sábado, 1 de agosto de 2020

Alborotando a la raza…

En los tiempos del coronavirus ya no son los marxistas los que subvierten la ley y el orden capitalista. Ahora son los evangélicos fundamentalistas los que, impartiendo bendiciones a diestra y siniestra, orando y con el mazo dando, comiendo ángeles y cagando diablos, los que no respetan a ninguna autoridad, ni civil ni militar.

 

ALBOROTANDO A LA RAZA…


Por Luciano Castro Barillas
Escritor y analista político
La Cuna del Sol

En los tiempos del coronavirus ya no son los marxistas los que subvierten la ley y el orden capitalista. Ahora son los evangélicos fundamentalistas los que, impartiendo bendiciones a diestra y siniestra, orando y con el mazo dando, comiendo ángeles y cagando diablos, los que no respetan a ninguna autoridad, ni civil ni militar. Son estos señores sin vocación de paz, extrema desobediencia, violencia y ninguna consideración hacia su prójimo los que a lo largo y ancho de nuestro país organizan la adoración a Dios (pero dan la impresión que son adoradores del demonio) argumentando que ellos son inmunes al coronavirus porque “están bañados con la sangre de Cristo” y no con un simple jabón de tocador.


Estos fanáticos religiosos carentes de todo discernimiento por la enajenación a que están sometidos por los pastores y la lectura acrítica de la Biblia, son sujetos verdaderamente peligrosos identificados invariablemente con la derecha. Sus pésimas alianzas con los políticos conservadores han dado resultados verdaderamente desastrosos para la vida democrática y social de los países donde han respaldado esas opciones políticas. Dos ejemplos patéticos y aleccionadores son las alianzas de los evangélicos con Jimmy Morales en Guatemala y con Jair Bolsonaro en Brasil. No vacilaron en respaldar ampliamente a estos sujetos corruptos y de poco seso, entreguistas, militaristas y malas fotocopias de Donald Trump, como el brasileño Bolsonaro que imita las políticas antipopulares, abusivas e irracionales del actual inquilino de la Casa Blanca.


En Guatemala su descerebrado ex presidente Jimmy Morales hizo política de Estado los desayunos, almuerzo o cenas de oración. Alrededor de una amplia mesa se reunía su gabinete hipócrita e incompetente para elevar oraciones al Altísimo, para que los iluminara en sus actuaciones políticas y pidiéndole, muy posiblemente, que no diera lugar el Señor a que fueran tan brutos ese día. Y Jair Bolsonaro en Brasil con la secta “Pare de Sufrir”, instaladas esas agencias de perdición humana, en abundancia, en las favelas donde se sufre tanto y cuaja perfectamente ese falso mensaje redentor, de un diablo disfrazado de Cristo.


Parece increíble que lo hecho por Lula da Silva se haya olvidado en pocos años. Que no se ha tenido gratitud al Partido de los Trabajadores, que los 30 millones de brasileños sacados de la pobreza son poca cosa y que otorgar miles y miles de viviendas dignas a los trabajadores, causando su desproletarización, no haya servido para nada bueno, sino para desclasarlos y transformarlos por obra y gracia de la constitución en capa media, en renegados de clase, los cuales experimentaron pérdida de consciencia y compromiso con los programas sociales y los compromisos de clase por lo que tantos se sacrificaron los dirigentes lúcidos de la política democrática brasileña. Ya lo dijo Dilma Roussef cuando analizó la ingratitud de los pobres favorecidos con su casa por la Revolución Democrática Brasileña encabezada por Lula: “Es que los compañeros favorecidos con sus casas le dan las gracias, en primer lugar, a Dios, por haberla obtenido. En segundo lugar, le dan gracias a su familia. En tercer lugar, es gracias a su esfuerzo personal y, por último, dan las gracias al Partido de los Trabajadores.


Ese planteamiento viene aprendido de los evangélicos, del individualismo de la salvación personal, del personalismo tan propio de esa religión judeo-cristiana y dan, por último, las gracias no a la solidaridad humana, sino a la misericordia que proviene de Dios. Es decir, no agradecen nada a la obra humana, pues abominan al que confía en otro hombre, porque solo se puede confiar en Dios. ¿Y quién puede con semejantes cabecitas? Nadie. Bendiciones, entonces, pues. Que sigan los pueblos indígenas de Guatemala realizando sus bodas multitudinarias en los barracones que fungen como templos, sin ninguna protección contra el coronavirus. No se puede insistir con personas así, porque realmente no hay peor sordo que el que no quiere oír. Bendiciones, bendiciones y más bendiciones.




Publicado por La Cuna del Sol


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