¿En qué quedamos entonces?
¿Las FARC van ganando o perdiendo? El problema, realmente, está en la misma
manera de plantear la pregunta, que refleja una visión errónea del conflicto,
como si fuera un enfrentamiento entre ejércitos, dejando de lado la compleja
dimensión social de éste, así como su naturaleza irregular. Ambas visiones,
aparentemente opuestas, están también íntimamente unidas al derivar más de un
afán propagandístico que de un análisis objetivo de los hechos. Pese a la
obsesión colombiana por el pensamiento maniqueísta, polarizante, la realidad
del conflicto es bastante más compleja como para ser reducida en la fórmula
simplista de “ganar o perder”.
¿EN QUÉ QUEDAMOS?
¿LAS FARC-EP VAN GANANDO O
PERDIENDO?
Por José Antonio Gutiérrez D.
Dos versiones totalmente contradictorias, al menos en apariencia, circulan
respecto a la situación militar de las FARC-EP en Colombia. Por una parte, el
santismo y sus patrones en Washington plantean que, debido a los bombardeos
aéreos, la guerrilla campesina está diezmada, desarticulada, patas para arriba
(como diría el artículo reciente del Washington Post); en pocas palabras,
derrotada [1]. Politólogos que posan de expertos del conflicto, pero que son en
realidad propagandistas de oficio del ejército, repiten continuamente el
libreto escrito por los generales. Por el contrario, el sector uribista plantea
que esa era la situación hasta el 2010: desde entonces el movimiento
guerrillero se habría recuperado “milagrosamente” de su embestida casi mortal
debido a la pusilanimidad de Santos y que hoy estaría, en palabras del
delirante Rafael Guarín, "ganando la guerra" [2]. Todos los días
manosean estadísticas que demostrarían la capacidad de los insurgentes de
golpear duramente al ejército: desde hace algunos años el ejército termina con
unas 2.500 bajas anuales y el número de ataques, acciones ofensivas y ataques a
infraestructura van también en alza sistemática. Y mientras durante el gobierno
de Uribe Vélez los cadáveres de guerrilleros eran exhibidos con placer sádico
en los medios, ahora a través de las redes sociales comparten las imágenes de
soldados y policías mutilados en medio de acciones bélicas.
¿En qué quedamos entonces? ¿Las FARC van ganando o perdiendo? El problema,
realmente, está en la misma manera de plantear la pregunta, que refleja una
visión errónea del conflicto, como si fuera un enfrentamiento entre ejércitos,
dejando de lado la compleja dimensión social de éste, así como su naturaleza
irregular. Ambas visiones, aparentemente opuestas, están también íntimamente
unidas al derivar más de un afán propagandístico que de un análisis objetivo de
los hechos. Pese a la obsesión colombiana por el pensamiento maniqueísta,
polarizante, la realidad del conflicto es bastante más compleja como para ser reducida
en la fórmula simplista de “ganar o perder”.
Algunas precisiones sobre el
estado del conflicto hoy
Primero que nada, el conflicto colombiano no se resuelve en lo militar: es
de carácter político, profundamente arraigado en cuestiones económicas,
sociales, estructurales de la realidad colombiana. Por lo mismo, su solución no
pasa por el campo de lo militar como un fenómeno aislado, sino por procesos
sociales, de cambios estructurales, que alteren las raíces de la violencia
política. Eso es, en resumen, la solución política. Ahí se equivocan de medio a
medio los uribistas cuando creen que la cifra de policías o soldados muertos,
por sí solas, acercarían a las FARC-EP al triunfo en sus propios términos.
Segundo, porque el nuevo cambio de tendencia en la guerra se comenzó a
experimentar desde el segundo semestre del 2008 en adelante, es decir, a mitad
del segundo período de Uribe Vélez. Desde entonces las acciones militares de la
insurgencia vienen en alza y son cada vez más letales sobre las fuerzas
armadas, con un efecto devastador sobre ellas en muchas partes,
desmoralizándolas, exasperándolas, frustrándolas e impulsándolas a la
retaliación ciega contra la población civil. El cambio de tácticas ha incluido
francotiradores y una auténtica revolución en los explosivos mediante la
creación de unidades tácticas de combate, comandos de élite como los “pisa
suaves” y una mayor flexibilidad organizativa [3] . El Estado puede golpear a
los insurgentes sólo desde miles de metros de altura, mediante bombardeos
aéreos, que reciben una impresionante cobertura mediática, a diferencia de la
situación muchísimo menos favorable de los soldados de a pie.
La ineptitud de los analistas para entender la nueva realidad del conflicto
se refleja claramente cuando el cambio de táctica lo entienden como una
"muestra de debilidad" y no como una adaptación exitosa a la nueva
realidad del combate, particularmente, al enorme poderío aéreo desarrollado en
Colombia gracias a la injerencia y la “inteligencia militar” de los EEUU. En
entrevista concedida a la revista Semana, Camilo Echandía, personaje muy
vinculado al gobierno de Uribe Vélez, por ejemplo, plantea que con los
atentados explosivos, los guerrilleros farianos “no están atacando a la policía
por medio de incursiones a una población, con destacamentos de hombres que
tengan capacidad de destruir el puesto y resistir la acción de la fuerza
pública por un tiempo, como lo hicieron las FARC en muchas ocasiones en el
pasado. Son acciones explosivas que ponen al descubierto la carencia de
capacidad de acción militar y de control territorial” [4] (opinión de la cual
se hace eco el editorial del Espectador del 19 de enero) [5] . Precisamente el
poderío aéreo y los modernos sistemas de inteligencia y satelitales de que
dispone el Estado colombiano no permiten a los insurgentes grandes
movilizaciones de tropas ni tomas guerrilleras de larga duración. Pero eso en
una guerra irregular como ésta es irrelevante, pues la eficacia de la
estrategia militar insurgente no se mide mediante ninguna de esas dos
variables, sino por su capacidad de responder y golpear exitosamente al Estado
y su patrocinador de Washington con sus propios medios artesanales.
La ilusión de la derrota militar de la insurgencia se cae por sí sola ante
el peso de la evidencia, aún cuando las cifras oficiales estén claramente
infladas –según el gobierno, habrían capturado más de 3.700 insurgentes en
2013, cifra a todas luces fantasiosa [6]. Como botón de muestra de la capacidad
de golear de las FARC-EP, está la vergüenza que hicieron pasar a Santos en el
norte del Cauca el 11 de Julio del 2012, al dejar en evidencia que no tiene el
control de todo el territorio colombiano: tuvo que llegar a Toribío en
helicóptero, pues todas las carreteras estaban tomadas por el 6º Frente de las
FARC-EP, y dirigirse al país mientras silbaban balas por todas partes [7] . Tal
vez esto no es exactamente una toma guerrillera, al estilo de Mitú, pero
tampoco “fue el típico hostigamiento de dos o tres milicianos de civil que
disparan un tiro o lanzan una pipeta y se camuflan en una casa. Fue un ataque
protagonizado por grupos de guerrilleros uniformados que la fuerza pública no
pudo repeler por tres días, ‘con 15 puntos de fuego’ contra el pueblo desde los
cerros cercanos, según lo describió un oficial. Al menos uno de esos grupos,
según los pobladores del lugar y varios militares que lo combatieron, tenía 30
integrantes.” [8] Este fue el contexto en el cual se dio paso, en unos meses, a
las negociaciones de paz en La Habana.
El Estado, por el contrario, que ha buscado consolidarse militarmente en
los territorios cuyo control ha arrebatado a la insurgencia, no consolida, es
visto con recelo, desde hace un tiempo viene incluso perdiendo terreno ante el
movimiento guerrillero que está hostigando constantemente. Es que en una guerra
irregular como esta, la variable población/territorio, en relación a la
cuestión del “control”, no es lineal.
Tercero, que pese a lo que plantean algunos analistas (que se basan
exclusivamente en fuentes oficiales), las FARC-EP no está “patas para arriba” y
descabezadas, como lo demuestra el reciente cese al fuego UNILATERAL decretado
por los insurgentes por Navidad con el cual demostraron disciplina y control.
El cese al fuego fue acatado a cabalidad, salvo algunas escaramuzas, pocas y
sin mayor importancia, en su mayoría defensivas ante la demencial ofensiva
militar [9] . Que lo hayan logrado mantener por un mes, con todo el rigor de la
estrategia contrainsurgente colombiana redoblada, es algo asombroso. ¡Solamente
León Valencia, funcionario oficioso al servicio del establecimiento, puede
salir con el despropósito de recomendar a la insurgencia que decrete un cese al
fuego (otra vez unilateral) todo este primer semestre de elecciones! [10] Una
locura, si se toma en consideración la manera en que el gobierno reacciona a
estos ceses al fuego. Para la insurgencia, hoy, abandonar la ofensiva militar
donde la tienen y abandonar los hostigamientos donde no la tienen, sería una
locura, sería pedirles que se dejen matar y bombardear de brazos cruzados.
