Ubico, sí, la sombra
del general a caballo, permaneció amenazante a lo largo de aquellos diez
años, como una magnética y persistente
pesadilla, como un reflejo condicionado hacia el que muchos ciudadanos
regresaban en los momentos de vacilación, de duda, de inseguridad, como
buscando el mágico poder de un padre tremendo, de una voluntad omnímoda.
LA REVOLUCIÓN DEL 20
DE OCTUBRE
Y LA VENGANZA DE UBICO
Jacobo Árbenz, durante su último discurso |
Por Manuel José Arce
Con el perdón de los criterios autorizados y
bien informados, tengo la idea de que las cosas no son como creemos sino de
otro modo: No es cierto que la Revolución de Octubre haya terminado con el
régimen de Ubico y Ponce. La verdad es que fueron, precisamente, Ponce, Ubico y
Estrada Cabrera quienes interrumpieron el proceso revolucionario.
No, por favor, no diga a priori: sólo babosadas
es este Manuel José. Fíjese bien: en veintidós años de Estrada Cabrera y
catorce de Ubico, tenemos treinta y seis años de dictadura a fondo, de
deformación cívica en la que el servilismo, la pasividad, el malinchismo
“fraguaron” como el cemento, se solidificaron en nuestra manera de ser. Esa es
una de las más graves características de las dictaduras: dejan huellas profundas
en los pueblos que las padecen, la gente se acostumbra a tener un mandón que
decide por todos, que impone su voluntad, que castra el espíritu cívico de los
pueblos. Claro que en la Revolución de Octubre participaron casi todos los
sectores de la población. Empezando por los conservadores o cachurecos que ya
estaban hasta la coronilla de regímenes liberales. Apenas si en 1920 habían
tenido un respiro con el efímero paso de don Carlos Herrera por la presidencia,
y aun entonces, compartiendo aquel pseudopoder con algunos cabreristas
disidentes. Pero de entonces hasta el 44, nada. Y participó también un sector
de la burguesía liberal que necesitaba compartir el pastel nacional que Ubico
quería comerse solo. En el momento de tumbar a Ponce no había aún definiciones
muy claras en cuanto a la política por seguir y era la hora de sumar, no
dividir. Pero si apenas se instaló la Junta Revolucionaria de Gobierno
empezaron los complots. Y no digamos cuando se vio que la Revolución no se
quedaba en un simple cuartelazo sino que intentaba cambios profundos. Entonces,
Estrada Cabrera, Ubico y hasta Ponce formaron un triunvirato en los “Ah,
malhaya” de quienes se vieron afectados en sus intereses, de quienes
nostalgiaban la voluntad omnímoda, el “orden” y la paz varsoviana de otros
tiempos. Y los nuevos políticos, muchos de los cuales desconocían la práctica
revolucionaria de la democracia, que no tenían otra formación que los
traumáticos catorce años y que, al verse investidos de poder, se entregaron en
cuerpo y alma a cometer torpezas, a justificar a sus contrincantes.
Frente a esa herencia de la dictadura, el
esfuerzo de los jóvenes revolucionarios
-carentes de experiencia real, aunque no de visión progresista- eran golondrinas aisladas que no hacían
verano. Los anhelos populares se quedan huérfanos de orientación y de vías para
su fortalecimiento y realización. Porque, además, el pueblo seguía siendo visto
como un monstruo peligroso. Se revivió el recuerdo de los linchamientos de 1920
como un peligro de desbordamiento anárquico, la visión paternalista de que el
pueblo es una fiera a la que hay que domar,
un niño torpe al que se debe manejar disciplinadamente. Y -¡quién sabe hasta dónde!- en los momentos decisivos el esquema
ubiquista aprendido en la juventud privó en el ánimo del coronel Arbenz a la
hora de que el pueblo defendiera aquella Revolución.
Ubico, sí, la sombra del general a caballo,
permaneció amenazante a lo largo de aquellos diez años, como una magnética y persistente pesadilla,
como un reflejo condicionado hacia el que muchos ciudadanos regresaban en los
momentos de vacilación, de duda, de inseguridad, como buscando el mágico poder
de un padre tremendo, de una voluntad omnímoda.
Y es que la Revolución no tuvo tiempo de
afianzar una generación que hubiera crecido libre de aquella sombra, de aquel
recuerdo.
El día cuando el coronel Arbenz salió al
exilio, el cráneo del general Ubico debió tener, allá, bajo la húmeda tierra de
New Orleáns, una sonrisa cruel y victoriosa…
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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