INTRODUCCIÓN
Las altisonantes proclamas del periodismo
contemporáneo sobre la objetividad, imparcialidad, neutralidad y equidistancia
son una farsa. Siempre lo han sido. Y llegó a ser durante muchísimos años un
artefacto ideológico y político inventado por las clases dominantes,
particularizada en los medios masivos de comunicación, para dar a entender su
“profesionalismo”. Ser profesional, en este caso, es no tomar partido por
ninguno de los protagonistas de los incidentes que, en ocasiones, dada su
proyección y profundidad social trascendente; se transforman en hechos
históricos. Toda actividad humana tiene su componente ideológico y el
periodismo todavía más, porque estando dirigido a amplios y diversos públicos
convienen dos cosas: inmovilizarlos con la información imprecisa o lanzarlos a
lucha con la exposición apasionada de los hechos del acto injusto, de la vileza
contra el débil, del oprobio arrollador y vergonzoso del prepotente (Mubarak,
por ejemplo) y todo aquello que tiende a informar realmente al lector, escucha
o vidente. El periodismo es un orientador pertinente en una sociedad con poca
información y que invariablemente la manipula el poder del capital (los
electores de los Estados Unidos, para citar otro ejemplo). El periodismo
cobarde, pues, se parapeta en esas invenciones de los periodistas “sin compromiso” con las clases
subalternas, pero sí muy “comprometidas”
con las clases poseedoras. Y es que hoy más que nunca la práctica periodista no
está concebida para difundir la verdad sino para ocultarla y la sobre
exposición de la imagen, de lo gráfico, de lo formal; por encima del contenido
ha creado un fenómeno delicuescente de nuestro tiempo: la inexistencia de la comunicación. Comunicarse es
entenderse. Es utilizar un código que lleva un mensaje bien emitido (por el
emisor) y bien recibido (por el receptor). Si eso no ocurre, no se da el
fenómeno de la comunicación y el periodismo que se hace, sencillamente, es
basura, de alta tecnología; pero al final, basura. Sigamos los paradigmas
periodísticos del pasado de los grandes reporteros como John Reed (Diez días que conmovieron al mundo,
sobre la Revolución rusa de 1917), Ryzard Kapuscinsky, Edar Snow, Rodolfo Walsh
y Robert Capa, fotógrafo documentalista. El periodismo digno debe tomar partido
con las causas justas de la humanidad y desenmascarar a ese tipo de periodistas
imparciales parciales, neutrales con partido y equidistantes que toman su lado.
Tal el caso de la mayoría de
medios de Guatemala y el mundo donde empresarios y periodistas coludidos -con
poquísimas excepciones- impregnan
de mierda páginas y espacios televisivos y radiales. Luciano Castro Barillas.
EL PERIODISMO NECESITA
CORAZÓN
Pascual Serrano*
Revista Pueblos, 22-07-2012
“El verdadero periodismo es intencional: aquel que se fija un objetivo y
que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible.
Hablo, obviamente, del buen periodismo”. Ryszard Kapuściński. Declaraciones en
un encuentro con Maria Nadotti en Capodarco di Fermo (Apulia-Italia), 27 de
noviembre de1999.
En los últimos tiempos el debate sobre el periodismo se limita a discutir
sobre el formato y la presentación. “Sustituyen el problema del contenido por
la cuestión de la forma, colocan la técnica en lugar de la filosofía. Sólo
hablan de cómo redactar, cómo almacenar, cómo transmitir algo. Pero qué
redactar, qué almacenar y qué transmitir, de eso ni una palabra. El punto débil
de estas manifestaciones radica en que a través de ellas, en lugar de
discusiones sobre el contenido, el espíritu y el sentido de las cosas, no nos
enteramos más que de los nuevos y deslumbrantes avances técnicos conseguidos en
el terreno de la comunicación”. Así lo percibía Ryzard Kapuściński hace casi
diez años y ahora esa sensación es mucho más evidente.
