(…) lo más aterrador del
caso zombie, es que parece presentarnos un cruel espejo de nuestra propia
sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el autómata irreflexivo, aquel que
no se pertenece a sí mismo, el más claro correlato de un moderno esclavo: el
Amo convertido en esclavo de los objetos que construye, tal cual lo enunció la
filosofía hegeliana. El zombie autómata de nuestros días, tiene mucho que
enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos: el miedo a que sea real en
nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre enajenado descrito por Marx,
aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento y auto-conciencia, están
atravesados, instrumentados y controlados por un otro, en este caso, el
capital.
ZOMBIES DEL SIGLO XXI:
MUERTOS VIVIENTES Y ESCLAVOS
DE MODA
Por Israel Lazcarro Salgado
Como todos sabemos, al menos desde hace algunos años, los zombies están de
moda alrededor del mundo. Películas, juegos de video, muñecos, etc. Los muertos
vivientes andan por todos lados. Desde luego, no hablamos del fenómeno vudú
desarrollado a lo largo del siglo XVII por los esclavos negros llevados a las
Antillas desde Dahomey (en el África occidental), y cuyos descendientes
actuales siguen practicando diversas tradiciones rituales de lo que comúnmente
se ha dado en llamar como “santería” y que han hecho famoso a Haití, como el
país origen de la creencia en los zombies. No, no hablamos de este tipo de
zombie, sino de una especie terrorífica, creada por Hollywood, cuyo éxito en el
imaginario social contemporáneo es digno de tomarse en cuenta. ¿Cuál es la causa
de esta “fiebre zombie” que hoy en día nos azota?, ¿por qué los zombies están
de moda?
Es curioso que hablemos de moda zombie. El sentido primario, desarrollado
en las Antillas, era el de un sujeto cuya voluntad está a merced de un
hechicero, un brujo, que le esclaviza sin que la víctima pueda hacer nada
contra ese letargo. La magia vudú permitía este control de un cuerpo a
distancia. En realidad, el hombre que no se pertenece a sí mismo, y cuya
voluntad está a merced de otro, ha sido por antonomasia la definición del
esclavo: nos dice Aristóteles, desde el siglo IV a.C.: “esclavo es quien no se
pertenece a sí mismo”. Bien podríamos entender al zombie antillano bajo esta
categoría, que por cierto, me parece fecunda. Ya volveremos sobre ello.
Pensemos en el zombie actual, que todos conocemos: el zombie creado por la
gran industria cinematográfica presenta notables características. Su
descripción “etnográfica” no parece ofrecer mayores dificultades: además de ser
un muerto viviente, es decir, un cadáver capaz de moverse, caminar e incluso
correr (trastocando el orden cósmico prevaleciente entre cualquier sociedad
interesada en dejar bien claras las fronteras entre vivos y muertos), el zombie
hollywoodense condensa las características más atroces imaginables para la
moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana
viva, más el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas
con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de
cadáveres al acecho de la vida.
Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual:
no tienen conciencia alguna, son autómatas en constante búsqueda de seres
humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen
tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles,
son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin
mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como
ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznante es que este zombie, al carecer
de conciencia, tampoco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido
a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud
devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de
hormigas: no hay individuos, solo masa.
Peor aún, puesto que estos seres ya están muertos, tampoco se les puede
matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemigos
mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes
vietnamitas, etc.). Desde el punto de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber
algo peor que un enemigo que ya está muerto?
Por cierto que el zombie reúne así antiguos terrores medievales con los
viejos miedos del liberalismo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se
edificó a finales del siglo XVIII con respecto a numerosos pueblos indígenas
cuyo género de vida resultaba (y resulta ahora) tan chocante para el
liberalismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni
Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni
lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se
advierte el miedo a los grupos humanos donde el factor individual no es el más
pertinente (y en el que volvemos a reconocer un asomo de la otredad indígena).
