Hacemos llegar a
los lectores de La Cuna del Sol un artículo de interés público mismo que fue
publicado en su versión original en inglés por la revista electrónica Counterpunch el 7 de marzo del 2012. Las
valoraciones que de él se extraigan es su asunto personal.
Por JEFFREY DWYWOOD
La llamada guerra
contra las drogas se ha estado desarrollando por más de 40 años y, a pesar de
la colosal cantidad de recursos que se han desperdiciado en este fallido
experimento social, el apetito del mundo por las substancias ilícitas se
mantiene tercamente en subida y el negocio del narcotráfico sigue tan
floreciente como nunca, sembrando el caos y la destrucción en todo el planeta.
Para cualquiera que tenga la voluntad de analizar este tema, sin los
espejuelos de la ideología y la moralidad, resulta dolorosamente obvio
que las posibilidades de ganar está mal concebida guerra son todavía menores
que la guerra en Afganistán (o la guerra en Iraq) pues su duración ha
sido cuatro veces mayor y a un costo mucho más elevado. La lista de líderes
mundiales (activos y retirados) que se están expresando en contra de la
prohibición de las drogas y demandando un cambio de paradigma en la actual
política sigue creciendo día a día, entre ellos; Koffi Anan, y una larga
lista de ex presidentes, ex zares de la droga, combatientes de alto rango en la
lucha antinarcóticos, mayormente de Latino América.
Desafortunadamente,
fue hasta acá, un suicidio político para legisladores de todas las nacionalidades
reconocer el estrepitoso fracaso de la guerra contra las drogas, pues eran
mantenidos en línea bajo la auscultante mirada del jefe supremo de la
prohibición, los Estados Unidos, los verdaderamente beneficiados con el Gran
Negocio. Manuel Santos, el presidente de Colombia, fue una notable excepción,
proponiendo una cuidadosa política de legalización aun antes de ser electo,
manteniendo la misma ya en el cargo como presidente. El presidente de México,
Felipe Calderón, comenzó su mandato con una fiera determinación de acabar con
el problema de una vez y por todas, pero al aproximarse el final de su mandato
de 6 años y después de una cifra de más de 50,000 víctimas, las dudas se
han incrementado. Su determinación fue sacudida, primero, por la masacre de Monterrey
en agosto del 2011, en tanto que la debacle del rápido y furioso (Fast and
Furious) acabó; con toda razón, por enfurecerlo. Su primera expresión de
descontento regional se dio el 6 de diciembre del 2011, con la publicación de
una declaración llamando por la exploración de “opciones regulatorias u
orientadas al mercado,” que fue firmada por los jefes de Estado de
Centro América y del Caribe; miembros del Sistema por el Diálogo de Tuxtla.
Pero la gran
sorpresa vino de Guatemala, a tan solo unos pocos días de haber tomado
posesión del cargo (enero 14, del 2012) el presidente Otto Pérez Molina, un ex
general electo con base en una plataforma política de ley y orden, empezó a
hablar a cerca de la legalización como un manera de salir del problema de
la guerra contra las drogas. En febrero 11, después de haber sostenido
discusiones con el presidente Santos de Colombia, el presidente Pérez Molina
declaró su intención de presentar la propuesta de legalización en Centro
América, en la próxima Cumbre de las Américas a celebrarse entre el 14 y 15 de
abril. La vicepresidente de Guatemala, Roxana Baldetti, inició el 29 de febrero
un recorrido por la región para discutir la propuesta y procurar con ello ganar
el apoyo de los líderes de Panamá, Costa Rica y El Salvador. Sin sorprender,
los Estados Unidos recibió la propuesta con un rápido rechazo a la misma e
inmediatamente despacharon a la región (febrero 28) a la secretaria del
Departamento de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, un día antes del viaje de
Baldetti. Napolitano logró ganar el apoyo para continuar con la guerra contra
las drogas, de los presidentes de Costa Rica, El Salvador y Panamá; tres de los
principales objetivos de Baldetti. Sospechar que hubo algún tipo de presión,
sería por su puesto, del todo falso. Temprano en su viaje, Napolitano declaró que
la guerra contra las drogas en México no era un fracaso, a pesar de
las 50,000 víctimas, aunque se quedo corta en declararla un éxito. ¿Cómo deletrearía
usted negación? Pero entonces, si la guerra en Iraq es la nueva referencia, el
fracaso más estrepitoso puede ser pregonado como un éxito.
