viernes, 10 de enero de 2014

REMITENTE: REMESA

“Ahora bien, ya estando aquí ¿Qué sucede con esa cantidad de personas? Nos convertimos en la mano de obra barata, la mayoría trabajamos en oficios y no en profesiones por obvias razones. Pero mi enfoque de hoy es acerca de las remesas, ¿cómo se hacen? ¿cómo se logran? ¿cómo se envían? Y, ¿la familias que se quedan las valorarán?” Son interrogantes que plantea Ilka Oliva en su escrito y cuyas respuestas, con base en la experiencia directa, constituyen  la realidad de una historia o historias que subyacen bajo la superficie, en secreto, pero que sin embargo, forman parte esencial del drama del  inmigrante indocumentado, sobre todo del que viene de las regiones al otro lado de la frontera sur de los Estados Unidos.


REMITENTE: REMESA.


Por Ilka Oliva Corado

He notado que en los periódicos de mi país de origen se habla muy poco de las personas migrantes, en los medios de comunicación televisivos y radiofónicos sucede lo mismo. Son los invisibles que salen del país en parvadas todos los días a todas horas. Lo mismo sucede en otros países, Guatemala no es la excepción. De vez en cuando cubren con una fotografía y una nota de diez líneas, las estadísticas de las deportaciones, pero ni cuando muere gente en La Bestia son capaces de dedicar un espacio. Siendo las personas migrantes las que sostienen las bases de sus países de origen, ésos que aun están en desarrollo –que le dicen-. ¿Pero a quién le puede importar el infortunio de una persona migrante? A nadie, ni a la propia familia que se queda esperando y recibiendo las remesas. Quien migra se convierte en proveedor, ahí nomás.

En la última década el movimiento migrante ha crecido enormemente, las personas del sur del continente viajan hacia Europa en su mayoría, las de Centro América y México buscan Estados Unidos, por la proximidad y por la forma de travesía, a Europa no se puede viajar sin una visa, hay un mar de por medio, en cambio a Estados Unidos se puede llegar de las formas más inverosímiles.

Viene a mi memoria la noche que crucé la frontera entre México y Estados Unidos, en el desierto de Sonora hacia el de Arizona. A las once y media de la noche llegamos a la línea divisoria el grupo de 15 personas en el que yo iba, habíamos salido a las cinco de la tarde de Agua Prieta caminando por todo el desierto de Sonora. Las instrucciones fueron precisas: a las doce en punto cruzaríamos la frontera, que explicó constaba de dos cercos de alambrado del lado mexicano, una carretera, otros dos cercos de alambrado, otra carretera por donde pasaba la Border Patrol , y luego dos cercos de alambrado más del lado de Arizona. En el cambio de guardia de la patrulla fronteriza cruzaríamos, contaríamos con diez minutos para saltar los cercos, la calle, los otros cercos y correr lo más lejos posible del lugar, en ese momento dejaba de ser nuestro coyote y si nos agarraba la migra nadie, absolutamente nadie lo denunciaría porque entonces las consecuencias las conoceríamos.

Inocente yo, pensé que solo las quince personas del grupo íbamos la sorpresa me la llevé cuando llegamos a la línea divisoria y los cientos de personas de otros grupos también esperaban las doce de la noche para cruzar. Observé con ojos desorbitados, eran cientos de cientos, de todas las edades, hombres mujeres, niños, niñas, abuelos, abuelas, el coyote decía que la línea formada por personas acaparaba toda la línea divisoria de los Estados de Sonora con Arizona, ¿cuántas personas serían entonces en tantos kilómetros de distancia? Nos acostamos sobre la tierra seca y pronto empezaron a aparecer las botellas de tequila y mezcal, que pasaban de mano en mano y de boca en boca, era la forma en que las personas espantaban el frío atroz del desierto, yo llevaba conmigo tres litros de suero, me abstuve de beber y pasé la botella a la siguiente mano que ya esperaba con impaciencia.

De aquella noche conservo dos piedras: una que recogí en el desierto de Sonora y la otra del desierto de Arizona, aquí están en mi escritorio, en mi cuchitril. Sirven para que la memoria no me juegue una mala pasada y no traicione yo mi condición de migrante, ni mis poros de frontera. Toco el tema de mi experiencia porque fueron mis ojos los que vieron aquellos cientos de personas, hace una década. La realidad es que cada minutos salen de los países de origen miles que terminan cruzando las fronteras en masivas peregrinaciones. Eso de que aquí hay doce millones de personas indocumentadas es una treta orquestada por el gobierno estadounidense, sepa usted que por cada persona que deportan, mínimo entrarán mil al país.

