Los
defensores del liberalismo capitalista se quejan amargamente del auge de
políticos como Donald Trump, que representan la antítesis de lo que se conoce
como "valores liberales". Para estas personas el año 2016 parece una
pesadilla. Tienen la esperanza de que van a despertar y descubrir que todo fue
un sueño, que el ayer retornará y que mañana verán un día mejor. Sin embargo,
no habrá un redespertar para el liberalismo burgués ni ningún mañana.
2016: LA MUERTE DEL LIBERALISMO
El año 2016 terminó con dos nuevos sucesos dramáticos y sangrientos: el
asesinato del embajador ruso en Estambul y el brutal asesinato de personas en
Berlín que estaban disfrutando tranquilamente de los preparativos para la
Navidad. Estos acontecimientos estaban vinculados a la ciénaga sangrienta de
Oriente Medio y más específicamente a Siria.
La caída de Alepo representó un giro decisivo en la situación. Rusia, que
se supone había quedado aislada y humillada por la "comunidad
internacional" (léase Washington) ahora controla Siria y decide lo que
sucede allí. Se convocó una conferencia de paz en Kazajistán a la que no fueron
invitados ni los estadounidenses ni los europeos, seguida de un acuerdo de alto
el fuego dictado según los términos de Rusia.
De diferentes maneras estos desarrollos expresaban el mismo fenómeno: el
viejo orden mundial está muerto y en su lugar nos encontramos ante un futuro de
inestabilidad y conflicto, cuyo resultado nadie puede predecir. El año 2016
representó, por tanto, un punto de inflexión en la historia. Ha sido un año
marcado por la crisis y la turbulencia a una escala global.
Hace veinticinco años, después de la caída de la Unión Soviética, los
defensores del capitalismo estaban eufóricos. Hablaban de la muerte del
socialismo y del comunismo, y hasta del final de la historia. Nos prometieron
un futuro de paz y prosperidad gracias al triunfo de la economía de libre
mercado y de la democracia.
El Liberalismo había triunfado y por lo tanto la historia había llegado a
su expresión final en el capitalismo. Ese era el significado esencial de la
frase, ahora notoria, de Francis Fukuyama. Pero ahora la rueda de la historia
ha dado una vuelta completa. Hoy en día, no queda piedra sobre piedra de
aquéllas confiadas predicciones de los estrategas del capital. La historia ha
regresado con venganza.
De repente, el mundo parece estar afectado por fenómenos extraños y sin
precedentes que desafían todos los intentos de los expertos políticos para
explicarlos. El 23 de junio el pueblo de Gran Bretaña votó en un referéndum
salir de la Unión Europea –un resultado que nadie esperaba, lo que provocó una
conmoción a escala internacional. Pero esto no fue nada en comparación con el
tsunami provocado por el resultado de las elecciones presidenciales
estadounidenses –un resultado que nadie esperaba, incluyendo el hombre que
ganó.
A las pocas horas de la elección de Donald Trump, las calles de las
ciudades en todos los Estados Unidos se llenaron de manifestantes. Estos
acontecimientos son la confirmación dramática de la inestabilidad que ha
afectado al mundo entero. De la noche a la mañana han desaparecido las viejas
certezas. Hay un fermento general en la sociedad y una sensación extendida de
incertidumbre, que llena a la clase dominante y a sus ideólogos de una profunda
aprensión.
Los defensores del liberalismo capitalista se quejan amargamente del auge
de políticos como Donald Trump, que representan la antítesis de lo que se
conoce como "valores liberales". Para estas personas el año 2016
parece una pesadilla. Tienen la esperanza de que van a despertar y descubrir
que todo fue un sueño, que el ayer retornará y que mañana verán un día mejor.
Sin embargo, no habrá un redespertar para el liberalismo burgués ni ningún
mañana.
