Allá por los años 80 el Arjona de esos
días (Jesús es verbo, no sustantivo) ofreció un concierto en mi natal
Jutiapa. Una de sus fans, bonita adolescente de mi pequeña ciudad
de nombre Lucky Trejo, tuvo el ingenio, inmadurez y atrevimiento de tomar
“prestada” la descuidada chaqueta de piel del muy apuesto Arjona. La jugada
funcionó. El cantautor captó la intención de la emocionada jovencita y se
presentó a su residencia en uno de los populares barrios jutiapanecos a
recoger la codiciada prenda. La noticia corrió como reguero de pólvora por toda
la Jutiapa. Arjona mostró su calidad humana. No defraudó y, tanto la
bella jovencita como todo el Barrio El Chaparrón quedaron complacidos
ante el gesto del ahora internacionalmente reconocido y famoso cantautor
chapín. De ese singular acontecimiento han
transcurrido hasta la fecha casi tres décadas y podríamos decir que el artista
ha experimentado o sufrido alguna metamorfosis, de esas que el ambiente
impone como requisito para triunfar en un campo tan competitivo como el de la
farándula musical. Debo confesar que por razones de gustos musicales no soy un
devoto del arte musical de Ricardo Arjona, aunque claro, -y lo digo con
toda humildad y sinceridad- me complace en grado sumo el que sea guatemalteco y
que disponga de tan enorme talento. Sin duda, lo considero uno de los más
talentosos músicos latinoamericanos, sino el más talentoso. El asunto actualmente,
según lo percibo, es que el Arjona de hoy entregado voluntariamente o no a las
exigencias del mercado, del consumismo, o de la cultura de masas; es uno muy
diferente al de aquél de extracción popular comprometido con una causa noble y
que arriesgaba el pellejo en plena dictadura militar. El que veo ahora es otro,
que más bien semeja a los Bonos, los Jaggers o los Claptons que agasajan
suntuosas fiestas a ricos y poderosos como a Bill Clinton, y quienes en su
cínica megalomanía, luciendo prendas caras de famosos diseñadores ven a los
miserables y famélicos niños africanos no como seres víctimas de la injusticia
social del sistema capitalista, sino como una blanca oportunidad de acrecentar
sus virtudes caritativas, y porque no decirlo, invitar al turismo humanitario y
sensibilero. No tiene que ser exactamente así en el caso de Arjona pero, basado
en la observación y si los sentidos no me engañan, las escenas y la lírica del
último video del artista pintan una realidad que solo existe en la mente y el mundo
de la burguesía y que nada tiene que ver con la cruda realidad de la existencia
de la gente común y corriente que, sin embargo, suelen ser utilizados como
atractivos convenientes a los grandes intereses económicos que monopolizan el
gran negocio del espectáculo y del entretenimiento que tienen como meta
final el saciar el apetito consumista de la embobada audiencia, que
enervada e inerme cae en un total estado de amnesia colectiva o bobería
internacional. No puedo afirmar si la mano escondida se le presentó a Arjona,
como dicen los apologistas del neoliberalismo, pero en este mundo en absoluta
decadencia todo puede suceder. Lo cierto es que ni lerdo ni perezoso aprovechó
la oportunidad de asirse a ella y ahí se ha quedado, disfrutando las mieles del
dinero al alcance solamente de los ricos y famosos. Ciertamente el arte como
herramienta política de cambio no será del todo efectivo, aunque de la mano de
poetas, escritores y músicos con ideales y convicciones profundas por la causa
de la libertad y la justicia ha dado ejemplos de valor y coraje sin límites.
Otto René Castillo, Manuel José Arce y El Soldado de América son unos
ilustres ejemplos del arte al servicio de causas justas y nobles. Son hechos
históricos olvidados por un pueblo somnoliento y desmemoriado que prefiere la
banalidad y la cursilería de las telenovelas y de los videos musicales que
muestran la realidad subjetiva de un mundo ajeno, en tanto la realidad dura, se
cae con brutalidad a su alrededor.Marvin Najarro
Estimados lectores
y lectoras, a continuación el Profesor Luciano Castro Barillas, con una muy
excelente nota alusiva a Ricardo Arjona.
ARJONA, EL PINTORESCO
Por Luciano Castro Barillas
No cabe la menor duda que todos los
guatemaltecos nos sentimos orgullosos del éxito nacional e internacional del
cantante de Ricardo Arjona. Ha sido capaz, por su talento, de llenar estadios
en países como Argentina y Chile durante varios días. Es el cantante
guatemalteco más exitoso que ha conocido nuestra historia quien, con un ímprobo
esfuerzo personal, alcanzó la cúspide de ese mundo altamente competitivo de la
música comercial. Salió a México ligero de equipaje y a la vuelta de los años
ese espacio geográfico fue insuficiente para su arrolladora y expansiva
capacidad artística. Arjona es también una personalidad democrática, de gran
sensibilidad humana y sobre todo solidario. La Universidad de San Carlos de
Guatemala, por ejemplo, recibió hace algunos años un importante apoyo en equipo
de cómputo, ya que el cantautor guarda hacia ella gratitud, pues en algún
momento de su vida fue universitario. Sabe dar, compartir. Es una persona
amable y totalmente accesible. No hay una sóla mención de una grosería de su
parte con alguna persona.
