INTRODUCCIÓN
En el prólogo al
libro “Crónicas y tradiciones orales de Jutiapa,” del poeta y cuentista, Luciano Castro Barillas, la antropóloga
Xochitl Castro Ramos define la crónica literaria de la siguiente manera: “Técnicamente
la crónica es una obra literaria que narra hechos históricos en orden cronológico,
es decir, conforme el tiempo en que ocurrieron y generalmente la persona que
escribe es testigo presencial de los sucesos , o bien, los mismos le fueron “contados”
por quien los observó. La crónica literaria
puede referirse a una persona, una época, un país o una localidad. El lenguaje
empleado es sencillo, directo, personal
y muy rico en descripciones y detalles.” La siguiente publicación, es una crónica
literaria extraída del libro en mención, es una narración alusiva a uno de los
eventos religiosos de más arraigo popular en la ciudad de Jutiapa. En este caso
los detalles históricos corresponden a la celebración de la Semana Santa de allá
por el año 1940. Disfruten amigas y amigos lectores
de esta estupenda crónica y que sus sentidos los guíen por tan fascinante recorrido
al pasado. Marvin Najarro
Por Luciano Castro Barillas, Cronista Oficial de la ciudad de Jutiapa.
La característica
principal de esta actividad religiosa en
la década de los cuarenta era la confección de variadas comidas y
confituras, además de la devoción. Comunidad pequeña, pueblerina; un evento
anodino era motivo de alarmas y sobresaltos. Por eso cuando don Santiago
Villanueva hacía el papel de Jesús en la dramatización del Viernes Santo,
cientos de jutiapas expectantes y emocionados se conmovían hasta las
lágrimas con el acto piadoso de El Centurión. Esta estampa de teatro popular
callejero tenía lugar frente a la casa de la profesora Delia Nájera de Horta.
Años después se cambió de escenario y se realizaba frente a la casa de la
familia Flores, en la actual Calle 6 de Septiembre, otrora Calle de la Ronda Norte. Al frente de esa
casa se realizaban las peripecias histriónicas de la caballería romana con el
primerísimo actor don Santiago Villanueva en el papel del centurión, el cual
intentaba defender a Jesús de la injusta aprehensión pero, en su intento, el
centurión era sorprendido por la muerte. Don Santiago se desvanecía,
desplomándose a los pies de El Salvador. Este vecino representaba con tal convicción
su papel de moribundo que ante el pataleo de la agonía y las gesticulaciones,
los espectadores dudaban entre asumirla como muerte real o teatral. Acto
seguido la procesión del Santo Entierro pasaba sobre su cadáver.
Además de las
dramatizaciones relatadas, el Viernes Santo por la mañana en las cuatro
esquinas del antiguo parque de Jutiapa se instalaban Cuatro Jurados para juzgar
a Cristo. Allí se ventilaba un juicio sumarísimo, siendo el reo condenado en
las cuatro instancias. A este proceso judicial piadoso se le conocía como El
Paso de los Tribunales. Cristo era conducido encadenado por un soldado romano
cuyo papel era representado por don Chepe Andrino, quien con tremendo vozarrón
gritaba a los presentes que le cerraban el paso: ¡Abran paso el embaucador!,
con una voz estentórea tan potente que algunas veces quemó los micrófonos. O
bien la anécdota aquella cuando don Chepe leía la sentencia condenatoria e
invariablemente incurría en el mismo error de lectura. Decía: “Y
que esto sirva de escarmiento para todos los barbados”. A cambio de
decir: “Para todos los bárbaros”.
Por esos años la
organización de la Semana Santa funcionaba mejor que ahora como instrumento de
cohesión y armonización social pues instituciones como la Comunidad de
Indígenas, siempre reacia a coordinar las actividades con la parroquia;
colaboraba de buena gana y la relación con las curas era de mutuo respeto. El
coordinador o enlace entre la
Comunidad de Indígenas y la parroquia fue don Luis García
quien con sus buenos oficios posibilitó el estrechamiento de lazos fraternos
entre las dos instituciones. Uno de los responsables por muchos años de la
cofradía fue don Locho Pérez cuya casa se ubicaba a un costado del Banco
Banoro, sobre la actual Calzada 15 de Septiembre. Es de consignar también lo
siguiente: en la procesión del Viernes Santo las mujeres se ataviaban con
vestidos morados y los hombres de riguroso negro. Los cucuruchos o penitentes
vestidos de negro portaban sendas candelas de muerto flanqueando ambos lados de
las calles. El itinerario del Santo Entierro empezaba de la parroquia hacia el
norte. Doblaba el cortejo por la avenida donde se ubican los estudios de Radio
Tamazulapa -antigua Calle del Atrio-
hasta remontar la Calle
6 de Septiembre. Luego cruzaba hacia el sur por la avenida donde hoy funciona
el Colegio de Magisterio para desembocar en la Calle de la Ronda
Sur y luego, al final, ingresar nuevamente al templo
parroquial.
Durante la Semana
Mayor se degustaba en los hogares el pescado forrado, jocotes, majunches
y mangos con dulce de panela; molletes, refresco de chicha y los vernáculos tamales
de viaje aderezados con manteca de coche, en una especie de aplicación
a la vida eterna por su conservante natural de ceniza, sin el cual no podía
tener lugar una acción culinaria y digamos oftalmológica de singular
importancia cultural: botarle el ojo al maíz, para que
naciera a la vida exquisita y de especial refinamiento el tamal de viaje.
Todos lo derechos reservados por el autor.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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