando decidió regresar a la región para colaborar con la resistencia él había estado trabajando como interprete en Dubái. El suministra a los rebeldes con medicina de Arabia Saudita, teléfonos satelitales, walkie-talkies y alimentos. En junio, dice, él estuvo en Dara’a por dos semanas cuando la ciudad estaba siendo bombardeada. Habían francotiradores por todas partes. “No sientes temor a la muerte”, dice. “Se ha vuelto algo normal”.

El odio de Srour hacia Bashar era comparable únicamente por el sentir de que los rebeldes estaban siendo injustamente ignorados por todo el mundo. “Occidente nos está engañando, dijo. “Si ellos quisieran noquear al régimen, no tomaría más de diez días. Nosotros no tenemos nada. Ellos nos hacen promesas –pero son promesas vacías. Ellos quieren que la lucha continúe y que se arruine el país.

Srour dijo que había crecido odiando a los israelíes, pero ahora él hace un llamado a todo aquel, inclusive Israel, para invadir su país. “No quiero rezar en la Mezquita Al Aqsa en Jerusalén”, dijo. “Nuestro enemigo es Bashar, no Israel. Queremos vivir en paz. Tengo treinta años de edad, y no he visto un buen día en mi vida”.

Le dije que era improbable que Occidente, principalmente los Estados Unidos, invadiera Siria, que la administración de Obama consideraba que la oposición estaba muy fracturada, demasiado dependiente de grupos de islamistas de línea dura, como Al Nusra Front, un afiliado de Al Qaeda que ha jurado establecer un califato islámico con todo y la ley Sharia. Srour, como otros refugiados rehúsan admitirlo. Dijo que era verdad que la oposición estaba dividida, pero que era a causa de la falta de apoyo inicial del exterior. El admitió, además, que no había ayudado el hecho de que los extranjeros escucharan sobre los macabros reportes de asesinatos por parte de la oposición y que vieran los videos del grotesco abuso, como el infame video de un comandante rebelde parado sobre el cuerpo de un soldado sirio, mientras se comía un pedazo de su pulmón. “Eso fue muy malo para la imagen de los Sunitas”, dijo.

Estábamos cenando sentados en la veranda de un hotel en el centro de Amman. A lo largo de la conversación, un compañero de Srour, un hombre joven muy callado, se sentó a mi lado y me miró sospechosamente. Cuando la plática viró hacia la naturaleza de la oposición y Al Nusra, él se encogió de hombros y me dio su iPhone. En él había una foto de un niño de no más de dos o tres años de edad, gravemente herido, probablemente muerto. Esto era todo lo que él necesitaba saber a cerca de Siria, y, él pensaba, lo que todo el mundo necesitaba saber. En ese momento, Srour, el contrabandista, el intérprete, el estudiante de literatura inglesa, se levantó y dijo, “nosotros apelamos a la comunidad internacional a que invada Siria. Hablo en el nombre de un millón de personas de Dara’a”.

Los campos de refugiados nacen de la emergencia y evolucionan en ciudades de dependencia, burocracia, y en estadísticas del sufrimiento. Ellos rescatan a seres humanos, y luego los alojan o depositan en bodegas. Ellos liberan de la carga financiera al país anfitrión y la dispersan entre los estados miembros de las Naciones Unidas. Dadaab, en Kenia, es el campo de refugiados más grande en el mundo –el único más grande que Za’tari. Fue construido para aproximadamente 90,000 personas y hoy en día alberga alrededor de medio millón. Establecido hace dos décadas para atender a los somalíes que huían de la guerra civil, hambruna y sequía, Dadaab ha existido por mucho tiempo que ahora existen diez mil niños nietos de otros niños que nacieron en el campo, se les conoce con el nombre de “Dadaab grandchildren” o los nietos de Dadaab.

