¿Pero qué puercas es
un “ejecutivo”?
La mera imagen de la
pequeña burguesía ascendente que necesita crear sus propios valores. El
ejecutivo es un empleado. Ni más ni menos. Eso sí, con cierto rango que le
permite tomar decisiones con el pisto ajeno y que gana un pucho más y que tiene
un carro mil mangos más caro.
LOS EJECUTIVOS
Por Manuel José Arce
¡Linda es la gente para inventar babosadas!
Ahora resulta que eso de ser “ejecutivo” es lo mero máximo. Tacuche estilo
“ejecutivo”. Bar para “ejecutivos”.
Clase “ejecutivo” en los aviones. Traidas para “ejecutivos”. Tragos solo para
“ejecutivos”.
Y el que no sea, ni parezca ni se sienta “ejecutivo”,
ya se lo llevó Judas: es un pobre diablo indigno de la misericordia Divina y de
la consideración humana.
¿Pero qué puercas es un “ejecutivo”?
La mera imagen de la pequeña burguesía
ascendente que necesita crear sus propios valores. El ejecutivo es un empleado.
Ni más ni menos. Eso sí, con cierto rango que le permite tomar decisiones con
el pisto ajeno y que gana un pucho más y que tiene un carro mil mangos más
caro.
Pero eso no quiere decir nada.
Igual padece de gastritis (o más). Igual amarra
zope cuando se soca por atender a otro ejecutivo que vino de los Steits a
contarle las costillas a la “empresa”. Igual le quema el rancho a su mujer sin
saber que su mujer también se lo puede quemar a él. Igual se las ve a palitos
con el pisto y con las preguntas de sus hijos.
El cliché del ejecutivo con cara de artista de
cine, que tiene telefonito en el carro y que está esclavizado al localizador,
es una figurita para los anuncios.
-¿Y vos qué querés ser de grande, patojo…?
-¡Ejecutivo!
-¡Ay juer, tan chulo el chichito!
-¿Y vos, mija, que querés para tus quince años?
-¡Ser traida de un ejecutivo, papi!
-Dios guarde l´ora, patoja, todos están casados
y con mujer brava!
Conocí una chava que, al principio, no topaba
más que “ejecutivos”, después se conformó con un legislativo y terminó con un
judicial… Le decían “Los Tres Poderes”. Ahora está esperando que le caiga un
colega periodista para entrarle al Cuarto Poder.
Yo, de veras, siento pena por los ejecutivos.
Porque esos están más fregados que los burócratas menores: deben aparentar
muchísimo más de lo que de veras tienen: el tremendo carrote que los deja en la
calle, la cashpiana -porque ni
modo- rubia teñida, el chapetón rodeado
de murallas, el peinadito a lo Travoltiado
-que hasta mala planta les otorga-
y el tacuchito siempre a la última moda. Sin embargo, se la pasan
cuidando y multiplicando pisto ajeno, intereses de unos señorones que viven más
tranquilos, sin hacerla de capataces con los empleados menores, sin derramarse
la bilis ni alterarse de los nervios, que se visten como les da la gana, que a
veces hasta andan en su carrito discreto, que no tienen que aparentar mayor
cosa y sin embargo son los que de veras gozan la vida y tienen su capital bien
seguro…
Pero así es nuestra sociedad y así es nuestro
tiempo: antes eran los caballeros andantes la imagen ideal; después fueron los
“gentleman” y los “dandys” elegantes y displicentes. Ahora son los afanosos
ejecutivos con cara siempre de estar muy ocupados, disimulando la úlcera y haciéndose
los importantes para justificar el estereotipo que se les ha impuesto.
¡Vaya usted a saber!
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