Valencia haría mejor, si realmente le importase la desgracia humana del
conflicto con la cual se lucra como analista, en recomendar al gobierno de su
amigo Santos negociar un cese al fuego bilateral.
Entonces, ¿en qué quedamos?
Primero, en que las FARC-EP no sólo no están derrotadas sino que han
absorbido las lecciones de casi 15 años de Plan Colombia, y han adaptado exitosamente
su estrategia al nuevo escenario de guerra. Las negociaciones con las FARC-EP,
contrariamente a lo que plantea el mismo Santos, no son muestra de debilidad
sino todo lo contrario. Nadie negocia con una guerrilla derrotada militar o
políticamente. Si no, ¿por qué el Estado ignora negociar con el EPL? Ese
movimiento guerrillero sí que está diezmado aunque en el Catatumbo ha
constituido un importante bastión. Si el gobierno negociara con guerrillas
debilitadas, habría partido negociando con ellos.
Segundo, que el conflicto no es sólo militar, sino social y armado. Por lo
mismo, la apuesta revolucionaria de las FARC-EP va mucho más allá de lo que
ocurre en el campo de batalla y el conflicto mismo es mucho más dinámico y
complejo que las insurgencias alzadas en armas (FARC-EP, ELN, EPL). No puede
analizarse de manera unidimensional el éxito de la insurgencia, como si una
derrota militar fuera, mecánicamente, una derrota política o viceversa. El
actual momento demuestra que las FARC-EP no han sido derrotadas ni en lo
militar ni en lo político, y que ambos componentes deben ser entendidos
dialécticamente. Mientras el gobierno se limita a rechazar las propuestas del
movimiento guerrillero en la mesa de negociaciones, son los supuestos
"narco-terroristas", los "bandidos sin ideología" los que
han desarrollado toda una serie de propuestas que demuestran que tienen una
visión de una Colombia alternativa y una capacidad importante para hablar al
país. Lo que buscan es que el otro país, el que vive más allá de las
comunidades, resguardos, zonas de colonización, del mundo rural, los escuche.
Nada de esto se resuelve con las armas.
La pregunta de si las FARC-EP ganan o pierden en lo militar está, de
entrada, mal formulada. Solamente tiene sentido desde la perspectiva de
aquéllos que, sin nunca haber puesto a uno de los suyos en la línea de combate,
se lucran del conflicto y se benefician con una guerra sucia declarada contra
el conjunto del pueblo.
NOTAS:
Esta entrevista
es a raíz del atentado de Pradera, atribuido, sin pruebas a las FARC-EP. Sobre
el particular, puede revisarse un artículo previo en el que se cuestiona la
adjudicación inequívoca al movimiento guerrillero de este atentado en base a
las amenazas paramilitares sobre personas de la comunidad esa misma semana, http://anarkismo.net/article/26636
[5] Insistiendo (sin pruebas ni investigaciones
periodísticas) que el atentado de Pradera fue obra de las FARC-EP, repiten las
opiniones de Echandía, insistiendo en “la falta de capacidad de la guerrilla
para acometer las acciones que antes hacía con más facilidad: invadir pueblos,
tomárselos a la brava, ganarle en número y en capacidad militar a la fuerza del
Estado. No es así hoy: ponen una bomba cerca de una estación de Policía a ver
qué pasa. Sí, es claro, las Farc están disminuidas en número y potencia.” http://www.elespectador.com/opinion/editorial/claridad-articulo-469432
[9] Ver análisis de Yezid Arteta
http://prensarural.org/spip/spip.php?article13062 [10]http://www.semana.com/opinion/articulo/leon-valencia-de-la-guerra-la-tregua-los-atentados/371162-3
(*) José Antonio
Gutiérrez D. es militante libertario
residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con
América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El
Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net.
Autor de "Problemas e Possibilidades do Anarquismo" (en portugués,
Faisca ed., 2011) y coordinador del libro "Orígenes Libertarios del
Primero de Mayo en América Latina" (Quimantú ed. 2010).
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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