En Guatemala ya nada sorprende. El elemento del asombro y de la
consiguiente asimilación emocional hace ya mucho tiempo dejó de tener vigencia.
Las muertes violentas son tantas y tan variadas e inverosímiles las formas de
crueldad que casi ya no asustan. Sencillamente porque no da tiempo. Los sucesos
trágicos son tan vertiginosos y recurrentes que a veces uno llega a pensar que
las cosas han dejado de doler y que ya no importan. Que la vida, bueno, es un asunto no tan
valioso. Que así es la vida en Guate y no hay para dónde. Hoy murió uno, mañana
dos, pasado tres… Y así. Pero si se piensa de este modo, algo, algo
terriblemente mal se ha ido incubando en la conciencia del guatemalteco. Se
volvió un ser desastrosamente egoísta donde el valeverguismo y el me la pela es
la filosofía existencialista del chapín descorazonado, sin perspectiva, sin
futuro, sin esperanza. Es hijo legítimo
de la brutalidad. Del nunca aprender. Del siempre enseñar. Del no darse cuenta
que la Patria, ese concepto, ese valor; no importa a nadie. Es preferible y más
realizador ir de compras a Walmart que leer un libro sobre la realidad
nacional. El guatemalteco sin compromiso, irresponsable, se sigue justificando
en lo de siempre, para vivir su mediocridad: “No hay que andar metiéndose en
babosadas ni hablando mierdadas”. Y en ese mundo sin adhesiones activas y
conscientes Guatemala se está quedando sin hijos, sin guatemaltecos. Solo
habitada por personas que nacen en este territorio pero que no se sienten de
este país y por lo tanto no son guatemaltecos.
Por eso ocurrieron los hechos terribles y alucinantes del destacamento
militar de Cobán entre 1980 y 1985. Por la vesania antinacional y el racismo.
La Fundación de Antropología Forense de Guatemala recién acaba de desenterrar
en este destacamento militar del horror 250 osamentas de seres humanos que son,
hasta el momento, personas literalmente desaparecidas. Víctimas, más
seguramente, inocentes. Y las fosas son, digamos, “prometedoras”. Los muertos
en ese campamento militar parecen que son centenares, sino miles. De allí del
porqué ahora resulta totalmente comprensible la actitud de ira y odio contra
los activistas de derechos humanos del oficial César Augusto Cabrera Mejía,
director de la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala, AVEMILGUA, pues
ocurre que él, precisamente, entre los
años 1980-1985 fue jefe de ese destacamento militar que hoy, en cruel ironía,
es centro de entrenamiento de tropas de Naciones Unidas para misiones de paz. Y
como los hechos son contundentes, al preguntársele al vocero del ejército,
coronel Rony Urízar, sobre estos
descubrimientos dijo: (…) no puedo emitir opinión, porque sería intervenir en
el proceso. Otro oficial cuestionado por Marcia Méndez, representante de FAMDEGUA,
desplegó un grosero cinismo al agregar que las osamentas que yacían en el
destacamento con las manos atadas y sogas en el cuello (…) eran del terremoto y
que las sogas son parte de sus rituales indígenas. Para los indiferentes estas
osamentas son una estadística más. Para quienes los amaron ellos son el dolor
que nunca acaba, que mortifica y se quedará para siempre. Luciano Castro Barillas.
LOS FANTASMAS DE COBÁN
El destacamento militar de
Cobán, actual sede del Creompaz, se ha convertido durante cuatro meses en el
mayor cementerio clandestino encontrado hasta la fecha. Bajo el suelo donde los
cascos azules de Naciones Unidas entrenan para sus misiones de paz, la
Fundación de Antropología Forense desenterró 250 osamentas y el número de fosas
encontradas con restos humanos aumenta cada día.
Por Carolina Gamazo
Guatemala, domingo 08 de julio de 2012
Los grilletes en las manos le apretaban demasiado y solicitó que lo
trasladaran a la zona 21 de Cobán, Alta Verapaz. Allí solo tendría que dar
información sobre una persona que le vendía comida a la guerrilla y quedaría
libre. Pero Juan Osorio Chen, sobreviviente de la masacre de Río Negro, en
Rabinal, Baja Verapaz, no contaba con esa información. Llevaba un año refugiado
en la montaña, huyendo del Ejército, y había decidido entregarse por miedo a
morir de inanición.
