domingo, 14 de octubre de 2012

LOS VALORE$ Y EL PRECIO…



INTRODUCCIÓN
               
Por lo general la mayoría de las personas que llegan a los Estados Unidos provenientes de otros países los impulsa el enorme deseo de hacerse ricos, algunos en alguna medida lo logran otros no. Existe la falsa creencia de que el simple hecho de estar residiendo y trabajando en este país es suficiente para llenarse los bolsillos de verdes dólares o como dicen por ahí, el dinero se recoge con rastrillo, nada más alejado de la realidad. Lo que sí es cierto es que para lograr un mínimo de éxito económico o mejorar las condiciones de vida en relación al país de origen se necesita adquirir o apropiarse de los valores (american values) propios de la cultura del bienestar sin límites (consumismo) que constituye la esencia del ser “American”. Aparte de trabajar duro, que es una condición necesaria, el prerrequisito indispensable es y debe ser la ambición sin límites sin la cual toda pretensión del sueño americano no pasará de ser una aspiración. Es precisamente la ambición desmedida defendida como valor dentro del capitalismo, opuesta a valores tradicionales propios de otras culturas como la solidaridad, el compañerismo y la amistad, la que debe de ser apropiada, sin escrúpulos de ninguna clase y como condición sine qua non, por todo aquel que quiera, independientemente de su origen nacional, hacerse rico o pretender que lo es. Marvin Najarro.



LOS VALORE$ Y EL PRECIO
DE ALGUNOS GUATEMALTECOS















Por Flor de María Roca

Es frecuente confundir valor con precio. Son dos categorías económicas distintas y ya Marx, corrigiendo la plana a los economistas clásicos ingleses, dio las debidas explicaciones científicas al respeto. Intento en este breve artículo o ensayo hablar de otros valores, de ese sistema de ideas y creencias de las personas que confieren a una Nación un sentido nacional. Un espíritu particular, tal como lo hacen, por ejemplo, las distintas literaturas nacionales que con sus poetas y escritores (académicos o no) van configurando ese espíritu absoluto dialéctico kantiano que hace hasta del derecho un encanto y una metáfora y le da cada cultura su propia civilización. Los guatemaltecos migrantes de origen popular que toman rumbo de Estados Unidos se van siendo guatemaltecos. Son mujeres y hombres (no las y los señores y señoras corruptores del buen uso del idioma)  sencillos, humildes, con los valores propios de su país, de su sociedad; pero resulta que a la vuelta de unos pocos años son presas de la alienación y regresan no siendo guatemaltecos. Empiezan por odiar a su país que, afirman, no les ha dado nada, al referirse a los asuntos materiales, claro está. Imitan lo peor del sueño americano y no los resultados magníficos (porque los hay también) de la civilización estadounidense, contrario a lo brutal de sus gobernantes. Los grandes ideales del trabajo del pueblo norteamericano son los mismos hermosos ideales del guatemalteco trabajador y honrado. Puntuales, abnegados, de palabra, sin nada que no sea suyo se les pegue en las manos. Ese tipo de guatemalteco, del que regresa de los yunais, está en vías de extinción. Hoy  salta al escenario nacional e internacional con antivalores. No cree en la amistad y considera que el único amigo es el dinero. Afirma con certidumbre que no hay amigos. Y tal vez tenga en parte razón. En los Estados Unidos el valor supremo es el dinero, pero el problema es que ese antivalor catódico, ese pedo hediondo, lo traslada a su país a través de sus pláticas larguísimas por teléfono hablando frivolidades o pidiendo ponerse al día, no de los acuciantes problemas nacionales, sino de la morbosa situación de la hija del vecino que salió con una pierna más larga que la otra. O preocupado por comprar el mejor coche para lucirlo en Guate, sin tomar en cuenta que las ciudades de Guatemala (excepto la ciudad capital)  todavía se pueden recorrer a pie, además que están llenas de hoyos. Estas personas de origen campesino,  quienes han salido apenas  de la prehistoria porque defecaban a campo abierto y se bañaba al pie de un bidón o en la quebrada comunitaria, resulta ahora que en menos de tres o cuatro años aprenden a consumir a lo americano. No saludan a sus vecinos, irrespetan a los ancianos, le tiran el auto o la camioneta al que va a la vera del camino y aquellas hermosas casas que logran construir en la mayoría de veces con trabajo honrado y que  tienen de lo primero a lo último en artefactos electrodomésticos y tecnología comunicacionales, en el interior de esos hogares, naufraga  -con suerte-  un libro entre fárragos de tonterías. Ciudades, poblados y aldeas están llenas de este nuevo guatemalteco: desinformado, alienado, insolidario, reaccionario y enloquecido igual que el común de los gringos por el “time is money”. De paso han hecho también de las generaciones que les precedieron, como abuelos y padres -en un extraño fenómeno regresivo- pelotones de holgazanes que olvidaron que las jornadas laborales en el campo guatemalteco eran de cinco de la mañana a cinco de la tarde, ya que ahora se llega al barbecho (con los que todavía siembran maíz o frijol) a las 8 de la mañana y se está en los lugares de convergencia a las 12 del día para fumar, beber e insultar a cuanto persona acierta a pasar por esos puntos. ¿Para qué trabajar si nos mantienen?, es la respuesta. En fin, el nuevo guatemalteco está realmente irreconocible, en oriente, occidente, norte y sur. Es un cáncer que corroe a toda la sociedad guatemalteca. Es la generación del facilismo, donde el que se esfuerza no es más que un tonto. ¿Y con esos valores a dónde vamos a ir a parar? “Bueno,  -dijo un muchacho cuando afirmó que el estudio no servía para nada-  pues a los Estados Unidos”. “Estos puebluchos  -prosiguió-  debiera de anexarlos Estados Unidos, realmente no sé por qué existen…”.










Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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