miércoles, 4 de abril de 2012

RAZONES PARA ODIAR EN SEMANA SANTA...



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INTRODUCCIÓN


La Semana Santa, que de santa no tiene nada, por las prácticas irreverentes de la mayoría de personas que se identifican como católicas. Realmente debería ser una época en que todos aquellos que nos denominamos seres humanos sacáramos a relucir algo de esa humanidad de la que tanto hablamos pero que casi nunca practicamos. Debería ser una época en la cual deberíamos repensarnos y actuar aunque sea por un instante con los mejores atributos propios de nuestra condición de seres humanos; tal sería ser amantes de la vida en todas sus expresiones, como lo predicó y lo puso en práctica el humilde carpintero de Galilea que luego de ser enjuiciado, fue horrendamente torturado y ejecutado por aquellos, que al igual que hoy (los acumuladores de  riquezas) no soportaron sus criticas ni denuncias, mucho menos su mensaje de amor y misericordia hacia el otro; el prójimo. Ayer como hoy, los usureros, los lobos rapaces, los especuladores del gran capital financiero; los grandes banqueros, siguen actuando como enormes cruentos vampiros hincando sus colmillos en el cuello de la humanidad, sin dilación ni piedad, succionando todo aquello que huela a dinero. Para estos desalmados practicantes de la religión del dinero en su forma más extrema; el capitalismo cruel y salvaje, no existen días ni Semanas Santas. Religión y dinero se funden en un abrazo diabólico explotador e inmisericorde que acaba aniquilando la escasa esperanza de madres y niños inocentes. Ahora entiendo a mi amigo, quien se auto denomina socialista y dice nunca haber tenido cuenta bancaria, tarjetas de crédito, ni nada que tenga que ver con bancos; pues según él, los bancos  son unos auténticos estafadores, unos ladrones que se enriquecen con el sudor ajeno de tanto pobre trabajador explotado que ciegamente cree que los bancos son instituciones honradas que cuidan de sus ahorros. Mi amigo quizás no sea un gran teórico del socialismo pero si posee la suficiente experiencia práctica como para odiar el sistema y no ser despreciado por inconsciente y cómplice  de tanta barbarie.





Por Luciano Castro Barillas


Hay un tiempo para todo, se consigna en la Biblia. Tiempo para amar y tiempo para odiar. Pero ese último sentimientos catódico, negativo,  poco amable, debe desaparecer al caer la tarde, porque si no la legítima y justa ira, se transforma en una corrosiva emoción insoportable y dañina para todos: para el que odia y el odiado. Pienso, lector amigo, que no hay seres más nefandos y despreciables  que los banqueros, peor aún cuando sus fechorías las ejecutan en plena Semana Santa, olvidando deliberadamente el principio evangélico de amor al prójimo. Ellos, los propietarios de la masa monetaria,  que instalan en el cerebro de sus empleados el software de que la “empresa es de ellos” y terminan pensando como capitalistas, solo que sin dinero; representan en carne y hueso el viejo apotegma del filósofo y pensador político inglés Thomas Hobbes de que “el hombre es el lobo del hombre”. Esas instituciones fueron concebidas para causar destrozos en la vida de los seres humanos, a despecho de que usted invierta bien lo prestado  -tal como los prestamistas lo recomiendan- pues el rédito devengado será siempre una expoliación, un despojo, un aprovechamiento de un ser humano de otro que está en desventaja, vulnerabilidad e impotencia. ¿La etiología, la explicación filosófica del crimen acaso no está en la pobreza?  ¿Cómo no va a ser el crimen exponencial en países como Guatemala donde la gente no tiene que comer y vaga desesperada y sombría con el estómago vacío? En la Guatemala profunda, en la Guatemala rural, no hay problemas de sobrepeso de niños glotones ni de señoritas haciendo dietas para disminuir las líneas voluptuosas de su cuerpo. En esa Guatemala todas las semanas son malditas y no santas y si los ecos de la celebración católica llegan acaso en los montes ya escasos de pinos, será para recordarles a nuestros hermanos olvidados de la tierra que nada tienen que celebrar. Arzobispos, obispos y sacerdotes gorditos contrastan con los cuerpos famélicos de las personas adultas y niños de Huehuetenango o Comapa, Jutiapa; donde la piel se pega a los huesos de cuerpos que caminan. ¿Qué sólo se ve en África? No, Guatemala ocupa el primer lugar en desnutrición en América Latina y cuarto lugar a nivel mundial? Déjeme contarle que el Viernes de Dolores había empezado mi carrera bancaria y ya para el lunes no quería saber nada de ella. Me dieron mi Día de Entrenamiento (como la película del policía corrupto protagonizada por Denzel Washington) yendo a recoger las pocas cosas de una madre soltera y sus tres pequeños hijos. Sin piedad, sin ninguna consideración, sin ningún gesto de humanidad; el gerente bancario hizo gala de su prepotencia y humilló a personas indefensas e impotentes. Créame, si hubiese tenido el dinero necesario yo hubiese pagado la deuda de esa pobre familia. Yo quise disimular mi aflicción y mi dolor, pero el obeso gerente me dijo para tranquilizarme: “Ya se acostumbrará, esto lo hacemos seguido”. No señor, yo no puedo acostumbrarme a esa infamia y prefiero como la señora que le decomisaron sus pocos enseres pasar las peores penas pero, de veras, no quiero, no aspiro y detesto ser ahora y para siempre, un engolado, presumido y pobretón empleado bancario. No es asunto de legalidad para mí, es asunto de justicia. Lloré, pues, ya a solas, con un dolor y una ira insoportable y la convicción más pura y acendrada ahora que el capitalismo merece, sin ninguna duda, ser destruido.

Por esto que le cuento, pienso yo, el odio y la ira es legítima, porque ver los ojos redondos y claros de los niños que no comprendían lo que pasaba y una madre angustiada arrinconada –literalmente arrinconada en la esquina del pequeño cuarto, para colmo arrendado- con un oscuro porvenir, de veras, es para odiar este sistema y despreciar profundamente a los pobres que lo defienden. Permítame también estas 12 horas ese sentimiento de desprecio. Y repetir, de manera puntual, lo que dijo el oficial romano Acacio a un cristiano que intentaba convertirlo a la nueva fe: “Mientras los hombres no seamos mejores, hay que mantener desenvainada la espada”.








Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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