El emperador Vespasiano de
hecho había destruido a la nación judía matando a espada y crucifixión a poco
más de medio millón de judíos y
desterrando a decenas de miles. Y aunque los judíos en algún momento fueron
multitud, los historiadores serios como Benjamín de Tudela afirmaba que en el
año 1220, en pleno siglo XIII, en Palestina habían ya pocos judíos: 1,200
contra un millón de palestinos, quienes convivían en paz. 2,085 años de
mestizaje étnico y cultural en Europa hizo blanco a los morenos semitas que por
tradición familiar fueron guardando algunos elementos culturales judíos,
principalmente la religión, porque algo había calado hondo en su psicología, el
considerarse el pueblo elegido, preferido de Dios,
LOS JUDÍOS NO EXISTEN
judíos de Peki’in,
c. 1930 - Wikipedia
|
Por Luciano Castro Barillas
Primera de Tres partes
Bueno, empecemos por decir que los judíos, como pueblo, como etnia, son una
aberración histórica. Entelequia pura o idealismo objetivo extremo. Habitaron
en los países del occidente, centro y oriente de Europa a partir del año 135
d.c. cuando el emperador romano Tito los desterró, pero antes el emperador Vespasiano de hecho
había destruido a la nación judía matando a espada y crucifixión a poco más de
medio millón de judíos y desterrando a
decenas de miles, sin embargo, la Diáspora o exilio oficial, se registra desde
el año aludido. 2,085 años de mestizaje étnico y cultural en Europa hizo blanco
a los morenos semitas que por tradición familiar fueron guardando algunos
elementos culturales judíos, principalmente la religión, porque algo había
calado hondo en su psicología, el considerarse el pueblo elegido, preferido de
Dios, que cantaría sus glorias, difundiría su palabra y toleraría sus
frecuentes metidas de pata, iras y contradicciones, que eso es ni más ni menos
la Santa Biblia.
Los pueblos semitas o sea los descendientes de Sem, hijo de Noé, fueron
tribus nómadas que habitaron lo que se conocía como Asia Menor (Irak,
Transjordania, Líbano, Siria, Turquía y Palestina) y todos sin excepción se
consideraban descendientes del Padre Abraham que según la leyenda había nacido
en la ciudad iraquí de Ur y no sintiéndose cómodo allí por el paganismo pero
sobre todo por las condiciones de esclavitud que les imponían a los hebreos, se
larga un día hacia el occidente buscando la Tierra Prometida, que da la casualidad
estaban ubicadas a lo largo de ambas riberas del río Jordán. Lo que Abraham no
tomaba en cuenta -más que Theodore
Herzl fue Abraham el creador del sionismo- que esa región estaba habitada por
muchas tribus y que eran los hebreos los intrusos con esa listura de inventarse
la ideología de la Tierra Prometida por Dios, por Yavé, pera que nadie los
cuestionara. Eso los hizo repartirse leño desde hace 4,000 año con los
habitantes de la primitiva Palestina pues, entre otras tribus, esa región
frente al mar Mediterráneo la habitaban los arameos, hurrianos, galileos,
itureos, amorreos, nazarenos, samaritanos, edomitas, filisteos, cananeos,
palestinos, amalekitas, amoritas, moabitas, madianitas y, sin embargo, entre
tantas tribus existentes, da la casualidad que ellos eran elegidos por el Dios
Invisible, El que no se Ve, atolladero filosófico canijo pues no había para sus
rivales y la mentalidad de esa época era manera de desmentirlo, porque
sencillamente no se miraba. Listura de listura, creo, pues como dicen los sectores
populares en el Medio Oriente, los judíos son sagaces, pero los sorprende un
armenio y un checheno engaña a los dos. Los hebreos se cambiaron de nombre, un
nombre más propicio para sus intereses materiales de apropiación de los
márgenes del río Jordán: Israelitas, es decir, “el que lucha con Dios”, y
cuando no, si ellos se autoproclamaron desde entonces el pueblo elegido de
Dios. Y aunque los judíos en algún momento fueron multitud, los historiadores
serios como Benjamín de Tudela afirmaba que en el año 1220, en pleno siglo
XIII, en Palestina habían ya pocos judíos: 1,200 contra un millón de
palestinos, quienes convivían en paz. Lo europeos de cultura judía que estaban
en Alemania y España ya para el año 1,039, o sea en el siglo XI, ya no hablaban
hebreo y solo conservaban su religión. Los ashkenazis hablaban alemán y los
sefarditas español. Por sus costumbre ellos mismos se aislaban pues no le
entraban a las sabrosas salchichas y cervezas alemanas ni a los jamones
ahumados de Cáceres ni a los chorizos de Extremadura, con eso de que
consideraban a los cerdos “animales inmundos”, porque en esos años los puercos
vagabundos comían de lo mero bueno, es decir, heces fecales. Sus costumbres los
hizo vivir en ghettos o barrios separados, nadie los separó, se separaron solos
con eso de considerarse los “preferidos de Dios” y por lo tanto muy cuidadosos
de no relacionarse con la chusma. Pese a sus actitudes segregacionistas, había
algo mundano de lo que nunca se apartaron, como lo fue su temprano afán de acumulación
monetaria. Muy dados al trabajo y a la austeridad y no teniendo inicialmente
otros bienes más que las monedas, se dedicaron a prestar para sobrevivir y
después por pura codicia, inventando de este modo los bancos. Resulta pues que
su tendencia a adorar El becerro de oro nunca los abandonó, pese a la cólera
que le dieron a Moisés en el desierto cuando subió a la montaña sagrada a
recoger las tablas pétreas de los Diez Mandamientos y que en un arranque de ira
hubiera querido rompérselas en la cabeza junto a las hechoras de sus vidas.
Pero la vida no fue asunto fácil para los judíos en Europa, fueron expulsados
de Inglaterra en 1290 siendo todavía pobretones, de Francia en 1306, de España
en 1492 al descubrirse América y de Alemania
-la más tolerante con ellos- en
el año de 1550.
Sin embargo, pese a esas cosas feas de los judíos, muchos países europeos,
Francia para empezar, les reconocen sus derechos 1926 años después de haber
llegado por allí de pura vacilada, en 1791, ahora eran ricos y respetables,
claro está. No era tampoco este otorgamiento de derechos por las lindas caras
judías, claro está. Lo mismo hace Grecia en 1830, Bélgica en 1831, Holanda en
1849; Inglaterra en 1867, Hungría en 1870, Italia en 1871 y Suiza en 1917.
Al sobrevenirse la Primera Guerra Mundial en 1914 son los judíos los que
prestan el dinero a la corona inglesa para mantener y ganar la guerra con el
banquero Rothschild a la cabeza, Mayer y Speyer. Resultado de la derrota alemana y de su aliado Turquía,
quien a la sazón sojuzgaba a Palestina, se suscribe un acuerdo secreto entre
Francia e Inglaterra, las potencias triunfadoras en la guerra; el Acuerdo
Sykes-Picot, para repartirse el Imperio Otomano o Asia Menor: Irak y Palestina
para Inglaterra y Siria y Líbano para Francia.
Al sionismo que ya tenía amplia difusión en Inglaterra, estos resultados
bélicos le caían como anillo al dedo.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario