Había que sobrevivir y no
había tiempo para principismos ni dogmas de práctica política de academia y
pósters del Che, porque si hay algo que marca a la revolución cubana es el
realismo político, la racionalidad épica para resistir sobre cualquier circunstancia.
Mucho de esto tiene hoy el
reposicionamiento de Cuba en búsqueda por insertarse en un mundo globalizado,
interdependiente, donde existe una crisis sistémica, ideológica, del proyecto
de las elites occidentales, y una nueva realidad en la que no se ve un proyecto
civilizatorio alternativo, que le dé una salida a la crisis al capitalismo y
salve al mundo del choque irremediable y doloroso contra la diversas crisis
existenciales, entre la que destaca la climática, por citar el caso más
palpable (y científicamenente comprobable).
¿QUÉ ESTÁ HACIENDO CUBA?
Por Bruno Sgarzini
Algo que no es romántico ni idealista pero ha marcado a la revolución
cubana ha sido el pragmatismo y la capacidad de timonear cualquier tipo de
contexto, al punto de que su liderazgo intentó evitar la confrontación directa
con Estados Unidos todo lo que pudo y se radicalizó cuando Washington comenzó a
apretar las tuercas. Así se fueron concatenando las nacionalizaciones, las
relaciones con la Unión Soviética y hasta el propio carácter socialista de la
revolución luego de un ataque aéreo previo a la invasión de Playa Girón.
Entender este pragmatismo, esa política real, es lo que nos explica tanto
al Che del Ministerio de Industrias hablando de no subir los salarios para
evitar el consumo excesivo de productos que no se hacían en masa dentro Cuba (y
podían ser un cuello de botella), como la actual apertura económica y el
progresivo restablecimiento de relaciones con los principales centros del
capitalismo mundial después del acercamiento con Estados Unidos y el inicio de
las negociaciones para terminar con el bloqueo.
Y esto hay que decirlo con ejemplos claros porque el Che del Ministerio de
Industrias pensaba en materias primas, en maquinarias, en fábricas que
dependían de tecnología extranjera, en producción, en números, en zafras, en
beneficios, en costos, en ganancias, en pérdidas, y tuvo que improvisar cuando
Estados Unidos levantó el mantel de la mesa cubana y dejó al país huérfano en
compras, y sobre todo paralizó sus industrias destinadas básicamente al consumo
interno, y algo que otro para exportación, porque nadie sabía manejar la
tecnología de las fábricas o no había insumos, o se rompía una máquina y no
había repuestos.
Y el Che tuvo que lidiar con eso: salir como un capitalista y ver si los
soviéticos tenían tal o cual repuesto, si los chinos le compraban el azúcar que
no vendían más a los gringos, si podía aprender de la planificación de los
yugoslavos, si la tecnología que le querían vender los soviéticos les servía, y
algunas veces la pegó y otras no, y así fue tomando decisiones grises para
problemas reales de esos tiempos de guerra.
Ese pragmatismo del más puro de los puros de los revolucionarios cubanos
sirve para entender el pulso de Fidel Castro para maniobrar la crisis de los
misiles, los ataques militares, las revoluciones fallidas en América Latina, la
caída de la Unión Soviética y la convivencia necesaria con otros presidentes
del continente poco potables para el estómago purista. Había que sobrevivir y
no había tiempo para principismos ni dogmas de práctica política de academia y
pósters del Che, porque si hay algo que marca a la revolución cubana es el
realismo político, la racionalidad épica para resistir sobre cualquier
circunstancia.
Mucho de esto tiene hoy el reposicionamiento de Cuba en búsqueda por
insertarse en un mundo globalizado, interdependiente, donde existe una crisis
sistémica, ideológica, del proyecto de las elites occidentales, y una nueva realidad
en la que no se ve un proyecto civilizatorio alternativo, que le dé una salida
a la crisis al capitalismo y salve al mundo del choque irremediable y doloroso
contra la diversas crisis existenciales, entre la que destaca la climática, por
citar el caso más palpable (y científicamenente comprobable).
Debido a la falta de esto, un nuevo sistema, un nuevo proyecto
civilizatorio racional propio, viable y alternativo al capitalismo, Cuba
anuncia que se va adaptar a lo ya conocido y controlar su entrada a la
globalización neoliberal con base a la idea de que las trasnacionales y
capitales financieros no se coman al Estado-nación (la patria), que es hoy lo
que está en juego ante la vorágine de este monstruo aún indomable que es el
neoliberalismo al que se enfrenta la nación continental, en un momento en el
que la geopolítica regional y global obligan a armar nuevos bloques para
incidir en esta realidad.
