La figura de Bergoglio transformado en Francisco no ha emergido de un
milagro espontáneo. Representa una alternativa perfectamente moldeable por el
régimen neoliberal vigente. Ha surgido de los escombros sociales y de la guerra
de clases subyacente. Procede de América de Sur, el primer laboratorio del
neoliberalismo, donde las respuestas políticas de izquierdas han registrado un
mayor auge e intensidad en las décadas precedentes: Cuba, Venezuela, Nicaragua,
Bolivia, Ecuador, Brasil, Honduras… Han sido iniciativas que han puesto cerco
al capitalismo en mayor o menor medida. Con inmenso apoyo popular han hecho
frente al robo neoliberal de sus recursos naturales y humanos.
FRANCISCUS, UN MITO EN
PROCESO DE ENSAMBLAJE
Por Armando B. Ginés
El neoliberalismo necesita una fachada amable para hacer soportable sus
inclemencias ideológicas, sus graves consecuencias sociales y sus descarnadas
políticas desplegadas contra los pobres en todo el mundo. La aparición
del cardenal Bergoglio como jefe máximo del catolicismo se inscribe en un nuevo
paradigma estratégico de las elites mundiales. El cataclismo vital
provocado por el neoliberalismo durante los últimos decenios del siglo XX hasta
hoy precisa de un contrapeso de alivio para los sufrimientos infligidos a la
clase trabajadora y a las capas de población más desfavorecidas. Nadie mejor
que el poder católico, con sucursales nacionales repartidas en los cinco
continentes, para que haga florecer un renovado mensaje rebosante de esperanzas
inconcretas pero muy efectistas que puedan comprar los pobres y marginados para
sentir más llevaderas sus penas existenciales. En este sentido, la iglesia
católica tiene una experiencia contrastada de siglos al servicio de las elites
hegemónicas a través de la historia. Siempre ha considerado a los pobres como
sus clientes predilectos, a los que ha neutralizado sus conatos de ira y
justicia social a base de bellas doctrinas para que el dolor tuviera una razón
de ser trascendente y especial. Los intereses de la sumisión y el silencio
paciente aquí en la Tierra tendrían su recompensa en el más allá, en un no
lugar indeterminado y eterno llamado cielo por pura convención
utilitaria. Este catecismo irracional ha funcionado bien en contextos muy
dispares. ¿Por qué ahora no habría de hacerlo por enésima vez y con idéntica
fortuna?
Desde la entronización de Francisco en Roma estamos asistiendo al proceso
de creación de un personaje público a través de gestos y palabras que levanten
unos perfiles abientes del inédito líder para su consumo masivo sin reflexión
previa. La mercadotecnia está jugando un papel destacado en este desarrollo
consciente de construir un mito de dimensiones internacionales, muy al gusto de
las características tradicionales de la sección jesuita cristiana. Se está
diciendo lo que la masa quiere oír, lo que flota en el ambiente de modo natural
con enjuagues morales y éticos implementados mediante técnicas psicológicas de
propaganda que hunden sus raíces en un eclecticismo e infantilismo calculados y
sencillos sin nombrar a las cosas directamente ni tampoco a las relaciones
complejas entre ellas tal cual son. El discurso está repleto de eufemismos,
circunloquios y evasivas con el propósito de eludir con elegancia y de una
manera trivial y falsamente comprometida con el que sufre los verdaderos
problemas de la globalización financiera y especulativa. Se configura así una
realidad amorfa, desvirtuada, exenta de antecedentes y consecuentes, sin
voluntad, basada en parámetros no mensurables por la razón humana. Se habla de
valores nocivos, de males absolutos y de generalidades vacías de contenidos
contextuales para dirigir el pensamiento colectivo a asuntos meramente circunstanciales
y vivenciales, personales y privados. Al parecer, siguiendo los discursos
vaticanos, la etiología de la actualidad no tiene orígenes estructurales ni
proyección política y menos aún histórica. Nada de lo que sucede ha sido
causado por nadie, simplemente es como es porque los seres humanos somos
pecadores y cada cual llevamos dentro de sí un demonio que a veces nos tienta y
nos hace caer en la perdición y en las tinieblas contra natura. Mediante
la sistematización de este discurso, la autoría de la realidad se prorratea con
la masa, diluyéndose así la responsabilidad de las elites en medio de un
mensaje tramposo, eficaz para sus intereses de clase y culpabilizador de las
gentes del común, mujeres sojuzgadas por el machismo, inmigrantes buscando a la
deriva un mendrugo de pan, trabajadores abocados al paro, jóvenes condenados a
sobrevivir sin futuro… El regate semántico resulta magnífico: los
pobres se escuchan a sí mismos sus propios gritos desgarradores, sus lamentos
individuales y se duelen en el misterio inescrutable del poderío inefable de
dios al tiempo que los ricos, ociosos y explotadores expanden una ideología ad
hoc para lavar sus privilegios al calor universal de la religión
cristiana, acogedora y pacificadora en un todos indiferenciado
e integrista. La maldad siempre tiene cura convirtiendo el conflicto social en
mera coyuntura o accidente natural. Los efectos sin causa no tienen autoría
reconocida. Jaque mate a los críticos y rebeldes.