Todavía no hay nietos de Za’atari, pero ya han nacido dos mil bebéen el campo, con aproximadamente setenta nuevos nacimientos cada semana. Za’atari es ahora el cuarto centro poblacional más grande en Jordania. La expansión y restructuración parecen nunca terminar. Después de la primera fase de la construcción llegaron las clínicas y los centros de distribución de alimentos, instalaciones sanitarias, almacenamiento del agua, electricidad, escuelas, cocinas y toilettes comunales prefabricados, y duchas, transporte público, puestos de policía y seguridad. Y muy pronto, en la parte occidental del campo, a lo largo del Champs-Élysées, llegaron el shawarma y el pollo y las pizzerías, las cafeterías y los salones de té, tiendas de electrodomésticos en donde se puede conseguir un ventilador, un TV de pantalla plana, un aire acondicionado. También hicieron su aparición los salones de belleza en donde se puede conseguir un depilado o un tinte y corte de cabello; la tienda de novias  Abu Mohammad’s en donde se puede rentar, por unas cuantas horas, un traje de novia y una “limosina” para la recepción. En ocasiones los refugiados se quedan con las ganancias, otras veces son utilizadas para financiar al Ejército de Liberación Sirio

El peso de la atención médica en el campo es incalculable: amputaciones, tuberculosis, tifoidea, hepatitis, malnutrición y diarrea. Muchas veces los refugiados necesitan de seria atención médica. Dominique Hyde, de UNICEF, quien trabaja muy de cerca con los refugiados en Za’atari, dijo, “no acostumbro ser muy emocional”, sin embargo, el año pasado ella conoció a una pareja y a sus tres hijos que habían llegado de Homs, donde su casa había sido bombardeada. “La madre recién había dado a luz, y los rostros de dos de los niños  estaban completamente deformados y los brazos del padre también –el trato salvarlos del fuego. Estos niños están desfigurados y sus vidas marcadas para siempre. La madre rehúsa dejarlos que se acerquen a un espejo”.

UNICEF y otras organizaciones han improvisado escuelas para las decenas de miles de niños en el campamento, pero apenas una sexta parte atiende a ellas. Algunas veces los padres quieren que los niños trabajen, otras veces piensan que los certificados escolares no tendrán validez cuando retornen a Siria. “Cuando le pregunté a un niño de ocho años de edad el por qué había dejado la escuela”, relata Hyde, “él dijo que su ultimo recuerdo de la escuela fue cuando hombres armados llegaron al salón de clases y le dispararon a los maestros”. Hay niños –niños con más años de edad- quienes mojan sus camas, tienen pesadillas o repentinamente dejan de hablar. Ellos están afectados, cuenta Hyde, “y mucha violencia e ira tiene lugar en  el campamento –se lanzan piedras, hay empujones y peleas. Cuando te fijas en sus dibujos, hay sangre, armas y cadáveres. Tengo dos hijos de 11 y 3 años de edad, y nunca los he visto hacer dibujos como esos”.

Hyde y otros cooperantes están particularmente preocupados por las mujeres jóvenes en el campamento, muchas de las cuales son viudas o separadas de sus esposos que se quedaron combatiendo en Siria. Su vulnerabilidad las persigue, a menudo, se quedan escondidas. Conocí a una viuda de la guerra de 19 años de edad, llamada Heba Faouri quien tiene una hija de cinco años de edad. “Estoy en Za’atari porque necesito sentirme a salvo”, relata Faouri. “Nadie le está poniendo atención a alguien como yo, vivo en una tienda de campaña y mi hija no tiene ropa para vestirse” Bajo el cruel calor del desierto ella usa un velo islámico y un traje negro que le llega a los tobillos. Existen reportes de acoso sexual, violaciones y prostitución. Algunos padres de muchas jóvenes en Za’atari, ansiosos por sacar a sus hijas del campamento, venden jovencitas de catorce o quince años de edad a hombres que buscan una esposa. Poco importa que en Jordania tales matrimonios sean ilegales. Hay hombres de Jordania y del Golfo que se presentan al campamento con miles de dólares en busca de una joven esposa. “Lo que preocupa es que hay a menudo un gran brecha”, relata Hide. “En Siria, una jovencita de 16 años de edad se puede casar con un joven de 18. Aquí, se ven casos de hombres de 65 años de edad casándose con jovencitas de 16. Usted se está casando con una jovencita que debería estar en la escuela y que está siendo desprovista de su niñez.