Hubo un tiempo, allá en el siglo XIX, en el que el periodismo y los
periódicos eran, básicamente, pasquines de lucha y combate político. Los
periódicos, la radio, la televisión en sus inicios, eran instrumentos de
diversos partidos y fuerzas políticas en lucha por sus propios intereses. Así
por ejemplo, en Francia, Alemania o Italia, todos los partidos e instituciones
relevantes tenían su propia prensa. La información, para esa prensa, no era la
búsqueda de la verdad, sino ganar espacio y vencer al enemigo particular. Ese
modelo puede ser saludable para la libertad de expresión y el debate de las
ideas, pero nadie lo defenderá como el más idóneo para el conocimiento de los
hechos. Pero aquello ya forma parte del pasado, y se podría decir que hoy
estamos en el polo opuesto, el principal argumento que esgrimen los directivos
de los medios de comunicación y los popes de la prensa es que ofrecen
información neutral y equilibrada. Sus banderas, dicen, son la objetividad y la
imparcialidad.
El culto a la objetividad provoca que los reporteros que presencian
tragedias y sufrimientos cuyos responsables están perfectamente identificados
vean que sus crónicas terminan llegando al público descafeinadas y desteñidas
tras atravesar los filtros de los jefes de redacción y los directivos de
despacho. La objetividad se ha convertido en elemento de culto para evitar
enfrentarse a verdades desagradables o disgustar a una estructura de poder de
la que dependen los medios de información para obtener beneficios o incluso
sobrevivir.
Ese culto transforma a los reporteros en observadores neutrales o voyeurs.
Si trabajan en televisión prácticamente se han convertido en webcams que no
expresan nada, y si escriben se dedican a transmitir fríamente datos y números
que no ayudan a comprender los acontecimientos. El periodismo actual destierra
la empatía, la pasión y el afán de justicia. A los reporteros se les permite
mirar, pero no sentir, ni hablar con su propia voz. Actúan como “profesionales
asépticos” y se consideran científicos sociales desapasionados y
desinteresados. Los nuevos profesionales tienen pánico a insinuar un mínimo de
posicionamiento ante cualquier acontecimiento. O lo que es peor, reproducen las
líneas informativas y editoriales señaladas por sus superiores y las agencias
para no ser marcados ideológicamente. Así creen ser neutrales, pero no lo son,
simplemente se convierten en operarios despersonalizados y desideologizados que
abandonan cualquier iniciativa y principios.
Equidistancia... ¿Con respecto
a dónde?
Otro pilar en el que se fundamenta el mito actual de la ética periodística
es de la equidistancia. Se defiende con el argumento de la necesidad de
presentar todas las versiones de un hecho y todas las posiciones ante un
acontecimiento. La tópica idea de que, ante un determinado hecho, para realizar
una labor exquisita de periodismo objetivo hay que informar de lo que dicen
ambos bandos debilita el verdadero periodismo. No es verdad que la verdad se
sitúe a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos.
Hace unos años observé en televisión la noticia sobre un derrame de fuel
provocado por un barco encallado en Algeciras. El periodista afirmaba que,
según los ecologistas, el crudo estaba sólo a un kilómetro de la costa, y según
el gobierno español todavía estaba a tres kilómetros. El informador estaba
convencido de que había aplicado un criterio de pluralidad y equilibrio porque
recogió la versión de dos partes contrapuestas, y no se daba cuenta de que
simplemente incumplió su responsabilidad como periodista, que consistía en
comprobar personalmente el derrame e informar a la audiencia de su ubicación en
lugar de recoger dos versiones de las que, al menos una, no era verdad. En
otras ocasiones asistimos a un periodismo que se limita a recoger una denuncia
de corrupción de un político y el desmentido del político acusado. El
periodista se presenta así como plural y queda bien con todas las partes: ha
recogido la versión de todos. Pero, una vez más, el ciudadano se queda sin
saber si hubo corrupción o una acusación injuriosa. Lo único que ha habido es
la cobardía de una profesión que no busca la verdad y que, incluso
conociéndola, no se atreve a posicionarse.
Según el modelo que se está promoviendo, un refugiado de la Alemania nazi
que apareciera en televisión diciendo que en su país están sucediendo
monstruosidades debería ir seguido de un portavoz de los nazis afirmando que
Adolf Hitler está logrando llevar al país al mayor nivel de desarrollo nunca
conocido, escribió el ex columnista de The New York Times Russell Baker. Desde
este punto de vista, y en aras del equilibrio, tras una agresión neonazi
deberíamos recoger la reacción de las víctimas y también la del grupo neonazi.
Y el día 25 de noviembre, Día Internacional de Lucha contra la Violencia de
Género, buscaríamos, junto a los que combaten esa violencia, la opinión de
algún asesino de su pareja. Y tras un bombardeo a una población civil,
deberíamos presentar con igual extensión y legitimidad los argumentos de los
bombardeados y los de quienes los bombardean.
De hecho así se hizo cuando el ejército israelí atacó y asesinó a nueve
cooperantes de la Flotilla de la Libertad que transportaba ayuda humanitaria a
Gaza en mayo de 2010: los medios dieron la misma legitimidad informativa a las
argumentaciones del gobierno de Israel, que acusaba a los cooperantes de
defender a terroristas, que a las familias de las víctimas. Se trata de un
ejemplo más de la cobardía del periodismo actual ante las presiones de los
diferentes grupos de poder.
El redactor adopta la postura de Poncio Pilatos en versión periodística, en
lugar de lavarse las manos ante el crimen, reproduce lo que dice el criminal y
la víctimas y se queda satisfecho y a cubierto de las críticas. Un periodismo
honesto y valiente requiere que el periodista asuma el rechazo seguro que
suscitaría en una determinada parte de la población la toma de posición ante un
determinado hecho y quizás ignorar a la que intenta justificar un crimen o se
funda en un dato falso. Para evitar el esfuerzo o la indignación de una parte
del público, si alguien afirma que Hitler es un ogro, nuestro periodista
virginal mostrará al instante a otra persona que dice que Hitler es un
príncipe. ¿Un hombre dice que una bomba de la OTAN ha asesinado a cincuenta civiles
que asistían a una boda en Afganistán? Inmediatamente el medio presentará a un
portavoz de la OTAN diciendo que se trataba de talibanes terroristas. Así
(pensarán en la dirección del medio) quedarán bien con quienes creen que la
OTAN lucha contra el terrorismo en Afganistán y con quienes consideran que está
masacrando a la población civil. Eso sí, nadie podrá saber lo que ha sucedido,
que es precisamente para lo que se supone que están los medios de comunicación
y los periodistas. Lo importante es que el periodista pueda decir que fue
imparcial, neutral y equidistante.
Ética o complacencia
El problema es que estamos creando un profesional del periodismo que ya no
sabe incorporar principios y valores éticos y culturales a su trabajo. Incluso
su vocabulario se limita a la exposición de hechos y no incluye la elaboración
de reflexiones complejas o análisis de cuestiones éticas. Como escribió Walter
Lippman en su libro Public Opinion, el periodismo no nos señala la verdad
porque siempre hay una brecha descomunal entre la verdad y la información. Las
cuestiones éticas enfrentan al periodismo al nebuloso mundo de la
interpretación y la filosofía, y por eso los periodistas huyen de la indagación
ética como un rebaño de corderos atemorizados.
Conceptos como neutralidad, objetividad y equidistancia sólo son argumentos
empresariales para ganar la credibilidad de los ciudadanos y la complacencia de
grupos de poder, anunciantes y publicistas que no quieren un verdadero debate
sobre el mundo en el que vivimos. Los periodistas más consagrados de todo el
espectro político no han dudado en denunciar el mito de la objetividad. “En
cuanto a la objetividad periodística, es tal vez la patraña más grande que me
ha tocado oír acerca de nuestro oficio”, afirmó el veterano periodista italiano
Indro Montanelli, un periodista al que no se le podrá acusar de antisistema.
