Siempre que muere un escritor
famoso no dejó de preguntarme cómo lo recordará la posteridad, esa señora de
afectos impredecibles. Si de algo estoy seguro en este caso es que más allá de
la atingencia epocal de sus textos —"Las venas abiertas de América
Latina" (1971), "Memoria del fuego" (1986), "El fútbol a
sol y sombra" (1995), "Los hijos de los días" (2011), etc.-, y
de su herética condición de conciencia crítica de un mundo que no pudo (o no lo
dejaron) ser, Eduardo Galeano preferiría sin dudas que lo recordaran con las
palabras que validaron su distinción en septiembre de 2010 con el premio
literario "Stig Dagerman", uno de los más prestigiosos de Suecia,
palabras que pudieran inscribirse en su tumba a modo de epitafio y que lo
perpetuarían como alguien que estuvo "siempre y de forma inquebrantable
del lado de los condenados".
GALEANO, EL HEREJE
Por Walter Ego
Hay un único lugar donde
ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan, y ese lugar es mañana.
Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos"
Primero fue Benedetti, allá por un mayo pluvioso de 2009; este lunes dijo
adiós Eduardo Galeano. Les sobrevive Daniel Viglietti, como si la Muerte, que
no repara en jerarquías ni oficios, hubiera apelado al riguroso orden alfabético
de los apellidos para poner fin al influjo vital de una terna de creadores que
dejaron su huella en el "novecento" uruguayo y latinoamericano.
Hombre de izquierda hasta el final de sus días —desde aquellos lejanos años
en que ello implicaba cárcel y exilio hasta los tiempos recientes que vieron
desleírse la Utopía- Eduardo Germán María Hughes Galeano (3 de septiembre de
1940 / 13 de abril de 2015) supo prodigarse en una extensa obra literaria
conformada por más de cuarenta títulos de difícil clasificación en la que se
entreveran el periodismo y la ficción, la política y la historia, una obra en
la que sin rehuir el compromiso ideológico logró volverla ajena al panfleto,
una literatura desligada de las frases hechas y la retórica discursiva de una
izquierda monolítica que apelaba en los años tumultuosos de la Guerra Fría más
al consenso que a provocar las dudas del lector.
De ahí que con "Las venas abiertas de América Latina" (1971)
marcara a más de una generación de lectores que encontraron en aquel ensayo
"sui generis" un asidero para sus sospechas, las mismas que
impulsaron la pluma de su autor: "¿Es América Latina una región del mundo
condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de
Dios, culpa de la naturaleza? ¿El clima agobiante, las razas inferiores? ¿La
religión, las costumbres? ¿No será la desgracia un producto de la historia,
hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser
deshecha?"
Pero quien cuestiona al mundo debe saber cuestionarse a sí mismo. Por ello
no extraña la valentía con que supo reconocer años más tarde la falta de
conocimientos necesarios para escribir un libro como aquel, que quiso ser
"una obra de economía política" y terminó por convertirse, por la
magia de una prosa sencilla y divertida, en un clásico de la literatura
política latinoamericana, un libro con una visión sesgada y acaso ingenua de la
historia del continente, de cuya escritura jamás renegó pero que aceptó formaba
parte de "una etapa que […] está superada".
Defensor insobornable de la libertad y de la justicia, fue la suya la voz
de los desfavorecidos. Como mismo no dudó jamás en criticar los desmanes de las
dictaduras sudamericanas —integró junto a Benedetti la "Comisión Nacional
Pro Referéndum" que buscaba revocar una ley que impedía juzgar los
crímenes cometidos durante la dictadura militar en Uruguay-, tampoco dudó
Galeano en cuestionar en su momento el actuar de las autoridades cubanas que
habían fusilados a tres ciudadanos por el robo a punta de pistola de una
embarcación con el fin de irse a los Estados Unidos.
Su postura en torno a aquellos hechos la dejó bien clara en un artículo
fechado el 18 de abril de 2003 bajo el título de "Cuba duele", en el
que si bien refrendó su solidaridad con la Revolución cubana, precisó que lo
hacía "desde la libertad de conciencia, no desde el deber de
obediencia". Ello le valió las mismas críticas que años antes había
recibido por defender el derecho de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y
Afganistán a decidir su destino como nación, a la autodeterminación,
"cuando ese sagrado derecho era avasallado en nombre del socialismo".
Siempre que muere un escritor famoso no dejó de preguntarme cómo lo
recordará la posteridad, esa señora de afectos impredecibles. Si de algo estoy
seguro en este caso es que más allá de la atingencia epocal de sus textos
—"Las venas abiertas de América Latina" (1971), "Memoria del
fuego" (1986), "El fútbol a sol y sombra" (1995), "Los
hijos de los días" (2011), etc.-, y de su herética condición de conciencia
crítica de un mundo que no pudo (o no lo dejaron) ser, Eduardo Galeano
preferiría sin dudas que lo recordaran con las palabras que validaron su
distinción en septiembre de 2010 con el premio literario "Stig
Dagerman", uno de los más prestigiosos de Suecia, palabras que pudieran
inscribirse en su tumba a modo de epitafio y que lo perpetuarían como alguien
que estuvo "siempre y de forma inquebrantable del lado de los
condenados".
* * *
El libro de los abrazos
(1989)
La burocracia/3
Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla.
En medio del patio de ese cuartel había un banquito. Junto al banquito, un
soldado hacía guardia. Nadie sabía por qué se hacía la guardia del banquito. La
guardia se hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches, todos los
días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los
soldados la obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se hacía,
y siempre se había hecho, por algo sería.
Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé qué general o coronel, quiso
conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de
mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un
oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién
pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre la pintura fresca.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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