Por otro lado, el zombie también condensa miedos más modernos: el miedo al
contacto “infeccioso” con aquellos pueblos exóticos que mejor sería mantener al
interior de un cerco sanitario, a fin de impedir que su género de vida,
costumbres e ideas “contamine” a los propios (y en el que podemos reconocer
fácilmente el dispositivo-cerco sanitario aplicado a los barrios obreros del
siglo XIX, o bien al barrio judío hecho por los nazis, y las tentativas para “contener”
zonas urbanas “rojas” llenas de prostitutas y homosexuales). En una palabra, el
zombie es un peligro antropomorfo (igual que un extraterrestre malvado) con el
que no se puede tratar humanamente: es el otro desprovisto de cualquier calidad
humana (o debiéramos decir, cualquier cualidad burguesa).
Al final, la amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal
como sucedía con los “indios salvajes” del pasado, no hay otra manera de tratar
con los zombies que destrozándolos. Después de todo, indios salvajes y zombies
se reproducen sin control. De esta manera el otro (sea el indígena amazónico,
el aborigen australiano, el negro africano, y todo aquel cúmulo de pueblos
tradicionales explotados por el capital), devienen un peligro mortal para la
supervivencia del burgués bien educado. ¡Oh qué tiempos aquellos en que el
poder colonial podía aniquilar aldeas irrespetuosas! A esa añoranza, es que
responde la emergencia del zombie contemporáneo. El zombie de nuestros días
ofrece a la actual moral de Occidente la oportunidad de aniquilar multitudes
sin remordimientos.
Ahora bien, lo más aterrador del caso zombie, es que parece presentarnos un
cruel espejo de nuestra propia sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el
autómata irreflexivo, aquel que no se pertenece a sí mismo, el más claro
correlato de un moderno esclavo: el Amo convertido en esclavo de los objetos
que construye, tal cual lo enunció la filosofía hegeliana. El zombie autómata
de nuestros días, tiene mucho que enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos:
el miedo a que sea real en nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre
enajenado descrito por Marx, aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento
y auto-conciencia, están atravesados, instrumentados y controlados por un otro,
en este caso, el capital.
Hace siglo y medio Marx señalaba el hechizo místico del capital, que
despojaba a los hombres de la capacidad de reconocerse como sujetos, forjadores
y creadores de su propia realidad: las cosas, las mercancías y las capacidades
tecnológicas, parecían asumir (para una humanidad enajenada, despojada de sí
misma), el papel activo de la historia. Vemos así al sujeto kantiano, el Amo
hegeliano sin duda, convertido ahora en objeto de sus creaciones: el fetiche,
el objeto, la mercancía, el dinero: el Capital convertido en Dueño y Señor de
los seres humanos, de la Tierra y de la vida toda. Hoy en día, asistimos como
autómatas, como testigos pasivos, zombies, ante los despliegues más brutales
del capital y su fetichismo tecnológico, cuya única divisa es su propio avance,
su crecimiento, aunque sea sin seres humanos y sin vida. Pues como cualquier
zombie, la voracidad capitalista devora irreflexivamente la vida.
Una sociedad que ya no compra para vivir, sino que vive para comprar, que vive
para trabajar, que vive para el capital, es una sociedad que no se pertenece a
sí misma: está enajenada. La impotencia de nuestras sociedades es análoga a la
de una tuerca, que mira impotente el camino al precipicio y el derrumbe de la
locomotora a la que está unida. Pero esta es sólo la actitud de un sujeto que
cree ser objeto y asume los intereses del capital como propios. Una
sociedad zombie.
El problema es que la “infección” de este género de existencia, está
profundamente arraigada: desde la publicidad y la mercadotecnia, hasta la
elaboración de “perfiles” en Facebook, tienen esta notable facultad de empatar
los intereses del Yo con los intereses del capital: compro, me vendo, luego
existo. El principal vehículo mediante el cual el capitalismo inoculó esta
no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del
individuo, un individuo voraz, sediento de satisfactores inmediatos:
paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del
Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha
invertido en ofrecer los medios y términos con que el Yo debe ser
“adecuadamente” exaltado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los
objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria.
Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila
la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria
capitalista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una
multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la
característica de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume
alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y
mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone
su ritmo voraz. No falta un despistado que olvide llevar el último modelo del
teléfono de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse
con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría
nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zombie que la moda zombie.
Fuente:http://www.enelvolcan.com/sept2013/290-zombies-del-siglo-xxi-muertos-vivientes-y-esclavos-de-moda
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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