Los comentaristas políticos hablan con pavor del auge de algo que llaman
"populismo", una palabra que es tan elástica que carece de cualquier
significado. El uso de una terminología tan amorfa significa simplemente que
los que la usan no tienen ni idea de lo que están hablando. En términos
etimológicos estrictos, "populismo" no es más que una traducción
latina de la palabra griega "demagogia". El término se aplica con el
mismo gusto con que un mal pintor revoca una pared con una gruesa capa de
pintura para cubrir sus errores. Se lo utiliza para describir tal amplia
variedad de fenómenos políticos que está completamente desprovisto de cualquier
contenido real.
Los dirigentes de Podemos y Geert Wilders, Jaroslaw Kaczynski y Evo
Morales, Rodrigo Duterte y Hugo Chávez, Jeremy Corbyn y Marine Le Pen –todos
son barnizados con la misma brocha populista. Es suficiente comparar el
contenido real de estos movimientos, que no son sólo diferentes sino
radicalmente antagónicos, para darse cuenta de la futilidad de tal lenguaje. No
está calculado para aclarar, sino para confundir, o más correctamente para
encubrir la confusión de los estúpidos comentaristas políticos burgueses.
La muerte del liberalismo
En su editorial del 24 de diciembre de 2016 The Economist cantaba un himno
de alabanza a su amado liberalismo. Los liberales, nos dice, "creen en las
economías y sociedades abiertas, donde se fomenta el libre intercambio de
bienes, capitales, personas e ideas y donde las libertades universales están
protegidas contra el abuso del Estado por el imperio de la ley". A tal
bella imagen realmente se le debería poner música.
Pero a continuación, el artículo concluye con tristeza que 2016 "ha
sido un año de reveses. No sólo por el Brexit y la elección de Donald Trump,
sino también por la tragedia de Siria, abandonada a su sufrimiento, y el apoyo
generalizado –en Hungría, Polonia y más allá– a la "democracia
intolerante". A medida que la globalización se ha convertido en un agravio,
el nacionalismo, e incluso el autoritarismo, han florecido. En Turquía el
alivio ante el fracaso de un golpe de estado fue superado por represalias
salvajes (y populares). En Filipinas, los votantes eligieron a un presidente
que no sólo desplegó escuadrones de la muerte, sino que se jactaba de apretar
el gatillo. A la vez que Rusia, que dio de hachazos a la democracia occidental,
y China, que justo la semana pasada se burló de EEUU al apoderarse de uno de
sus drones marítimos, insisten en que el liberalismo no es más que una tapadera
para la expansión occidental".
El hermoso canto de alabanza a los valores occidentales y al liberalismo ha
terminado con una nota agria. The Economist concluye con amargura: "Frente
a esta letanía, muchos liberales (del tipo de libre mercado) han perdido los
nervios. Algunos han escrito epitafios para el orden liberal y emitido
advertencias sobre la amenaza a la democracia. Otros sostienen que, con un
pellizco tímido a la ley de inmigración o con un arancel adicional, la vida
simplemente volverá a la normalidad".
Pero la vida no "retornará a la normalidad" simplemente –sino
que, más correctamente, entraremos en una nueva etapa de lo que The Economist
se refiere como una "nueva normalidad": Un período sinfín de
recortes, austeridad y caída de los niveles de vida. En realidad, hemos estado
viviendo en esta nueva normalidad desde hace bastante tiempo. Y de esto se
derivan consecuencias muy serias.
La crisis mundial del capitalismo ha creado condiciones que son
completamente diferentes a las condiciones que existían (al menos para un
puñado de países privilegiados) cuatro décadas después de la Segunda Guerra
Mundial. Ese período fue testigo de la mayor fase de expansión de las fuerzas
productivas del capitalismo desde la Revolución Industrial. Este fue el suelo
sobre el que pudieron florecer los tan cacareados "valores
liberales". El auge económico proporcionó a los capitalistas ganancias
suficientes para otorgar concesiones a la clase obrera.
