Entrevista de
docu-ficción tomada del libro “El
narcotráfico: un arma del imperio”, de Marcelo Colussi. La entrevista es
ficticia, pero rescata y reconstruye diálogos mantenidos con narcotraficantes
verídicos. Tiene, por tanto, un valor testimonial tan vívido como si las
declaraciones fueran reales.
Entrevista a P., narcotraficante mexicano
Marcelo Colussi
Rebelión
P., 35 años,
originario de México D.F., desde hace varios años está vinculado al cartel de
Tijuana. De niño y de joven pasó grandes penurias económicas proviniendo de una
familia de extracción humilde. A los 19 años cayó preso por primera vez, por
robo a mano armada. Hace 7 años ingresó al mundo del narcotráfico y fue
escalando posiciones. Ahora dirige el departamento de logística del cartel.
Tiene tres arrestos y cuatro asesinatos en su historial policial. Se mueve
siempre con dos guardaespaldas y una pistola Mágnum 3.57 en la cintura. Al sonreír se le ven los dientes de oro.
Pregunta: ¿Qué piensa del negocio del narcotráfico?
Respuesta de
P.: Que es un negocio como cualquier otro, así de
simple. Lo que pasa es que está mal visto. Negocios son negocios, y en el mundo
en que vivimos todo se maneja comercialmente. ¿O acaso alguien te regala algo?
En todo caso, si alguien te regala, serán las monjitas cuando hacen obras de
caridad. Pero ni siquiera es así, porque luego te hacen ir a misa. Algún precio
hay que pagar por todo. Bueno, las drogas son una mercadería más que se vende y
yo me ocupo de venderlas. ¿Qué más podría decir de eso? Lo que pasa es que son
ilegales, y ahí viene el problema. ¿Qué me cuentan si el petróleo fuera ilegal?
Sí, es medio loco pensarlo así, pero imaginémoslo por un momento: si la gente
lo necesita, los gobiernos, las industrias lo necesitan, harían cualquier cosa
por tenerlo, pagarían lo que sea, habría guerras, más de las que ya hay por el
petróleo. Bueno, sería un caos, ¿verdad? Con las drogas pasa lo mismo, mi
hermano. La gente las quiere; nosotros no obligamos a nadie a consumir. El que
las quiere lo decide en su sano juicio, las paga con su dinero. Yo lo único que
hago es limitarme a vender esa mercadería, igual que el tipo que vende leche, o
ropa.
P: ¿Pero
hay alguna diferencia entre vender ropa y vender drogas?
Respuesta de
P.: Básicamente la diferencia es que una cosa es
legal y otra no. Porque si se mira como negocio, todo, absolutamente todo lo
que se fabrica, lo que se produce en algún lugar, se hace para vender. Aunque
sean estupideces que no sirven para nada; aunque, incluso, sean cosas dañinas.
¿Ustedes podrían decirme por qué se vende tabaco con alquitrán y nicotina?
Todos sabemos que eso da cáncer –y les aclaro que yo fumo–, pero se vende. ¡Y
mucho! ¿Y qué me dicen del alcohol? Todos sabemos que es uno de los grandes
negocios del mundo. ¿Para qué se vende el alcohol: cerveza, whisky, vino,
tequila, champagne, y las mil bebidas que existen por ahí? Todas hacen mal, lo
sabemos –les aclaro que yo también bebo, no me voy a hacer el puritano–. Pero
se venden y nadie dice una palabra. Y los gobiernos no persiguen a los que las
venden, ni a los que las fabrican, ni tampoco a los que las consumen. El mundo
es puro negocio, mi hermano, y todo lo que se produce es para vender, no
importa si es leche, ropa, drogas o sexo. El sexo también se vende. ¿Ustedes
saben cuáles son las páginas más consultadas en internet? ¡Las páginas porno! Y
las películas pornográficas son uno de los negocios que más están creciendo.