Le hizo famoso una canción muy emblemática en
los inicios de su carrera: “Jesús es verbo, no sustantivo”,
canción iconoclasta que es un rechazo rotundo a la hipocresía religiosa -no
cristiana-, porque de puntualizar es que un cristiano auténtico resulta ser,
indefectiblemente, un ser humano maravilloso. La canción de crítica social
concitaba a la honradez, a la honestidad, a la autenticidad; en contra de
todo aquello que tenía olor a pescado de tres días, o a suplantación o
artificio. El arte, claro está, no es un tratado de política, por lo que no
debe esperarse que sea más efectivo para modificar el poder o la realidad que
una organización política o un fusil. Para los gustos de una sociedad pacata y
altamente conservadora como la guatemalteca la canción fue una sacudida, una
cimbrada lo bastante fuerte y un gran atrevimiento del joven cantautor de esos
años. Su propuesta fue como quitar la tapadera de los resumideros cloacales
pestilentes de los evangelistas de la prosperidad, entre ellos Ríos Montt y su
iglesia burguesa El Shadai, centro religioso de personas acomodadas, donde
Cristo era prisionero de asesinos, evasores de impuestos y ricos. Que otra cosa
podía hacer un cantautor con compromiso que denunciar todo esto. Si Arjona
hubiese sido militante de Al Qaeda, posiblemente ese centro de hipocresía
hubiera volado en mil pedazos con varias cargas de dinamita.
Sin embargo, la realidad se impone y Arjona,
sin doblegarse -hasta donde se sabe- tuvo que insertarse en el mundo de
la cursilería y la banalización. No podía, por ejemplo, acceder a la farándula
de Miami, Los Ángeles o la ciudad de México con un expediente musical de
“izquierda” -si lo podemos llamar de algún modo-, cuestionador en exceso de un
sistema, sus injusticias y sus falsías. Fue haciendo concesiones y
resistiéndose hasta donde pudo a las domesticaciones. Sus propuestas musicales
tuvieron que coger, irremediablemente, el camino de lo inocuo, de las
relaciones sentimentales que a nadie le importan y, digamos, en la
cursilería. Lo intimista tomó su lugar y por allí se fue quedado,
hablando de ilusiones, de amores desencontrados, de rencillas de amor, con una
carga mórbida en ocasiones, pero manejada con refinamiento. Con unos textos
poéticos muy superficiales pero que ya cantados resultaban totalmente
transfigurados, al estilo de los escritos de Pablo Coello, que habla
más que decir en su "poesía". Tal como decía Benedetti,
el escritor uruguayo, cuando describía el encuentro íntimo de una pareja: (…)
deslizó su mano por su vientre y acentuó la caricia. Que no es lo
mismo que podría decir o expresar en Jutiapa un machista ganadero o Vicente
Fernández y su hijo, epónimos del machismo mexicano, respecto a esa
circunstancia. Arjona tiene calidad en ese mundillo de descocados.
Hoy Arjona nos trae lo mismo de siempre, solo
que disimulado con el pintoresquismo nacional. Nostálgico de la tierra de la
cual está ausente y a la quizá no vuelva. Sin embargo, quiere retribuirla con
algo. Dar una imagen positiva de ella, que no es la real, pero es válida a
nivel artístico ya que el arte es capaz de inventar, crear mundos paralelos. Va
hilvanando la historia de amor en Antigua Guatemala, Petén, Izabal, Semuc
Champey y Panajachel, guitarra al hombro, con espejuelos en la cabeza, apelando
a la cotidianidad hermosa de ancianos por las calles o niños jugando pelota. Fuiste
tú, es más de lo mismo, aunque como producto técnico audiovisual está muy
bien realizado. No podemos ser injustos con Arjona, es lo más que puede hacer
un artista como él. Es prisionero de los circuitos comerciales y aunque su
música se volvió de masas, cursi y sin compromiso, es mucho mejor que la Gloria
Stefan, Cristian Castro, Juanes o Shakira.
Para concluir, transcribo la reflexión de la
columnista de elPeriódico, Ana María Cofiño:(…)si Arjona cree
que podemos sentirnos orgullosos de Guatemala por sus paisajes, allá él, pero
es penoso que aquí nos traguemos esa idea, cuando lo que hay es un pantano de
injusticia e impunidad que es necesario resolver. Cambio verdadero sería que el
Estado dejara de ser racista, patriarcal y excluyente; transformación genuina,
que se democratizaran las relaciones económicas, se acabara con la impunidad
histórica y se pudiera gozar de libertad. Usar canciones para seducir es un
viejo truco. Cuidado con lo que nos venden, muchas veces es basura.
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