INTRODUCCIÓN
Guatemala es un país pequeño, tan pequeño que
muchos “Americans,” algunos de ellos con Ph.D (postgrado académico) ni si
quiera saben en donde está localizado y si uno les menciona que pertenece a
Centro América, la cosa sigue igual, pues parece que la geografía está
circunscrita al ámbito, a la excepcionalidad de los Estados Unidos. Y aquellos
que algo saben de Guatemala, lo primero que hacen es para referirse a todo
aquello que tenga que ver con subdesarrollo político, económico y social. Hay
quienes piensan que es un país gobernado por personajes pintorescos que actúan
como tiranos o dictadores. Un país pequeñito, en constante guerra civil
(incivil), sin democracia, lleno de gente pobre, ignorante y violenta. Y no
están tan equivocados quienes piensan así, pues es obvio que la Guatemala de hoy
en día, en donde pese a lo que se diga, la palabra democracia es una palabra
artificiosa que queda muy grande para la realidad de mayoría de guatemaltecos.
La democracia y sus libertades existe pródiga y generosa para los oligarcas y
es una absoluta dictadura para los sectores populares. Libertad para votar y
elegir a quienes no representan a las clases necesitadas. Hace un par de días
comentando a cerca de una trifulca entre miembros de la Rada (parlamento) de
Ucrania, en la cual los "dignos" representantes del pueblo ucraniano
rompieron y se rompieron de todo, el New York Times dijo lo siguiente: (…) Ucrania
tampoco es la única, por su puesto, y como un faro de incivilidad parlamentaria, Guatemala…
ha tenido sus momentos de caos violento en años recientes. Marvin Najarro.
AQUÍ NADIE SE
DESMOVILIZA,
LA POLARIZACIÓN SIGUE
IGUAL
Por Luciano Castro Barillas
36 años de conflicto no fueron suficientes para
la extrema derecha guatemalteca que sigue, sin variar un ápice, con sus
posiciones tradicionales respecto del control del poder político y económico y
su nunca desmentida disposición de imponer la subalternidad social a los
sectores populares que fueron, son y serán la causa, razón y motivo; de
innúmeros conflictos sociales que hoy -año 2012 del siglo veintiuno- continúan
confrontando a las dos clases sociales más importantes de la sociedad
guatemalteca: la oligarquía en contra los sectores populares, cuya fuerza de
trabajo no es muy digna de consideración en la generación de riqueza. Siguen
creyendo que los billetes son los únicos poseedores de músculo y reflejo creativo.
La oligarquía tiene tal capacidad persuasiva que hasta los sectores más
desposeídos y vulnerables resultan en ocasiones haciendo suyas las posiciones
políticas de la derecha, lo cual sucede, por cierto, en muchos países, pero no
de la manera tan proverbial, única, excepcional y expeditiva como en Guatemala,
gracias a un recursos que funciona de modo estupendo para esta clase
parasitaria: la ignorancia. A la depauperación económica del guatemalteco han
que sumarle su miseria espiritual. Guatemala ocupa, por cuestión de milímetros,
el segundo lugar en educación en América, solo precedida por Haití, que de
seguir dando pasos acertados, nos legará esa ignominiosa corona de campeones de
América en brutalidad.
Son precisamente los sectores populares de la ciudad
y el campo los que respaldan los proyectos políticos en contra de ellos mismos.
Es el pueblo desinformado el gran contingente de electores que votan en contra
de sus intereses, actitud política que desde 1954 hasta la fecha vienen
repitiendo en una y otra elección, hasta llevarnos al desastre que es hoy
Guatemala. Por supuesto, Guatemala, refleja para las estadística del Banco
Mundial y del FMI aceptables indicadores macroeconómicos, de una riqueza que no
se refleja en los bolsillos cotidianos del guatemalteco de a pie. En la
actualidad la inflación exponencial ha pulverizado los salarios de las clases
desposeídas. Los estratos o capas intermedias de la sociedad van camino a la “popularización”
por obra y gracia de la reducción de su capacidad de consumo de bienes y
servicios, en la medida que esta tradicional formación social ambigua,
caracterizada desde siempre por andar huyendo despavorida de la pobreza, sin
poder alcanzar la opulencia y ostentación de la clase dominante de la sociedad,
a la que envidia. Esa dualidad existencial hace de ellas, al final, una clase
reaccionaria, de inconsistencia posición teórica y de una irrelevante práctica
política.
A nivel ideológico y político todo sigue igual.
Nadie se esfuerza por construir una mediocre democracia burguesa. Y al menor
asomo de independencia de ideas y rompimiento de cordones umbilicales
políticos, las fuerzas de choque (como la Camorra napolitana o los neonazis)
salen a relucir en aldeas, poblados, ciudades pequeñas o áreas metropolitanas,
acusando a cualquier hombre digno de subversivo, que a la larga sigue siendo
mucho más peligroso que un narcotraficante. Así están las cosas. Se firmó la
paz en 1996 y luego de 15 años transcurridos, la verdad es que nadie se ha
desmovilizado. Cesaron los tiros pero la confrontación y la enemistad es la
misma. Aquí nunca ha habido reconciliación. Los odios oscilan de niveles,
dependiendo de las circunstancias. Cuando hay reclamos de justicia, a ésta se
le llama venganza. Cuando se trate de hacer un periodismo crítico se te sigue
llamando comunista. Cuando se afirma que en Guatemala hubo genocidio -por los
paradigmáticos e innegables hechos de crueldad en el área ixil- otros se empeñan en negarlos y utilizando un
apelativo tradicional descalificativo de: ”malos guatemaltecos” a los que, en
efecto, son “buenos guatemaltecos”. Guatemaltecos empeñados en promover
acciones de compromiso activo y consciente con su sociedad para edificar una
democracia que nunca llega.
Ya ve usted al ex canciller Briz, “gran
empresario” hacedor de pan: demandando leño contra los luchadores sociales y
negándose a pagar impuestos. Está este sujeto de nariz recogida y amplias fosas
nasales en contra que el Estado
“despilfarre” el dinero en programas sociales para ayudar a los pobres, pero demandando
la asistencia del Estado cuando les va mal en sus negocios. Es decir, un Estado
hecho a su medida y contrahecho para los sectores populares.
Aquí, en Guatemala, nadie se ha desmovilizado.
Y la guerra ahora se desarrolla en otro terreno. En el ámbito tradicional de
luchas de clases, conocido por el menos aprovechado estudiante de sociología:
ideológico, político y económico. Aunque para la universidad Francisco
Marroquín y el empresariado guatemalteco esa es una filosofía política
trasnochada y anticientífica. Ojalá nos propusieran estos riquillos un nuevo
modelo de sociedad donde la explotación del hombre por el hombre, la producción
social y la apropiación individual, ya no tuviera lugar. Entonces los vamos a
felicitar y seremos, indudablemente, sus más entusiastas aliados y admiradores.
Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.
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