Así que no nos vengamos a hacer los moralistas, las monjitas inocentes. Que las
drogas que nosotros vendemos, la cocaína y la marihuana, sean ilegales, eso es
otro asunto. ¿Por qué no ilegalizan la venta de armas? ¿Ustedes saben cuál es
el negocio más grande del mundo, no? ¡Las armas, compadre! ¡Las armas! ¿Y para
qué diablos sirven las armas? Reconozco que la ropa o la leche sirven para algo
bueno. Pero… ¿las armas? Bueno, como sea, es lo que más se vende en este mundo.
¡Y eso sí que mueve dólares! Ya no hablemos de una escuadrita como esta que
cargo aquí. Tampoco me voy a hacer el puritano con esto: ya me despaché a
cuatro yo directamente, además de todos los que mandé a matar con mis
muchachos. Pero díganme: ¿cuánto cuesta un avión bombardero super moderno de
los gringos? ¿Y un submarino nuclear? Eso sí que es negocio. Y nadie lo
prohíbe. Y a nadie se le va a ocurrir ir a perseguir y meter presos a los de la
Boeing, o de la Lockheed Martin, o los de la Microsoft, o IBM, o los que hacen
computadoras, esos de la Hewlett-Packard, o empresas como Raytheon y Sun
Microsystems, toda gente muy respetable, blancos y de saco y corbata. Porque
son ellos los que fabrican todas esas armas complicadísimas, de super avanzada:
misiles, armas químicas y no sé cuántas cosas más. Hay una bomba que cuando la
tiran vuelve maricones a los soldados enemigos y hacen que se mueran por los
gringos, que dejen sus armas y se vayan tras ellos. ¿Qué me cuentan? Esas armas
cuestan fortunas. Y nunca persiguen a los que las venden. ¡Son legales! Pero a
nosotros, los inditos patapolvosa de cuarta que vendemos las drogas que ellos
se hartan, a nosotros sí nos persiguen. Entonces: ¿qué diferencia
hay entre una mercadería y otra?
P: Es que las
drogas estas que ustedes trafican son productos muy dañinos... ¿cuánta gente
muere por día por consumirlas?
Respuesta de P.: ¡Por favor! ¿Acaso esas armas de las que estamos hablando son para
tirar flores, para curar enfermos? ¿Quién mata más? Lo que pasa es que si hacen
legal nuestro negocio, perdemos muchos. Yo no voy a negar que sea un
delincuente, por supuesto. Nací y me crié entre ladrones y putas; por suerte no
caí preso nunca de menor, nunca estuve en un reformatorio. A duras penas llegué
a segundo año de escuela media; me crié en la calle, entre malandrines, entre
lo peor de lo peor del D.F. Y por supuesto que soy un delincuente. ¿Por qué iba
a negarlo? Un delincuente y con rasgos indígenas. Claro que vivo del crimen,
por supuesto. No me voy a venir a hacer la ovejita con tres ingresos a la
policía. Con todo lo que hice ya a mis 35 años tengo para ir varias veces al
infierno. No me arrepiento: soy lo que soy, y punto. Y el narcotráfico es un
negocio para puros machos, se hace a los plomazos. Pero que no me vengan a
decir que es un negocio peor que otros. Si lo hicieran legal, sería como con el
licor o los cigarrillos. Antes eso era lo peor del mundo, acuérdense de Al
Capone. Pero cuando lo legalizaron, los industriales que se dedican al
asunto pasaron a ser unos respetables señores, igual que los que venden las
armas. Seguro que esos tipos van a la iglesia, y hasta se confesarán.
