Las
primaveras poéticas y las revoluciones de salón impiden que el conflicto social
latente salga a flote tal cual, de manera cruda y violenta, dirigiendo las
inquietudes reales a meras operaciones estéticas sin salida democrática
auténtica. Mucha gente se suma al carro de ellas al no hallar puntos de
encuentro viables a las situaciones políticas de sus respectivos países. Se
manipula la conciencia colectiva con las verdades de siempre, libertad,
democracia, derechos humanos, desligándolas de las causas de opresión que
originan su ausencia. Jamás se menciona al régimen capitalista como caldo de
cultivo donde germinan las injusticias y desigualdades existentes que padecen y
atenazan a sus poblaciones.
PRIMAVERAS LÍRICAS,
REVOLUCIONES VIRTUALES
Por Armando B. Ginés
El siglo XXI está plagado de primaveras ideales o elegantes y revoluciones
de seda o terciopelo. La literatura política es abundante al respecto: países
del Este de Europa, algunas naciones árabes y territorios en Asia son los
espacios donde han surgido, de modo espontáneo según la versión oficial de los
medios de comunicación occidentales, estas algaradas incontenibles de furor
masivo a favor de la democracia y la libertad capitalista. Todo en un tono
mesurado y aséptico, sin apenas conflicto social patente, no desbordando los
límites del orden establecido, al menos si nos dejamos llevar por los relatos
mitificados confeccionados por intérpretes, enviados especiales y voceros de la
globalización neoliberal. Pasado un lapso temporal indeterminado, la mayor parte
de las primaveras revolucionarias han caído en el olvido mediático, han sido
sofocadas con golpes de Estado, se han institucionalizado mediante elecciones
dirigidas por los intereses multinacionales o se han reconducido en su pasión
inicial a bellas páginas históricas plagadas de mitos e iconos
seudodemocráticos.
En todas las revueltas participa de una forma general la juventud, sin
matices, jóvenes bien preparados y casi siempre prooccidentales. Además de
asonadas juveniles, suelen presentar la característica difusa de la
espontaneidad absoluta y son convocadas de manera súbita a través de las redes
sociales. La llamarada prende de la noche a la mañana, las calles se pueblan de
gritos revolucionarios en apariencia y la simpatía irreflexiva en Europa y
EE.UU. se desborda. Adoptan un estilo primaveral iniciático que concita
ilusiones y adhesiones viscerales interclasistas, repitiendo mensajes y
eslóganes consabidos que jamás ponen en cuestión el régimen capitalista.
Sobre su espontaneidad, no obstante, hay dudas más que razonables. En
muchas imágenes difundidas pueden observarse símbolos fascistas, nazis o
integristas mezclados con rostros cándidos de manifestantes muy jóvenes.
Análisis independientes refieren que los grupos que lideran a los primaverales
revolucionarios tienen contacto con agencias de espionaje vinculadas a EE.UU. y
Europa, principalmente la CIA. No es de extrañar tal descubrimiento. La
geopolítica es así. El imperialismo, valiéndose de condiciones objetivas
existentes en sus zonas de influencia, intenta desvirtuar las reivindicaciones
sociopolìticas y guiarlas por caminos amables a sus intereses. De esta forma,
en los antiguos países comunistas, con esta táctica solapada, se pretende
erosionar las capacidades políticas de Rusia y en Asia, de China. En los países
árabes, lo que se procura es mantener gobiernos aliados títeres,
fundamentalistas o no, que sirvan a los intereses del saqueo energético global
del neoliberalismo.
Las primaveras poéticas y las revoluciones de salón impiden que el
conflicto social latente salga a flote tal cual, de manera cruda y violenta,
dirigiendo las inquietudes reales a meras operaciones estéticas sin salida
democrática auténtica. Mucha gente se suma al carro de ellas al no hallar
puntos de encuentro viables a las situaciones políticas de sus respectivos
países. Se manipula la conciencia colectiva con las verdades de siempre,
libertad, democracia, derechos humanos, desligándolas de las causas de opresión
que originan su ausencia. Jamás se menciona al régimen capitalista como caldo
de cultivo donde germinan las injusticias y desigualdades existentes que
padecen y atenazan a sus poblaciones.
El clamor y entusiasmo se convierte al poco tiempo en atonía y desengaño.
Las aguas vuelven a su cauce de forma regular y controlada: se repiten comicios
si el resultado no agrada a las elites, se instauran gobiernos ilegítimos de
carácter militar o todo sigue su curso sin modificaciones sustanciales en la
estructura económica y en la preeminencia de las elites autóctonas. Los mass
media se olvidan enseguida de esas primaveras tan revolucionarias y de
gestas tan audaces y heroicas.
El efecto contagio ha llegado también a la juventud de Occidente, siendo
las redes sociales el vehículo favorito para extender esa efervescencia
incontrolable con conceptos similares a los ya apuntados. Tal ilusión es
antipolítica, inmediata, virtual, sin raíces en la realidad objetiva, en el
barrio, en el centro de trabajo, en el día a día ni en el devenir histórico. Se
rechaza todo el entramado social y político en nombre de multitud de frases
hechas sin nexo entre ellas, a golpe de voluntarismo infantil. Se pretende
inaugurar algo nuevo solo con palabras, tics y actitudes individualistas, un
grito desgarrador y ético que muere nada más ser lanzado al vacío o en
recorridos muy breves.
En este escenario ahistórico y eminentemente moral, la profusión de manifiestos
que buscan liderazgos utópìcos se multiplica sin cesar, recogiendo textualmente
todos los mensajes de mareas, reivindicaciones sociales y movimientos dispares
que van ocupando la calle sucesiva o simultáneamente. Son documentos nerviosos
y exaltados que adolecen de un corpus ideológico común. Jamás citan en aras de
un consenso lo más amplio posible, las escasas excepciones confirman la regla,
al capitalismo como régimen que ocasiona y provoca los problemas o conflictos
que dicen combatir; tampoco se menciona, al menos a grandes rasgos, la sociedad
de nuevo cuño que se pretende construir. Se basan en un estado ideal que no
relaciona a las personas y las cosas en sus interdependencias objetivas. Se
basan en el puro acontecimiento sin causas ni efectos apreciables.
Si miramos la realidad cotidiana, esta nos devuelve una imagen que poco
tiene que ver con las primaveras idílicas o revoluciones virtuales. Las redes
sociales son mecanismos de control muy efectivos para el sistema: todo lo que
sucede en ellas es previsible y fácilmente reprimible, un no lugar de
tránsito veloz plagado de trampas ideológicas donde canalizar la protesta
social por vías asumibles por el sistema capitalista. La realidad,
impertérrita, sigue cuajando en los espacios tradicionales: la ciudad de
residencia, el trabajo, el hospital, la escuela o la universidad. Allí se
dirime la lucha de clases, la derrota o victoria de la clase trabajadora y de
las capas populares. Lo virtual es un sucedáneo de la realidad diaria.
Resulta evidente, sin embargo, que las estructuras capitalistas han
amortizado en gran medida las herramientas clásicas de participación ciudadana,
las elecciones, los partidos, los sindicatos y el movimiento vecinal y
asociativo. La izquierda nominal se ha acomodado a la democracia parlamentaria
y no sirve ya a la causa de una sociedad más justa y solidaria. A pesar de una
aseveración tan contundente, la lucha de clases y el conflicto social se
mantienen intactos en sus espacios de siempre, eso sí, de manera solapada y bajo
mínimos. Las reticencias a la política no serán suplidas con efectividad
mediante liderazgos autónomos emanados de manifiestos sonoros y personas con
mucho tirón mediático. Hay que volver a reorganizarse desde bases históricas
sólidas aunque con presupuestos nuevos, conociendo que el enemigo a batir se
llama capitalismo. No por mucho eludir la palabra, conjuramos el problema de
fondo.
La realidad de las luchas populares viene a
demostrar que sin intifadas colectivas, gamonales unidos
y una ideología anticapitalista no dogmática, superar las injusticias del
régimen de la globalización neoliberal con ingredientes suaves (manifiestos,
líderes mediáticos, gritos extemporáneos…) es una quimera irrealizable. Solo se
alimenta la utopía pisando suelo, tocando presente con perspectiva histórica y
llegando al futuro con ideas flexibles pero rigurosas, ejemplos palmarios no
exentos de contradicciones podrían ser: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba… En
definitiva, las primaveras y las revoluciones de estilo light no
son más que cantos de sirena o brindis al sol, muchas veces instrumentalizadas
y abonadas en la sombra por las elites dominantes para que la realidad virtual
suplante a la realidad objetiva. Desde ninguna red social vendrá revolución o
primavera alguna. Las metáforas pueden ser liberadoras si conocemos lo que
subyace bajo ellas. Si nos dejamos embaucar por su extraordinario lirismo
evocador, seremos presa fácil del sistema. Antes de leer cualquier manifiesto
posmoderno o de última generación, vayamos al auténtico y primigenio, el
Manifiesto Comunista de Marx. Que no nos den gato por liebre bajo envoltorios
rutilantes y palabras maravillosas. No hay ni habrá revolución sin lucha sobre
el terreno. Por eso existen la ideología mistificadora, las religiones fundamentalistas,
los ejércitos y la policía: para defender cueste lo que cueste el surgimiento
de un mundo de mayor igualdad y dignidad, más racional, solidario y fraternal,
en suma.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
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