Al llegar al destacamento de Rabinal, “un conocedor” lo acusó de
guerrillero y, 2 días después, le ofrecieron trasladarlo a Cobán, para darle
información a la Sección de Inteligencia del Ejército (G2), que operaba en la
zona militar. Allí permaneció 6 meses, desde agosto de 1983 hasta enero de
1984. Estima que unas 200 personas fueron torturadas y asesinadas en ese lapso.
Durante 4 meses de exhumaciones, la Fundación de Antropología Forense de
Guatemala (FAFG) ya ha encontrado 250 osamentas en el destacamento, mientras
que el número de fosas halladas aumenta cada día.
En el calabozo 8
“Cuando llegué a Cobán me llevaron a la G2 a interrogarme. Al cuarto día me
metieron a un calabozo, a ese que se llamaba calabozo número 8. Quien iba ahí,
lo sacaban ya para matarle –relata–, hay noches que sacaban tres, noches que
sacaban cinco, cuando ya no cabíamos sacaban a muchos: ocho, diez personas”.
Osorio cuenta cómo ayudó a cavar fosas –en un lugar conocido como Palmera–.
Detalla que los retenidos eran de aldeas y municipios cercanos, como Tactic o San
Cristóbal Verapaz.
“Había una pileta llena de agua con electricidad. Los pobres de Alta
Verapaz no podían hablar el español, y cuando los de la G2 les hacían
preguntas, ellos contestaban pero en q’eqchi’. Entonces los metían entre el
agua hasta que se ahogaban”, cuenta.
En enero de 2012, la asociación Familiares de Detenidos-Desaparecidos de
Guatemala (Famdegua) presentó una denuncia sobre la existencia de cementerios
clandestinos en el destacamento y, en febrero la Fiscalía de Derechos Humanos
obtuvo los permisos para exhumar. “Llevaban allí a la gente para interrogarla,
después la mataban”, explicó el fiscal Orlando Salvador López, a cargo del
caso.
El destacamento de la Paz
Quince soldados con gorras celestes y rasgos indígenas trotan por el
inmenso destacamento mientras cantan al unísono “yo ahora me voy a la guerra”.
Soldados rubios y tatuados, pertenecientes al programa Horizon, de la armada
estadounidense, se repliegan después de varios meses de entrenamiento. Recogen
sus camiones, tanquetas, un helicóptero, incluso una tienda móvil que solo
acepta dólares.
El destacamento de Cobán, en el que operó hasta 2003 la zona militar 21,
funciona en la actualidad como la sede del Comando Regional de Entrenamiento de
Operaciones de Mantenimiento de la Paz (Creompaz), cuyo propósito es entrenar,
entre otros, a los cascos azules de la ONU.
La escena del crimen
Escondidos tras una ladera, 5 de los arqueólogos de la Fundación de Antropología
Forense se encargan de la exhumación. Llevan ya desenterrados 245 cuerpos y
preparan otros 3 para sacarlos de la fosa 17, de la que ya sustrajeron 35
osamentas.
Ocho calaveras relucen todavía entre la tierra de este agujero. Una está
rodeada por una playera amarilla, y puede verse una cuerda atada a su cuello y
sus muñecas. Las cuerdas y los lazos que rodean las extremidades en la mayor
parte de las osamentas. Varias fueron encontradas con torniquetes.
El trabajo de los arqueólogos es minucioso. Anotan todas las evidencias de
violencia en fichas e introducen los huesos en bolsas con el número correlativo
de la osamenta, estas son trasladadas a la ciudad para reconstruirlas y extraer
las muestras de ADN. “Es un proceso lento porque estamos alterando la escena
del crimen”, explica Selket Callejas, arqueóloga a cargo de la exhumación.
A un kilómetro de distancia, una docena de hombres cava trincheras para
ubicar nuevas fosas. Los restos humanos surgen a cada momento. En dos días
encuentran cuatro nuevos puntos con huesos. A ello se unen terrenos todavía sin
explorar donde, según Callejas, el número de fosas probablemente aumentará. “El
objetivo es que no quede ni un solo cuerpo bajo tierra. Si hay alguien
enterrado, lo tenemos que sacar”, cuenta esta arqueóloga de 28 años.
“Son del terremoto”
“Los huesos son del terremoto”, explica el capitán que custodia la
excavación. “¿Y las cuerdas que les rodean?” “Esos eran sus rituales”, responde
entre bromas. “Aquí no se ha probado nada…”, acota. “Cuando pasó, yo todavía no
pertenecía a la institución”, aclara finalmente.