Esa fue la época dorada del reformismo. Pero el actual período es la época,
no de las reformas, sino de las contra-reformas. Esto no es el resultado de
prejuicios ideológicos, como imaginan algunos tontos reformistas. Es la
consecuencia necesaria de la crisis del sistema capitalista que ha alcanzado
sus límites. Todo el proceso que se desarrolló durante un período de seis
décadas está ahora desenrollándose.
En lugar de las reformas y del aumento de los niveles de vida, la clase
obrera de todo el mundo se enfrenta a los recortes, a la austeridad, al
desempleo y al empobrecimiento. La degradación de las condiciones de trabajo,
de los salarios, de los derechos laborales y de las pensiones recae sobre todo
en los sectores más pobres y vulnerables de la sociedad. La idea de la igualdad
de la mujer está siendo erosionada por la búsqueda implacable de una mayor
rentabilidad. A toda una generación de jóvenes se la está privando de un
futuro. Esa es la esencia del presente periodo.
El momento María Antonieta
de la élite
A la clase dominante y a sus estrategas les resulta difícil aceptar la
realidad de la situación actual y son completamente ciegos a las consecuencias
políticas que se derivan de ella. La misma ceguera se puede observar en cada
clase dirigente que se enfrenta a la extinción y que se niega a aceptarlo. Como
observó correctamente Lenin, un hombre que permanece al borde de un precipicio
no razona.
El Financial Times publicó un interesante artículo de Wolfgang Münchau
titulado "El momento María Antonieta de la élite". Comienza como
sigue:
"Algunas revoluciones podrían haberse evitado si la vieja guardia sólo
se hubiera abstenido de la provocación. No hay ninguna prueba de un incidente
del tipo "que coman tarta".
Parece que esto lo dijo María Antonieta [La leyenda dice que ese fue el
comentario de Maria Antonieta cuando le informaron que el pueblo salió a la
calle exigiendo pan, NdT]. Suena real. Los Borbones eran difíciles de superar
como la quintaesencia del establishment fuera de contacto con la realidad.
"Ellos tienen competencia ahora".
"Nuestro Establishment democrático liberal mundial se comporta de la
misma manera. En un momento en que Gran Bretaña ha votado salir de la UE, en
que Donald Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos, y Marine Le Pen
está marchando hacia el Palacio del Elíseo, nosotros –los guardianes del orden
liberal mundial– seguimos poniendo todo en riesgo".
La comparación con la Revolución Francesa es muy instructiva. En todas
partes la clase dominante y sus "expertos" han demostrado estar
completamente fuera de contacto con la situación real de la sociedad. Ellos
asumían que el orden de las cosas que surgió del auge económico posterior a la
guerra continuaría para siempre. La economía de mercado y la
"democracia" burguesa eran los paradigmas incuestionables de la
época.
Su complacencia petulante recordaba precisamente a la desafortunada María
Antonieta, la reina de Francia. No es en absoluto cierto que su famosa frase
fuera pronunciada alguna vez, pero refleja con precisión la mentalidad de una
clase dirigente degenerada que no tiene interés en los sufrimientos de la gente
común ni en las inevitables consecuencias que se derivan de ellos.
Al final María Antonieta perdió la cabeza y ahora la clase dominante y sus
representantes políticos están perdiendo la suya. El artículo del Financial
Times sigue:
"¿Por qué está pasando esto? Los macroeconomistas creen que nadie se
atrevería a desafiar su autoridad. Los políticos italianos han estado
desplegando juegos de poder desde siempre. Y el trabajo de los funcionarios de
la UE es encontrar maneras ingeniosas de animar legislaciones y tratados
políticamente complicados en las legislaturas nacionales pasadas. A pesar de la
apetencia por el poder de la señora Le Pen, del Sr. Grillo y de Geert Wilders
del partido de extrema derecha holandés Libertad, el establishment sigue
actuando de esta manera. Un regente Borbón, en un momento inusitado de
reflexión, se habría echado atrás. Nuestro orden capitalista liberal, con sus
instituciones competentes, es constitucionalmente incapaz de hacer eso. Está
programado para arriesgarlo todo.
"El curso de acción correcto sería dejar de insultar a los votantes y,
más importante, resolver los problemas de un sector financiero fuera de
control, de los flujos incontrolados de personas y capitales, y de la
distribución desigual de los ingresos. En la zona euro, los líderes políticos
encontraron apropiado improvisar con la crisis bancaria y luego con una crisis
de la deuda soberana –sólo para encontrarse con que la deuda griega es
insostenible y que el sistema bancario italiano está en serios problemas. Ocho
años después, todavía hay por ahí inversores que apuestan a un colapso de la
zona euro como la conocemos".
En 1938, Trotsky escribió que la clase dominante se deslizaba por un
tobogán hacia el desastre con los ojos cerrados. Las líneas anteriores son una
ilustración gráfica de este hecho. Y el Sr. Münchau saca la siguiente
conclusión:
"Pero si esto está sucediendo es por la misma razón por la que sucedió
en la Francia revolucionaria. Los guardianes del capitalismo occidental, como
los Borbones antes que ellos, no han aprendido nada, ni han olvidado
nada".
El colapso del centro
Contrariamente al antiguo prejuicio de los liberales, la conciencia humana
no es progresista, sino profundamente conservadora. A la mayoría de las
personas no les gusta el cambio. Se aferran obstinadamente a las viejas ideas,
prejuicios, religión y moralidad con las que están familiarizadas, y lo que es
familiar siempre es más reconfortante que lo que no lo es. La idea del cambio
es alarmante, ya que es desconocido. Estos temores están profundamente
arraigados en la psique humana y han existido desde tiempo inmemorial.
Sin embargo, el cambio es tan necesario para la supervivencia de la raza
humana como lo es para la supervivencia del individuo. La ausencia de cambio es
la muerte. El cuerpo humano cambia constantemente desde el momento del
nacimiento; todas las células se descomponen, mueren y son reemplazadas por
células nuevas. El niño debe desaparecer para que el adulto pueda nacer.
Sin embargo, no es difícil entender la aversión de la gente a cambiar. El
hábito, la rutina, la tradición –todas estas cosas son necesarias para el
mantenimiento de las normas sociales que sustentan el funcionamiento de la
sociedad. Durante un largo período arraigan, condicionando las actividades
diarias de millones de hombres y mujeres. Son universalmente aceptadas, al
igual que el respeto de las leyes y costumbres, las reglas de la vida política
y las instituciones existentes: en una palabra, el status quo.
Existe algo similar en la ciencia. En su profundo y penetrante estudio de
La estructura de las revoluciones científicas, Thomas S. Kuhn explica cómo cada
periodo en el desarrollo de la ciencia se basa en un modelo existente que es
generalmente aceptado y que proporciona un marco necesario para el trabajo
científico. Durante mucho tiempo este paradigma responde a un propósito útil.
Pero finalmente las pequeñas contradicciones, aparentemente insignificantes,
que aparecen conducen eventualmente a la caída del viejo paradigma y a su
sustitución por otro nuevo. Esto, según Kuhn, constituye la esencia de una
revolución científica.
Exactamente, el mismo proceso dialéctico se produce en la sociedad. Las
ideas que han existido durante tanto tiempo y se han endurecido en prejuicios,
entran finalmente en conflicto con la realidad existente. En ese momento, una
revolución en la conciencia comienza a tener lugar. La gente comienza a
cuestionar lo que parecía ser incuestionable. Ideas que eran cómodas porque
proporcionaban certezas se hacen añicos sobre la roca de la dura realidad. Por
primera vez, la gente comienza a sacudirse las viejas y cómodas ilusiones y a
mirar la realidad de frente.
La verdadera causa de los temores de la clase dominante es el colapso del
centro político. Lo que estamos viendo en Gran Bretaña, Estados Unidos, España
y muchos otros países es una aguda y creciente polarización entre la izquierda
y la derecha en la política, que a su vez es simplemente un reflejo de una
creciente polarización entre las clases. Esto a su vez es un reflejo de la
crisis más profunda que ha habido en la historia del capitalismo.
Durante los últimos cien años, el sistema político de los EE.UU. se basó en
dos partidos –los Demócratas y los Republicanos– en el que ambos defendían el
mantenimiento del capitalismo y representaban los intereses de los bancos y de
las grandes empresas. Esto fue muy bien expresado por Gore Vidal quien escribió
que "nuestra República tiene un partido, el partido de la propiedad, con
dos alas de derechas".
Esta fue la sólida base para la estabilidad y la longevidad de lo que los
estadounidenses consideraban como "democracia". En realidad, esta
democracia burguesa no era más que una hoja de parra para ocultar la realidad
de la dictadura de los banqueros y capitalistas. Ahora bien, este práctico
dispositivo está siendo cuestionado y sacudido hasta la médula. Millones de
personas están despertando a la realidad de la podredumbre del establishment
político y al hecho de que están siendo engañados por aquellos que dicen
representarlos. Esta es la condición previa para una revolución social.
Crisis del reformismo
Vemos una situación similar en Gran Bretaña, donde desde hace 100 años los
Laboristas y Conservadores se alternaban en el poder, proporcionando el mismo
tipo de estabilidad para la clase dominante. El Partido Laborista y el partido
Conservador eran dirigidos por sólidos hombres y mujeres respetables en los que
se podía confiar para manejar la sociedad en interés de los banqueros y
capitalistas de la city de Londres. Pero la elección de Jeremy Corbyn lo ha
puesto todo patas arriba.
La clase dominante teme que la llegada masiva de nuevos miembros al Partido
Laborista pueda romper el dominio del ala derecha sobre el Laborismo. Eso
explica el pánico de la clase dominante y el carácter virulento de la campaña
contra Corbyn.
La crisis del capitalismo es también la crisis del reformismo. Los
estrategas del capital se asemejan a los Borbones, pero los líderes reformistas
son sólo una pobre imitación de los primeros. Ellos son los más ciegos de entre
los ciegos. Los reformistas, tanto de las variedades de derechas como de
izquierdas, no comprenden nada de la situación real. A pesar de que se
enorgullecen de ser grandes realistas, son el peor tipo de utópicos.
Al igual que los liberales de los cuales no son más que un pálido reflejo,
están suspirando por el pasado que ha desaparecido más allá de cualquier
regreso. Se quejan amargamente de la injusticia del capitalismo, sin darse
cuenta de que las políticas de la burguesía son dictadas por la necesidad
económica del capitalismo mismo.
Es una ironía suprema de la historia que los reformistas hayan adoptado
totalmente la economía de mercado, precisamente en un momento en el que se está
desmoronando ante nuestros propios ojos. Habían aceptado el capitalismo como
algo que está dado de una vez para siempre, que no puede ser cuestionado ni,
ciertamente, derrocado. El presunto realismo de los reformistas es el realismo
de un hombre que trata de persuadir a un tigre de que coma ensaladas en lugar
de carne humana. Naturalmente, el realista que ha intentado realizar esta
hazaña loable no tuvo éxito en convencer al tigre y terminó el interior de su
estómago.
Lo que los reformistas no entienden es que si se acepta el capitalismo
también deben aceptarse las leyes del capitalismo. Y en las condiciones
modernas eso significa aceptar los recortes y la austeridad. En ninguna parte
está la bancarrota del reformismo más claramente expresada que en el hecho de
que ya no hablan de socialismo. Ni tampoco hablan de capitalismo. En su lugar,
se quejan de los males del "neoliberalismo", es decir, que no se
oponen al capitalismo en sí, sino solamente a un modelo particular de
capitalismo. Pero el llamado neoliberalismo no es más que un eufemismo para el
capitalismo en el período de crisis.
Los reformistas que imaginan ser grandes realistas están soñando con un
retorno a las condiciones del pasado, cuando ese pasado ya ha retrocedido en la
historia. El período que ahora se abre será completamente diferente. En las
décadas que siguieron a 1945, la lucha de clases en los países capitalistas
avanzados se atenuó en cierta medida como consecuencia de las reformas logradas
por la clase trabajadora a través de la lucha.
