viernes, 27 de abril de 2012

UN MODELO DEGRADANTE DE FORMACIÓN MILITAR…



INTRODUCCIÓN


Esta entrevista fue realizada en 1987 por el periodista guatemalteco José Eduardo Zarco, de conocida familia conservadora y propietaria de uno de los principales periódicos del país (Prensa Libre). Fue autorizado a visitar la llamada Escuela de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil situada desde su fundación, en 1975, en la aldea La Pólvora, municipio de Melchor de Mencos, departamento del Petén. La escuela kaibil es conocida con el nombre de El Infierno Kaibil. De dicha visita surgió una serie de ocho artículos publicados por el periódico de su propiedad, el sexto de los cuales detalla el llamado “destazamiento de la mascota”. Esta entrevista La Cuna del Sol la hará por entregas, dada su extensión, en conmemoración de un aniversario más de la muerte de monseñor Juan Gerardi, ejecutado por esta clase de personas a los dos días de haber entregado el documento del proyecto Recuperación para la Memoria Histórica. El asesino material, por cierto, era de la aldea Río de Paz, municipio de Quesada, Jutiapa; quien por némesis divina, fue decapitado por pandilleros a raíz de un motín en la cárcel donde estaba recluido, jugando después de consumado el hecho un partido de fútbol con su cabeza -como el más terrorífico balón-, en tanto la policía tomaba el control del penal. Luciano Castro Barillas.








UN MODELO DEGRADANTE
DE FORMACIÓN MILITAR



Segunda Parte


Continúa la declaración del mismo testigo, explicando que todos ellos, con independencia de sus edades y formas de reclutamiento, eran sometidos al mismo tipo de instrucción, incluidas sus más extremas formas de endurecimiento, que incluían prácticas como las siguientes:

“En los centros de entrenamientos de reclutas sí se dan estas cosas (los llamados “entrenamientos salvajes”). A mí me hicieron comer carne de perro cruda y su sangre beberla. En el entrenamiento lo llaman supervivencia. Mandaron a cuatro soldados a buscar a la calle un perro, tenía la enfermedad del chino (hongos), era muy delgado y feo. Un oficial lo mató y comenzó a dar un trozo a cada uno. El oficial no comió. Todos lo comimos a puro tubo (a la fuerza). Otro paso del entrenamiento era la prueba de los sonidos y olores. Le daban a uno a oler gasolina, hule quemado… con los ojos vendados, y al final le daban estiércol humano.  A principios de septiembre cambiaron al subteniente del destacamento y enviaron a uno nuevo. Este organizó los primeros grupos de entrenamiento de reservas: obligó a 35 jóvenes mayores de 14 años a presentarse todos los sábados y domingos para ser sometidos a un entrenamiento físico que les permitiera colaborar con el Ejército en la lucha antiguerrillera, y para que los hombres, solteros y no solteros, supieran lo que sufre un soldado.

Ese aprendizaje “de lo que sufre un soldado” llevaba consigo prácticas tan intolerables como las expresadas a continuación:

“Durante el entrenamiento los jóvenes eran obligados por los soldados a tirarse al lodo, los golpeaban, los metían en los hormigueros y los acusaban permanentemente de guerrilleros. El 12 de octubre, el subteniente les comunicó a los reservistas que iban a celebrar el Día de la Raza y los envió a capturar a dos perros. Luego les obligó a degollar a los perros y chuparles la sangre; después les obligaron a pelar a los perros, les cortaban la lengua y todos tuvieron que comer un pedazo de ella. Luego les sacaron los ojos a los perros y cuatro jóvenes tuvieron que masticarlos y tragarlos. Finalmente los soldados prepararon un ceviche con la carne de perro, lo hicieron picadillo, le pusieron limón, sal y chile y les dieron a todos para que comieran. Cuando alguien no soportaba comerlo y vomitaba, era obligado a comerse después sus propios vómitos. Durante todos estos actos, los soldados los amenazaban con armas, y los golpeaban con palos y patadas”.

Si bien este acto descrito sólo se produjo en estos términos, el 12 de octubre de 1981, los militares del destacamento de El Mango siempre amenazaban a los reservistas con que les iban a enseñar a comer culebras, zopes y hasta carne humana. Como parte de su entrenamiento los jóvenes también eran usados y maltratados como bestias de carga, como se manifiesta en el siguiente testimonio:

“En otras ocasiones, el subteniente obligaba a los jóvenes reservistas a colocar sus brazos en forma de andas para que lo cargaran (transportándolo) por más de dos horas por las calles de la aldea; detrás iban los soldados, golpeando con palos a los reservistas. Mientras los jóvenes lo cargaban, el oficial los insultaba, golpeaba y amenazaba de muerte. Estas prácticas de entrenamiento duraron hasta el mes de diciembre, cuando se levantó el destacamento de El Mango”.

Pero no sólo estos adolescentes en edad premilitar, ni sólo los reclusos recién incorporados, como ya vimos, sino también los soldados ya veteranos, incluso habiendo alcanzado el ascenso a cabo y optando a la categoría de subinstructores, se veían obligados a soportar estas prácticas siniestras. He aquí el testimonio de un cabo de infantería que iba a ser nombrado subinstructor de la CAR (compañía de reemplazo).

“Los oficiales y otros galonistas subinstructores más antiguos los “bautizaron” a él y a otros dos, revolcándolos primero en un charco de lodo hasta que les entró en todos los oídos y la nariz, y se estaban ahogando. Después los ahogaban en una pileta, de modo que le hacían a uno dar gritos de desesperación, después era horrible y ya se sentía uno que se estaba muriendo. Y por fin, tomaron una bolsa de mierda y con cepillo les untaban la boca, diciéndoles: (…) ahorita vienen  ustedes al CAR. Ahorita no son cualquier soldado, pendejos. Ahorita son subinstructores. De ahorita en adelante les vamos a hacer esto para que sean pura mierda con los soldados, para que sean yucas (duros).

Pues bien, estos subinstructores, así formados y endurecidos, eran los encargados a su vez de formar y endurecer a los soldados recién reclutados que hacían el ya citado Curso de Tigres, de tres meses de duración y que se desarrollaba en Playa Grande, Ixcán, Quiché; en aquellos años culminantes de la represión militar. Curso en el que fueron formados muchos de sus protagonistas de más bajo nivel: el de la tropa encargada de su ejecución. Tropa que también requería una especial preparación psicológica y moral que la capacitara para cometer las tremendas atrocidades que implicaba la ejecución material de aquellas masacres y de aquellas terribles formas de represión.  No cabe, por tanto, sorprenderse de muchos de los excesos degenerativos examinados en las páginas precedentes cuando se ha recibido una formación tan degradada y degradante como la reflejada en los repetidos testimonios que acabamos de transcribir.










Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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