A partir de 1935-1939
empieza la lucha en Palestina. Las organizaciones terroristas judías como la
Haganáh (1935), Stern (1939) y la peor de todas, la Irgún, la emprende contra
todos, incluso contra los ingleses que se oponen al sionismo. Ya por esos años
la emigración llegaba a los 400 mil judíos contra un millón de palestinos.
LOS JUDÍOS NO EXISTEN
Miembros de Irgún desfilando en 1948 - Wikipedia
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Por Luciano Castro Barillas
Segunda Parte
El sionismo en Inglaterra y en toda Europa Occidental se desarrolla con
gran impulso en los dos primeros decenios del siglo XX, como oposición al
socialismo triunfante en Rusia, pese a que Thedore Herzl, judío húngaro
(1860-1904) tenía algunos años de haber pasado a mejor vida, no obstante su
ponzoña, perdón su ideología; encontraba día a día más seguidores. El sionismo
eran ideas inconsistentes, solo creíbles por fanáticos religiosos sin ningún
discernimiento, que creían que en esa colina de Jerusalén, nombrada 152 en la
Biblia, Dios, alias Yavé, establecería su gloria; en una expresión de nostalgia
enfermiza porque querer restituir una nación extinta. Sería como si los mayas
regresaran a lo que actualmente es el territorio guatemalteco y expulsaran a
todos los chapines, luego de siglos de haber desparecido de las sabanas del
Petén. O que los antiguos persas volvieran y sacaran a los iraníes o los
antiguos hititas expulsaran a los europeizados turcos. Sin embargo los
sionistas creían en eso, que podían establecerse los judíos en Palestina, en
una coyuntura tan oportuna, pues la corona británica estaba hasta el tope de
deudas, lo que hizo ponerse de acuerdo al banquero Rothschild con el primer
ministro de Inglaterra Chamberlain para establecer en Uganda el primer Estado
Judío, obviando la presencia de los ugandeses. Se propuso otros territorios
para fundar el Hogar Nacional Judío: Argentina, Angola, Santo Domingo, Siberia,
Madagascar, las Guyanas y Australia. Las justificaciones sobre el Estado Judío pasaban
por los disparates y el cinismo de Israel Zangwill, judío-inglés sionista, al
afirmar: “La mayor dificultad resulta del hecho de que Palestina esté ocupada
por los árabes. Pero los árabes son nómadas y no han creado en Palestina valor
alguno material ni espiritual, por lo tanto, lo mejor que debiera hacerse será
invitar a toda la población árabe a abandonar Palestina a fin de que en ella
los hebreos constituyeran su hogar”. Bonito, ¿no? O lo que afirmaba Chaim Weizman, sionitas y
banquero en 1918: “Existe un país que, parece, se llama Palestina; un país sin
población. Y, por otro lado existe un pueblo judío que no tiene país”.
