Y es que esta vez en el
marco de las eliminatorias del área de CONCACAF, cuando todo parecía indicar que
el seleccionado mexicano de futbol se quedaba fuera del bendito mundial de la
estupidización colectiva, guiado por la mano divina del Sumo Creador, surge en
el clímax de la agonía del desastre total, de la muerte misma, la presencia del
raudo llanero solitario para salvar de la hecatombe futbolística a su pobre
vecino del sur.
EL TRI HA SIDO SALVADO POR
LA DIVINA PROVIDENCIA
Ahora que México con la pequeña ayuda de los Estados Unidos se ha salvado
(solo por ahorita) de la eliminación del próximo mundial de futbol en Brasil
2014, quizás valdría la ocurrencia de alterar un poco lo dicho por el
presidente Porfirio Díaz (¡830-1915): “Pobre México, tan cerca de los Estados
Unidos y tan lejos de Dios” y que ha marcado la penosa y frustrante relación de
este país con el mero mandamás del norte, por “Afortunado México, tan cerca de
los Estados Unidos y de Dios”. Y es que esta vez en el marco de las
eliminatorias del área de CONCACAF, cuando todo parecía indicar que el
seleccionado mexicano de futbol se quedaba fuera del bendito mundial de la
estupidización colectiva, guiado por la mano divina del Sumo Creador,
surge en el clímax de la agonía del desastre total, de la muerte misma, la
presencia del raudo llanero solitario para salvar de la hecatombe futbolística a
su pobre vecino del sur. El goleador del afamado Manchester británico que solo
frente al marco infantilmente se maniató -por algo Sir Alex Ferguson no lo
ponía de titular- no pudo contener su gratitud ante el favor del “pinche
gabacho”. Los rezos de los devotos a la Santísima funcionaron y su vecino del
norte que aunque lo despojó de gran parte de su territorio y lo ha
clavado con el TLC, el Plan Mérida y está casi por arrebatarles a PEMEX, les
demostró que después de todo, ellos pueden ser bondadosos y heroicos cuando se
les presenta la ocasión. Pero la ayudita es apenas eso, porque la próxima vez
cuando diriman con los neozelandeses uno de los últimos boletos, con sabor a premio de consolación, estarán
solos y el USA National Soccer Team no podrá anotar los goles por ellos. Y,
¡como México no hay dos!, apenas salvado de la hecatombe ya algunos buenos
mexicanos le auguraban a los de Nueva Zelanda un baile del Tri.
Antes de la debacle, todo el mundo, entre dirigentes, técnicos, jugadores,
comentaristas y el público en general, concluía con mucha seguridad, que las
eliminatorias del aérea de CONCACAF, la más débil de todas las regiones del
mundo, sería un paseo para el gallardo Tri que recién regresaba con la medalla
del oro olímpico desde Londres. Ciertamente, opinaban los especialistas con un
tono de simulada arrogancia, los demás países de la región han progresado pero…
todavía no están en condiciones de retar la superioridad del futbol mexicano.
Aseguraban que el Tri calificaría en primer lugar, luego vendrían Estados
Unidos y Costa Rica y el repechaje se lo disputarían los restantes. Pero toda
esta gente olvidó que los pronósticos, las muchas de las veces, se desmoronan
ante la realidad y, esto es lo que precisamente sucedió desde un inicio con las
triunfalistas y arrogantes presunciones de los “sabelotodo” a sueldo de los
grandes negocios que manejan y se benefician del futbol mexicano, y quienes
dicho sea de paso, han colaborado a falsificar la imagen de un futbol que está
muy lejos de ser lo grande que dicen que es.
Y la realidad resultó, como la tortilla que siempre se voltea, que el
seleccionado mexicano terminó agonizante al borde del abismo y por
ratos exactamente allí, completamente eliminado, impotente, incapaz de mostrar
su grandeza, esa que surge, que se manifiesta, en los momentos más apremiantes.
