INTRODUCCIÓN
¿Qué puedo hacer con esto?, es la nueva entrega del poeta Manuel José Arce
a la vista de una Guatemala que le duele y escuece. Colmada de injusticia,
contrastes insultantes, exclusiones, indiferencia, cinismo y pocas
posibilidades de ser redimida. Tan igual, tan congelada en el tiempo -como hace 30 años cuando fue redactada esta
pieza literaria-, Este ensayo pareciera escrito
hace 24 horas. Guatemala, pienso, está peor. Antes había ya bastante
indiferencia ante el dolor ajeno; ahora la indiferencia es total. La
deshumanización está globalizada y la democracia nacional es una idea vieja y
desacreditada que solo la traen a colación los politiqueros que son, para el
caso de Guatemala, los seres más desenfadados de la tierra. O quizá las más desaprensivos
seres de una planeta extraño. Luciano
Castro Barillas.
Por Manuel José Arce
Tengo
una viva piedra adentro del pecho. Viva porque crece y quiere gritar. Es como
una preñez. Sí: preñez de hombre, preñez que da la vida y caminar por ella con
los ojos abiertos, con el oído abierto, con la cabeza de par en par, viendo,
pensando y caminando.
Es
una sorda piedra dura que crece. Las calles y las esquinas de esta ciudad me la
hacen crecer. Los campos, las aldeas y los hospitales me la hacen crecer. Los
periódicos y los manicomios y la realidad nuestra de cada día me vuelven más
grande y pesada esta piedra.
Miro
a Cristo vestido de lujo en la procesión frente a los ojos atónitos de los
cristos harapientos de nuestras calles. Y la piedra crece.
Miro
el concurso del niño sano en un país de niños desnutridos y de elevado índice
de mortalidad infantil. Y la piedra sigue creciendo.
Miro
al charamilero que está quemando su vida llena de frustración y desprovista de
sentido y miro luego el anuncio del licor caro que promete felicidad y “triunfo
social” y la piedra se me vuelve inaguantable.
Miro
una mujer del pueblo que pare o aborta en la calle. Y la piedra me rasga las
costillas.
Miro
al ladrón que corre con un bocado en la cartera ajena y el miedo desesperado en
sus pies veloces. Y la piedra se me pone caliente.
Miro
al nuevo yate, más la nueva avioneta, más el nuevo carrazo, más el nuevo vicio,
más el nuevo negocio y el nuevo guardaespaldas que sustituye al muerto. Y la
piedra no me deja respirar.
Miro
el libro comido de polilla y el cerebro comido de ignorancia.
Miro
de dos en dos enfermos en las camas del viejo hospital, y otros que ni permiso
piden para morirse en el suelo o en la puerta. Y miro el hospital de lujo como
un hotel muy caro para turistas millonarios. Y la piedra me oprime el
intestino.
Miro
las nubes de un millón de cohetes y oigo la música de los Rolling Stones y al
gringo que fotografía el niño esquelético prendido al pecho pellejudo y vacío.
Y la piedra sigue creciendo.
Miro
al muchachito al muchachito que no ha hecho la “primera comunión” pero que ya
se envició con el pegamento de zapatos, que ya empezó a volverse homosexual a
cambio de unos centavos que le da un señor de carro igual al de que se levanta
a la hermanita mayor. Miro a los niños
que se murieron entre la basura por buscar comida. Y miro a la señora
condecorada por su caridad. Y la piedra está llenando todo mi cuerpo.
Y
lo duro es que un hombre no puede vivir así. Con esa inmensa piedra
adentro. Y no puede olvidarse de ella. Y
si la saca y la lanza corre peligro. Y…
Dígame
usted, lector amigo, ¿qué puedo hacer con esto? ¿Qué puedo hacer con esta
piedra guatemalteca que llevo dentro? Guatemalteca, sí. Profundamente
guatemalteca.
Publicado por Marvin Najarro
Ct., USA.
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