Ahora bien, ya estando aquí ¿Qué sucede con esa cantidad de personas? Nos convertimos en la mano de obra barata, la mayoría trabajamos en oficios y no en profesiones por obvias razones. Pero mi enfoque de hoy es acerca de las remesas, ¿cómo se hacen? ¿cómo se logran? ¿cómo se envían? Y, ¿la familias que se quedan las valorarán? Solo quienes migramos conocemos la realidad de la que no se habla y lo vivido en la frontera, lo experimentado aquí, la mayoría de personas prefieren nunca pronunciar lo vivido en la frontera a sus familiares que se quedaron en sus países de origen, es un secreto que se llevan a la tumba y que les pudre el alma.

Si en los países de origen hay racismo, discriminación por: color de piel, etnia y grado de escolaridad, imagínese usted en un país en donde no se habla el idioma y en donde la mayoría de personas son altas, esbeltas, de ojos azules y verdes, de cabello rubio y piel blanca caucásica, porque aquí aparte una cosa es tener tez clara y otra pertenecer a la dinastía de la piel caucásica que ésa solo la tienen las personas europeas y anglosajonas. Estipulado en papelería oficial. No vaya a creer que le estoy contando mentiras. Así que muy rubio de Zacapa y Chiquimula y muy rubia de Argentina puede ser que aquí es simple tez clara.

Sucede entonces que entramos en una especie de colador, en donde nos escogen por apariencia física, color de piel, dominio del idioma. En albañilería escogen a los hombres corpulentos, entre menos hablen el idioma es mejor porque son utilizados solamente para cargar: máquinas, herramientas, madera, bloques, basura, muebles.

Para niñeras hay cierta presentación, con sobrepeso y mayores de cuarenta años es raro que una mujer encuentre trabajo, aunque hable el idioma. La niñera se tiene que verter a la moda porque es el rostro de la familia del niño que carga, mejor si tiene un automóvil de modelo reciente. Don de gentes. Yo no encajo en los requisitos, ni tengo don de gentes, ni me visto a la moda ni mi carro es de último modelo, de chiripa tengo trabajo se puede decir, me ayuda la juventud que pronto acabará y pasaré a formar parte del listado…

Para limpieza de casas sucede lo mismo, a las jefas gringas les encantan las mucamas de porte europeo o de latinoamericanas caribeñas, -no negras mulatas o africanas porque el negro es muy profundo y molesta la vista- altas y con carnes, entonces sucede que la mayoría de mujeres que trabaja en ese oficio es polaca, y latinoamericana capitalina, hablando propiamente de Guatemala: zacapanecas, chiquimultecas, jutiapanecas y jalapanecas. Digamos que yo he tenido suerte por mi cuerpo rollizo y por no ser negra oscura. Les va mejor a las de tez blanca.

Es raro ver a una mujer de etnia indígena laborando en casa. Ellas trabajan por compañía que es el mismo trabajo pero hay más explotación , porque las dueñas de las casas contratan compañías para que les lleguen a limpiar, pagan por ejemplo $300 por la limpieza, llegan entonces cuatro mujeres que la hacen en tres horas y el dueño de la empresa les paga a $5.50 la hora. ¿Cuánto le quedó a él y cuánto les pagó a ellas? Las mujeres trabajan de ocho a quince horas diariamente, porque limpian casas, apartamentos, oficinas, centros comerciales. Llegan a las cinco de la mañana a la oficina de donde las transportan en una camioneta tipo caravan o de las que parecen panel, y las andan llevando de lugar en lugar. Un pan o una fruta es la comida de todo el día, se lo bajan con un vaso de agua.

Por compañía no importa apariencia física y si no hablan el idioma es mejor. Los dueños de estos negocios son asiáticos en su mayoría chinos, alguno que otro gringo y dolorosamente mujeres latinoamericanas explotando a otras. Las he escuchado gritarles, insultarlas, obligarlas y no dejarlas descansar ni cinco minutos, las dueñas de estos negocios son en su mayoría capitalinas que tratan a las de pueblo de indias patas rajadas. El lastre más desgraciado que puede vivir una persona en este país es trabajar para una persona de su propio país de origen o para una latinoamericana.

