sábado, 11 de noviembre de 2017

Escritos de Manuel José Arce

De la serie “Diario de un Escribiente”


ESCRITOS DE MANUEL JOSÉ ARCE


C O M P A N Y

Llegaron al país, pues se asegura que la mano de obra es barata en mi tierra y, además, los impuestos  -cuando se trata de las inversiones extranjeras- se pueden negociar con el gobierno y las divisas también, por consiguiente.
               
Llegaron al país, pues, y trajeron el progreso, la industrialización, el adelanto; todo eso guardado en sus valijas entre camisas nítidas y extraños aparatos.
               
Era cierto: nos constaba cómo ellos vivían muy civilizadamente, con todo su confort, con todo el adelanto de la ciencia para el uso de ellos y de aquellos a quienes ellos invitaran a disfrutar un poco de estas cosas.
               
La mano de obra que encontraron barata, siguió siendo barata. Y los impuestos bajos y las puertas abiertas para sacar dineros y productos que se daban aquí.
               
Fueron amigos de los presidentes e hicieron presidentes a sus propios amigos.
               
Nos ayudaron a redactar leyes. A encontrar enemigos del gobierno. Nos enseñaron a comer comidas que venían de lejos, enlatadas y a decir tres o cuatro palabras en el idioma de ellos.
               
Después se fueron. Deshicieron su empresa y se marcharon  -algunos aseguran que están aquí escondidos todavía-  llevándose el progreso, la industrialización y el adelanto, el recuerdo de un país tropical, más dos o tres empleados de confianza y bastantes divisas.
               
Afortunadamente, nos dejaron lo que antes teníamos: mano de obra barata, gobiernos complacientes de buena voluntad en materia de impuestos y asuntos de salida de dinero.
               
Es gente progresista, gente de empresa, gente que sabe generar la abundancia y disfrutarla.
               
En cambio, los nativos, seguimos siempre subdesarrollados.


B E N E F I C E N C I A

Uno de esos diablillos burlones llamados gazapos y que siempre hacen de las suyas donde haya tinta de imprenta, se me metió en este artículo otro día, sustituyó una “a” por una “o” y echó a perder todo el sentido de la columna. Gentilmente, diario El Gráfico accede a publicar de nuevo esta nota, ahora en la forma correcta. No está demás señalar que este cuaderno fue escrito hace siete años y durmió hasta ahora a la espera de llegar a ser libro. Por eso, a veces resulto quitándome estos siete años de diferencia cuando me refiero a este escribiente. Pero no hay tales: el tiempo sigue siendo inexorable…
               
Y un día…, cuando el hambre abrió la boca tras un vidrio, de frente y cara a cara al último bocado del banquete y echó a perder el postre, el plus, el cafecito y por ende también la digestión… En ese justo instante, nació de golpe “La Beneficencia”.
               
La Dirección de Migas y la Administración de Desperdicios tuvieron a su cargo distribuir lo que sobra entre aquellos de gesto más patético. Y vino el espectáculo, el gracioso espectáculo que daban los mendigos.
               
(…) Por una simple avellana, dos rapazuelos pobretes, se pegaron de cachetes un martes por la mañana.
               
Y así se descubrió y se creó “El Altruismo”, también sus exponentes, “Los Altruistas”, quienes luego tuvieron monumentos, escuelas con sus nombres, fama y gloria y gratitud eterna.
               
Los campeones de La Beneficencia, los virtuosos de la Caridad, los técnicos, científicos del arte de aprovechar al máximo las migas excedentes; aquellos que construían hospitales y escuelas con el sobrante de los gananciales y que participan de la tesis que sostiene que “un hombre satisfecho produce mucho más que otro con hambre”, encontraron que  -¡Eureka!-  satisfacerlos sale muy barato y hacerlos producir es productivo.

En tal virtud, la institución Benéfica mereció pedestal, bronce y poema. Se erigió en policía que resguarda ventanas y vitrinas, para que no se acerquen los mendigos, para que no se asome nunca jamás el hambre ni la desnutrición (que son lo mismo) con sus bocas abiertas y su mugre, con sus piernas llagadas y sus niños raquíticos, para que no se acerquen y para que no arruinen la digestión de los benefactores.


D E R R U M B E

Allí está la noticia: las covachas destruidas por la lluvia, por el incendio, la inundación o por los terremotos.
               
No cuesta nada: es gratis la noticia.
               

Esto es un buen negocio, porque, luego, el que vivía allí, en esa covacha y ya no tiene techo que lo cubra y está llorando ahora su intemperie  -¡Tome luego esa foto!-  se quitará el bocado de la boca para comprar el diario que publica el retrato de su covacha en ruina y su miseria.






Publicado por La Cuna del Sol
USA

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