INTRODUCCIÓN
La criminalización de las luchas sociales de
los sectores populares anda de boca en boca, o de comentario en comentario en
las páginas de opinión de los diarios guatemaltecos, principalmente del diario
Prensa Libre, donde gozan de irrestricta y deliciosa acogida perniciosos
sujetos ultraconservadores que quisieran que los sectores más vulnerables de
este país -los que viven en la pobreza y
la extrema pobreza- se resignaran al
destino de oprobio e indignidad y no
reclamaran nada, de personas que viven, pero que realmente no existen para
el presupuesto nacional ni para el Producto Interno de Bruto de este país.
Concitan a la represión abierta y desenfadada al gobierno con el asunto de los
piquetes de ciudadanos inconformes que bloquean carreteras, sin embargo, el
actual presidente (que no es baboso) no ha cedido al requerimiento de los
oligarcas de repartir leño por los caminos a las personas que protestan por
esto o por aquello. Ha tenido moderación, no obstante, la política errónea de
instalar destacamentos militares en las industrias de los inversionistas (minas
de metales preciosos y cementeras) les hace ver como siempre: ser protectores de
los intereses de los ricos de Guatemala. Pero el rechazo no es exclusivamente
por ese papel servil y desencontrado con su pueblo, lo es, en lo fundamental,
por el pasado de horror que representó durante el conflicto armado interno la
institución armada, de allí la razón de fondo del porqué los vecinos de Santa
Cruz Barillas, Huehuetenango, se oponen a la instalación de bases militares y
por qué el Estado de Sitio les vuelve al terrible pasado de terror del que
muchachos ciudadanos quisieran olvidar. La Cunal del Sol ofrece una saga de
tres entregas de estas noticias de terror tomadas de los documentos oficiales
de la Comisión de Esclarecimiento de Naciones Unidas, para que los lectores de
nuestra revista dispongan de más elementos de interpretación de esa
realidad -protestar y rechazar- que
tanto ofende y enfada a las personas acomodadas de este país y a muchas
personas de extracción popular fácilmente manipulables por su carencia de
información y que desempeñan el triste papel de tontos útiles (expresión anticomunista que hoy se las devolvemos)
de un sistema injusto. Los excesos alucinantes de crueldad hace ver pequeños a
los nazis, que si bien asesinaron a millones de personas, es poco probable que
hayan caído en el abismo de degradación en que cayeron las fuerzas de seguridad
guatemaltecas. Todas aquellas personas que se oponen a la aplicación de la
justicia y a la divulgación de la verdad, de lo que realmente ocurrió en este
país, no pueden ser otra cosa que infames y cómplices de estos hechos de crueldad
extrema. Hoy, más que nunca, creemos en el reclamo ciudadano de juicio y
castigo a los criminales. Valentín
Zamora.
LA SAGA DEL TERROR EN
GUATEMALA:
LAS MUTILACIONES COMO
FORMAS ATROCES
DE TORTURA Y DE
EJECUCIÓN
Tercera parte, de 3 entregas
Otra práctica, registrada en numerosos
testimonios, incluía el cortar o pelar (despellejar) las plantas de los pies de
las víctimas, obligándolas después a caminar por los pedregosos caminos
rurales, como por ejemplo en el caso siguiente:
“En 1975 en la comunidad Los Llanitos,
Yupiltepeque, Jutiapa, Anselmo Monzón Rodríguez fue acusado por un soldado de
un delito que no cometió, debido a rencillas personales. Elementos del Ejército
se presentaron a la casa de Anselmo donde mataron inmediatamente a su hijo, Jesús
Monzón, y a Anselmo lo torturaron con golpes, flagelaciones y ahorcamiento ante
el resto de su familia. Le cortaron las plantas de los pies y lo hicieron
caminar varios kilómetros con el cadáver de su hijo a cuestas, hasta que
finalmente lo ejecutaron de un disparo en la cabeza”. (Caso 10201 de la CEH, Yupiltepeque, Jutiapa, 1975).
Una de las prácticas más atroces y más
frecuentemente aplicadas fue la mutilación en todas sus formas, según constató
la Comisión Investigadora de la ONU:
“La mutilación de miembros, los dedos de los
pies o de la mano, la propia mano entera, o partes de la cara, o la lengua, era
algo común a muchos torturados. Sobre todo arrancar la lengua, los ojos, era
una práctica común y los cadáveres eran botados (arrojados) posteriormente en
las calles o en las plazas para infundir terror. La mutilación de los órganos
sexuales de los hombres fue aplicada sistemáticamente”. (93).
