INTRODUCCIÓN
El filósofo
mexicano Enrique Dussel, reflexiona con pesimismo (como la filosofía
existencialista de Jean Paul Sartre) sobre los resultados electorales del uno
de julio de 2012 en México, donde el
hijo de la ilegitimidad moral y política,
Enrique Peña Nieto, salió victorioso con una mediocridad porcentual pero la
suficiente para hacerse con el poder el próximo sexenio. México,
indudablemente, va de mal en peor, pues el retorno del tiranosaurio rex, el
PRI, es un franco y decidido retroceso para la sociedad mexicana que sigue
adoleciendo de falta de discernimiento, tal como sucede con los pueblos
centroamericanos. En la política mexicana nunca se había llegado a tales
niveles de frivolidad y manipulación que un personaje melodramático creado por
el monopolio televisivo e incapaz de expresar frase sensata alguna si no tiene
el telepronter enfrente, sea precisamente el mandatario de una gran nación.
Pero el reparto era insuficiente con el primer actor Peña Nieto, era
necesaria la comparsa y primera actriz, La Gaviota , heroína de telenovelas idiotas. ¿Qué le pasa al pueblo mexicano? ¿Por qué ha
perdido la objetividad a cambio de los abarrotes que les regaló el PRI? ¿Por
qué se vende por un plato de lentejas por la lanita que está segura con el
PRI? Es evidente que las condiciones subjetivas no se han desarrollado en el
pueblo mexicano puesto que es incapaz de construir su futuro y se refocila en
el pasado. Son presas, al parecer, de un idealismo objetivo extremo, que les
hace ver como posible lo que no tiene ninguna viabilidad. Años duros y
terribles desastres sociales asolarán la
linda
y bendita tierra de México, sin que nada pueda hacerse por el momento,
a no ser la resistencia contra el fraude que ha empezado a hacer Manuel López
Obrador. La elección fue legal, dentro de corpus formal del Instituto Federal
Electoral, IFE; pero ilegítima porque su desenvolvimiento y resultados son
hijos de la ilegalidad de siempre: una revolución campesina traicionada donde
los usurpadores siguen detentando el poder, ahora llegando a los 90 años de
dictadura perfecta. Luciano Castro
Barillas.
¿FUE DEMOCRÁTICA LA ELECCIÓN?
Por Enrique
Dussel*
Que hubo elección nadie lo puede dudar,
pero lo que nos preguntamos es: ¿fue democrática? Y ahí comienzan las dudas,
sobre todo por la significación estrecha y equivocada de democracia que tienen
el IFE y el candidato fabricado por la televisión.
Pareciera que el acto de la elección de
un candidato define la democracia, olvidando que lo que hace al acto
democrático son las condiciones que ese acto debe cumplir. Es todo lo que
antecede, todo lo que está antes del acto de elección lo que califica al acto
de democrático o antidemocrático. La elección misma no se autocalifica como
democrática por el hecho de haberse ejecutado.
En primer lugar, la democracia es el
nombre de un sistema de legitimación (véanse las tesis 8 y 10
de mi obra 20 tesis de política, Siglo XXI, México, 2006). La
legitimación no es la legalidad. Legal es el acto que cumple la ley. Se puede
cumplir la ley sin convicción subjetiva, por obligación, contra la propia
voluntad, hasta con violencia, y sin embargo el acto acorde objetivamente con la
ley es legal. Por el contrario, un acto se juzga como legítimo si el sujeto que
lo cumple lo cree válido, es decir, si subjetivamente se tiene la convicción,
si se cree que el acto pudo realizarse libre y equitativamente. La acción es
legítima, en nuestro caso una elección de candidatos, si el futuro votante, la
comunidad política, el ciudadano subjetivamente está convencido de que tuvo
iguales condiciones, es decir, pudo participar simétricamente en los pasos
previos a dicha elección. Si por ejemplo, fue coaccionado (comprando su voto),
o fue obligado (bajo un posible castigo), o fue informado incorrectamente (por
falsas noticias o encuestas distorsionadas que presentaban un ganador seguro
sin serlo), o si durante seis años se presentó a un candidato en todo su
esplendor de mercancía apetecida como noticia cotidiana del monopolio
televisivo (monopolio ya intrínsecamente no democrático como medio de
producción de candidatos, porque no admiten que otros den informaciones
contrarias que darían al televidente la posibilidad de una información plural,
es decir, democrática) y no bajo el rubro de publicidad político partidaria (lo
que impidió a otros candidatos estar en la pantalla continuamente bajo la
limitación de gastos de campaña, con la complicidad continua del IFE que no
invalidaba esa desigualdad en las condiciones de una campaña anticipada), o si
durante esos seis años se difamó a otro candidato de manera sistemática y
también cotidiana, si acontecieran todos estos hechos no se habría cumplido el
requisito de ser democrático el acto electivo, porque no hubo simetría o
igualdad en las posibilidades de dar a conocer sus programas o a responder
simétrica o equitativamente las críticas que se le hacían continuamente a los
otros candidatos.