No se pudo (¿o sí?), el futbol mexicano mostró su actual nivel de
mediocridad, ya nadie le teme, le juegan de tú a tú y en esta ocasión sus
rivales fueron superiores. Las excusas salen sobrando y los pronunciamientos de
incredulidad expresados ante la inminencia del fracaso no hacen más que ofuscar
la realidad y seguir alimentado el mito de la grandeza de un deporte, que como
dijera uno de los pocos sensatos comentaristas, sus “dirigentes” le han
arrebatado su esencia puramente deportiva para convertirlo en un componente
económico. En las previas al último partido del Tri, por la televisión se difundía
la preocupación que existía sobre el impacto económico negativo que generaría
la no asistencia de la selección de futbol al mundial de Brasil.
Fue necesario llegar a estas instancias para desnudar la triste realidad de
un país que impotente ante el avasallamiento que en todos los órdenes le ha
impuesto su poderoso vecino del norte, no ha tenido más remedio que refugiarse
en el futbol, como el último reducto de su nacionalismo. Basta darle una mirada
a las programaciones de las televisoras hispanas aquí en los Estados Unidos para
darse cuenta de la dimensión del fenómeno. Según los comerciales que se
difunden en cada pausa de las programaciones regulares, no hay otra cosa que
mejor identifique el ser mexicano que el futbol, supuestas estrellas que brillan
o brillaron en el extranjero, banderas, charros y caras pintadas con los
colores del glorioso Tri (no el de Lora, por supuesto) ayudan a acendrar esa
creencia en la mente de muchas personas. Claro, que el mensaje subliminal de toda esta propaganda
publicitaria es que, primero, hay que consumir el producto que se anuncia para
luego sentirse todo un mexicano orgulloso de las extraordinarias hazañas de su
selección nacional de futbol. Así tenemos entonces que, publicidad comercial y
futbol se conjugan en un poderoso coctel que crea falsas expectativas e
ilusiones de un falso nacionalismo que solo conviene y beneficia a los grandes
intereses económicos que dominan al futbol mexicano.
Es esa misma abrumadora publicidad, con la complicidad de un sin número de “expertos”
en cuestiones futboleras, la que se encargado de construir la imagen de un
futbol nacional de primer nivel, de potencia futbolera con “káiseres” y “principitos”
fabricados, que está lista para campeonar en cualquier torneo de relevancia
internacional y en cualquier momento. A veces uno con tanto bombardeo
publicitario llega hasta creer que México es en verdad, el campeón del mundo.
Pero la realidad es otra y muy distinta, como recién ha quedado demostrado.
A la larga hubiese sido preferible la eliminación, no tanto por la pobreza
futbolística exhibida por el onceno mexicano, sino más bien, para que el
público mexicano se dé cuenta, sin tanto apasionamiento, de que se trata de tan
solo un deporte en el que como cualquier otro se gana y se pierde y de que si los
rivales les superan es porque en esas ocasiones y circunstancias simple y
sencillamente, demostraron estar en mejores condiciones. Pero también, debería
servir como una lección a la arrogancia y a la falsa creencia de que un
deporte, como el futbol, es la máxima expresión del ser mexicano.
México es una nación con una gran historia, cuna de grandes civilizaciones,
de personajes y de eventos de gran trascendencia histórica y de una extraordinaria
riqueza cultural que lo destacan a nivel latinoamericano y mundial. No se puede
permitir que tanta historia forjadora de la identidad de todo un pueblo, sea
reemplazada por los intereses de los grupos que representan el poder económico
dominante quienes, haciendo uso del
futbol al como instrumento de control social, le han infundido al público un
falso sentido de nacionalismo y hegemonía que denigra y menosprecia a sus
rivales. El futbol como expresión cultural de los pueblos es muy importante ya
que la práctica de lo que debe ser un noble deporte, contribuye a forjar
relaciones de mutua amistad y respeto con otros grupos sociales, pero de ahí a
que se le considere como el máximo exponente del patriotismo, y de la identidad
de un pueblo, desviando la atención de los acuciantes problemas que aquejan al país,
es síntoma de que algo anda muy mal, pero muy mal.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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