Es digno de
destacar que Baldetti, todavía fue capaz de maniobrar para conseguir el apoyo
de Costa Rica y El Salvador. El domingo 3 de marzo se informó que la
administración de los Estados Unidos estaba enviando al propio vicepresidente
Joe Biden, tenaz proponente de la guerra contra las drogas, a un recorrido por
la región. La iniciativa del presidente Otto Pérez Molina no tiene
precedentes y marca, desde el inicio del lanzamiento de la guerra contra las
drogas en 1971, por Richard Nixon, la primera vez en que un jefe de Estado
foráneo activamente reta la política de prohibición liderada por los EUA y
trata de formar una coalición en contra de ésta. Pérez Molina, un
antiguo militar de alto rango, tiene impecables credenciales para lanzar tal
movimiento. Guatemala está ubicada en la ruta de mayor tránsito que se prolonga
desde Colombia hasta los Estados Unidos y la narcoviolencia ha explotado ahí en
los últimos años, convirtiendo a este empobrecido e inestable país en uno de
los más peligrosos del mundo. Queda por ver si el presidente Pérez Molina
tendrá la capacidad para soportar la presión de los Estados Unidos. Mucho
dependerá de la actitud de Colombia y México, los países más influyentes en la
región. De decidirse estos dos países a explorar seriamente alternativas a
la guerra contra las drogas y con resolución encaminarse hacia políticas
más pragmáticas y realistas, el balance del poder se alteraría drásticamente y
otros países podrían ser persuadidos para alinearse detrás de ellos, pero nada
puede suceder sin Colombia y México a bordo.
Hay razones para
creer que el más reciente evento representa un duradero cambio de actitud en
Latino América en cuanto a abordar el intratable problema del tráfico de
drogas, que ha causado tremendo daño a la región en las pasadas tres décadas.
Hay un creciente grado de entendimiento de que la actual política de
prohibición no tiene el suficiente poder para enfrentar el problema, pues cada
éxito aparente que se logra en un frente, simplemente desplaza el problema. Las
metanfetaminas desplazan a la cocaína. Guatemala reemplaza a México. Una serie
de mini carteles toman el lugar de los mega carteles después de la desaparición
de estos, en un círculo vicioso sin fin. La violencia es contenida, en el mejor
de los casos, como parece ser el caso de Colombia. Latino América resiente
profundamente el hecho de que Estados Unidos por mucho tiempo ha culpado a los
países que producen y por donde transita la droga, sin tener la suficiente
voluntad o habilidad para contrarrestar la demanda en casa. Para terminar de
agregar leña al fuego, Estados Unidos hace poco para limitar el constante flujo
de armamento con leyes muy flojas que los legisladores tienen temor a retar.
Los latinoamericanos también se dan cuenta que son ellos quienes tienen que
soportar el peso del costo humano de una guerra que les ha sido mayormente
impuesta especialmente en los países por donde transita la droga, ellos sienten
que son víctimas inocentes. Más preocupante, la región está enfrentando un
problema muy propio, al ser los servicios y transacciones de las drogas muchas
veces pagadas en especie, un movimiento iniciado por los carteles al final de
la década de los 80. Las substancias usadas como pago terminan incrementando la
demanda local. Como resultado, las guerras entre pandillas y carteles son por
el control de territorios en lugar de la rutas de tránsito. Los más
vulnerables, los niños, los jóvenes y las mujeres, son carne de cañón en la
línea frontal; usados como vigilias, correos, mulas o pistoleros a sueldo.
Al mismo
tiempo, los países de Latino América están cada día más ansiosos por
hacer valer su independencia de la sobre carga que les impone su vecino
del norte. El actual vacío de poder existente en los Estados Unidos,
donde el gobierno es prácticamente tenido como un rehén por una fracción
de políticos fanáticos, refuerza este deseo de independencia y crea las
condiciones favorables. La intransigencia puesta de manifiesto por la
administración de Obama y Janet Napolitano podría terminar con el tiro
saliéndoles por la culata. Idos están los tiempos en los que los Estados Unidos
podían imponer su voluntad a su sabor y antojo sobre todos los países de
la región. Su estrategia de ayuda ligada, atada o condicionada que por lo
general equivale a la intimidación y el soborno, tenebrosamente se asemeja a la
estrategia de plomo o plata de los carteles de la droga.
Copyright © CounterPunch
Publicado por Marvin Najarro
Ct., USA.
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