En los primeros meses de la guerra los refugiados sirios se habían llenado de esperanza. El Ejército de Liberación Sirio parecía tener la ventaja. Los líderes mundiales hablaban de la inevitable caída de Bashar. Muy pronto lo refugiados se podrían ir a casa. Sin embargo, para esta primavera, aun cuando las fuerzas islamista rebeldes, como Al Nusra, estaban siendo armadas y financiadas por Catar y Arabia Saudita y estaban aventajando a los rebeldes seculares, Bashar había conseguido un compromiso militar más a fondo de Irán, Hezbollah y Rusia. En Damasco, la inteligencia iraní y la Guardia Revolucionaria estaban ayudando a guiar la contrainsurgencia. Hezbollah encabezó una crucial derrota militar de los rebeldes en la localidad de Qusayr. Rusia y China ayudaron a impedir cualquier acción diplomática de Occidente contra Bashar. Bashar repuntó.

Las noticias que llegan de casa y el desgastante efecto de la vida en el campamento ha conducido a un profundo sentimiento de frustración y desesperanza, y eso se ha traducido en furia dirigida a la administración de Za’atari. Cuando cuatro jóvenes hermanos murieron en un incendio esta primavera –una vela que cayó causo el incendio en la tienda de campaña- doscientos sirios marcharon hacia el centro administrativo del campamento. Puede que algunas veces parezca que lo único que se interpone entre el orden y el caos es un hombre llamado, Kilian Tobias Kleinschmidt, un fornido alemán de 51 años de edad, quien hizo a un lado una vida como un hippie itinerante dedicado a la construcción, para trabajar en un campo de refugiados.

Cuando conocí a Kleinschmidt, él estaba bajando de su tráiler con una sonrisa. “La mierda literalmente ha dado en el ventilador”, dijo, extendiéndome la mano para saludarme. Era la crisis de todos los días: Había habido una disputa entre los contratistas y únicamente un diez por ciento de las aguas negras estaba siendo evacuadas del campamento. La inundación estaba en evidencia por todas partes. “Entonces ahora”, Kleinschmidt dijo, “esto es una situación”. Él está acostumbrado a los aprietos. Unos pocos días antes de yo llegara, unas cien personas bloquearon la puerta de entrada a sus oficinas acampando y cantando en las afueras, “İqueremos casas rodantes ahora!” Era entendible: los tráileres son más seguros y cómodos que las tiendas de campaña, especialmente en el invierno, cuando las temperaturas por la noche pueden descender casi al punto de congelación. Uno de los agitadores le trajo un regalo -un vaso lleno de escorpiones- para mostrarle a lo que estaban expuestos sus hijos.

Kleinschmidt es empleado de ACNUR y  se desempeña con el título oficial de superior de campo. Los refugiados lo conocen como “el alcalde”, o inclusive, “lord alcalde”. El vestía pantalones kakis, bufanda vaporosa y camisa kaki sobre manchada de sudor. Él tiene seis hijos y se ha casado dos veces. Su actual esposa es de Beslan, en el sur de Rusia, un hecho que el no da a conocer. Los refugiados sirios odian a Vladimir Putin, quien le está enviando armas al régimen de Damasco, tanto como odian a Bashar al-Assad.

