INTRODUCCIÓN
Este artículo periodístico lo escribió Manuel
José hace 31 años, no obstante resuena tan fresco e inmediato como si hubiese
sido escrito ayer. No cabe la menor duda que tres décadas después el mundo está
peor. Los recursos naturales están virtualmente siendo arrasados y no será
tarde el día cuando el agua sea un bien escaso pues el actual desorden -no orden-
económico internacional ha configurado una peculiaridad en la
distribución de la riqueza: un 8% por ciento de la población (los oligarcas de
todo el mundo) poseen el 85% de la riqueza del planeta. Así las cosas no es
difícil entender porque la poesía (esa
adivinanza cifrada del mundo) no es “bien de consumo”. Son pocas las personas
que la leen, pues a cambio de adquirir un libro, prefieren comprar un celular
para hablar invariablemente sandeces, monitorear al marido o la mujer para ver
en qué motel está haciendo acrobacias o sencillamente endeudarse hasta el
suicidio por adquirir un coche de lujo para que le dé estatus y no le haga
lucir tan llamativamente ordinario. El poeta nos da una amena lección de un
momento loco del proceso de producción social: el consumo. Paranoia económica
que, de no tener lugar, hace sentir a las personas compulsivas por adquirir
sentirse virtuales cucarachas. Luciano
Castro Barillas.
SOMOS PEORES QUE LAS
RATAS
Por Manuel José Arce
¡Cómo nos hemos llenado de cosas sin
sentido! El hombre se ha vuelto una
inmensa termita que carcome vorazmente, constantemente el medio en el que vive
sin darle nada o casi nada a cambio… ¿Qué devolvemos a la naturaleza en pago de
lo mucho que destruimos en ella? Apenas nuestros excrementos y nuestros
cadáveres.
El ganado fecunda el campo en donde pasta. El
árbol nutre con su hojarasca la tierra que lo alimenta. El pájaro lleva en sus
heces la semilla de la fruta que come y crea nuevos bosques, riega la
vegetación por donde pasa.
Nosotros no. Pulverizamos la piedra para
volverla cemento. Explotamos la tierra hasta agotarla. Ensuciamos el aire hasta
convertirlo en veneno. Derribamos los bosques hasta volverlos desiertos.
Extraemos los aceites del subsuelo hasta extinguir las reservas. Dejamos
nuestros detritus en el agua hasta negar la posibilidad de vida en ella.
Somos como termitas destructivas. Como malignas
cucarachas. Como ratas insaciables. Y, si lo vemos fríamente, podremos darnos
cuenta de que, en la mayoría de los casos, nuestra depredación es innecesaria. Es
más: ni siquiera está llamada a proveer el disfrute de toda nuestra especie.
Porque la especie humana, entre las muchas formas de dividirla, puede ser vista
así: los que producen y los que consumen.
Los unos producen muchísimo más de lo que
consumen, los otros, consumen mucho más de lo que producen. Los primeros, son
abejas laboriosas, los otros, son los asaltantes que se aprovechan de la miel y
la cera que aquellas han creado con su trabajo incesante. Es decir, que no
basta con la depredación inmisericorde de los recursos del planeta para la
vida: también llega el sudor, la inteligencia y la capacidad creadora de los
propios congéneres.
“Los bienes de consumo”, “la sociedad de consumo”, y el “consumo”
elevado a categoría suprema, a dimensión de finalidad única de la vida.
Cementerios infinitos de automóviles, basureros, con increíbles hacinamientos
de refrigeradoras, televisores, planchas, máquinas de las más diversas, para
cuya construcción ha sido necesario invertir minerales de toda clase, petróleo
en cantidades increíbles, madera en dimensiones astronómicas, cosas, objetos
que han hecho que centenares de fábricas contaminen el aire y el mar, productos
que, para su adquisición, han debido de ser pagados con centenares de horas de
sudor y energía, con toneladas de alimentos, a costa de estadísticas inmensas
de analfabetismo y desnutrición. Objetos cuya vida útil ha sido cuidadosamente
limitada para que no se detenga la catarata del “consumo” esclavizador del
hombre.
Y los sabios peroran y los profetas gritan
contra la explosión demográfica. Arguyen que el planeta ya no soporta más
pulmones humanos respirando en su atmósfera, que la tierra ya no puede producir
alimentos para más personas… En tanto, por cada nueva fábrica de “artículos de
consumo”, cientos de chimeneas envenenan el aire, contaminan las aguas, saquean
la economía de los pueblos.
Somos peores que las ratas.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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