El historiador Paul Preston, que estudió el papel de los corresponsales
extranjeros que informaron sobre la Guerra Civil Española en su libro
Idealistas bajo las balas, afirma que “no puede existir la objetividad o
ecuanimidad. No se puede tratar al asesino y al asesinado o al violador y la
violada como si fuesen iguales. Cada periodista, como cada historiador, que lo
sepa o no, ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e
ideológico. Esto no quiere decir que no hay que intentar entender las
motivaciones de todos los implicados en una situación”.
Indignación y denuncia
“En América Latina uno se mete de periodista y lo primero que hace es
indignarse, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia,
no sé lo que estás haciendo”. Así se expresa la periodista y escritora Elena
Poniatowska, quien no concibe el periodismo sin compromiso. Según Robert Fisk,
en un mundo laboral dominado por el cinismo el periodismo es un empleo honroso
a través del que se puede cambiar la forma en la que la gente ve el mundo.
Paul Preston, en Idealistas bajo las balas, recoge el grado de implicación
que, inevitablemente, adoptaron algunos de los corresponsales que fueron a
España en la Guerra Civil. La mayoría de ellos, a la hora de vivir en primera
línea la lucha de un pueblo contra el fascismo y la tragedia del abandono del
resto de los países que se negaron a ayudar al gobierno legítimo español, no
dudaron en tomar partido, muchas veces enfrentándose a la posición del
periódico que les había enviado como corresponsales. Ernest Hemingway,
Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijaíl Koltsov, Louis Fischer, Herbert
Southworth, Henry Buckley, W.H. Auden, Arthur Koestler, Cyril Connolly, George
Orwell, Kim Philby.... a todos les
transformó la guerra. La simpatía hacia el bando republicano español no
procedía de corresponsales rusos o de publicaciones marginales de izquierda, el
corresponsal estadounidense Louis Fischer afirmó que “muchos de los
corresponsales extranjeros que visitaban la zona franquista acababan
simpatizando con las tropas republicanas, pero prácticamente todos los
innumerables periodistas y visitantes que penetraban en la España leal se
transformaban en colaboradores activos de la causa. (…). Sólo un imbécil
desalmado podría no haber comprendido y simpatizado” con la República Española.
Hemos de reconocer que el tremendo control que los grupos empresariales
propietarios de los medios ejercen sobre los profesionales nos lleva a pensar
que no son buenos tiempos para un periodismo socialmente comprometido. Por eso
mismo, bucear en el periodismo de históricos reporteros como John Reed, Ryzard
Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa puede ayudarnos a
recuperar la pasión y la fuerza para seguir avanzando contracorriente.
Decía Stefan Zweig que “nuestro tiempo quiere y ama hoy las biografías
heroicas, porque dada la pobreza propia en figuras de liderazgo políticamente
creativo busca ejemplos mejores en el pasado” y destacaba “el poder de expandir
las almas, aumentar las energías, elevar el espíritu de las biografías
heroicas. Desde los tiempos de Plutarco, son necesarias para toda estirpe en
ascenso y toda juventud”.
John Reed fue el cronista de grandes hitos revolucionarios, Ryzard
Kapuścińsky dedicó su vida a relatarnos los sueños descolonizadores de los
países del Tercer Mundo, Edgar Snow acercó la lejana Asia y la revolución china
a Occidente, Rodolfo Walsh sentó los principios de un periodismo emparentado
con la literatura de no ficción en el marco de una terrible dictadura y Robert
Capa fotografió como nadie a los seres humanos que sufrían la guerra. Su
trayectoria debe ser para nosotros, los profesionales de la comunicación, un
ejemplo de dignidad en estos tiempos en los que las ruedas de prensa, el ordenador
con sus innumerables artilugios suplementarios o derivados y las cotizaciones
en bolsa de nuestro medio de comunicación parece que se han confabulado para
acabar con un periodismo que crea que pueda mejorar el mundo.
*Pascual Serrano es periodista. En 2011 publicó “Contra la neutralidad.
Tras los pasos de John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y
Robert Capa”. Editorial Península. Barcelona.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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