O lo comunicado, de lord a lord, que se conoce como La Declaración Balfour
y que no deja de asombrar por tanta desvergüenza de estas “decentes” personas:
“Estimado Lord Rothschild: Tengo mucho placer en transmitirle, en nombre de su
Majestad, la siguiente declaración de simpatía hacia las aspiraciones
sionistas, declaración que ha sido sometida al gabinete y aprobada por él. El
gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en
Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío y pondrá su mayor empeño en
lograr esta finalidad, debiéndose entender claramente que nada se hará que
pudiera perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no
judías existentes en Palestina o los derechos y estado político de judíos en
cualquier otro país. Lord Lionel Balfour”. Y, claro, para tomar tan
trascendente decisión no se consultó a ningún palestino, de los 690 mil que era
la población total de ese país por esos años, ni a ninguno de los 30 mil judíos
que allí vivían pacíficamente, ni tampoco a los miles de judíos que vivían en
toda Europa. Toda una medida democrática de Su Majestad, sus lacayos y sus
financistas. Más honesto, el presidente USA, Woodrow Wilson propuso una
comisión para consultar a los palestinos y fueron dos los gringos que se
movilizaron al respecto, míster King y míster Crane que rindieron el siguiente
informe al regresar de Damasco: “La población no judía de Palestina -casi nueve décimas del total- está firmemente en contra del programa
sionista en su totalidad. Someter a un pueblo que opina así, a la ilimitada inmigración
judía y aplicar presiones financieras para que entreguen la tierra, sería una
grave violación del principio de la libre determinación de los pueblos”. Todas
estas recomendaciones fueron pasadas por alto y las consecuencias de estos
actos irresponsables de políticos trapaceros son los problemas trágicos de la
actualidad. Incluso Winston Churchill, redomado y reaccionario politiquero,
metió su cuchara opinando de este modo: “Los sionistas irán a Palestina basados
en el derecho, en sus antiguos lazos históricos y no en la tolerancia. Para
llevar a cabo esta política, es necesario que la comunidad judía de Palestina
esté en condiciones de aumentar su población mediante la inmigración”.
A partir de 1935-1939 empieza la lucha en Palestina. Las organizaciones
terroristas judías como la Haganáh (1935), Stern (1939) y la peor de todas, la
Irgún, la emprende contra todos, incluso contra los ingleses que se oponen al
sionismo. Ya por esos años la emigración llegaba a los 400 mil judíos contra un
millón de palestinos. Pero volviendo atrás en el tiempo, resulta que no fueron
los nobles cruzados ni los nazis después los grandes perseguidores de judíos.
El primer perseguidor de judíos fue otro judío mala onda y que la iglesia lo
tiene por Apóstol, aunque nunca, por cierto, conoció a Jesucristo en persona y
que conoció su doctrina ya bastante tergiversada, dándole con el ego que se
cargaba su toque personal. Me refiero, ni más ni menos, al locazo Saulo de
Tarso, el apóstol Pablo, que además de esquizofrénico era epiléptico y quien
camino de Damasco persiguiendo cristianos y judíos (llevaba parejo) fue enceguecido por Dios del
único ojo con que contaba, porque además de ser tuerto, también era chaparro.
Fue ayudado por Ananías, quien al mejor estilo de Jesús, le impuso las manos en
el único ojo, quien al instante vio con el ojo que ya lo tenía chueco y juró
ser otro y no meterle ya nunca más el cuchillo o sobarle la espada en el cuello
a ningún cristiano. Nada baboso, se hizo ciudadano romano y dio por predicar
por todas partes su evangelio, “made in Pablo”.
Pablo, odioso como siempre, escribió para la posteridad lo siguiente, lo
cual lo puede encontrar usted en 1ª. Tesalonicenses, versículos 2, 15, 16: “Los
judíos dieron muerte a nuestro señor Jesucristo y a los profetas, y a nosotros
nos han perseguido (haciéndose el chiquito) y no agradan a Dios y contradicen a
los hombres. Y por eso vino la ira de Dios sobre ellos hasta el fin”. Pero la
realidad es que Pablo dice las cosas a medias, no precisando que a los judíos
no se les persiguió por ser judíos, sino porque no cumplían las leyes romanas.
Concluimos, entonces, que el primer antisemita fue el “apóstol” Pablo, para
que no culpabilicen solo al buena gente de Hitler. Pablo creó el anatema que ha
perseguido a los judíos por siempre al afirmar: “Caiga su sangre sobre nosotros
y sobre nuestros hijos”. Desde ese tiempo surgió el mito de El Judío Errante,
de los asesinos de Cristo, porque los romanos no se hicieron cargo de la
travesura, pese a que crucificaron a Cristo. Le cargaron el muerto a los, ahora
sí, pobres judíos, por lo que el emperador Teodosio les suprimió todos su
derechos en el año 410.
Publicado por LaQnadlSol
Ct., USA.
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