INTRODUCCIÓN
Por lo general la mayoría de las personas que
llegan a los Estados Unidos provenientes de otros países los impulsa el enorme
deseo de hacerse ricos, algunos en alguna medida lo logran otros no. Existe la
falsa creencia de que el simple hecho de estar residiendo y trabajando en este
país es suficiente para llenarse los bolsillos de verdes dólares o como dicen
por ahí, el dinero se recoge con rastrillo, nada más alejado de la realidad. Lo
que sí es cierto es que para lograr un mínimo de éxito económico o mejorar las
condiciones de vida en relación al país de origen se necesita adquirir o
apropiarse de los valores (american values) propios de la cultura del bienestar
sin límites (consumismo) que constituye la esencia del ser “American”. Aparte
de trabajar duro, que es una condición necesaria, el prerrequisito
indispensable es y debe ser la ambición sin límites sin la cual toda pretensión
del sueño americano no pasará de ser una aspiración. Es precisamente la ambición
desmedida defendida como valor dentro del capitalismo, opuesta a valores
tradicionales propios de otras culturas como la solidaridad, el compañerismo y
la amistad, la que debe de ser apropiada, sin escrúpulos de ninguna clase y
como condición sine qua non, por todo aquel que quiera, independientemente de
su origen nacional, hacerse rico o pretender que lo es. Marvin Najarro.
LOS VALORE$ Y EL
PRECIO
DE ALGUNOS
GUATEMALTECOS
Por Flor de María Roca
Es frecuente confundir valor con precio. Son
dos categorías económicas distintas y ya Marx, corrigiendo la plana a los
economistas clásicos ingleses, dio las debidas explicaciones científicas al
respeto. Intento en este breve artículo o ensayo hablar de otros valores, de
ese sistema de ideas y creencias de las personas que confieren a una Nación un
sentido nacional. Un espíritu particular, tal como lo hacen, por ejemplo, las
distintas literaturas nacionales que con sus poetas y escritores (académicos o
no) van configurando ese espíritu absoluto dialéctico kantiano que hace hasta
del derecho un encanto y una metáfora y le da cada cultura su propia
civilización. Los guatemaltecos migrantes de origen popular que toman rumbo de
Estados Unidos se van siendo guatemaltecos. Son mujeres y hombres (no las y los
señores y señoras corruptores del buen uso del idioma) sencillos, humildes, con los valores propios
de su país, de su sociedad; pero resulta que a la vuelta de unos pocos años son
presas de la alienación y regresan no siendo guatemaltecos. Empiezan
por odiar a su país que, afirman, no les ha dado nada, al referirse a los
asuntos materiales, claro está. Imitan lo peor del sueño americano y no los
resultados magníficos (porque los hay también) de la civilización
estadounidense, contrario a lo brutal de sus gobernantes. Los grandes ideales
del trabajo del pueblo norteamericano son los mismos hermosos ideales del
guatemalteco trabajador y honrado. Puntuales, abnegados, de palabra, sin nada
que no sea suyo se les pegue en las manos. Ese tipo de guatemalteco, del que regresa
de los yunais, está en vías de extinción. Hoy
salta al escenario nacional e internacional con antivalores. No cree en
la amistad y considera que el único amigo es el dinero. Afirma con certidumbre
que no
hay amigos. Y tal vez tenga en parte razón. En los Estados Unidos el
valor supremo es el dinero, pero el problema es que ese antivalor catódico, ese
pedo hediondo, lo traslada a su país a través de sus pláticas larguísimas por
teléfono hablando frivolidades o pidiendo ponerse al día, no de los acuciantes
problemas nacionales, sino de la morbosa situación de la hija del vecino que
salió con una pierna más larga que la otra. O preocupado por comprar el mejor
coche para lucirlo en Guate, sin tomar en cuenta que las ciudades de Guatemala
(excepto la ciudad capital) todavía se
pueden recorrer a pie, además que están llenas de hoyos. Estas personas de
origen campesino, quienes han salido
apenas de la prehistoria porque
defecaban a campo abierto y se bañaba al pie de un bidón o en la quebrada
comunitaria, resulta ahora que en menos de tres o cuatro años aprenden
a consumir a lo americano. No saludan a sus vecinos, irrespetan a los
ancianos, le tiran el auto o la camioneta al que va a la vera del camino y
aquellas hermosas casas que logran construir en la mayoría de veces con trabajo
honrado y que tienen de lo primero a lo
último en artefactos electrodomésticos y tecnología comunicacionales, en el
interior de esos hogares, naufraga -con
suerte- un libro entre fárragos de
tonterías. Ciudades, poblados y aldeas están llenas de este nuevo
guatemalteco: desinformado, alienado, insolidario, reaccionario y
enloquecido igual que el común de los gringos por el “time is money”. De paso
han hecho también de las generaciones que les precedieron, como abuelos y
padres -en un extraño fenómeno regresivo- pelotones de holgazanes que olvidaron
que las jornadas laborales en el campo guatemalteco eran de cinco de la mañana
a cinco de la tarde, ya que ahora se llega al barbecho (con los que todavía
siembran maíz o frijol) a las 8 de la mañana y se está en los lugares de
convergencia a las 12 del día para fumar, beber e insultar a cuanto persona
acierta a pasar por esos puntos. ¿Para qué trabajar si nos mantienen?, es la
respuesta. En fin, el nuevo guatemalteco está realmente irreconocible, en oriente,
occidente, norte y sur. Es un cáncer que corroe a toda la sociedad
guatemalteca. Es la generación del facilismo, donde el que se esfuerza no es
más que un tonto. ¿Y con esos valores a dónde vamos a ir a parar? “Bueno, -dijo un muchacho cuando afirmó que el
estudio no servía para nada- pues a los
Estados Unidos”. “Estos puebluchos
-prosiguió- debiera de anexarlos
Estados Unidos, realmente no sé por qué existen…”.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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