La figura de Bergoglio transformado en Francisco no ha emergido de un
milagro espontáneo. Representa una alternativa perfectamente moldeable por el
régimen neoliberal vigente. Ha surgido de los escombros sociales y de la guerra
de clases subyacente. Procede de América de Sur, el primer laboratorio del
neoliberalismo, donde las respuestas políticas de izquierdas han registrado un
mayor auge e intensidad en las décadas precedentes: Cuba, Venezuela, Nicaragua,
Bolivia, Ecuador, Brasil, Honduras… Han sido iniciativas que han puesto cerco
al capitalismo en mayor o menor medida. Con inmenso apoyo popular han hecho
frente al robo neoliberal de sus recursos naturales y humanos. Ni siquiera el
catolicismo ha sido capaz de oponerse con éxito y contrarrestar la fuerza que
brotaba con furia desde abajo, de la injusticia social y de la explotación
capitalista. La globalización no tiene más remedio que vacunar a esas
multitudes atípicas y la probable contaminación de ideas de progreso o
revolucionarias al resto del mundo, principalmente con destino a los países
occidentales. Hay que someter a los damnificados por el ciclón
neoliberal de cualquier manera, meterlos en cintura para que no germinen
idearios y programas políticos que cuestionen radicalmente al capitalismo ni a
sus mecanismos mediáticos de sostén y dominación cultural. Francisco se
convertirá a no tardar mucho en un icono a reproducir hasta la saciedad para
contener las veleidades de izquierda que pudieran echar raíces en los segmentos
más levantiscos del pueblo llano. El papa parece uno de los suyos, de esta
forma, serán más fácilmente maleables y reconducidos al rebaño conciliador. Movimiento
audaz donde los haya.
En ese ambiente de pobreza material globalizada surge Francisco, un jesuita
con mote o apelativo franciscano, una ambivalencia excelentemente urdida por los
gurús en la sombra y publicistas vaticanos. Jesuita erudito que piensa lo que
dice y dice lo que se quiere escuchar sin señalar a nadie, obviando las causas
estructurales de las sociedades de nuestro tiempo sujetas al capitalismo
neoliberal y a sus mercados fantasmales; el jesuita de corte y confección
clásica enfrentado a sus hermanos marxistas de la teología de la liberación con
el fin de desactivar los escoramientos izquierdistas que pongan en peligro el statu
quo en vigor. Su frugal y humilde amor franciscano le viene bien para
hacer brotar las simpatías de gentes de toda laya y condición. No hay
esquizofrenia en tal personaje doble, la primera imagen, latente, sirve para
guiñar el ojo cómplice a la elites mientras que la segunda, muy patente,
provoca el furor enardecido de aquellos que nada tienen ni esperan ni del
presente ni del porvenir, únicamente son portadores de sus brazos extendidos
para tocar al líder complaciente e incontestable, a la encarnación de un dios
fundamentalista, omnipotente y misericordioso que empatiza estéticamente con su
miseria inapelable. Pese a lo dicho, el factor papa aún
está cargándose en toda su plenitud operativa… Espere, por favor, su encíclica
de estreno será un best-sellerde impacto colosal. Después de los
liderazgos antediluvianos y ultraconservadores de Wojtyla y Ratzinger resulta
obligado ofrecer al populacho un pontífice con hechuras más campechanas,
desenvueltas y altruistas. Esto es, todo lo que necesita el neoliberalismo para
aplacar su mala conciencia y combatir a la vez a las izquierdas o bloques
sociales de progreso que pudieran entrar en el escenario público en un futuro
inmediato. Francisco es una herramienta imprescindible para la época poscrisis
de porte medieval que se avecina por el horizonte más próximo.
El neoliberalismo y la iglesia católica, apostólica y romana cubren esferas
distintas, sin embargo sus campos de acción son complementarios y están
interconectados por túneles vedados al ojo humano. Allí donde el
primero causa destrozos, acude presto el cristianismo redentor para una
intervención quirúrgica de urgencia sobre el alma maltrecha del enfermo por
demasía de pus capitalista. Así, ad infinitum, en un
círculo sin escape posible para el pobre que caiga en su abrazo caritativo e
ideología pueril y simplista. Una vez restañada superficialmente la herida,
vuelta al redil capitalista, a ser explotado de nuevo como dios manda. La cura
lleva consigo un antídoto de alta concentración para apaciguar espíritus
rebeldes y soluciones políticas radicales. La fe irracional mueve montañas, no
obstante también impide el pensamiento autónomo y social. Alivia los síntomas,
pero de igual manera atonta el entendimiento cabal. El neoliberalismo, en suma,
produce miseria para alimentar a la religión católica. Dialécticamente, pues el
catolicismo seda a los pobres para ofrecer en sacrifico su sangre al régimen
capitalista. Ambos se necesitan imperiosamente; la plusvalía obtenida se
reparte a pachas sin testigos molestos ni intermediarios que cobren comisión.
Publicado por LaQnadlSol
CT., USA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario