INTRODUCCIÓN
La Semana Santa, que de santa no tiene nada,
por las prácticas irreverentes de la mayoría de personas que se identifican
como católicas. Realmente debería ser una época en que todos aquellos que nos
denominamos seres humanos sacáramos a relucir algo de esa humanidad de la que
tanto hablamos pero que casi nunca practicamos. Debería ser una época en la
cual deberíamos repensarnos y actuar aunque sea por un instante con los mejores
atributos propios de nuestra condición de seres humanos; tal sería ser amantes
de la vida en todas sus expresiones, como lo predicó y lo puso en práctica
el humilde carpintero de Galilea que luego de ser enjuiciado, fue horrendamente
torturado y ejecutado por aquellos, que al igual que hoy (los acumuladores de
riquezas) no soportaron sus criticas ni denuncias, mucho menos su mensaje
de amor y misericordia hacia el otro; el prójimo. Ayer como hoy, los usureros,
los lobos rapaces, los especuladores del gran capital financiero; los grandes
banqueros, siguen actuando como enormes cruentos vampiros hincando sus
colmillos en el cuello de la humanidad, sin dilación ni piedad, succionando
todo aquello que huela a dinero. Para estos desalmados practicantes de la
religión del dinero en su forma más extrema; el capitalismo cruel y salvaje, no
existen días ni Semanas Santas. Religión y dinero se funden en un abrazo
diabólico explotador e inmisericorde que acaba aniquilando la escasa esperanza
de madres y niños inocentes. Ahora entiendo a mi amigo, quien se auto denomina
socialista y dice nunca haber tenido cuenta bancaria, tarjetas de crédito, ni
nada que tenga que ver con bancos; pues según él, los bancos son unos
auténticos estafadores, unos ladrones que se enriquecen con el sudor ajeno de
tanto pobre trabajador explotado que ciegamente cree que los bancos son
instituciones honradas que cuidan de sus ahorros. Mi amigo quizás no sea un
gran teórico del socialismo pero si posee la suficiente experiencia práctica
como para odiar el sistema y no ser despreciado por inconsciente y
cómplice de tanta barbarie.
Por Luciano Castro Barillas
Hay un tiempo para todo, se consigna en la Biblia. Tiempo para amar y tiempo
para odiar. Pero ese último sentimientos catódico, negativo, poco amable, debe desaparecer al caer la tarde,
porque si no la legítima y justa ira, se transforma en una corrosiva emoción
insoportable y dañina para todos: para el que odia y el odiado. Pienso, lector
amigo, que no hay seres más nefandos y despreciables que los banqueros, peor aún cuando sus
fechorías las ejecutan en plena Semana Santa, olvidando deliberadamente el
principio evangélico de amor al prójimo. Ellos, los propietarios de la masa monetaria, que instalan en el cerebro de sus empleados el
software de que la “empresa es de ellos” y terminan pensando como capitalistas,
solo que sin dinero; representan en carne y hueso el viejo apotegma del
filósofo y pensador político inglés Thomas Hobbes de que “el hombre es el lobo del hombre”.
Esas instituciones fueron concebidas para causar destrozos en la vida de los
seres humanos, a despecho de que usted invierta bien lo prestado -tal como los prestamistas lo recomiendan-
pues el rédito devengado será siempre una expoliación, un despojo, un
aprovechamiento de un ser humano de otro que está en desventaja, vulnerabilidad
e impotencia. ¿La etiología, la explicación filosófica del crimen acaso no está
en la pobreza? ¿Cómo no va a ser el
crimen exponencial en países como Guatemala donde la gente no tiene que comer y
vaga desesperada y sombría con el estómago vacío? En la Guatemala profunda, en la Guatemala rural, no hay
problemas de sobrepeso de niños glotones ni de señoritas haciendo dietas para
disminuir las líneas voluptuosas de su cuerpo. En esa Guatemala todas las
semanas son malditas y no santas y si los ecos de la celebración católica
llegan acaso en los montes ya escasos de pinos, será para recordarles a
nuestros hermanos olvidados de la tierra que nada tienen que celebrar. Arzobispos,
obispos y sacerdotes gorditos contrastan con los cuerpos famélicos de las
personas adultas y niños de Huehuetenango o Comapa, Jutiapa; donde la piel se
pega a los huesos de cuerpos que caminan. ¿Qué sólo se ve en África? No,
Guatemala ocupa el primer lugar en desnutrición en América Latina y cuarto
lugar a nivel mundial? Déjeme contarle que el Viernes de Dolores había empezado
mi carrera bancaria y ya para el lunes no quería saber nada de ella. Me dieron
mi Día de Entrenamiento (como la
película del policía corrupto protagonizada por Denzel Washington) yendo a
recoger las pocas cosas de una madre soltera y sus tres pequeños hijos. Sin
piedad, sin ninguna consideración, sin ningún gesto de humanidad; el gerente
bancario hizo gala de su prepotencia y humilló a personas indefensas e
impotentes. Créame, si hubiese tenido el dinero necesario yo hubiese pagado la
deuda de esa pobre familia. Yo quise disimular mi aflicción y mi dolor, pero el
obeso gerente me dijo para tranquilizarme: “Ya
se acostumbrará, esto lo hacemos seguido”. No señor, yo no puedo
acostumbrarme a esa infamia y prefiero como la señora que le decomisaron sus
pocos enseres pasar las peores penas pero, de veras, no quiero, no aspiro y
detesto ser ahora y para siempre, un engolado, presumido y pobretón empleado
bancario. No es asunto de legalidad para mí, es asunto de justicia. Lloré,
pues, ya a solas, con un dolor y una ira insoportable y la convicción más pura
y acendrada ahora que el capitalismo merece, sin ninguna duda, ser destruido.
Por esto que le cuento, pienso yo, el odio y la
ira es legítima, porque ver los ojos redondos y claros de los niños que no
comprendían lo que pasaba y una madre angustiada arrinconada –literalmente
arrinconada en la esquina del pequeño cuarto, para colmo arrendado- con un
oscuro porvenir, de veras, es para odiar este sistema y despreciar
profundamente a los pobres que lo defienden. Permítame también estas 12 horas
ese sentimiento de desprecio. Y repetir, de manera puntual, lo que dijo el
oficial romano Acacio a un cristiano que intentaba convertirlo a la nueva fe: “Mientras los hombres no seamos mejores,
hay que mantener desenvainada la espada”.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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