En efecto, en la elección del primero
de julio se han cumplido todos esos actos condicionantes que producen en gran
parte del electorado la convicción subjetiva de que no fueron todos los
candidatos tratados simétricamente, con igualdad. El acto que subjetivamente el
ciudadano no considera válido, y que considera que objetiva o
institucionalmente se ha permitido esa desigualdad (en recursos monetarios de
campaña, en tiempos de propaganda, en humillación del pueblo comprando sus
votos, etcétera, etcétera), no es legítimo. Y si la democracia es el sistema de
legitimidad, es decir, que institucionalmente crea objetivamente sus
condiciones de realización, la elección que acaba de realizarse no puede ser
calificada de democrática.
Los que creen que es democrática porque
simplemente se ha cumplido el acto de elección de candidatos tienen un sentido
fetichista de la democracia. Creen que el simple acto de votar torna al acto y
al representante electo de democráticos. Y no es así. El acto es democrático
por sus condiciones de posibilidad, antes de ser puesto como acto.
Ha habido fraude, es evidente, aun por
el hecho de que se repartieron tarjetas de consumo que llenaron las tiendas
para comprar mercancías ante la noticia de que serían anuladas. Pero lo peor no
es que haya habido fraude con muchos mecanismos diversos y cada vez más
sofisticados; lo peor es que esas campañas organizadas por un partido
triunfante, no legítimas ni democráticas, muestran la corrupción de su
concepción de la política como tal. El viejo PRI desprecia al pueblo al considerarlo
tan ignorante e ingenuo que puede con una limosna (¿qué son, sino limosnas,
migajas, esos pocos pesos, comparados con los robos que los representantes legítimos
realizarán en el ejercicio del poder fetichizado, corrompido?) comprar su
voluntad obediente. Lo peor es ese desprecio soberbio que le permite usar al
pueblo como la imbécil prole que no merece respeto.
Por ello, y ante tantos oprobios que
sufre el pueblo, sobre todo el más pobre, es lícito objetar el resultado, al
menos para que no tengan una conciencia del todo tranquila ante tantos hechos
antidemocráticos que han consciente e institucionalmente orquestado.
¡Hay memoria! El presidente Felipe
Calderón ha cosechado en el estruendoso fracaso de su partido la semilla de su
ilegitimidad. ¿No acontecerá lo mismo con el que se encumbra a la Presidencia
debiendo el aparente triunfo a la falsa democrática publicidad
sistemáticamente programada por el monopolio televisivo? ¿No será nuevamente la
gran estatua fastuosa, brillante y potente de metales preciosos y resistentes,
pero con pies de barro? Esos pies de barro son la falta de honesta legitimidad,
la falta de haber sido elegido de manera democrática auténtica y sincera que
crea en adherentes y oponentes la convicción subjetiva de que se ha ganado o
perdido justamente. Y en este caso el perdedor puede ser éticamente convocado a
trabajar junto al antagonista por una causa común que es la patria. Pero si hay
ilegitimidad, toda convocación al mirar hacia adelante y olvidar los agravios
de la contienda, son vacías bravuconadas del antiguo PRI, que por su cinismo
llenan a los espíritus de rabia o rencor, y no de reconciliación y solidaridad.
* Filósofo
Pubicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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