INTRODUCCIÓN
(…) Cuando el administrador
regresó a Jutiapa inmediatamente le presentó la renuncia al dictador, ante lo
cual lo hizo presentarse nuevamente a su despacho, para decirle ahora muy
amablemente: “Mirá, dejá de estar
sentido conmigo, debés entender que quien te quiere te aporrea. Volvé a tu
trabajo, solo fueron unos golpecitos”.
Eso, al parecer,
aprendieron muchos guatemaltecos, la clase subordinada y la clase dominante.
Tuvo, por ejemplo, que pasar la tragedia de los seis muertos y decenas de
heridos de Totonicapán para que ahora las manifestaciones sean pacíficas,
civilizadas, sin provocaciones. Por el lado del partido reaccionario en el
poder, corifeo del poder económico representado por las cámaras empresariales
aglutinadas en el CACIF; ahora sí abrieron un espacio de diálogo directo. Los
empresarios por su parte tan exigentes con que se despejaran las carreteras
para que pasaran sus furgones con mercaderías, luego de la tragedia del tramo
carretero de Cuatro Caminos y viendo los resultados de sus exigencias, ahora
hablan con mesura e instan tímidamente a las soluciones negociadas en un viraje
de 180 grados. Ambos grupos, los contestatarios y los detentadores del poder
aprendieron la lección: la violencia nunca es buena consejera y ambos también
entendieron las cosas “a las malas”.
LOS GUATEMALTECOS,
SIEMPRE LLEVADOS POR
MAL
Por Luciano Castro Barillas
Es una vieja expresión guatemalteca que se
refiere a las personas que no atienden ningún consejo y que terminan
entendiendo o aparentando entender las sugerencias o recomendaciones a golpes,
sean de garrote, puñetazo, puntapié o cinturón. Es decir, el lamentable fenómeno
de la domesticación no de la educación. Era común escucharla en casi todos los
hogares de Guatemala cuando un hijo no atendía las orientaciones y quería -sin ganarse la vida por su cuenta- decidir como persona adulta independiente,
sin haberse conocido por acá las disparatadas teorías del aquél famoso
psicólogo infantil de los Estados, el doctor Spock, quien “orientaba” a los padres
de familia norteamericanos de la década de los años 50 que si un hijo lanzaba
(cual arma arrojadiza) por la cara los
platos de comida a papá, mamá o sus hermanos, debían todos “tolerarlo”,
“comprenderlo”, porque el niño solo estaba desfogando sus frustraciones y que
tal gesto no debía concebirse como “mala educación”. (¿?) Lo cierto es
que las entusiastas madres estadounidenses creyeron a pie juntillas lo dicho
por el descocado doctor Spock y sus vendidos libros -auténticos betseller de la época- y sin
pasarlos por una crítica previa, literalmente, engendraron toda una generación
de inútiles que incidió gravemente en el presupuesto de educación y salud
pública de la década de los 60 con tanto gringo adicto que vagaban por todo el
territorio nacional y el mundo promoviendo con la desobligación laboral “el
amor y la paz”. Cincuenta años después
-muy fresco- el doctor Spock se
disculpó con los ciudadanos norteamericanos afirmando que sus teorías eran
equivocadas, entre tanto, la generación de parásitos creados por él se
prolongan hasta nuestros días.
Algo semejante se incubó en el imaginario
colectivo guatemalteco, en la profundidad de su psique individual y social;
como fruto de tanta y crueles dictaduras. Aparte de Rafael Carrera y Justo
Rufino Barrios, ambos connotados dictadores, hubo uno muy especial con eso de
repartir tundas a los guatemaltecos que él personalmente consideraba “mal
portados”. Me refiero a Manuel Estrada Cabrera, el dictador ilustrado,
pues no era milico sino abogado y notario, es decir, persona con la debida
formación para entender los límites en el ejercicio del poder y los derechos de
los ciudadanos. Pero no, Estrada Cabrera académico, con dinero y con poderes
absolutos no podía superar (se decía era hijo putativo de la familia de
banqueros quezaltecos de apellido Aparicio),
su lado oscuro, su bastardía y su marginación social. Había crecido como
un excluido, a la sombra de los favores que la rica familia quisiera hacerle y
su madre, doña Joaquina, empleada doméstica de esas casas grandes, siempre
pudo darle ”su hartazón decente”[1] ,
como ella decía, con lo que en esas lujosas residencias sobraba, no
necesariamente desperdicios para cerdos. Pues bien, este señor, fue el primero
y luego lo hizo Ubico, que inició la tradición de aporrear con fuste y
puntapiés a sus funcionarios públicos, tal el caso del señor Zifre,
administrador de hacienda de Jutiapa, quien por un mínimo error contable fue
virtualmente aturdido a golpes en el despacho presidencial, donde desorientado
por la paliza, no encontraba la puerta de salida. Cuando el administrador
regresó a Jutiapa inmediatamente le presentó la renuncia al dictador, ante lo
cual lo hizo presentarse nuevamente a su despacho, para decirle ahora muy
amablemente: “Mirá, dejá de estar sentido conmigo, debés entender que quien te
quiere te aporrea. Volvé a tu trabajo, solo fueron unos golpecitos”.
Eso, al parecer, aprendieron muchos
guatemaltecos, la clase subordinada y la clase dominante. Tuvo, por ejemplo,
que pasar la tragedia de los seis muertos y decenas de heridos de Totonicapán
para que ahora las manifestaciones sean pacíficas, civilizadas, sin
provocaciones. Por el lado del partido reaccionario en el poder, corifeo del
poder económico representado por las cámaras empresariales aglutinadas en el
CACIF; ahora sí abrieron un espacio de diálogo directo. Los empresarios por su
parte tan exigentes con que se despejaran las carreteras para que pasaran sus
furgones con mercaderías, luego de la tragedia del tramo carretero de Cuatro
Caminos y viendo los resultados de sus exigencias, ahora hablan con mesura e
instan tímidamente a las soluciones negociadas en un viraje de 180 grados.
Ambos grupos, los contestatarios y los detentadores del poder aprendieron la
lección: la violencia nunca es buena consejera y ambos también entendieron las
cosas “a las malas”. Unos por los muertos y heridos y los otros
porque sintieron temor de desafiar a la fuerza popular organizada, no
necesariamente con ideologías políticas, sino por el imperio de la necesidad:
energía eléctrica sobrevalorada, carrera magisterial inviable económicamente
por cinco años por la pobreza de las familias y aprensión a las reformas
constitucionales que en nada beneficia a los sectores populares. En el
Congreso, pienso, después de tanto abuso, también van a terminar aprendiendo a las
malas, cuando el pueblo abrumado de tanta desesperanza, termine un día
expulsándolos del hemiciclo a patadas.
“Ah, los guatemaltecos, siempre llevados por
mal”, decían don Conce Yanes, carpintero del
Barrio Alegre de la ciudad de Jutiapa
-que asunto insólito- gozaba de
gran prestigio por los muebles rústicos y desajustados que elaboraba en su
carpintería, eso sí, a buen precio.
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