Un nuevo presidente ha sido
juramentado para hacerse cargo del destino de esa pequeña nación
centroamericana por los próximos cuatro años. Uno más de los tantos que
engrosaran la lista de esos nefastos personajes de los cuales está plagada la
triste historia de Guatemala. Normal, nada novedoso, en un país que apenas sabe
o se recuerda de alguna época de auténtica vida democrática.
TODO BIEN, SIN NOVEDAD EN
GUATEMALA
Un nuevo presidente ha sido juramentado para hacerse cargo del destino de
esa pequeña nación centroamericana por los próximos cuatro años. Uno más de los
tantos que engrosaran la lista de esos nefastos personajes de los cuales está
plagada la triste historia de Guatemala. Normal, nada novedoso, en un país que
apenas sabe o se recuerda de alguna época de auténtica vida democrática. Aquel
corto periodo de primavera democrática que vivió el país, es ya una memoria muy
lejana, muy pocos se acuerdan de ello, sobre todo las últimas generaciones de
jóvenes, en cuyas mentes el discurso hegemónico de la derecha fascista, que ve comunistas
por todos lados, y de los cultos evangélicos reaccionarios han penetrado
profundamente, desarmándolos ideológicamente y borrándoles toda la historia de
las luchas revolucionarias del pasado que llenaron de esperanza a aquellas
generaciones que combatieron con ahínco por una Guatemala más justa y
democrática. Esa es historia pasada, ya no hay que volver la vista hacia atrás,
sostiene el discurso hegemónico de la dictadura de ultraderecha.
Poco importa, si se mira hacia adelante o hacia los costados, la misma realidad,
las causas fundamentales históricas que dieron lugar a la revolución de 1944 y
al posterior y largo conflicto armado interno, siguen presentes por doquier. La
miseria, la pobreza, la explotación laboral, los salarios de hambre, la
violencia contra los sectores populares, la injusticia económica y social, el
analfabetismo y todas aquellas lacras que caracterizan el atraso y el
subdesarrollo están ahí, dondequiera que se mire, como impertérritos
monumentos.
Guatemala es un abismo negro sin fin, donde toda la podredumbre y la
miseria humana que ahí existen causa un pavor que aniquila la esperanza de un
futuro mejor. La rancia oligarquía y todo su aparato mediático, y la estructura
burocrática militarizada que maneja los hilos de Estado mafioso que ostenta el
poder, han sido capaces, mediante el temor y el manoseo de la democracia, de
racionalizar y normalizar toda esta anomalía, a tal punto que la población
común y corriente, ya sea por cinismo, apatía, costumbre o aguante, ha llegado
a aceptarlo como algo normal, como una realidad que es parte de sus vidas
cotidianas, y contra lo cual es poco o nada lo que se puede hacer. Aun y cuando
se le siga prometiendo a la población que esta vez sí se actuará conforme lo
manda la constitución democrática y habrá paz, trabajo y prosperidad para
todos, una suerte de fatalismo impera en el decir de la gente: “esto no tiene
quien lo arregle”.
Lo visto en la toma de posesión del nuevo presidente, el derechista y
militarista, Alejandro Giammattei; el inverosímil espectáculo de un exdirector
de presidios acusado de crímenes extrajudiciales ciñéndose la banda presidencial
y jurando a los cuatro vientos que acabaría con la corrupción y el crimen (las
maras), y otras tantas aventuras que emprendería por el bienestar de su amada
patria (este patriota es el mismo que intentó infiltrarse en Venezuela con
pasaporte italiano, y que corrió a ponerse a las órdenes de Netanyahu), rodeado
como estaba de los políticos más corruptos y deleznables , entre ellos el
presidente saliente con orden de captura pendiente, es una historia de
corrupción e impunidad, que de alguna manera, se ha repetido tantas veces que
ya no escandaliza a nadie. Es una grotesca tradición de la política nacional,
que el pueblo ha llegado a aceptar con normalidad, porque la gente erróneamente
asume que todo depende de ellos mismos para sobrevivir y, no de lo que hagan los
políticos a quienes, paradójicamente, ellos han llevado al poder.
En términos generales, la situación en Guatemala es tal, que incluso se
podría decir que la clase dominante exitosamente ha llegado a construir un
entramado político, económico, social y cultural casi que perfecto, pero no el
sentido de crear condiciones para el pleno ejercicio de la democracia que
beneficie a todos los guatemaltecos, sino todo lo contrario, se ha creado un
antítesis de democracia, donde el estado sirve únicamente a los intereses
oligárquicos, al capital foráneo, y las
mafias del crimen organizado, donde los
bienes públicos han sido arrasados por la ola privatizadora, donde los recursos
naturales han sido entregados al capital extractivista, y donde también, entre
otras tantas y lindas barbaridades, las mafias del narcotráfico están en una
relación simbiótica permanente con la clase política corrupta y los militares. Seguramente,
Guatemala no es la excepción, pues este mismo estado de cosas prevalece en
muchos países y sociedades, unas más desarrolladas que otras, donde la
democracia ha sido pervertida y se ha convertido en una palabra útil únicamente
para las clases dominantes, pero un concepto vacío, carente de contenido, para
las mayorías desposeídas.
El arribo de un nuevo presidente en nada garantiza un enfoque distinto a la
forma de gobernar que ha caracterizado a los anteriores gobiernos, más bien
veremos la continuación y profundización de las políticas que son la causa de
la ruina del país. Por mucho que se hable de atacar las causas estructurales de
los problemas que afectan a la sociedad guatemalteca, todo el enfoque se
limitará a eliminar sus manifestaciones visibles con medidas que agravaran aún
más las condiciones de vida de los guatemaltecos. La pobreza y la marginalización
social seguirán aumentando, la violencia no se reducirá, aumentará la represión
como consecuencia de la continua militarización de la sociedad, la corrupción, la
narcopolítica y la impunidad continuaran como siempre. El actual gobierno,
plenamente identificado con la derecha reaccionaria proyanqui, continuará con
las privatizaciones y la entrega de los recursos naturales al capital foráneo. Su
total sumisión al mandamás del Norte, no está en duda. Mientras tanto, la
aporreada población guatemalteca continuará aguantando a más no poder. Pero
quien sabe, y a lo mejor un día de estos explota como un volcán y arrasa con
todo.
Publicado por La Cuna del Sol
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