Marcia Méndez, representante de Famdegua, es otra de las personas que
custodia los trabajos de excavación. “En 2002 pusimos la primera denuncia en el
MP de Cobán. El fiscal que llevaba el caso era Allan Stowlinsky, el que
mataron”, cuenta Méndez, quien tiene 2 hermanos desaparecidos. En enero de
2012, debido al miedo de que los familiares que denunciaron la existencia del
cementerio murieran de vejez, el Famdegua volvió a presentar una denuncia, esta
vez en la Fiscalía de Derechos Humanos de la ciudad.
“Nací en una cueva, como Jesús”
Para las personas que cuentan con familiares desaparecidos, este nuevo
hallazgo supone otro hilo de esperanza. Pablo Quiix, de 25 años, es una de las
420 personas que ha llegado durante los últimos meses a dar su muestra de ADN a
la casa pastoral de Cobán. Allí, una investigadora social de la FAFG recoge
muestras y los testimonios de los familiares de desaparecidos. Pablo busca a su
padre, Enrique Acaam, que perteneció al Ejército Guerrillero de los Pobres
(EGP) y desapareció en 1987, tres meses después de que él naciera.
“Mi madre me contó que yo nací como Jesús, en una cueva, sin ropa ni
medicinas”, relata. A pesar de no haber conocido a su padre, dice que nunca ha
dejado de buscarlo. Explica que le dieron dos hipótesis sobre su paradero. Una,
que se lo llevaron al destacamento de Cobán. La otra, que lo mataron en la
montaña. “Llegué tres veces a la montaña a buscar los restos, pero no encontré
nada”, relató. “Quiero encontrar sus restos porque es una honra y una gloria la
lucha que hizo”. Pablo cerró magisterio y ahora quiere ir a la universidad. “Arqueología
me llama mucho la atención”, explica.
Los 30 años que pasaron desde que Juan Osorio salió del destacamento se
notan en sus manos, llenas de arrugas y recorridas por unas anchas venas. Este
sobreviviente de la guerra trabaja como guardián y es miembro de la Junta
Directiva de la Fundación Nueva Esperanza Río Negro. En mayo fue llevado de
nuevo a Cobán para indicar las fosas que contribuyó a cavar. “Pero cuando yo
llegué ya habían sembrado cipreses en la orilla y ahí no había una gasolinera
ni la garita. Y entramos ahí donde estuvo la G2 y le enseñé al MP dónde estaban
los calabozos, que seguían ahí. El calabozo número 8 ya no está, lo
destruyeron, pero la pila sí seguía allí”.
La fosa de los niños
En mayo de 2012, la FAFG encontró una fosa con 63 osamentas. A diferencia
de los demás cuerpos encontrados –todos de hombres– estos pertenecían a niños
(37) y mujeres. Por los restos de los huipiles y las faldas halladas pudo
averiguarse que pertenecían a desaparecidos de la masacre del caserío Los
Encuentros, Río Negro, en agosto de 1982. Jesús Tecú, quien perdió a sus padres
y hermanos en Río Negro (marzo 82) y fue llevado a vivir a casa de un
patrullero, cuenta cómo llegaron allí. “El mismo patrullero donde yo vivía
llegó de la masacre de Los Encuentros y dijo que se los llevaban a la zona
militar en helicóptero. Es donde supe que los llevaban ahí”, recuerda Tecú.
El destacamento de la muerte
El destacamento militar de Cobán fue creado en 1945. En 1971, durante
la coyuntura del conflicto armado, se convirtió en la Zona Militar Número 21.
Aunque de momento solo se identificaron las osamentas de la masacre cometida en
agosto de 1982, en Río Negro, según testimonios recogidos existen osamentas
desde 1980 a 1985. Según un documento de los registros del “National Security
Archive”, entre los oficiales de inteligencia que operaron en aquel momento en
Cobán se encuentran César Augusto Cabrera Mejía (desde mayo del 82 a abril del
83), actual director de la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala
(Avemilgua), y el general Luis Felipe Miranda Trejo (desde 1979 hasta agosto
del 83). Rony Urízar, vocero militar, aseguró que el Ejército no puede
“exteriorizar opinión” sobre el hallazgo de las osamentas “porque sería
intervenir en el proceso”. “Se está dando todo el apoyo al órgano
jurisdiccional que está investigando y que sea el que determine causas y
responsables”, dijo.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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