sábado, 30 de noviembre de 2013

EL CHAPÍN IMPREVISOR

¿Qué nos pasa a los chapines, amigo lector, que nos rehusamos a ver hacia el futuro? No. No es cosa de ahora.


EL CHAPÍN IMPREVISOR


De la serie “Pensando Tonterías” VIII

Por Manuel José Arce

¿Qué nos pasa a los chapines, amigo lector, que nos rehusamos a ver hacia el futuro? No. No es cosa de ahora. Pareciera que esta fuera una actitud natural en nosotros. Casi todo lo que hacemos tiene un carácter provisional; para mientras, como quien dice. Aunque todavía no sabemos “para mientras” qué.

Tal vez hayan sido los terremotos, ese andar con la Capital a tuto, de aquí para allá. Tal vez haya sido la inestabilidad política. Tal vez. A saber. Y para que no diga que estoy hablando paja, le voy a poner algunos ejemplos.

Ahí está el Palacio Nacional.

Don Jorge, que a más de Napoleón y Tata Rufo, hubiera querido ser don Pedro de Alvarado, padecía la onda de lo “colonial”. Y, por supuesto, sabía de todo. De arquitectura, ya no digamos. De tal manera y el susodicho patín, los edificios públicos que construyó tienen el denominador general del retorno a la Colonia, de la búsqueda de un estilo español de otros siglos. El oscuro edificio de la Policía Nacional, el Pastelón del Correo y el Guacamalón, para no citar otros, pasando por el chaletito del aeropuerto.

Pero allí vamos. Alguien me contaba que el Palacio Nacional estaba previsto con un piso más de altura y que todo el barroquísimo conjunto iría plantado sobre una elevada plataforma equivalente a la altura de piso y medio.

Cuando don Jorge vio los planos, los diseños y la maqueta, dicen que dijo. “No. Guatemala es una ciudad de techos bajos. Y además el ejecutivo no necesita de tantas oficinas”. Y con su crayón rojo se voló de una sola tachadura el último piso y la plataforma.

Ahora vemos el resultado: la plastota, además de recargada, anacrónica, infuncional, pache y pesada, resulta insuficiente para los ministerios que debiera albergar. El centro de la ciudad se ha desplazado hacia el sur, edificios nuevos crecen por todos lados y hasta aquel edificio Bolaños que se quedó como un monumento a la incapacidad a poco más de una cuadra, ayudan para hacer más pigmeo el pastelón verde.

¡Qué se iba a imaginar Don Jorge que la ciudad crecería!

Pues ahí está el asunto: que debió haberlo previsto. ¿O es que las ciudades no pueden crecer?

Mientras tecleo estas líneas y en este preciso momento, me están zumbando las orejas.  Y además es cosa de cada rato. Y no es cuestión de que me vea un médico. Lo que ocurre es que escribo en la Ciudad de Guatemala, una de las pocas en el mundo sobre la que despegan y aterrizan los jets. Un psiquiatra canadiense que estuvo hace poco entre nosotros, por cierto hospedado en un hotel de La Reforma, me aseguraba que ese ruido atronador y casi constante podía provocar serios trastornos a la población. Lo creo. Y uno nunca se acostumbra. Pero, existe además el peligro constante de un accidente feroz.

Costó platales la terminal aérea. ¿Qué les costaba a quienes las hicieron haberle dado un poco de importancia a Escuintla y habernos ahorrado a los capitalinos la terrible tronadera de los jets. Y la ciudad, que crece, aunque usted no lo crea, está rodeando de barrios a la terminal aérea, inexorablemente.

Mientras los comercios se apretujaban en la sexta avenida, las autoridades edilicias olvidaron que el automóvil es un instrumento de trabajo cuyo uso habría de generalizarse cada vez más. Y permitieron que se alzaran en la zona uno de la ciudad muchos edificios nuevos,  sin por ello preocuparse de ampliar las calles. ¿Qué ocurre ahora? Que cada edificio de esos aloja una enorme cantidad de oficinas en cada una de las cuales hay una mayoría de oficinistas dotados del necesario carrito. Esto quiere decir que se ha hecho cada día más insuficiente el área de estacionamiento y la capacidad de las vías públicas, para la cantidad de vehículos que se estacionan y circulan por esa y otras zonas de la ciudad.

Toda esta falta de previsión, toda esta provisionalidad de los chapines, que no toman en cuenta en sus cálculos lo que habrá de ocurrir cinco, diez o veinte años después, nos pone a la vuelta de poco tiempo frente a problemas que se agudizan y agravan más y más, sin que aparezca por ningún lado la posible solución a ellos.

Al costo de una construcción habría que cargar, de tal manera, una depreciación rapidísima, pues el “para mientras” hace que el edificio o lo que sea resulte obsoleto a muy corto plazo.

Si usted ya peina algunas canas o lustra calva, recordará sin duda los criterios adversos que se levantaron cuando la construcción de la Ciudad Olímpica. “¿Para qué diablos ese estadiote tan grande? ¡Si Guatemala es una ciudad de menos de medio millón de habitantes! ¡Ganas de botar el pisto!”. Sin embargo, la Ciudad Olímpica resulta pequeña con frecuencia, apenas veinte años después de inaugurada… y es que los habitantes de la capital se han multiplicado rápidamente, lo cual es un fenómeno a todas luces previsible, si tomamos en cuenta la bondad del clima, los toques de queda y los apagones.

Y lo ve usted, lector amigo, si las mujeres nos gobernaran las cosas marcharían de otra manera. Ellas sí que son previsoras. Siempre les compran a los güiros  zapatos que son dos o tres números mayores que el tamaño del pie. Qué diablos, aunque el chiriz ande arrastrando las lanchas un par de meses, al menos cuando los zapatos ya estén viejos le quedarán a su medida…

Y pensar que todos esos males se originan en la falta de “Amor”, como diría Kike.









Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.

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