La búsqueda del terror ejemplificante, con el
objeto de paralizar a la población y disuadirla de toda colaboración con la
guerrilla, imponiéndoles el miedo irresistible a sufrir formas de tortura y de
muerte tan terribles como las ya sufridas por sus vecinos castigados, fue un
arma psicológica intensamente utilizada por los represores, mediante diversas
formas de exhibición de los cadáveres mutilados y torturados: Abandonar los
cadáveres expuestos en estacas, colocar las cabezas de las víctimas degolladas
sobre postes o colgando de los árboles, cortar las lenguas o las manos, mutilar
los senos o los genitales, fueron prácticas que llegaron a ser habituales y que
se realizaban antes o después de la muerte de la víctima. Aquellos macabros
hallazgos y estos usos contribuyeron en gran medida al ascenso del terror”. (94).
He aquí lo acontecido a un grupo de campesinos
en la finca Chacayá, en Santiago Atitlán:
“Las víctimas aparecieron al día siguiente
botadas (arrojadas) a lo largo del camino entre Godínez a Patzún,
aproximadamente a 30 kilómetros de los hechos. Las víctimas aparecieron con
signos de tortura, les habían arrancado pedazos de sus cuerpos… También les habían quitado toda la piel de
las plantas de sus pies y tenían heridas de machete en la cabeza. A otro le
habían cortado sus genitales y se los pusieron en la bolsa (bolsillo) de la
camisa. A otro le quitaron los ojos y se los pusieron en la bolsa. Al pastor le
habían quitado toda la piel de su cara, fue pelada. El acta de levantamiento del cadáver del señor
José Chicajau, elaborada por el juez de paz, señala que éste presentaba
quemaduras en el abdomen y en ambos pies, y muchos golpes amoratados en
distintas partes del cuerpo”. (Caso
ilustrativo CI 11 de la CEH, Santiago Atitlán, Sololá, enero, 1981).
Un grupo de mujeres, que fueron torturadas en
el Cuartel de Reservas Militares de Santa Cruz del Quiché, atestiguaron ante la
Comisión que:
“Las llevaron a una habitación chiquita,
oscura, se sentía que había más gente, sólo se quejaban. Poco a poco pudieron
distinguir a varios hombres que tenían cortados pedazos de nariz, orejas,
dedos…”. (Caso 16570 de la CEH, Santa Cruz del Quiché, diciembre, 1983).
Otra forma recurrente de tortura fue el
arrancamiento de las uñas, según recoge el informe de la CEH en casos como el
siguiente:
“A Juan Tomás, Matías Tomás y Manuel Tomás, los
soldados sacaron un puñal, les sujetaron las manos y les empezaron a sacar una
por una las uñas. Los gritos de dolor eran muy fuertes”. (Caso
5549 de la CEH, Concepción, Huehuetenango, mayo, 1983).
Uno de los torturadores que “trabajaba por
encargo de uno de los terratenientes locales en la región de Cahabón” -según precisa el informe de la CEH- , pero
sometido, igual que los comisionados militares, a la autoridad del Ejército,
declaró ante la Comisión:
“Yo les arranqué las uñas de los pies y
después los ahorqué, en Chiacach y Chioyal las torturas que hacíamos eran
que les rajábamos con las bayonetas de los soldados, las plantas de los pies a
los hombres… las uñas se las arrancaba con alicate… les picaba el pecho con
bayonetas, la gente me lloraba y me suplicaba que ya no les hiciera daño… pero
llegaba el teniente y el comisionado… y me obligaban cuando veían que yo me
compadecía de la gente…”. (Caso 15253 de
la CEH, Cahabón, Alta Verapaz, 1981). (98).
Otra forma de tormento era la tortura dental,
consistente en extraer de forma brutal piezas dentales de la víctima, así como
el corte de la lengua, como en el siguiente caso registrado por la CEH:
“A Jesús le comenzaron a golpear en la boca
hasta romperle los dientes. Luego se los sacaron con cuchillo y se los iban
haciendo tragar, de uno en uno, mientras lo interrogaban sobre los nombres de
sus compañeros guerrilleros. Finalmente el oficial, enojado porque no le decía
nada, le agarró la lengua y amenazó a Jesús con cortársela, mientras volvía a
ordenarle que dijera los nombres. Unos soldados sacaron un palo donde tenían
colgadas una fila completa de lenguas, y le dijeron: La tuya será la próxima”.
Golpearon fuertemente a Jesús y después le cortaron la lengua”. (Caso 5355 de la CEH, Jacaltenango,
Huehuetenango, septiembre, 1982).
Respecto a los organismos militares implicados
en la práctica de torturas, en cuanto a número y gravedad de los casos de este
género, lógicamente el mayor peso de tales prácticas recaía sobre los servicios
de inteligencia (en especial los G2 adscritas a cada unidad), y, en efecto, así
quedó registrado por el informe de la CEH:
“El sistema de inteligencia militar, encargado
de recopilar y registrar información, fue la estructura interior del Ejército
que estuvo más involucrada en hechos de tortura. Un ex soldado de alta en Playa
Grande, al describir la forma en que se interrogaba, explica:
“Los de inteligencia eran los encargados de
sacar la verdad a la gente. Les ponían una capucha con gamecsán, les sacaban
los ojos con cuchara, les cortaban la lengua, les colgaban de los testículos.
Esa gente era criminal. Los grupos se dividían entre los encargados de torturar
para sacar información (los investigadores y captores) y los encargados de matar
(denominados destazadores). (Caso ilustrativo CI de la CEH, Ixcán,
Quiché, 1981 y 1982).
Sobre este mismo punto, otro ex soldado que
prestó sus servicios en Playa Grande atestiguó ante la Comisión:
“En el interior de la base militar había
personas que se dedicaban exclusivamente a asesinar y eran conocidos como matagentes o destazadores. Eran especialistas de la sección 2 (es decir,
dependientes del área de información o inteligencia militar). (Testimonio correspondiente al caso 11431
de la CEH, Ixcán, Quiché, abril, 1983).
Otro testimonio más detallado, prestado por un
soldado de la misma base militar de Playa Grande y recogido por el jesuita
Ricardo Falla, precisaba:
“Hay dos que son destazadores. Tienen una
estrella en la frente y una cruz en el brazo, y en medio de la cruz una espada.
Ellos nunca se ponen de servicio, ni patrullan. Ellos son soldados que sólo
esperan. Tres veces me llevaron a conocer ese hoyo donde queman a la gente. ¡Yo
nunca lo olvidaré! Allí hay un gran hoyo (…). Bajan a los pobres a patadas del
camión. He aquí cómo hacen los destazadores: los agarran uno por uno. Sólo
embrocan (tumban boca abajo) al hombre que agarran y ¡tas!, le meten el puñal y
lo sacan con sangre y lo lamen. ¡Sabroso el pollo!, dicen los soldados matagentes.
Y así agarran al otro y al otro y al otro… Y los van matando y los van echando
al hoyo. Los soldados agarran leña, porque hay leña jateada allí. Tiran la
gente al hoyo. La gente se va al hoyo y encima echan leña. Se salen de lejos y
tiran el fosforito. Cuando cae es como una bomba. ¡Pum!, el gran fuego. Toda la
boca del hoyo se llena de llama hasta arriba. Está ardiendo como veinte
minutos. La leña todavía se mueve, porque las víctimas todavía estaban
pataleando. El espíritu está vivo. Pero cuando miran que van calmando el fuego.
Y los cadáveres quedan pura ceniza. (Playa
Grande, Ixcán, Quiché, 1982).
Los casos de mutilación sexual fueron
particularmente abundantes. He aquí algunos ejemplos:
“Habían secuestrado al compañero Julio Vásquez
Recinos, quien apareció 15 días después en el río Selegua, en el Tapón, sin
testículos, sin uñas, y sin la mano derecha, atado con otro compañero, del que
nunca se logró identificar su cadáver”. (Testimonio
aportado por la Comisión de la Verdad de la Universidad de San Carlos, USAC, de
Guatemala).
“... el 17 de diciembre de 1983, les avisaron a
los familiares que Fausto había sido descubierto asesinado en el río Samalá, en
Retalhuleu. Se notaba que lo habían dejado sin alimentación, pues estaba
completamente desnutrido y esquelético. Además le habían puesto descargas
eléctricas y le habían cortado sus genitales”. (Caso 7009 de la CEH, San Pedro Sacatepéquez, San Marcos, agosto,
1983).
En ocasiones, casos de tortura y mutilación
sexual también se habían dado en el área urbana de la capital:
“En abril de 1971, en la ciudad capital, cuatro
hombres armados, vestidos de civil, ingresaron a la residencia de Alfredo
Ramiro Sandoval Arroyo, registraron su casa y se lo llevaron detenido. Su
cadáver fue encontrado en el camino al Colegio Austríaco, exhibía señala de
torturas, le habían cortado los genitales y se los habían puesto en la
boca. Tenía quemaduras de cigarrillos en
todo el cuerpo. La víctima había apoyado activamente la candidatura de Manuel
Colom Argueta para la alcaldía capitalina”. (Caso 13222 de la CEH, ciudad de Guatemala, abril, 1971).
“El 8 de febrero de 1989 en el municipio de Río
Bravo, Suchitepéquez, aparecieron los cadáveres de Melecio Darío de León Régil
Gamboa y de su hijo Melecio Aarón de León Régil Rosales, que previamente habían
sido torturados. Los cuerpos estaban amarrados, habían sido estrangulados con
alambre de púas que rodeaban sus cuellos, las muñecas y los tobillos. Sus caras
habían sido quemadas con un líquido inflamable; presentaban perforaciones de
bayoneta y de armas de fuego en sus piernas. Estaban sin ropa, solamente en
calzoncillos, los dos juntos. En los brazos de Melecio padre estaban los
pies de Melecio hijo. Y en los padres de Melecito estaban los pies de su
padre”. (Caso 4275 de la CEH, Río
Bravo, Suchitepéquez, febrero, 1989).
Publicado por Marvin Najarro
CT. USA.
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