sábado, 15 de junio de 2024

Adriana Portillo-Bartow y su lucha por la justicia y la verdad

La vida de Adriana no ha sido fácil. Lampos brevísimos de felicidad en una larga vida marcada por el dolor. Pero no es un dolor cualquiera, de los que solemos experimentar la mayoría de los seres humanos. Este dolor es extremo. Tan aparatoso. Tan incuantificable.

 

ADRIANA PORTILLO-BARTOW:
EL TRIUNFO DE LA TENACIDAD Y LA CONVICCIÓN
EN LA LUCHA POR LA JUSTICIA Y LA VERDAD




Luciano Castro Barillas
Escritor y Analista Político
La Cuna del Sol

La vida de Adriana no ha sido fácil. Lampos brevísimos de felicidad en una larga vida marcada por el dolor. Pero no es un dolor cualquiera, de los que solemos experimentar la mayoría de los seres humanos. Este dolor es extremo. Tan aparatoso. Tan incuantificable. Cuarenta y tres años de penas e indiferencia, pues las personas llamadas a ser solidarias con ella volvieron la cara para otro lado. Por miedo algunos. Por cobardía sin control otros. Por mezquindad muchos más, ante la idea que su lucha por los derechos humanos y sus declaraciones a la prensa escrita, y televisiva de Guatemala y otros países era para hacer notorio un martirologio exhibicionista, nunca deseado por nadie que tenga sensatez.

Sus sistemáticas denuncias en los años del conflicto armado interno sobre lo que acontecía en Guatemala fueron motivadas por convicciones políticas e ideológicas, pero sobre todo porque había sido víctima de un crimen atroz. Seis de sus familiares fueron secuestrados y desaparecidos el 11 de septiembre de 1981. Su padre, don Adrián Portillo, de 70 años, sus dos hijas Chagüita y Glenda de 10 y 9 años de edad, una hermanita, Almita, de 18 meses de edad; su madrastra, su cuñada. Todas estas personas se esfumaron de este mundo sin dejar el mínimo rastro.

Todos los archivos (al menos los disponibles) del ejército y la policía no registraron nada en absoluto, quizá por la recóndita e infame vergüenza de haber masacrado hasta una bebé de año y medio de vida, uno de los tantos niños masacrados en este país. Solo la prensa, diario El Gráfico, informó del operativo conjunto de las fuerzas de seguridad contra una casa de seguridad en la zona 11, donde se celebraría una fiesta infantil. De ese evento, hasta hoy, nunca se supo nada de estas seis personas.

El pueblo de Guatemala se enteró de los sucedido gracias a las denuncias nacionales e internacionales de Adriana, de lo contrario se ignoraría todo. Pero Adriana no solo perdió a parte de su familia. Lleva en el alma otro dolor profundo: la pérdida de su país. Tuvo que huir indocumentada, primero a México y luego a Estados Unidos, a donde llegó atravesando desiertos inhóspitos y mortales, fracturada de un brazo. La solidaridad norteamericana de esos años le dio la oportunidad con el Movimiento Santuario. Aprendió rápido el inglés y paulatinamente su vida y la de sus hijas fue mejorando. Encontró también el abrigo y el amor negado en Guatemala con una buena persona, el señor Jeffrey West Bartow, de allí la incorporación legal de su segundo apellido.

Conocí a Adriana cuando ella tenía 15 años y yo 13. Ellos recién llegados de Escuintla, porque don Adrián vino a instalar a Jutiapa un moderno negocio de pompas fúnebres de la transnacional empresa mexicana “Gayoso”. Su madre, descendiente de un padre español salvadoreño, era una mujer bella de intensos ojos verdes y cejas tan delineadas como plumas de clarinero. Murió muy joven, este hecho hizo que la familia zozobrara ante la pérdida de la principal conductora del hogar.  Eso la orilló a casarse muy joven y desde ese momento empezó a conocer la amargura, hasta alcanzarla la gran tragedia del año 1981. No podía imaginar aquella señorita de quince años, agraciada, de peluquita volandera por los eternos aires de Jutiapa, que su felicidad iba a ser brevísima.

Hoy, el gobierno democrático del doctor Bernardo Arévalo reconoce su lucha en el acto solemne que tendrá lugar en el Palacio Nacional al rendirle un sincero homenaje por su incansable lucha por la justicia y la verdad el viernes 21 de junio. Ella ha hecho suyo aquél viejo apotegma que dice: “Las únicas luchas que se pierden son las que se abandonan”. Adriana nunca se ha dado por vencida y luce victoriosa de la mano de quienes la aprecian y valoran.




Publicado por La Cuna del Sol

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