Entonces vemos que el fin del bloqueo se trata de que Cuba entre al mismo
contexto en el que se vive en el resto de los países: relaciones bilaterales
con todos; préstamos chinos, rusos y japoneses; inversiones brasileñas,
europeas; nuevos hoteles; Netflix para los nuevos turistas, y hasta la NBA
envía sus figuras para olfatearle el lomo a las nuevas promesas del básquet de
la marca cubana porque “la revolución” es un buen negocio para vender y un
excelente producto para convertir en fetiche. Compre, se agota.
Vivir como puerto y el “socialismo de mercado”
Indudablemente, como ya lo dijimos, la motivación, la política exterior en
sí misma, es el puerto de Mariel, que La Habana pretende que sea, además, una
Zona Económica Especial para no sólo absorber parte del comercio marítimo de
las Nuevas Rutas de la Seda planificadas por China (en la que resalta el Canal
de Nicaragua), sino para también aprovechar el paso para producir bienes o
industrializar materias primas para vender en el exterior y en el interior de
la isla.
Y una política exterior, de un paso estratégico, es tener buenas relaciones
con todos y paralelamente utilizar esa posición para proyectar poder, que en el
caso cubano fue esparcido en forma cultural e intelectual en los años
posteriores a la revolución cubana y su modelo de esperanza para que exista una
salud, educación y calidad de vida para todos sin distinguir la cantidad de
billetes en el bolsillo.
Ahora la conjugación entre ser un paso estratégico, uno de los países
latinoamericanos con mayor cultura, una marca fetiche para el mundo, un gran
negocio turístico y un mercado de consumo inexplorado, invitan a Cuba a ser lo
que se lleva a cabo en Vietnam y China, un “socialismo de mercado” de acuerdo a
la kincalla intelectual, donde incluso pueda adaptar “su capital humano” a
producciones de alta tecnología o con necesidad de conocimiento específicos, si
se decidiera ir hacia esto.
Traducir esto en términos de realidad comparativa es incierto, más si se
tiene en cuenta que la apertura económica es un proceso largo y lento, pero
estas aproximaciones parciales conllevan a delimitar y poner en perspectiva lo
que quiere Estados Unidos en Cuba, y ahí emerge la contención, el “divide y
reinarás” como gran leit motiv y el cambio de régimen como políticas
posteriores en una arena en la que se preanuncia un choque entre el bloque
unipolar y el eje de integración euroasiática (China-Rusia y Brics), que ya
impacta en la región en forma de préstamos, inversiones e intentos de
revoluciones de color y guerras.
Una revolución de color suelta en La Habana
En términos simbólicos, los analistas mainstream hablan de Cubazuela, e
incluso Rafael Poleo tiene orgasmos escritos cuando habla de la “defección
castrista”, de la “entrega total del marxismo por la necesidad”, y ahí se
oculta el intento de debilitar la alianza estratégica en términos políticos y
geopolíticos entre el país sudamericano de entrada al Caribe, Venezuela, y la
isla más grande que los gringos consideran su mar interno, Cuba.
Esta jugada es de alta proyección porque incluso se conjuga con los
intentos de contener los puntos dinámicos que movilizaron la integración y el
armado de la Unasur y la Celac, principalmente. Hablamos de la entente Buenos
Aires-Brasilia-Caracas-La Habana, y eso es un hecho en sí mismo, ya que no por
nada estos cuatro puntos viven momentos claves de su política doméstica y externa
en este ciclo histórico mundial, donde hay terreno fértil para construir una
salida autónoma a la crisis estructural que conlleve también la constitución de
un nuevo sistema.
Pero si vamos más allá, el trofeo dorado de Estados Unidos sería un cambio
de régimen al aprovechar la grieta abierta por la marea capitalista y la
proyección del modelo de vida americano, que con tanta seducción ha calado en
gran parte del mundo (incluyendo a la Cuba revolucionaria) y podría ser caldo
de cultivo para una revolución de color o el falso modelo de la transición
española post Franco. Esto, incluso, traería aparejado una cantidad de hechos
traumáticos y de cambio de direcciones muy caras al pueblo cubano, como que
abandone ya no el “socialismo” sino el mismo anti imperialismo, lo que parece
improbable.
Pero abrir esta línea, esta duda al aire, conlleva preguntarse por qué en
un pueblo que construyó el “socialismo” hay consenso en su dirección y en su
base para que vuelva al capitalismo salvaje, bajo el nombre artístico de
“socialismo de mercado”, porque “actualizar” el modelo cubano significa que
algo no ha funcionado (o no funciona) hacia dentro de una sociedad, que incluso
dio sus propuestas para la apertura económica y festeja con naturalidad el
relajamiento del asedio permanente por todos lados.
¿Fue la guerra?
¿Fue el bloqueo?
¿El desgaste del castrismo, el contexto mundial?
¿Qué fue?
Hacernos estas preguntas nos obliga a acercarnos a la Cuba verdadera, no a
la de la propaganda, para entender su épica y sus límites.
Publicado por La Cuna del Sol
USA.
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