Kleinschmidt nació en Essen y se educó en Berlín. Sus ideas políticas eran pacifistas. Cuando joven solía vagabundear por los Pirineos. Criaba cabras para hacer queso. Los perros salvajes se comían a las cabras. Cuando se rompió su primer matrimonio, montado en una motocicleta cruzó el Sahara hasta llegar al norte de Malí. En un bar, borracho aceptó la oferta de una pareja francesa para ayudarles en la construcción de  una escuela. A él le gustó el trabajo. Sintió que estaba haciendo algo con un propósito. Luego después construyó un centro vocacional en Uganda y trabajó en un puente aéreo de ayuda en el aeropuerto de Entebe, cargando cajas destinadas al sur de Sudán. Una vida dedicada al trabajo empezó a tomar forma. Temprano en los 1990, relata, “estaba lidiando con 20,000 refugiados sudaneses  cerca de la frontera con Kenia”. Kleinschmidt se convirtió en un trabajador en ayuda humanitaria en Bosnia y Kosovo. En 1997, fue llamado por el U.N.H.C.R. para colaborar en el rescate de cientos de miles de refugiados Hutu que estaban siendo perseguidos por los Tutsis en las selvas del Congo. Para llegar hasta los refugiados, él y su equipo repararon una línea férrea abandonada por los colonialistas belgas. “Mi misión era encontrar a los refugiados, estabilizarlos y rescatarlos”, dijo. “Fuimos a la selva en donde nos dijeron se ocultaban. Llegamos y vimos gente que había sido mutilada hasta morir y otros que todavía estaban vivos. Teníamos suplementos y equipos de médicos y entonces procedimos a rescatar gente. Vi a una mujer colgando de un árbol que se estaba ahogando en una poza. Luego me di cuenta que si pasaba tres horas rescatándola, no estaría haciendo mi trabajo. Mi trabajo no es rescatar a esa mujer, es asegurarme de que alguien más lo haga”.

En la mayoría de campos de refugiados en el mundo, existe una enorme afluencia, de golpe; un campamento es establecido, una turbulenta estabilidad tiene lugar. En Za’atari, la afluencia y las salidas han sido tumultuosas, impredecibles. “Lo que hace que sea muy complicado”, dice Kleinschmidt. “Hay muchas cosas que entran y que salen en el campamento, es un lugar en donde hay mucho nerviosismo, con historias muy recientes sobre torturas, violaciones y comunidades destruidas, que lo mantienen con vida y al día. Siempre hay algo sucediendo diariamente. Más o menos una diez mil personas regresan mensualmente a Siria. Muchas veces la gente que retorna está vinculada al E.L.S o son familiares que regresan para recoger a los jóvenes que habían dejado atrás”. Jordania no permite que jóvenes sin acompañantes crucen la frontera. Los refugiados están en constante comunicación con la gente que se ha quedado en casa y por las noches suben arriba de las casas rodantes y envían mensajes de texto, llaman y usan Skype. En el campamento siempre se vive al filo, no solo por la vivida presencia de la tragedia, de las noticias y de las conversaciones de tono militar, sino también, porque la gente sospecha que los hombres de Bashar envían espías a Za’atari.

Kleinschmidt, al igual que muchos hombres y mujeres que desempeñan ese oficio, está expuesto a un agotamiento interminable y al sufrimiento. De cuando en vez él solía ver a un psicólogo militar, pero frecuentemente trata de bloquear las emociones de su trabajo, con tareas, con arreglar problemas. “Si me fijo en los traumas y en las historias, termino llorando y dejo de trabajar”, dice. “Lo bloqueo, construyo un jaula a mi alrededor. Pero a veces necesito saber por qué estoy haciendo esto. De lo contario, tratas a los refugiados como mercancías, como unidades empacad en varios lugares…. Para mí, un refugiado significa, que no únicamente perdiste tu apartamento y a tus seres queridos; has perdido el derecho a ser un ciudadano en tu propio país.

Kleinschmidt es un técnico en desposeimiento, él no es un terapista. Construye y administra ciudades para los que han perdido todo. El me lleva a una mesa en su tráiler donde, como un tablero de juego, es desplegado un mapa de plástico del campamento. Cerca del mapa estaba una caja de zapatos llena con juguete: camiones, casas, ambulancias, carros patrulleros, tiendas de campaña, una estación de gasolina. El usa los juguetes para determinar los recursos que tiene y los que está tratando de obtener al tiempo que el campamento recibe más y más refugiados.