Trotsky explicó hace tiempo que la traición está implícita en el reformismo
en todas sus variedades. Con esto no quería decir que los reformistas
traicionaran conscientemente a la clase obrera. Hay muchos reformistas
honestos, así como un buen número de arribistas corruptos. Pero el camino del
infierno está empedrado de buenas intenciones. Si acepta el sistema capitalista
–como lo hacen todos los reformistas, ya sean de derechas o de izquierdas–
seguidamente deben obedecerse las leyes del sistema capitalista. En un período
de crisis capitalista, esto significa la inevitabilidad de los recortes y
ataques a los niveles de vida.
Esta lección tuvo que ser aprendida por Tsipras y Varoufakis en Grecia.
Ellos llegaron al poder con un enorme apoyo popular con un programa
anti-austeridad, pero muy rápidamente se les hizo comprender por Merkel y
Schäuble que esto no estaba en la agenda. Al final capitularon y dócilmente
llevaron a cabo el programa de austeridad dictado por Berlín y Bruselas. Vimos
una situación similar en Francia, donde Hollande consiguió una masiva victoria
prometiendo un programa anti-austeridad, y a continuación dio un giro de 180º y
llevó a cabo recortes aún más profundos que el anterior gobierno de la derecha.
El resultado inevitable ha sido el auge de Marine Le Pen y del Frente Nacional.
El capitalismo en un
callejón sin salida
En países como los Estados Unidos cada generación desde la Segunda Guerra
Mundial podía esperar una mejor calidad de vida que la que tenían sus padres.
En las décadas de boom económico los trabajadores se acostumbraron a victorias
relativamente fáciles. Los líderes sindicales no tenían que luchar mucho para
obtener mejoras económicas. Las reformas fueron consideradas la norma. Hoy fue
mejor que ayer y mañana sería mejor que hoy.
En el largo período de auge capitalista, la conciencia de clase de los
trabajadores estuvo un tanto mitigada. En lugar de políticas socialistas de
clase bien definidas, el movimiento obrero ha sido infectado con ideas extrañas
a través de la correa de transmisión de la pequeña burguesía que ha apartado a
un lado a los trabajadores y ahogado su voz con las declamaciones estridentes
del radicalismo de la clase media.
La llamada corrección política con su mezcolanza de ideas a medio cocinar
sacadas de la basura del liberalismo burgués, poco a poco ha sido aceptada
incluso en los sindicatos, donde los dirigentes reformistas de derechas se
aferran ansiosamente a ella como un sustituto de las políticas de clase y de
las ideas socialistas. Los reformistas de izquierdas en particular, han jugado
un papel nefasto en este sentido. Se necesitarán los golpes de martillo de los
acontecimientos para demoler estos prejuicios que tienen un efecto corrosivo
sobre la conciencia.
Pero la crisis del capitalismo no permite tales lujos. La generación actual
de jóvenes se enfrentará por primera vez a peores condiciones de vida que las
que disfrutaron sus padres. Gradualmente, esta nueva realidad está abriéndose
paso en la conciencia de las masas. Esa es la razón del actual fermento de
descontento que existe en todos los países y que está adquiriendo un carácter
explosivo. Esta es la explicación de los terremotos políticos que han tenido
lugar en Gran Bretaña, España, Grecia, Italia, Estados Unidos y muchos otros
países. Es un aviso de que se están preparando acontecimientos revolucionarios.
Es cierto que en esta etapa el movimiento se caracteriza por una tremenda
confusión ¿Cómo podía ser de otra manera, cuando esas organizaciones y partidos
que deberían colocarse a la cabeza de un movimiento para transformar la
sociedad, se han transformado en cambio en monstruosos obstáculos en el camino
de la clase obrera? Las masas están buscando una manera de salir de la crisis,
poniendo a prueba los partidos políticos, los líderes y los programas. Los que
no pasan la prueba son arrojados a un lado sin piedad. Hay giros violentos en
el frente electoral, tanto a la izquierda como a la derecha. Todo esto es el
presagio de un cambio revolucionario.
En retrospectiva, el período de medio siglo que siguió a la Segunda Guerra
Mundial será visto como una excepción histórica. Con toda probabilidad, nunca
volverá a repetirse la concatenación de circunstancias peculiares que
produjeron esa situación. Lo que nos enfrentamos ahora es precisamente a una
vuelta al capitalismo normal. La cara sonriente del liberalismo, del reformismo
y de la democracia va a ser echada a un lado para revelar la única fisonomía
que tiene el capitalismo realmente.
¡Hacia un nuevo Octubre!
Un nuevo período se abre ante nosotros –un periodo de tormenta y tensión
que será mucho más similar a la década de 1930 que al período posterior a 1945.
Todas las ilusiones del pasado quedarán consumidas en la conciencia de las
masas como en una plancha caliente. En un período como éste, la clase obrera
tendrá que luchar duro para defender las conquistas del pasado, y en el curso
de esta amarga lucha llegará a entender la necesidad de un programa
revolucionario cabal. O el capitalismo es derrocado, o un terrible destino le
espera a la humanidad. Esa es la única alternativa. Cualquier otro curso de
acción es una mentira y un engaño. Es hora de mirar la verdad cara a cara.
Sobre la base del capitalismo enfermo no puede haber salida para la clase
obrera y la juventud. Los liberales y reformistas están tratando con todas sus
fuerzas de apuntalarlo. Ellos lloriquean sobre la amenaza a la democracia,
ocultando el hecho de que la llamada democracia burguesa no es más que una hoja
de parra tras la que se esconde la cruda realidad de la dictadura de los bancos
y de las grandes empresas. Van a tratar de atraer a la clase obrera a alianzas
para "defender la democracia", pero esto es una farsa hipócrita.
La única fuerza que tiene un interés real en la democracia es la clase
obrera misma. La llamada burguesía liberal es incapaz de reacción de combate,
lo que se deriva directamente del sistema capitalista en el que basan sus
riquezas y privilegios. Fue Obama quien pavimentó el camino para la victoria de
Trump, tal como fue Hollande quien ha allanado el camino para el ascenso de Le
Pen.
En realidad, el viejo sistema ya está descomponiéndose ante nuestros
propios ojos. Los síntomas de su decadencia son evidentes para todos. En todas
partes vemos las crisis económicas, la descomposición social, transtornos, guerras,
destrucción y caos. Es una imagen terrible, pero se deriva del hecho de que el
capitalismo ha llevado a la humanidad a un callejón sin salida.
No es la primera vez que hemos visto este tipo de cosas. Los mismos
síntomas se pueden ver en el período de la decadencia y caída del Imperio
Romano y en el período de decadencia de la sociedad feudal. No es casualidad
que los hombres y las mujeres en esos días se imaginaran que el fin del mundo
se acercaba. Pero lo que se acercaba no era el fin del mundo, sino sólo al
final de un sistema económico social particular que había agotado su potencial
y se había convertido en un monstruoso obstáculo en el camino del progreso
humano.
Lenin dijo una vez que el capitalismo es horror sin fin. Ahora vemos la
verdad literal de esta afirmación. Pero junto a los horrores producidos por un
sistema decadente y reaccionario hay otra cara de la moneda. Nuestra época es
un tiempo de nacimiento, y un período de transición de un período histórico a
otro. Dichos períodos se caracterizan siempre por los dolores, que son los
dolores de una nueva sociedad que está luchando por nacer, mientras que la
vieja sociedad se esfuerza por preservarse estrangulando al niño en el vientre
materno.
El viejo mundo se está desplomando. Que está tambaleándose para caer lo
indican síntomas inequívocos. La podredumbre se está extendiendo en el orden
establecido de las cosas, sus instituciones están colapsando. Los defensores
del viejo orden están atrapados por un presentimiento indefinido de algo
desconocido. Todas estas cosas presagian que hay algo más que se aproxima.
