INTRODUCCIÓN
El gobierno y las autoridades educativas de Guatemala,
probablemente, nunca se imaginaron el nivel de oposición, ni el grado de
reacción, que su propuesta de reforma educativa generaría entre los estudiantes
normalistas afectados. Les pareció que no habría mayores inconvenientes y que
al final, con mínimos contratiempos los estudiantes de magisterio terminarían,
aunque fuera de mala gana, aceptando la imposición, más que una solución
consensuada entre las partes, de la reforma al currículo de estudios. Los
resultados están a la vista y ahora el gobierno tiene una papa muy caliente en
las manos. Existe un consenso generalizado, al menos así parece, entre la
mayoría de educadores y de personas expertas en el tema de la educación en
cuanto a la necesidad casi impostergable de la reforma del sistema educativo
nacional– se viene hablando de una reforma educativa de fondo, integral, desde
la firma de los acuerdos de paz en 1996 – que eleve el nivel del desastroso
sistema educativo nacional. Se sabe que la educación
requiere como inversión el 7% del PIB y en la actualidad apenas recibe el 2.5%.
Dicho en otras palabras y dado a que la condiciones económicas del país
no lo permiten, resulta por demás ingenuo pretender imponer una reforma de tal
naturaleza que, aunque necesaria, es totalmente inviable en las actuales
circunstancias. Pero el gobierno parece no entender eso y prefiere, como
siempre, culpar a los estudiantes del fracaso de su propuesta. Marvin
Najarro.
RAZONES Y SINRAZONES
DE LOS ESTUDIANTES NORMALISTAS
DE GUATEMALA
Cynthia del Águila, Ministra de Educación
Por
Luciano Castro Barillas
Las razones de fondo de la inconformidad de los
estudiantes normalistas de Guatemala son económicas. No es necesario grandes
elucubraciones teóricas y gran especulación política para llegar a
conclusiones. La Canasta Básica
de Alimentos en Guatemala es de Q.2,494.00 quetzales y el salario mínimo para
el campo y la ciudad es de Q.68.00 quetzales. Hay pues, un déficit de Q.
454.00, lo que en palabras sencillas se traduce en que para terminar comiendo
los últimos días del mes harían falta esos billetitos. Por otro lado, la Canasta Básica Vital es de Q.
4,500.00, la cual incluye salud, educación, vestuario, vivienda, mobiliario,
transporte, cultura y otros bienes y servicios. Si hacemos cuentas, resulta que
la mayoría de los jovencitos y jovencitas que participan en las protestas y
ocupaciones de establecimientos educativos son hijos de obreros, artesanos,
empleados de servicios; cuyos ingresos andan
-si bien- en los Q. 2,500.00
a Q.3,00.00 quetzales. Es bastante fácil comprender la
razón del porqué agregar dos años más a la carrera de magisterio constituye
para esas precarias economías familiares toda una devastación. Con el agregado
que, aun los profesionales universitarios como médicos, abogados, ingenieros
civiles y otros, tienen grandes dificultades para encontrar empleo, con
postgrados incluso en el exterior. Las familias guatemaltecas no son de un solo
hijo, como mínimo cada grupo familiar está integrado por tres hijos. Hay buena
intención, creo, de ampliar a dos años más la carrera de magisterio para elevar
la calidad formativa de los estudiantes y que esta redunde en mejor calidad educativa en los procesos de
enseñanza-aprendizaje, pues Guatemala ocupa uno de los últimos lugares en los
estándares internacionales actuales de la enseñanza. Es una necesidad, claro,
mejorar la enseñanza, empezando por crear una generación de nuevos, más
preparados y por lo tanto más eficientes maestros. El problema de fondo es que
en países con tan bajísimos niveles de desarrollo material, no funcionará ni la
más innovadora pedagogía, métodos y metodologías de enseñanza. Porque para que
nazcan en los jóvenes ideales docentes,
vocaciones pedagógicas, sentido de educación en cuanto educar a los demás y ser
uno mismo educado, se necesitan
cambios profundos y vastos en el currículo
material, no solo en el currículo teórico. No pueden germinar las mejores
ideas pedagógicas en cuanto no se modifiquen seriamente las estructuras
sociales y económicas de un país. Cualquier política educativa resulta como “arar en el mar, echar nieve en una fragua
o en la mar un alfiler”, como dijera en su epigrama modernista, formalista
y retórico el gran poeta Rubén Darío.
Las personas, por ejemplo, que cursan licenciaturas en
pedagogía no tienen ideales docentes en su gran mayoría. Quieren ser
funcionarios de algunos de los diferentes niveles del sistema educativo
nacional. Ser administradores educativos y no maestros. Tramitar papeles, no
dar clase. Pero eso es lo que les ha enseñado el sistema. Los peores docentes,
por ejemplo, que trabajan en escuelas primarias con ese grado académico,
resultan, contradictoriamente, los peores maestros. ¿Dónde está la falla? En la
inexistencia de dirección intelectual. De un espíritu nacional que entusiasme a
las personas por enseñar, resultado de algo contundente y arrasador
espiritualmente para cualquier nación: ideas política honradas y políticos decentes donde se tenga la certeza
de que se construye un Nuevo País. Eso no ocurre en Guatemala. Se estudia para
tener y no para ser.
¿Que los muchachos son manipulados? Es la cantilena,
la muletilla; de las rancias tradiciones
reaccionarias. ¿Qué se ha privilegiado el diálogo de las partes? No, porque
ambos bandos tienen un posicionamiento previo y la inflexibilidad mutua
responde al hambre de unos y a la intransigencia ideológica de los otros. ¿Que
hay buenas intenciones en el mejoramiento en la calidad de la educación? Así
es, pero no se hace lo previo: darle sustentación material a las buenas ideas.
Se hacen las cosas al revés y no fructificarán, lamentablemente para Guatemala.
Pero hay una lección por aprender en todo esto: las
derechas ya no pueden realizar impunemente sus designios. Y la señora Ministra
de Educación, Cynthia del Águila, arropada en seda en su infancia, resultó llorando y conoció de primera mano el
espanto, la violencia y el horror de la pobreza al ser prisionera de los enfurecidos
muchachos.
Para concluir solo quiero agregar a los futuros
maestros lo siguiente, que me dijera en una ocasión un entusiasta maestro
andaluz, Pepe Román: “Ser maestro es la
profesión más bonita del mundo cuando a uno le gusta enseñar, pero es el oficio
más terrible cuando a uno no le gusta la enseñanza”. Es de reflexionar en
lo dicho. Y muchos de los que hoy estudian para ser maestros debieran de
preguntarse eso, para aceptar con agrado lo propuesto o rechazarlo de la manera
más enfática.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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