El comienza por analizar las condiciones de los sirios, su estado particular de angustia colectiva e ingratitud. “Tú tienes 125,000 personas quienes están sufriendo de heridas recientes –heridas mentales, heridas físicas. Ellos están furiosos con la comunidad internacional porque no cumplimos con ellos militar y políticamente. Insisten en que se los debemos. Piensan que nosotros los que brindamos ayuda humanitaria somos un pobre versión de lo que ellos deberían estar consiguiendo. Saben que un misil crucero o una zona de exclusión aérea costaría mucho más que un campamento de refugiados, por lo que están profundamente frustrados”.

Por toda su empatía, su actitud hacia los rebeldes de Dara’a no es nada sentimental. “La gente de Dara’a lanzó la primera piedra. Sin embargo, las familias ligadas a la revolución están a menudo vinculadas a los negocios –una suerte de vínculo profano entre un rebelde y un bandido…. La mafia está vinculada al ELS y a los traficantes. Eso es en donde se vuelve complicado. Y ellos usan la frustración de la gente para alterar el orden”.

Los refugiados en Za’atari son “gente de la frontera”, dice Kleinschmidt. Muchos de ellos son negociantes, contrabandistas, acostumbrados a desplazarse por Jordania, Siria, Turquía y Líbano. El descubrió rápidamente que los contrabandistas difícilmente dejan de trabajar cuando llegan al campamento: Los beduinos no consiguieron las tiendas de campaña del U.N.H.C.R. por accidente. “En Dara’a existían estructuras en pie, como burdeles, que se han reubicado aquí”, dice. “Tú ves a la prostitutas que entran por la frontera –y los proxenetas que esperan. Hay trabajadoras del sexo, hay historias sobre prostitutas que prestan sus servicios gratuitamente a los combatientes. En el campamento existen toda clase de mercados negros, toilettes, alimentos, electrónicos, drogas, trajes de novia”. Naturalmente, existen los “dones” que cogen su tajada de los varios negocios que se han establecido.

“Hay energía negativa y vandalismo dirigido a los establecimientos comunales: duchas, cocinas”, dice Kleinschmidt. “A la gente no le gustan las cosas comunales. No quieren compartir el toilette con ningún otro. Entonces roban todo esto. Edificios completos han desaparecido: La cocina 77 fue construida por unos hermanos alemanes con bloques de concreto. La idea era que la gente fuera ahí, cocinaran juntos, y llevaran la comida a casa. La cocina que había sido pagada por el U.N.H.C.R. fue robada hasta el cimiento. Tuvimos que recurrir a las imágenes de satélite para probar que la cocina 77 en realidad había existido. Hemos tenido cocinas que han sido transformadas en hogares privados. Catorce edificios prefabricados que han sido robados hasta los cimientos”.

Una mafia que controla la electricidad le paga setenta dólares a alguien para que suba por una escalera y enganche un cable al sistema de alumbrado del campamento y luego vende la electricidad a los tenderos. El problema es que esto puede recargar los transformadores y echar abajo todo el sistema. Otra mafia vende a potenciales dueños de negocios los mejores locales en el Champs-Élysées hasta por dos mil dólares. Hay 65,000 niños menores de 18 años en el campamento, y, debido a que no asisten a la escuela, una gran reserva de muchachos está disponible para trabajar para las diferentes mafias.

Kleinschmidt, como parte de su trabajo se ha dado a la tarea de conocer a los jefes no oficiales del campamento –no para llevarlos a juicio, sino, para trabajar con ellos, para encontrar un acomodamiento. No hace mucho tiempo, Kleinschmidt llamó a Mohammed al-Hariri, un ex comandante de una unidad del Ejército de Liberación Sirio, llamada los Halcones de la Tribu del Profeta Mahoma. De acuerdo a un reporte en Der Spiegel, Hariri era un especialista en minas que asegura haber matado a más de setenta personas en combate. Agotado de combatir, Hariri fue de los primeros refugiados en el campamento, y en el último año se ha convertido en una especie de jefe mafioso, conduciendo negocios ilegales, extrayendo favores, y devolviéndolos. Él dice que controla veinte calles en el campamento y le agrada que le llamen Aquid, o sea “coronel”. De alguna manera se las ha arreglado para apropiarse de tres tráileres y se aprovecha del suministro de electricidad de la clínica italiana que está próxima a su recinto.

