Un Estado de Derecho es aquel en que la
ley es el instrumento que sirve de guía en la conducta de los ciudadanos,
facilita las interacciones humanas, permite la prevención y solución efectiva,
eficiente y pacífica de los conflictos; y nos ayuda al desarrollo sostenible y
a la paz social. Para un Estado de Derecho efectivo es necesario
-disculpe la anáfora insistente- que el derecho sea el principal instrumento
del gobierno, que la ley sea capaz de guiar la conducta humana y que los
poderes la interpreten y apliquen congruentemente. Como concepto suena a algo
perfecto, (el papel resiste todo) aunque en la práctica, que es donde se
comprueba la efectividad de tales enunciados, se da una brecha muy amplia. Si
en países desarrollados y con sistemas políticos mucho más sólidos, la noción
del Estado de Derecho ha cedido ante la arremetida de los grupos de poder cuyos
particulares intereses económicos definen la política o el quehacer
político del Estado, qué se puede esperar de un país subdesarrollado y con un
sistema político totalmente quebrado, colapsado, como el de Guatemala. En los
Estados Unidos los congresistas han hecho del congreso un auténtico club de
millonarios serviles a los intereses económicos de las grandes corporaciones.
En Guatemala y como expresara el embajador estadounidense McFarland (…) Las
plataformas ideológicas de la mayoría de partidos son débiles y son más
importantes las personalidades, las relaciones personales, el clientelismo, y
en ocasiones los sobornos. Es, precisamente en ese ambiente, que se ha
formado y parasitado por muchos largos años una de las clases políticas más
incapaces, corruptas e inconsecuentes que le ha tocado tolerar al pueblo de
Guatemala: los diputados. Estos individuos que de representantes del pueblo y
de legisladores no tienen absolutamente nada, son la máxima expresión de la
degradación, que según el Señor Presidente, tienen al país al borde de la
quiebra moral. Ellos, los diputados, carentes de sólidos principios
político-ideológicos, en lugar de actuar con aplomo y sabiduría, legislando en
beneficio del pueblo que ha depositado con su voto la esperanza de un mejor
porvenir; son maestros. Si, maestros, pero en el arte de la componenda, el
compadrazgo, los negocios turbios y el cohecho. No legislan. Delinquen amparados
en la ley que les otorga inmunidad o mejor dicho impunidad. Amparados en esos
privilegios actúan en colusión con el crimen organizado, son los representantes
del narco negocio, son los “narco diputados,” serviles a los intereses del gran
dinero. El viejo Zemurray con mucha experiencia y sabiduría no pudo estar más
atinado en su observación, aunque debo decir que la mula, noble hibrido animal
que por su naturaleza sirve y en ocasiones hasta defiende a su amo del peligro,
es muy inteligente. Al contrario, los diputados (con contadas excepciones) son
unos torpes ineptos que lo único que saben es ponerse al servicio de su amo, el
dinero; no del pobre pueblo de Guatemala que los ha elegido para que, como sus
representantes, aboguen por sus más urgentes necesidades. Pero quizás para un
pueblo que habita un bello como extraño país (ahora de pesadilla y antes real
maravilloso) con una rica identidad nacional extraviada. Un pueblo embrutecido
por el guaro y sin capacidad de reacción, maniatado por la ignorancia, esclavizado
por la pobreza; la maldición de los diputados que valen menos que una mula sea su ineludible y triste destino. Marvin Najarro
A continuación, La
Cuna del Sol le da curso al siguiente artículo de opinión proveniente del
periodista y licenciado en filosofía, Valentín Zamora Altamirano.
EN GUATEMALA, UN DIPUTADO VALE MENOS
QUE UNA MULA
Por Valentín Zamora Altamirano
El viejo turco Zemurray, hace muchos
años, dijo eso de los diputados de Honduras, dado su servilismo extremo y
sometimiento indigno a los dictados de los magnates de las transnacionales
bananeras norteamericanas que habían hecho del país centroamericano un virtual
portaviones en tierra. Pero la expresión cobró celebridad y fortuna gracias a
las dotes literarias del gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en su poema
“La Hora Cero”. La expresión, aunque añeja, no deja de tener actualidad,
inmediatez y frescura pues los diputados guatemaltecos encarnan a la
perfección, encajan como fina pieza de relojería, en la paráfrasis de la cual
hago uso.