¿Cuántos niños mata una bomba de racimo cuando explota? ¿Y a cuánta gente que
anda por el monte trabajando, o jugando en el caso de los niños, una mina no le
vuela una pata? ¿Quién va preso por eso? ¿Quién debería ir preso en todo caso:
el militar que da la orden, el fabricante de esos artefactos, los gobiernos que
las permiten, o el soldado que la puso? Lo cierto es que nadie va preso; y en
el peor de los casos, seguro que iría el soldadito. Y lo peor: nadie va a
tratar de “despreciable asesino” a los que fabrican las minas, o a quienes las
venden. Pero sí nos tratan de lo peor a los que vendemos las drogas. ¿Por qué?
Miren, muchachos, no seamos hipócritas: ahí hay una doble moral asquerosa. Son
los gringos, o los europeos, esos países llenos de dólares, los que más
consumen drogas. En los Estados Unidos cada día entra una tonelada de droga:
¡Una to-ne-la-da! No estamos hablando de medio kilo, o de 20 kilos. Eso, por
último, hasta en una maleta pasa. Pero una tonelada no es poco. Alguien tendrá
que hacerse el distraído y mirar para otro lado para que todo eso pueda pasar.
Nos corren, nos persiguen; o, al menos, dicen que nos corren. Y por allí
decomisan algo. Pero necesitan hacer todo ese show. Si fuera legal y se pudiera
comercializar igual que el maíz o el café, se termina el negocio. ¡Por supuesto
que muchos mueren por culpa de las drogas! Pero ese no es un problema mío. Si
quieren consumir, que consuman. Nadie los obliga. Es como el que quiere matarse
conduciendo un carro a 200 kilómetros por hora: nadie lo obliga. En nuestros países
se consume un poco, pero ese no es el problema. Aquí la gente no tiene ni para
la comida, así que el asunto de las drogas es secundario. Los que consumen de
verdad son los gringos, los del norte: ahí se va el 95 % de la producción. Si
quieren droga, que después no jodan. Hacen el show diciendo que somos unos
delincuentes, ponen leyes de extradición para los narcos, nos persiguen… Pero
gracias a nosotros es que muchos allá viven bien.
P: Aclárenos un
poquito. Usted dice que gracias al narcotráfico hay muchos que se benefician en
el norte, en Estados Unidos. ¿Quiénes y de qué
manera se benefician?
Respuesta de
P.: ¿Ustedes creen que si realmente quisieran
perseguir el tráfico ilegal de drogas no lo harían? Dicen que fumigan en las
montañas de Colombia, pero cada día hay más hectáreas sembradas con coca, o con
marihuana. Esto de la droga ilegal es un gran negocio para muchos. Para mí, por
supuesto. Yo fui un marginal todo mi vida, un delincuentillo muerto de hambre,
y recién ahora, hace unos años, desde que me hice cargo de parte de las
operaciones del cartel, estoy bien económicamente. Nunca le había podido
comprar una casa a mi viejecita, que hasta hace poco tenía que lavar ropa ajena
para sobrevivir. Recién ahora pude hacerlo: le compré una hermosa casa en un
barrio respetable en la ciudad de México. Y hasta dos sirvientas le pago. Yo me
beneficio con el negocio, por supuesto. Pero no se crean que es tan fácil:
vivimos siempre al borde. ¿Para qué creen que llevo siempre dos guardaespaldas?
¿Para hacerme ver? No, es por seguridad, realmente por eso. La vida de un narco
no es cosa fácil; como les dije, es cosa de machos. Los que más nos joden son
los de la policía, por supuesto. Pero ellos son tan muertos de hambre como
nosotros. ¡O peores! No sé quiénes son más delincuentes, si ellos o nosotros.
Ellos cumplen órdenes y tienen que venir tras los narcos, a veces, simplemente
para negociar cuánto van a dejar pasar. El negocio, el verdadero y gran negocio
lo hacen los peces gordos. ¿Dónde va a parar tanto dinero? A los bancos
gringos. En los Estados Unidos viven diciendo que somos el cáncer que les manda
la droga, pero sucede ahí como con los indocumentados: viven diciendo que no
nos quieren, despreciándonos, ahorita construyendo ese muro en el desierto para
que no nos pasemos, pero en definitiva nos necesitan. ¿Quién haría el trabajo
sucio allá si no fueran los inmigrantes ilegales? Acaso un trabajador
rubiecito, un gringo, ¿está dispuesto a ir de basurero, de albañil, de
sirvienta? ¡Por supuesto que no! Por eso necesitan los “espaldas mojadas”, los
indiecitos ilegales que les caemos por miles. Y lo mismo pasa con la droga.
Allá consume hasta el perro. Todos, ricos y pobres, hombres y mujeres, blancos
y negros. Necesitan droga, quieren droga, nos la piden a gritos. Nosotros
simplemente se las hacemos llegar. Pero los muy cabrones, el gobierno me
refiero, nos pone trabas: en vez de dejar comerciar libremente –el Tratado de
“Libre” Comercio es una mentira, es cualquier cosa menos libre–; en vez de
permitirnos el comercio, nos hace ilegales. Así, por supuesto, pueden subir los
precios. Y de esa forma muchos se benefician: la policía, la DEA, el ejército.
Necesitan tener estos “criminales” delante de ellos para justificarse. Si no
hubiera estas bandas de monstruos como nos quieren hacernos ver, muchos se
quedarían sin trabajo en Estados Unidos. Además –y esto es lo más importante,
créanme– con tanto control que ponen por ahí, en realidad no buscan detener el
negocio de la droga. Es puro montaje. Yo sé positivamente que de toda la droga
que se decomisa –que en verdad es muy poca, prácticamente nada- es la que se
destruye. Eso se recicla y se vuelve a vender. Todos hacen lo mismo, la DEA, la
Federal en Estados Unidos o la policía mexicana. Me acuerdo una caricatura que vi
una vez y me pareció muy explicativa: en un operativo detienen un camión
cargado de cocaína. Entonces se ve al comandante del grupo pasando la
información a un subalterno: “Sargento, fue un muy buen golpe. Incautamos dos
mil kilos de cocaína de buena calidad. Informe a la base que recuperamos mil
quinientos kilos”. Viene el sargento y llama al radio-operador: “Soldado,
informe a la base que hemos detenido mil kilos”. Y el soldado agarra el radio y
transmite: “Cuartel general, ¿me copia? Les informamos que el operativo fue
todo un éxito. Decomisamos quinientos kilos”. Bueno, así es todo el circuito.
P: Entonces ¿no tiene solución esto del narcotráfico?
Respuesta de
P.: Para ser franco, yo no lo sé. Pero como van
las cosas, me atrevo a decir que no. O no por ahora. Esto es un negocio
demasiado grande y hay demasiados, pero demasiadísimos intereses en juego como
para esperar que se vaya a terminar. Nosotros, los narcos, pasamos rápido. Cada
uno de nosotros está unos pocos años en el negocio. Esto, como les dije, no es
cosa fácil; es cosa de aprovechar el poco tiempo que a uno le toca. Yo sé que
en cualquier momento me voy para el otro lado: la policía u otra banda, alguien
me puede cocer a balazos, ya lo sé. Son los riesgos del oficio... Pero aunque
nosotros somos pasajeros, los dólares ahí siguen estando, y corriendo. Y la
gente no va a dejar de consumir. ¡Al contrario! Cada día se consume más. Yo no
sé si algún día va a terminar todo esto, pero por ahora, estoy seguro que no.
P: ¿No tiene miedo a que lo maten entonces?
Respuesta de
P.: ¿Miedo? ¿Y por qué iba a tener miedo? Mi vida
siempre estuvo al borde. Tuve suerte de llegar a los 35, así que no tengo de
qué quejarme. Sé que en cualquier momento puedo ya no estar. Pero lo que sí les
puedo asegurar es que si me muero, de sobredosis no va a ser. ¡No soy tan
imbécil!
Tomado de Rebelión
que ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creatives Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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