Hariri comenzó su reunión con Kleinschmidt con una arenga de media hora sobre las condiciones en el campamento. Kleinschmidt decidió ponerle atención pero sin mostrar debilidad. “En esta parte del mundo, tú tienes que ser muy macho”, dice, recordando el encuentro. “En Asia, tienes que ser humilde. En Somalia, gritas primero y luego besas. Aquí, tienes que mostrar que eres un hombre y pelear y no ser una gallina…. Después de que termino con todo esto, finalmente dijo, ‘İtú, tú eres un buen hombre! Porque solamente un hombre que no tiene medio camina por la noche en este campamento como tú lo haces’. Y luego alguien dijo, ‘nosotros te vimos, y pensamos si deberíamos secuestrarte o no, y decidimos no hacerlo’”. Conjuntamente con un coronel de policía jordano, quien dirige la seguridad en el campamento, Kleinschmidt está tratando de persuadir ahombres como Hariri para que trabajen juntos con él. “Estamos tratando de traerlos del lado obscuro de la luna al lado iluminado. Si confrontas directamente a una pandilla, habrán problemas”. En un campamento tan enorme lleno de sufrimiento y resentimiento político, de descontento y ansiedad, nadie está buscando por más problemas.

Las organizaciones de ayuda humanitaria en Za’atari han realizado un buen trabajo en proveer refugio, alimentos, y agua (treinta y cuatro litros de agua al día para cada refugiado). Y aun así, los refugiados son miserables. “Esta gente que está aquí -y hay un gran cambio- están empezando a ver el campamento como su hogar”, dice Kleinschmidt. “Su arrogancia se ha acabado. Antes pensaban que Bashar se iría muy pronto, entonces ¿Por qué tengo que hablar con tigo? Tú eres tan solo un muchacho que vive en una casa rodante con aire acondicionado, que está haciendo mucho dinero. Nosotros regresaremos a casa. Eso ha cambiado, con la ayuda de Hezbollah. Ellos se han dado cuenta que Bashar no se irá. Por lo tanto, los planes que ellos rechazaron, ahora los aceptan. Ellos me aceptan. Aceptan la realidad de tener que quedarse por un buen rato”.   

Una tarde, un niño de ocho años de edad llamado Ahmed Bashir me siguió mientras caminaba por los Champs-Élysées. El procedía de una aldea en Dara’a, y hablaba mucho de regresar a Siria y ‘reventarle la cabeza a Bashar”. Él estaba fanfarroneando, cantando, era un manojo de energía nerviosa. Y luego paró y me jaloneo por la muñeca, y, en voz calmada, dijo, “Sabes, mi madre está muerta, le dispararon a la cabeza”. Él quería regresar a casa, pero ahora eso parece algo muy, muy lejano”.









Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente la guerra tiene siempre intereses obscuros y quienes las provocan siempre salen librados de todo castigo, me pregunto ¿que ganan los gringos, los pinches ingleses y franceses? proveyendo a los rebeldes de armas y participando a través de acnur en los campos de refugiados, ¿acaso no es eso una doble moral? provocan la guerra y dan ayuda humanitaria. Se me ocurre pensar que ganan muchos dólares con la venta de armas, que ganan muchas prebendas políticas y económicas que les permiten llevar comida chatarra como McDonald y medicinas para sus consecuencias que son enfermedades del tracto digestivo, cardiovasculares y diabetes, así como la explotación minera o de petróleo, entre otras formas de explotación que representan muchos dólares. Me pregunto también ¿como es que cae gente como Kleinschmidt en el juego de ellos?