En donde no importa apariencia también es en la cocina de restaurantes de comida rápida que no nombraré pero que usted imagina, lavando platos o friendo hamburguesas, es en donde más explotan pagando a hasta a $5.00 la hora menos del salario mínimo, no hay derecho a queja porque sin documentos la persona no existe, con cualquier levantadita de vista el despido es seguro.

La mayoría de jardineros son latinoamericanos de origen de pueblos milenarios, poco español hablan y desconocen el idioma inglés, entre ellos el mestizo hace el trabajo más fácil y como animal de carga va el indígena, el hermano, que con la vista baja pegada en la grama y las flores que cuida se le van la vida que le dobla la espalda. El mestizo a medias mastica el inglés que por hablarlo se siente superior aunque solo sepa decir Yes, Sr.

La mayoría de personas que no hablan español y no entienden inglés son utilizadas como escalón por sus propios paisanos, que pasan sobre ellos sin importar lo que cueste con tal de llenarse las bolsas con dólares.

Ahora bien usted sabe muy bien que no generalizo y que siempre en todos lados hay gente de todo tipo. Está pues el indígena que humilla doblemente a su propio compañero indígena y es letal mucho más que el mestizo. Hace hervir la sangre y ganas no faltan de querer empuñar las manos y darles un golpe certero en la nariz o arrancarles los huevos de un jalón. Aquí en tierra de nadie se aprovechan de los desde siempre invisibles.

Están las jutiapanecas, zacapanecas, chiquimultecas, capitalinas, colombianas, puertorriqueñas y mexicanas que hacen de sus hermanas indígenas las esclavas más explotadas del mundo laboral indocumentado. No les basta con exprimirlas en horarios laborales sino que las hacen ir a limpiarles sus casas y no les pagan. La primera semana de trabajo no se las pagan y por si fuera poco tienen que pagan $500 por derecho a que les den el trabajo. Maldita la mujer que abusa de otra.

Están pues las costureras que pierden la vista entre la aguja y el hilo, de noche y de día de pie frente a una mesa y una luz macilenta, encerrada en una fábrica o en una lavandería industrial. El obrero que cargando cajas de un lugar a otro las vértebras se les astillan. Ellos son los parias de los parias. El plebeyo del plebeyo.

Quienes migran hacia Estados donde hay siembra de frutas y hortalizas se les añeja la amargura entre surcos donde las rodillas se les vuelven aserrín, que ningún doctor puede operar porque la persona lesionada no cuenta con seguro médico. Manda a comprar entonces pastillas a su pueblo que le mandan por encomienda, que pagan aquí con un ojo de la cara. De sobra se sabe que la mayor parte de medicina no la venden sin receta, para tener receta hay que ir a una clínica y hospital, por temor a una deportación la gente no va y se las enfermedades se les van instalando entre huesos, músculos, sangre, corazón, alma y espíritu.

Quien es dueño de un negocio de encomiendas, es quien más dinero hace porque trafica con la nostalgia de las personas, cobra precios exagerados por un tamal, por un pan llegado de una aldea, por una manta bordada a mano en las entrañas de algún pueblo latinoamericano o de la África milenaria o de la Rusia polar.

Lo mismo el envío de aquí hacia cualquier país.
Aparte de laborar en fábrica, por compañía o en restaurante, de jardinero es que no pagan en efectivo y que aparte del pago por que le cambien el cheque él a la empleada o empleado le descuentan el impuesto, aunque se sabe de sobra que trabajan con número de seguro social falso, es un doble juego entre autoridades, gobierno y empresas.

Se sabe de sobra y es un secreto a voces que: en los campos de cultivo los jefes violentan sexualmente a las trabajadoras, lo mismo sucede en las fábricas, en los trabajos de casas y quien más lo hace es el latinoamericano que está al mando, ése que sabe que no puede ser acusado porque su víctima no tiene documentos. Lo hace el jefe gringo con la adolescente. También se sabe que hombres son violentados sexualmente por otros en las maquilas, en los rastros, en las fincas ganaderas y son obligados a guardar silencio porque está en riesgo su trabajo. Nada es una persona sin documentos, no existe salvo para la explotación laboral y de todo tipo.