El nuevo régimen del Partido
Patriota, con menos de un mes de gobierno, anda pegando bandazos. Navega
errático en el mar proceloso de la política nacional donde los arrecifes
afilados y ocultos de la corrupción, en cualquier momento, pueden romper la
quilla de este barquito de tablas podridas que lleva a duras penas 14 millones
de personas. El gobierno no logra ajustarse y tal vez sería, en realidad,
pedirles mucho por lo pronto de su mandato. Pero tuvieron 60 días de trabajo de
transición y una percepción general del estado de cosas, por lo tanto,
las excusas sobre los desajustes de gobierno por ser nuevo no debieran ser del
todo válidas o aceptables. Se comprende lo neófito de su gestión, pero no lo
viejo de su cuero político, por lo tanto, no se justifican las recurrentes
fallas. Esos cueros para buena suela hace ya muchos días que los calienta el
sol. Y no es que se sea el pueblo de Guatemala exigente. No. El problema es que
los guatemaltecos perdieron ya una de sus más célebres cualidades: la paciencia,
la esperanza y su candor. Ya nadie cree o confía en los políticos o
politiqueros, sean de derecha, centristas o revolucionarios. Todos, al parecer,
están medidos con el mismo rasero. Son personas que no representan a
nadie -pese a ser ampliamente votados en esta elección- pues el
sistema o principio de delegación del poder fundamentado en la Ley de Electoral
y de Partidos Políticos es obsoleto, antidemocrático. Es una simple formalidad
del Estado burgués para administrar, para aceitar las ya desacreditadas ideas
de La Ilustración sobre la República, sobre el Estado y la Nación. Esas formas
de administración social, de ordenamiento de la vida de las personas en un
territorio ya no dan para más en esta tierra de montañas, valles y franjas
costeras de nombre Guatemala. “Ya topó la llanta”, como dijera don
Chivete, viejo acomodador de camionetas y vendedor de boletos en la terminal de
buses de Jutiapa, pequeña ciudad de Guatemala.
El actual presidente del congreso guatemalteco,
señor Gudy Rivera, no logra integrar las 46 comisiones legislativas (bastantes
para no hacer nada), ni donde instalarlos en sus cuevas -perdón
oficinas- que entre otras linduras y exigencias son remodeladas a costos
descomedidos (Q. 250,000.00, algunas) que para un país pobre están fuera
de toda proporción. Estamos hablando de un cuarto de millón de quetzales para
acoger en su interior a grupos de atorrantes buenos para comer. Porque han de
saber los ciudadanos que estos bien pagados funcionarios no incurren en gastos de
alimentación. Es el Congreso el que les paga los gastos de engorde,
pues quizá sea el único parlamento del mundo donde los diputados comen en sus
curules y a falta de buenos modales de los que son proverbialmente conocidos,
no es de extrañar que derramen los refrescos y llenen de manteca las
computadoras y los cochinos papeles que allí se manejan.
El Congreso Nacional de Guatemala
contrata un asesor por comisión, que son 46, que devenga un salario de Q.
15,000.00 Este funcionario consultor no es con frecuencia tal, sino
un cuate necesitado de un trabajito extra, nada mal sin consideramos los
quince mil quetzales. Dotan a cada comisión con una caja chica de Q. 3,000.00
para gastos de concentrado (perdón, quiero decir alimentos) y se
les otorga todavía Q. 5,000.00 adicional a su sueldo por trabajos en su
respectiva comisión, donde emiten dictámenes; iniciándose de ese modo el
proceso de elaboración de una ley. Pues, bien, los diputados integrantes de las
comisiones legislativassacaron fibra y ni lerdos ni perezosos
cobraron el dinero correspondiente al mes de enero sin haber hecho ningún
trabajo en sus comisiones porque, aunque estaban integradas, no habían
realizado trabajo alguno. Por supuesto, esto no sorprende a nadie. Es lo menos
que se podía esperar de los diputados guatemaltecos y la debilidad perceptible
en el actual presidente del congreso que, posiblemente, para congraciarse con
los diputados más fastidiosos haya pretendido quedar bien con los cinco mil
quetzales aludidos, en una especie de cohecho disimulado, para que los
diputados retozaran contentos en el bebedero.
Es posiblemente que estemos ante el tibio
asomo de más de lo mismo, para un nuevo desencanto del pueblo guatemalteco y,
lo dicho por el turco Zemurray de los diputados hondureños, sea tan justamente
aplicable a los guatemaltecos.
Nota de guatemaltequismos
Sacar fibra: Expresión
utilizada en el ejército guatemalteco y que se refiere a “ser ágil”. O pasarse
de listo. Listura.
Guaro: Aguardiente.
Publicado por: Marvin Najarro
Ct., USA.
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