Este desmoronamiento gradual a pedazos se acelerará por la erupción de la
clase obrera en la escena de la historia. Aquellos escépticos que descartaron a
la clase trabajadora se verán obligados a comerse sus palabras. Están
acumulándose fuerzas volcánicas debajo de la superficie de la sociedad. Las
contradicciones se están acumulando hasta el punto que no pueden aguantarse
mucho más.
Nuestra tarea es acortar este proceso doloroso y asegurar que el nacimiento
se lleve a cabo con el menor sufrimiento posible. Con el fin de hacer esto, es
necesario lograr el derrocamiento del actual sistema que se ha convertido en
una terrible barrera para el desarrollo de la raza humana y una amenaza para su
futuro.
Todos aquellos que están tratando de preservar el viejo orden, de ponerle
parches, de reformarlo, para dotarlo de muletas que le permitan renquear
durante unos años o décadas más, juegan el papel más reaccionario. Están
impidiendo el nacimiento de una nueva sociedad, la única que puede ofrecer un
futuro a la humanidad y poner fin a la pesadilla del capitalismo existente.
El Nuevo Mundo que está luchando por nacer se llama socialismo. Es nuestro
trabajo asegurar que este nacimiento se lleve a cabo tan pronto como sea
posible y con el mínimo posible de dolor y sufrimiento. La manera de lograr
este objetivo es construir una fuerte corriente marxista en todo el mundo con
cuadros formados y con fuertes vínculos con la clase obrera.
Hace cien años tuvo lugar un acontecimiento que cambió el curso de la
historia mundial. En un país semifeudal atrasado en los confines de Europa, la
clase obrera se movió para cambiar la sociedad. Nadie esperaba esto, sin
embargo. Las condiciones objetivas para una revolución socialista en Rusia
parecían ser inexistentes.
Europa estaba en las garras de una terrible guerra. Los trabajadores de
Gran Bretaña, Francia, Alemania y Rusia estaban matándose entre sí en nombre
del imperialismo. En tal contexto la consigna: "¡Proletarios de todos los
países, uníos!" debía parecer una expresión de amargo sarcasmo. La propia
Rusia estaba gobernada por un poderoso régimen autocrático con un gran
ejército, una fuerza policial y una policía secreta cuyos tentáculos se
extendían a todos los partidos políticos –incluyendo los bolcheviques.
Y, sin embargo, en esta situación aparentemente imposible los obreros de
Rusia se movieron para tomar el poder en sus propias manos. Ellos derrocaron al
zar y establecieron organismos de poder democráticos, los soviets. Sólo nueve
meses después el Partido Bolchevique, que al comienzo de la revolución era una
pequeña fuerza de no más de 8.000 miembros, llegó al poder.
Cien años más tarde, los marxistas se enfrentan a la misma tarea que Lenin
y Trotsky se enfrentaron en 1917. Nuestras fuerzas son pequeñas y nuestros
recursos son escasos, pero estamos armados con el arma más poderosa: el arma de
las ideas. Marx decía que las ideas se convierten en una fuerza material cuando
se apoderan de la mente de las masas. Durante mucho tiempo, estuvimos luchando
contra una poderosa corriente. Pero la marea de la historia fluye ahora
firmemente en nuestra dirección.
Ideas que son escuchadas por unos pocos hoy serán recibidas con entusiasmo
por millones en el período que ahora se abre. Grandes acontecimientos pueden
tener lugar con extrema rapidez, transformando toda la situación. La conciencia
de la clase obrera puede cambiar en cuestión de días u horas. Nuestra tarea es
preparar a los cuadros para los grandes acontecimientos que se ciernen. Nuestra
bandera es la bandera de Octubre. Nuestras ideas son las ideas de Lenin y
Trotsky. Esa es la máxima garantía de nuestro éxito.
Londres 5 de enero de 2017.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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