Agredidas por autoridades de sus países en el extranjero, que se supone deberían de defenderlas. Explotadas por el paisano y paisana de país o por la del mismo idioma materno. Explotada por familiares aquí.

Porque también hay familiares que cuando llega alguien recién emigrado lo que hacen es pagar sus casas a costillas de quien no conoce a nadie más, por llevarlos al trabajo les cobran la gasolina que utilizará la familia entera en trasportarse durante un mes.

Así pues que hay muchas realidades y todas son entendibles desde el punto de vista humano.

Están quienes ya no quieren saber nada de los familiares que dejaron: hijos, hijas, esposas, padre, madre. Porque con todo lo que viven aquí el que allá no valoren las remesas es una injusticia y más que eso una traición a la bondad humana.

Llegan pues las quejas que los zapatos que les mandaron no eran los que querían, que la bicicleta era de otro color, que la refri está muy pequeña, que la playera era de otra marca, que la loción no era esa, que el carro lo quería deportivo o de doble tracción.

Que la ordenadora la quería Apple no Sony. Que, ¿en dónde está el iPad que encargó, no iba en la caja? Que necesita dinero para celebrar los quince años a la princesa que los quiere en un salón de hotel en la capital. Que no quiere estudiar en universidad pública sino en una privada para echar chile a los de la aldea, a los de la colonia.

Y más no saben que en el país de llegada la persona migrante agoniza en alma y cuerpo.
Yo he aprendido a ya no ver las cosas en blanco y negro, cada matiz tiene su razón de ser, la actitud y actuar de las personas he aprendido a comprenderlos.

La gente se vuelve fría porque se le ha secado el corazón de tanta decepción, las personas ya no quieren saber nada de nadie ni de ellas mismas, se convierten en máquinas automáticas.

Entonces ya no quieren regresar a sus países de origen y no porque en el extranjero tengan comodidad o riquezas, sino porque el solo hecho de saber que regresarán al mismo lugar en donde viven las personas que les han robado los ahorros de toda su vida, donde están los hijos que nunca enviaron una tarjeta de cumpleaños, una llamada de saludo sin razón, donde están las esposas que se gastaron el dinero en joyas, donde están los padres que con el dinero de los hijos mujeriaron, lo apostaron en casinos, en juegos de naipe, en apuestas, se lo bebieron en alcohol.

Prefieren vivir lejos y seguir siendo explotados que regresar y recibir abrazos hipócritas de personas que los vieron solamente como proveedores. ¿A qué regresar si no hay nada de lo que dejaron? Se esfumó el amor, la confianza, la lealtad, la conciencia y el agradecimiento.

Culpa nuestra es enviar cajas con regalos pensando que como nunca tuvimos, quienes ahora los tienen los valorarán.

Y están los banqueros que con enormes colmillos hacen de las remesas sus negocios de mayor plusvalía. Se sabe que el país seguirá lanzando fuera de las fronteras a sus hijos e hijas, cada días más, llegarán las remesas pues que de las que ellos sacan la mejor tajada, sentaditos en sus butacas y luciendo zapatos de charol. Los gobiernos que saben que sin remesas los países se desmoronarían y ni aun así acuerdan que sus empleados del Ministerio de Exteriores sean capaces de tratar humanamente a connacionales.

Ésa es otra de las realidades de las remesas que son enviadas a las carreras cuando las y los migrantes sin documentos salen del trabajo y lo primero que van a hacer es a cambiar los cheques y ahí mismo enviar el dinero, aunque aquí se queden sin lo de la comida. En días de lluvia de los embargan, en tormentas invernales que les congelan los recuerdos y en veranos que les queman a fuego lento lo poco que les queda de alma.

Es entonces que las remesas tienen un valor más importante que el económico y es el de la vida misma que pocas personas cuando las reciben son capaces de percibir. Somos pues, remitentes remesas que perdemos los nombres, la esencia, las querencias y nos convertimos en hojas secas que en otoño el viento sopla hacia cualquier lugar.

Vuelvo a repetir, hay tantas realidades respecto a la migración indocumentada, a las remesas, a los trabajos, a las formas de vida y es necesario darles luz a todas para que quien se queda tenga una idea de lo que vive su familiar en el extranjero.


Ilka Oliva Corado.
Enero 09 de 2014.
Estados Unidos.








Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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