sábado, 12 de mayo de 2012

LA DESTRUCCIÓN MINERA DE GUATEMALA Y UNA CARTA…




INTRODUCCIÓN


Quizá el 13 Baktún, que la superchería y la subcultura tratan de venderlo como el apocalíptico final del mundo, como otro de los tantos castigos aniquiladores propios de las culturas antiguas (el diluvio, el fuego sobre Sodoma y Gomorra, por ejemplo) no sea, en efecto, el final del planeta, aunque sí el principio del fin de Guatemala pues hay en la actualidad autorizadas 126 licencias mineras para la extracción de metales en un pequeño territorio de 108, 000 kilómetros cuadros que dejaría el suelo guatemalteco hecho un auténtico queso roquefort o muy parecido a la superficie lunar por la abundancia de hoyos. En ese sentido el 13 Baktún es premonitorio y nos anuncia el trágico destino que se cierne para el pueblo de Guatemala de tierras irrecuperables y la Madre Tierra, sacralizadas por la cosmovisión ancestral de la cultura maya y sus descendientes mayenses, creencias y convicciones que los inversionistas extranjeros no respetan un ápice, quienes no comprenden el profundo simbolismo que la tierra y las aguas tienen para los pueblos indígenas de América. Nada mejor para explicar las visiones utilitarias de la tierra y la antípoda espiritual que el Jefe Seattle, que en una ocasión ya lejana  -1855-  dirigió una emotiva y sapiente carta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, sobre la visión de los hombres blancos y los indígenas norteamericanos sobre la tierra y la vida. Sucede exactamente lo mismo en la Guatemala de hoy y es la causa de la violencia: la renuencia de algunos vecinos a vender sus tierras y la amenaza de los empresarios mineros, que casualmente cuando se trata de otros, no creen en la propiedad privada. Luciano Castro Barillas.








CARTA DEL JEFE SEATTLE
AL PRESIDENTE FRANKLIN PIERCE


“El Gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra. También nos manda palabras de buena voluntad. Agradecemos el detalle, pues sabemos que no necesita de nuestra amistad. Pero vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego. Pero, ¿quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos?

Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo.

Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron cuando desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra. Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra,  exigía demasiado de nosotros. No, nosotros somos razas diferentes… Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos, no cuentan las mismas historias.

Es evidente que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Trata la tierra como objeto que se compra. Hambriento, acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto… No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera… tal vez porque soy lo que llamáis un salvaje y no comprende algunas cosas.

Queremos vivir aparte y en paz. No importa donde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos verán a sus padres sumidos y vencidos… Continuad contaminando y corrompiendo vuestro lecho y cualquier noche moriréis ahogados en vuestra propia suciedad. Eso sí… caminaréis hacia la extinción rodeados de gloria y espoleados por la creencia en un Dios que os da poder sobre la tierra y sobre los demás hombres. ¿Dónde está el bosque espeso?: Desapareció. ¿Qué ha sido del águila?: Desapareció. Así se acaba la vida y solo nos queda el recurso de intentar sobrevivir”.










Publicado por Marvin Najarro
CT., USA.

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